Un país hecho trizas

La recesión se profundiza y la relativa estabilidad es un logro aparente y demasiado costoso para la gran mayoría de los argentinos. Sólo el Presidente Javier Milei y sus allegados más íntimos reivindican el feroz ajuste ortodoxo que incluso compromete a las empresas pequeñas y medianas,  y que requiere, para continuar disimulando sus efectos, intensas operaciones distractivas y provocaciones mediáticas.

La caída estimada para el 2024 de la economía argentina del 3,5%, o sea, la persistente recesión que afectó, afecta y afectará con rigor al país durante un largo período de su historia, ya ocasionó que en el primer trimestre del año sea pobre el 54% de la población, según informó el Observatorio de la Deuda Social Argentina (UCA), porcentaje que afinando el cálculo y agregando la franja de los casi pobres, de aquellos que provienen de hogares donde se perciben no menos de una sino 1 a 1,5 canastas básicas por adulto equivalente que aporta al ingreso total del hogar, alcanzaría el orden del 73,3% (https://www.pagina12.com.ar/759887-73-3-el-verdadero-numero-de-la-pobreza-en-argentina).

La tasa de desempleo según el INDEC en el primer trimestre de 2024 llegó al 7,7%, mayor que la del trimestre previo (5,7%) y que la del primer trimestre de 2023, que fue del 6,9%. Estos porcentuales se dieron en el marco de una inflación acumulada para el primer semestre de 79,8%, y para el mes de julio de un 4%, indicador que señalaría la desaceleración que operó desde el pico inflacionario del 25,5% en diciembre de 2023. Todos estos indicadores dan cuenta y son coherentes con otras noticias referidas a las derivaciones más dolorosas de la crisis, como el deterioro de las condiciones de vida de las grandes mayorías, que llegó a tal punto que según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) en la Argentina un millón de niños se acuestan a dormir sin cenar.

Son números elocuentes y quienes los analizan con sensatez, salvo Javier Milei y su ministro de Economía, se inclinan a pensar que no es posible una salida de la recesión, la pobreza y el desempleo manteniendo y/o aumentando el ajuste, máxime si al cierre de centenares de pequeñas y medianas empresas ahora las noticias informan que también las de mayor porte afrontan dificultades. Valga como ejemplo el caso de Clisa (Compañía Latinoamericana de Infraestructura & Servicios S.A.) del Grupo Roggio, cuyo CFO ratificó a la Comisión Nacional de Valores que no fueron abonados los intereses de las Obligaciones Negociables “cuyo valor nominal total en circulación actualmente asciende a la suma de U$S 358.050.306”, correspondientes al período que comenzó el 25 de enero de 2024 y finalizó el 25 de julio. Por supuesto que en la nota a la Comisión Nacional de Valores aclaró que la empresa mantiene conversaciones “con grandes tenedores que representan la mayoría del capital de las Obligaciones Negociables en circulación, para una posible modificación de los términos y condiciones de las mismas que le permita atender adecuadamente sus compromisos en un contexto complejo para las actividades que desarrolla”.

El default de Clisa no fue sorpresivo, habida cuenta de que la empresa con anterioridad vino informando que la afectaban negativamente la recesión, la inflación y la inestabilidad cambiaria. También aseguraba que “el Estado argentino” estaba empeñado en llevar adelante un “drástico plan de ajuste fiscal, basado en una disminución del gasto público y un aumento de la carga impositiva, y que incluye una significativa disminución en la ejecución de obras públicas, incluso proyectos que ya están en curso”. Pero en otro informe a la Comisión Nacional de Valores daba cuenta de que los accionistas, ante una situación patrimonial de relativa gravedad, habrían decidido absorber parcialmente las pérdidas de la empresa “bajo la expectativa de que las últimas disposiciones gubernamentales, tendientes al saneamiento de la economía nacional y el control de los desajustes macroeconómicos, en especial la inflación y la volatilidad del tipo de cambio, podrán hacer evolucionar favorablemente los negocios durante el ejercicio en curso para revertir dicha situación”. O sea que en el fondo, como también aseguran las cámaras empresariales de diversos sectores y numerosas grandes empresas individualmente, será cuestión de aguardar (cruzando los dedos y poniendo entre paréntesis la experiencia histórica) que el camino elegido por las autoridades arroje sus frutos, lo cual podría suceder incluso en el corto plazo, de aquí a final de año.

Pero los hechos parecen obstinarse en desalentar al optimismo. El plan económico de Milei y su acólito Caputo (a quien oportunamente presentó como “el mejor ministro de Economía de toda la historia argentina”) cruje por varios motivos, entre los cuales se destacan: la caída de las reservas netas y brutas del Banco Central; el atraso creciente del tipo de cambio real; el progresivo déficit de cuenta corriente; la caída del precio de las materias primas de exportación (cosechas de soja, trigo y maíz); la rutinaria reticencia de los productores a liquidar exportaciones; las intervenciones del Banco Central en el mercado de cambio que no fueron coronadas por el éxito (o lograron un fracaso relativo); y un generoso etcétera. Aporta lo suyo el estancamiento de las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional, así como la hipersensibilidad del organismo respecto de las deudas insostenibles, de la creatividad aplicada a la presentación de las cuentas fiscales y del atraso cambiario conviviendo con el cepo, verdadero non plus ultra de los controles. De ahí que para lograr acceso a nuevo endeudamiento el “mejor ministro de Economía”, al cual Macri en su momento calificara como “el Messi de las finanzas”, se proponga emitir bonos vinculados a parte de las reservas en oro del Banco Central remitidas discretamente al extranjero para que garanticen el compromiso de recompra en una fecha y a precio determinados.

