Vienen por nosotros

Es desaconsejable la indiferencia frente a la gestión de La Libertad Avanza porque el camino, conocido y a todas luces perdidoso, en esta ocasión puede carecer de retorno. El objetivo político del ascenso de la irracionalidad, el fanatismo ideológico y la propuesta del ajuste perpetuo va por etapas. Por eso exige una solidaridad general que impida la instauración de un país para muy pocos privilegiados. Niemöller y Brecht escribieron palabras que advierten que el ascenso de los déspotas hasta la toma del poder se da por etapas y cuenta necesariamente con la indiferencia de quienes se piensan al amparo de sus crueldades.

Sabido es que el pastor luterano alemán Martin Niemöller habría recitado en un sermón su poema criticando a los indiferentes ante el ascenso del nazismo, similar al atribuido al célebre dramaturgo Bertolt Brecht. La autoría se atribuyó a Brecht aunque otros estudiosos continuaran sosteniendo que correspondía al pastor luterano. Y hubo también quienes no abrigaron dudas al respecto, como Andrés Manuel López Obrador, el ex presidente de México que acaba de ceder democráticamente el mando en su correligionaria Claudia Sheinbaum, que hace cuatro años citó esos versos y advirtió que eran de Niemöller.

El poema en cuestión, evocado cada vez con más frecuencia conforme se profundiza la crisis en esta Argentina supuestamente libertaria, conjuga un puñado de palabras desbordantes de sabiduría política. En efecto, alguien testimonia que primero se llevaron a los socialistas, pero él había guardado silencio porque no era socialista. Que después les tocó el turno a los sindicalistas, pero en esa ocasión tampoco abrió la boca porque no era sindicalista. Que seguidamente llegaron por los judíos, y no dijo nada porque no era judío. Hasta que vinieron por él, y para entonces ya no quedaba nadie que hablara en su nombre.

Niemöller se graduó de oficial naval en 1910, luchó en la Primera Guerra Mundial comandando un submarino, y terminada la contienda estudió Teología. Al comienzo de su desempeño religioso simpatizaba con la derecha antisemita, nacionalista y anticomunista, pero desaprobó la denominada “cláusula aria” que impuso Adolf Hitler para excluir de las instituciones religiosas (de igual modo que en todas las instancias administrativas estatales) a los creyentes con antepasados judíos. Entonces el gradual enfrentamiento con los nazis le costó el encierro en los campos de concentración de Sachsenhausen y de Dachau, desde 1938 hasta 1945. Sobrevivió, sin embargo.

Por su parte Bertolt Brecht, gran poeta y uno de los mayores dramaturgos del siglo XX, criteriosamente buscó la seguridad de otros andariveles. Era un artista ya consagrado luego del estreno en 1928 de La ópera de los tres centavos (en alemán, Die Dreigroschenoper), conocedor del marxismo y compañero de ruta del Partido Comunista, sin estar afiliado. Un día después de la quema del Parlamento en Berlín, el 28 de febrero de 1933, inició su exilio itinerante y estuvo en Dinamarca, Suecia, la URSS, los EE.UU. y Suiza. Recién regresaría en 1948 a su país, para instalarse en Berlín Oriental.

Así como las vidas de estos autores ofrecen menos puntos comunes o superficies en contacto que líneas de fuga, las dos variaciones similares del poema con diferentes autorías también. Las palabras de Niemöller nacieron en el curso de un sermón y fueron transmitidas ad libitum por copistas diversos que funcionaron como cajas de resonancia. Además el propio pastor las modificó en sus anotaciones para otros sermones que se adaptaban a nuevos requerimientos, frente a los divulgadores correspondientes. Pero luego de animar esa especie de work in progress habrían logrado el acceso a una forma acabada y fueron grabadas en una pared al final del recorrido en el Museo Conmemorativo del Holocausto de Estados Unidos (United States Holocaust Memorial Museum).

