El ministro Luis Toto Caputo no logra siquiera que los formadores de precios del sector alimentario remarquen sus listas con moderación, al tiempo que los ingresos de las grandes mayorías continúan descendiendo en términos reales, y la industria tiene poco para celebrar.
El autoprovocado estallido inflacionario de diciembre del 2023 a partir de la mega devaluación del 118% se vio superlativamente reflejado en los precios de los alimentos. Luego, a fuerza de una recesión implacable, el gobierno pudo exhibir niveles inflacionarios en torno del 4% mensual, pero en las góndolas de los supermercados todo aquello imprescindible para cubrir las necesidades básicas de la población, que durante el primer semestre del gobierno de La Libertad Avanza acusó un generoso incremento superior al 100%, lejos de comportarse con cierta timidez profundizó la euforia alcista. Quien tenga todavía dudas al respecto, piense que el kilo de queso crema aumentó desde noviembre de 2023 hasta junio de 2024 un módico 187,48%, el kilo de cuartirolo, durante el mismo periodo, apenas un 175,86%, y el kilo de queso de rallar un 158,32%. Sobre semejantes números, además, y para perfeccionar una verdadera tragedia económica y social, a partir del tercer trimestre se agregó al cuadro el retiro de los subsidios a la luz, el gas, el transporte y las naftas, decisiones de alto impacto en los bolsillos de la población, y se redujeron, cuando no se eliminaron, los niveles de gratuidad de remedios provistos por el Pami, otro golpe adicional a los ingresos de los jubilados o a los ingresos de sus familiares que, cuando pueden, acuden en su auxilio.
Como ha trascendido en varias oportunidades, el ministro de Economía Luis Toto Caputo mantuvo reuniones con los representantes de importantes empresas del sector alimentario y del supermercadismo y les pidió “moderación” al momento de “pricear”, o sea, de fijar nuevos precios. Les dijo que las autoridades habían suprimido Precios Justos, la Ley de Abastecimiento y la Ley de Góndolas, pero los hechos, sin embargo, frustraron sus intenciones de que no sólo las empresas mantuvieran y expandieran su rentabilidad sino que también respetaran ciertos principios humanitarios y no dejaran a los consumidores a la intemperie. De ahí el pedido de moderación.
Extrañas palabras en un ministro que no parece muy inclinado al cultivo de la espiritualidad humanista sino, antes bien, al cultivo del más áspero positivismo. Pero lo interesante de lo dicho por Caputo, por añadidura, fue que demostraba la vocación repetitiva de los ministros de Economía argentinos, porque los memoriosos recordaron inmediatamente a Juan Carlos Pugliese, el penúltimo ministro de Raúl Alfonsín y sucesor de Juan Vital Sourrouille, que asumió cuando faltaban 40 días para las elecciones presidenciales de 1989, cuando la Argentina era un plano inclinado hacia la hiperinflación. El último ministro, también fugaz, sería Jesús Rodríguez. Pero claro, Pugliese, que ya había sido ministro de Arturo Illia, intentó poner paños fríos a una crisis imposible de revertir, habló con todos los líderes de los partidos políticos, creó nuevos impuestos (a las exportaciones) y apeló a varios feriados cambiarios para evitar la disparada del dólar.
Fueron días muy agitados en la City. La divisa norteamericana pegó un salto del 350% en los tres meses previos a la debacle alfonsinista, al tiempo que comenzaron los saqueos. Pugliese dijo por la cadena nacional que no se proponía torcer el cuello de la inflación de un golpe, y que esperaba con su discurso “calmar los ánimos”, pero ya era tarde: la hiperinflación de 1989 hundió en la pobreza casi a la mitad de la población (47,3%), con algunas tasas de aumentos de precios admirables, como el 80% en mayo, el 110% en junio y el 190% en julio. Pugliese era un político muy experimentado y trató de colocar a la política, precisamente, por encima de “los mercados”, pero éstos desoyeron sus propuestas, arrollaron el tramo final del gobierno de Alfonsín y, ante uno de los brutales embates de la crisis que coronó un ciclo de negociaciones dijo Pugliese una frase inolvidable: “Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo.”