Lo anterior intenta, con unas pocas pinceladas, expresar un cuadro de situación realmente dramático desde la perspectiva de la solvencia financiera y no menos serio cuando se advierte una demanda interna en caída libre, a la par de la significativa retracción de la inversión, salvo en sectores que requieren el concurso de capital concentrado como son el energético, minero y financiero. Se trata de un cuadro de situación complejo que castiga a la ciudadanía mediante sucesivos aumentos de servicios de agua y cloacas, luz, gas, alquileres, telefonía, peajes, combustibles y transporte. Un cuadro de situación, en definitiva, que excedería la capacidad del Toto, quien según aseguró Carlos Rodríguez, ex secretario de Política Económica durante el gobierno de Menem y consejero de Milei en el arranque de su gestión, “es un hombre de las finanzas, de la especulación de activos financieros, no sirve como ministro”. Otro que lanzó una opinión por el estilo fue Diego Giacomini, amigo y socio de Milei durante quince años, cuando escribió en X (antes Twiter): “Sé muy bien que @JMilei siempre despreció a @totocaputo6hb porque no sabe nada de economía y solo sabe colocar deuda (endeudar a la ciudadanos) y ganar Plata con la timba. O la política cambia mucho a las personas, o el Leoncito sucumbe ante la Imposición del GATO @mauriciomacri.”

Manteniendo presente lo dicho hasta aquí, se deduce entonces la pulsión del gobierno a velar las circunstancias con todos los recursos a su alcance. Cuando por algún motivo la imagen de los lingotes de oro viajeros llega a la población y la conmueve, puede un ministro anunciar una tanda de cierre de organismos públicos y la nueva avalancha de despidos correspondiente; cuando el costo de viajar en subterráneo deviene inaccesible, puede la constelación de medios hegemónicos y comunicadores amigos del gobierno aprovechar políticamente las desinteligencias entre Alberto Fernández y su ex pareja Fabiola Yañez (y el hecho de que Fernández habría incurrido en violencia de género, algo de veras grave) para inducir en la población nuevos odios retrospectivos, o cierto gorilismo barroco. Todo sirve, hasta la descabellada (valga la redundancia) provocación de Javier Milei, que difundió en las redes una especie de cuadro sinóptico sobre fondo negro bajo el título “Prisión: la sociedad ideal progre”, con los puntos que serían sus características porque en los penales, asegura, no hay que trabajar, hay vivienda gratis, salud gratis, educación gratis, servicios gratis, mucho sexo gay, todos reciben el mismo trato, todos son económicamente iguales, y sólo aquellos pertenecientes a las fuerzas tienen armas. Como sello personal, Milei firmó y agregó: “La panacea socialista.”

Hubo quienes manifestaron cierta perplejidad por el tufillo homofóbico y autoritario que emanaba del posteo referido a la prisión, aunque hubo también quienes advirtieron que mientras el presidente descargaba su furia presuntamente restauradora por las redes, el Toto continuaba gestionando la timba con una parte de las reservas auríferas en juego. Y hubo quienes recordaron que Raúl Scalabrini Ortiz, un periodista y gran escritor con formación en la teoría económica de los clásicos, no incurrió en el lugar común de pensar al dinero del juego desde la perspectiva del consumo irracional, asociándolo con el dinero fácil debido a la especulación en cualquiera de sus variantes.  Y tampoco tuvo en cuenta las ideas de un contemporáneo suyo, John Maynard Keynes, que sin sutilezas y apelando a una retórica más propia de un tabernero que de un intelectual brillante, fino teórico, devoto del ballet avant guard y con frecuencia motivado por la fascinación homoerótica, dijo que gracias a Dios existían la banca, el juego de la Bolsa y las infinitas modalidades del préstamo a interés, porque así aquellos seres humanos con vocación por el crimen organizado podrían dedicarse a quehaceres igualmente dañinos pero menos sangrientos. Scalabrini Ortiz, que publicó en 1931 un clásico de la ensayística argentina, El hombre que está solo y espera, se aventuró a pensar por senderos diferentes. Scalabrini retrató al jugador porteño, un raro ejemplar  mucho más modesto, y no lo vio codicioso ni convencido de que haría fortunas con las apuestas. Entonces, ¿por qué su adicción? ¿Y qué ocultaba su pregonado (pero dudoso) amor desmedido por el dinero? “El jugador porteño –sentenció Scalabrini– es un sórdido atesorador de sensaciones.”

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