La versión brechtiana, en cambio, no pareció tan permeable a los cambios y a la inclusión de nuevas categorías de víctimas según las necesidades instrumentales de quienes la utilizaran políticamente. Se mantuvo como presuntamente la formulara el autor de Madre coraje. Lo cierto es que igual que el texto de Niemöller, con independencia de contenidos y formalidades, autorías, alcance, extensión y taxonomías de las víctimas, viene generando idéntico sentido. Son palabras que advierten que el ascenso de los déspotas hasta la toma del poder se da por etapas y cuenta necesariamente con la indiferencia de quienes se piensan al amparo de sus crueldades.

A manera de ejemplo aquí, donde operan viejos conocidos como los ministros Luis Toto Caputo y Federico Sturzenegger, parafraseando lo evocado cualquier compatriota podría testimoniar que primero vinieron por los jubilados, despojándolos del 30 por ciento de sus ingresos y liberando el precio de los remedios (y quitándoles la gratuidad de algunos de ellos), pero él había guardado silencio porque no era jubilado; que después llegaron por la investigación y las universidades nacionales, despojándolas de recursos, pero en esa ocasión tampoco abrió la boca porque no era investigador ni universitario; que seguidamente vinieron por hospitales como el Garrahan o el Laura Bonaparte, y no dijo nada porque no participaba del sistema de salud pública, ni siquiera como paciente; hasta que vinieron por él, y para entonces ya no quedaba nadie que hablara en su nombre.

Quien recorra en estos días las cámaras empresarias habrá de oír, por ejemplo, que no falta el dirigente que arma el poema según el tamaño de las víctimas de la crisis económica, planteando que vinieron primero por los pequeños emprendimientos y él no dijo nada porque no era pequeño emprendimiento; luego arrasaron con los medianos pero él, aun sin ser demasiado grande, como no era mediano tampoco dijo una palabra; hasta que llegaron por los que eran casi grandes, quedando el poema completo por su propio peso en el par de versos siguientes… También otros lo arman de acuerdo con la rama de actividad, cuestión que ahora es motivo de especial preocupación porque el gobierno liberó la importación de 50 artículos, lo cual bien puede prologar una política de apertura indiscriminada que terminaría de sellar el calamitoso destino de la mayor parte de la sociedad, mientras se consolidan y amplían todavía más las ganancias de sectores altamente concentrados como el de los laboratorios, el alimenticio, el complejo exportador de granos, el bancario y el de los hidrocarburos.

El modelo libertario en la Argentina, con un destructor vocacional del Estado a la cabeza del gobierno, supone que “una macro” se remedia con ajustes sin antecedentes apelando a todas las medidas antipopulares presuntamente imprescindibles, por más dolorosas que sean y provoquen tensiones inflacionarias medianamente controladas. Estas iniciativas terapéuticas, como la intensa caída de los salarios y de las jubilaciones, y un superávit financiero tan ficticio como difícil de sostener si tarde o temprano habrá que honrar las obligaciones impagas a importadores o productoras de energía, entre otras, según los libertaros vernáculos serían necesarias pero insuficientes. Para restaurar “una macro” saludable también habría que suprimirse toda interferencia política, motivo por el cual primero intentarían dar cuenta precisamente de la casta inmunda de los políticos, de esas ratas de albañal empeñadas en mantener vínculos obscenos con periodistas ensobrados. Sin embargo, como la mayoría de la ciudadanía continuaría distraída en otros asuntos, podría tomar la idea como un chiste y no pronunciar una palabra. Luego continuarían los intentos de llevar a cabo las etapas sucesivas, pero importa especialmente demorarse en la consideración de la primera, incluso porque al venir por la política iniciarían la tarea desde el momento de calificarla como una “casta” donde se agrupan interesadamente todos sus cultores.