Algo por el estilo sugieren los trascendidos que dan cuenta de que el ministro Caputo, 35 años después, seguramente con el corazón en la mano pidió varias veces “moderación” al momento de remarcar precios de la canasta básica alimentaria. De lo contrario, si la codicia resultaba siempre más fuerte, como el amor, la apertura indiscriminada de la importación funcionaría como el correctivo imprescindible, al estilo de los ’90 menemistas, cuando el agua mineral francesa Perrier distribuida por la suiza Nestlé llegó a las góndolas como si la trajeran desde Mendoza o desde el acuífero Puelche, de Chascomús. Pero como los mercados no parecieron dispuestos a responder con la timidez reclamada por el ministro Caputo, se aceleró la apertura de las importaciones, especialmente de alimentos, desregulando para estos últimos desde los plazos para el pago hasta diversos protocolos sanitarios.
El caso testigo para el presunto “éxito” de semejante “política económica” aperturista y liberadora, por decirlo de algún modo, se verificaría en el mercado del pan envasado, donde hasta ahora el Grupo Bimbo es el jugador principal que no sólo fue indiferente al pedido de moderación gubernamental respecto de los precios sino que antes, en abril, comenzó con los despidos a raíz de la caída de las ventas. Pero el Grupo Bimbo excede las fronteras nacionales: cuenta con 227 panaderías y otras plantas donde fabrica más de 9.000 productos, y con más de 1.500 centros de ventas estratégicamente distribuidas en 35 países de América, Europa, Asia y África. En los EE.UU. y Canadá concentra el 46,7% de sus ventas y en México el 33,7%. En Europa, África y Asia vende el 10,3% de su producción y, finalmente, en América Latina, considerados los países de América Central hasta los de América del Sur, solamente el 9,3%.
La historia del grupo Bimbo en la Argentina ofrece un aspecto ciertamente laberíntico, y se vincula estrechamente con la historia de Fargo, otra gran marca. El fundador de Fargo, Carlos Preitti, vendió la empresa en 1995 a Juan Navarro (The Exxcel Group), y a fines de 2002 el Exxcel debió transferirla a un grupo de bancos encabezados por el Deutsche Bank. Entonces apareció el mexicano Carlos Chico Pardo quien, a través de su fondo Madera LLC, había adquirido el 70% de Fargo, al tiempo que Bimbo había comprado el 30%. Finalmente en septiembre de 2011 el fondo Madera LLC le vendió a Bimbo su 70%, quedando así en manos de este grupo alrededor del 60% del mercado local de pan envasado, el cual en verdad no supera el 5% de todo el mercado local de pan; por lo tanto, si la apertura en curso resultara exitosa, si el desembarco de la brasileña Bauducco (la mayor fabricante de panettones del mundo y fabricante de pan envasado con presencia en más de 50 países) morigerara el aumento de precios, el hecho impactaría en una porción ínfima del consumo de pan.
Así como el pedido de moderación al momento de “pricear” remite a la experiencia de Pugliese, quien dijo que cuando habló a los mercados con el corazón le respondieron con el bolsillo, contener el alza inflacionaria de la canasta básica mediante la apertura a mansalva de alimentos e insumos alimenticios no sólo remite a fracasos sucesivos sino también a la experiencia de Ricardo Mazzorin, quien fuera secretario de Comercio del ministro de Economía Sourrouille, o sea, del ministro inmediatamente anterior a Pugliese. Hasta el día de la fecha Ricardo Mazzorin, una persona caracterizada por su bonhomía y sentido del humor, cuando en un centro de estudios económicos o círculo de interesados en la política lo presentan a un tercero dice, a manera de saludo: “Ricardo Mazzorin, el de los pollos…” En efecto, se refiere a la importación durante el último trimestre de 1986 y el primer trimestre de 1987 de alrededor de 38.000 toneladas de pollos frescos desde Hungría y otros países, con la idea de frenar el alza de los precios de la carne vacuna y preservar a su vez el stock de las empresas avícolas, que habrían de atender el desplazamiento de la demanda hacia su producción a raíz de lo anterior. Ahora bien, sin entrar en detalles, poco menos del 20% de los pollos importados fue declarado no apto para el consumo humano por el Servicio Nacional de Calidad Agroalimentaria, otra se utilizó para rellenar el cinturón ecológico, hubo una reexportación parcial, y también unas 1.000 toneladas pudieron destinarse al uso como fertilizantes aunque estuvieran rancias por fecha vencida.
Lo cierto fue que los pollos de Mazzorin desataron un escándalo, los precios de los productos cárnicos continuaron subiendo como si tal cosa y apenas algo más rezagado el precio de los polluelos también, al tiempo que el episodio no tardaba en acceder a la categoría de leyenda urbana. Por aquellos tiempos comer una pechuga era un acto de arrojo, porque la imagen de los camiones de basura tirando toneladas de pollos podridos en el cinturón ecológico resultaba sugerente, y porque incluso se difundió la idea de que no faltaban comerciantes sin escrúpulos que antes de ingresarlos al mercado los sometían a un tratamiento restaurador con lavandina y purificaciones con vinagre. Pero el colmo de la valentía requerida llegó después, cuando se aseguró que parte de los cargamentos provenían de Chernobyl, allí donde se había producido el más grande accidente nuclear de la historia, y los pollos en consecuencia eran radiactivos –sin lugar a dudas como ese que tenías en el plato.
Son las peripecias de la apertura a mansalva de las importaciones, una herramienta siempre fallida para morigerar el aumento de los precios en el mercado interno, que de paso se lleva puesta la totalidad del quehacer económico, sin omitir el industrial. Y a propósito de esto último, en la celebración del Día de la Industria que realiza la UIA el 2 de septiembre de cada año, esta vez le tocó disertar al presidente Javier Milei, quien dijo a los principales empresarios del país: “Vinimos a achicar al Estado para agrandar el bolsillo de ustedes.” Después se refirió al costo argentino, al que calificó como un monstruo con muchas cabezas, siendo la primera el costo financiero, la segunda el laboral (aunque afortunadamente el gobierno cuenta con “el coloso Federico Sturzenegger”, ministro que “está desmantelando todo tipo de regulaciones”), y varias cabezas adicionales como la de los impuestos, el costo “asumido por todos los argentinos para cuidar los negocios de los amigos del poder”, o la más importante de “este monstruo mitológico que venimos a destruir: el déficit fiscal, o sea, el gran impuesto encubierto”. Excepto el slogan inicial dando cuenta de la intención libertaria de hacer pedazos al Estado para transferirlo a los bolsillos de los industriales y el proyecto de la reforma laboral, verdadero sueño húmedo del auditorio, durante el resto de la disertación de Milei se notó cierta frialdad en el auditorio. ¿Por qué?
Tal vez haya que buscar la respuesta en la Municipalidad de Ituzaingó, donde también fue celebrado el Día de la Industria y el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, dijo que “nos muestran una situación que no tiene prácticamente precedentes en la historia nacional, hay que ir a buscar cinco, cuatro episodios que incluyen la pandemia, que incluyen la crisis de 2001, que incluye la dictadura militar para encontrar una tragedia y una calamidad industrial como la que estamos viviendo; van seis meses donde la actividad cayó, si tenemos en consideración la sequía del año pasado y la descontamos, la actividad cayó 7,9 puntos”. Agregó Kicillof que en los últimos seis meses la industria cayó 16 puntos, la construcción 32, y el consumo 23. Seguidamente el gobernador invitó a recordar la década de los ’90, cuando “la estabilidad de la variable macroeconómica fue la condición de destrucción del tejido industrial argentino”, y también criticó el avance de una apertura importadora “como hay pocos precedentes en la historia”.
De vuelta en la celebración de la UIA, casi con seguridad Milei advirtió que sus palabras no entusiasmaban al auditorio y que debía probar suerte con algún argumento más amable. Por eso dijo: “De nuestra parte, tienen el compromiso de que vamos a hacer lo máximo posible para que la transición del modelo de la decadencia al modelo de la libertad no deje ni empresas ni laburantes afuera. No los vamos a dejar tirados. Vamos a abrir la economía, cuando estén dadas las condiciones estructurales, para que las empresas competitivas sean lo más competitivas posible…”
En Ituzaingó, dado que no debía guardar silencio por cortesía como los anfitriones de Milei en la UIA, a modo de respuesta continuaba Kicillof: “Pero además el Presidente de la Nación parece que viviera en un tupper, que no viera para dónde está marchando el mundo de hoy. Siempre se ha dicho, y se sabe, o saben todos menos Milei que el desarrollo industrial y productivo, los mejores estándares de vida de los países de desarrollo tardío se han alcanzado con fuerte, con férreas políticas públicas. Esto hasta ahora era claro para todos. Pero también vemos hoy que las principales potencias, las más desarrolladas del planeta, están proponiendo exactamente lo contrario que lo que predica Milei.”