El poema evocado, sea del pastor Niemöller o del dramaturgo Brecht, se articula en torno de un fenómeno sociopolítico: el ascenso del nazismo. Más aún, ni siquiera en aquellas versiones en que se omite nombrar explícitamente a los nazis y se los sugiere por ser quienes (“ellos”) vienen por los judíos para perpetrar el holocausto, ninguna de las etapas sucesivas deriva de un fenómeno natural. Es que la naturaleza está vedada a la humanidad, compuesta íntegramente por seres sociales que pueden resultar víctimas de crisis históricas como el ascenso del nazismo o de la ultraderecha, aunque crean a veces que cerrando los ojos pueden evitar sus nefastas consecuencias. Hasta es imaginable una apariencia de que los acontecimientos no derivan de una cadena de decisiones políticas sino de causas naturales, cuando en verdad la naturaleza es inaccesible, aun cuando cada ser humano que transita por este valle de lágrimas haya debido rozarla tangencialmente y con la mayor cercanía al momento de su nacimiento, y ya tenga una cita de máxima proximidad cuando le toque despedirse.

Ahora bien, los autopercibidos anarcocapitalistas, animadores de un oxímoron difícil de asimilar, detentan el poder en la Argentina y sostienen que la puesta entre paréntesis de la política restauraría “una macro” saludable, habida cuenta de que así es posible despojar a ésta de cuanto la infectó aquélla. Hay que hacer payasadas incluso para terminar con la seriedad de la política: todo vale si al final del camino se coloca una luz promisoria para quienes lleguen a verla, iluminando un mercado sin fallas y generador de prosperidad ilimitada que derrama, como lo hiciera en el pasado, bienestar para todos. Puro cinismo.

En verdad, el poema de Niemöller o Brecht es aplicable al gobierno de Milei y sus principales colaboradores en las versiones que omiten la mención de los nazis, aunque preserven un “ellos” de ultraderecha que da miedo. Pero a estos “ellos” tampoco les gusta jugar ese papel, como lo demostró Milei, que dijo en innumerables ocasiones que carece de vocación política, que es economista (y está orgulloso de serlo). Sin embargo, el presidente mantiene intervenciones estatales sobre precios regulados que son clave, como las tarifas que no paran de subir y angustian a la mayoría de la población, sin que se diga cuándo habrá de terminar la recuperación de la renta de las empresas involucradas. Son comportamientos, como el referido a la persistencia del cepo cambiario, entre tantos otros ejemplos, que habilitan la presunción de que responden a groseras decisiones políticas. Y entonces amerita otra pregunta: ¿por qué la necesidad de ocultarlas?

Los anarcocapitalistas o libertarios vernáculos, all’uso nostro, consideran que el poema de Niemöller/Brecht, aunque preservara la enunciación de los conjuntos de las víctimas del exterminio, con la supresión del sujeto político en tanto causante (sea “los nazis” o un “ellos” más abstracto) se volvería deliciosamente exculpatorio. Y hay que permitirse un paso más, con la idea de retomar el asunto en otras oportunidades. El retroceso de los decisores políticos no significa que las decisiones no se tomen, sino que serán tomadas en otro lado. Y si el Estado, la máxima instancia de poder político en una comunidad nacional moderna, es gradualmente destruido y retrocede, las decisiones serán tomadas por los mercados, al margen de toda normatividad, en un ámbito donde es hegemónica una visión darwinista de los asuntos humanos.

Para ilustrar esto último, y muy sintéticamente, resulta interesante recordar que apenas el presidente Alberto Fernández decretó la cuarentena a raíz de la pandemia del Covid-19 recibió la llamada de su antecesor. Mauricio Macri le manifestó un severo desacuerdo, le aconsejó que naturalizara el abordaje de la crisis y que, en última instancia, dejara que murieran quienes tuvieran que morir. No fueron palabras afortunadas, y una vez difundidas hubo mutuas y reiteradas desmentidas al respecto, pero el fantasma de Charles Darwin sobrevoló el episodio, y aún permanece allí. Además estas ideas, como una espada de Damocles encima de las cabezas de las mayorías nacionales, siguen al alcance de la mano de aquellos malandrines que buscan (porque las necesitan) excusas, coartadas y oportunos incógnitos, y aspiran a proyectar sobre los procesos sociales, siempre que les convengan y para poner entre paréntesis a la política, leyes científicas formuladas merced al estudio de la naturaleza. También aspiran a ser creídos, realizando entonces una suerte de crimen perfecto, sólo evitable desplegando enfrente un quehacer militante constante, y dando todas las batallas culturales que corresponda.

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