La deriva autoritaria de Milei y la necesidad de unificar una respuesta

También Mussolini, como magistralmente describe el escritor Antonio Scurati, apelaba al término “casta” para alimentar el odio de la sociedad italiana a la dirigencia de los partidos, especialmente del entonces Partido Socialista. Ese odio fue el que creó las condiciones para el ejercicio del terror por parte de los escuadrones fascistas sobre los cuadros políticos y sindicales que se le oponían, realizando masivas “excursiones” nocturnas destinadas, porra en mano, a “cazarlos y exterminarlos”. ¿No será hora de recuperar el espíritu de la vieja Multipartidaria, conformada durante la última etapa de la dictadura? El documento fundacional de aquel histórico nucleamiento se titulaba “Antes de que sea tarde”.

Aunque el Presidente se enoje al rechazar cualquier punto de contacto, advirtiendo que su ideología reconoce como principio fundante el respeto irrestricto a las libertades individuales, la acción concreta del movimiento libertario y, particularmente, el modo en que actúa Milei, no casualmente han sido emparentados por diversos analistas a ciertos rasgos característicos del fascismo.

La extraordinaria obra literaria de Antonio Scurati publicada por Alfaguara,  M. El hijo del Siglo (Premio Strega 2019), M. El Hombre de la Providencia, M. Los últimos días de Europa y M. La Hora del Destino, esta última entrega de reciente aparición, reconstruyen a través del género de la novela histórica un fresco vívido y, por cierto, inigualable, del nacimiento, ascenso y trágico final del movimiento fundado por Benito Mussolini. 

Salvando las distancias que existen entre el mundo de hoy y la época que acompañó el surgimiento del fascismo, el autor logra una magnífica reconstrucción del proceso social y político de esa etapa de la historia italiana, junto a la descripción de la psicología del Duce del Fascismo. Un personaje extraordinariamente controvertido que combina junto a su sofisticada formación intelectual y a una vasta cultura, simultáneamente, el rasgo de un primitivismo animal que lo impulsa a cometer, tanto en su vida privada como pública, actos que lo sumergen en las oscuridades más insondables de la condición humana. 

La obra de Scurati (transformada en best sellers en Europa) contiene -como lo han remarcado sus críticos – una extraordinaria actualidad. Y no solo para enriquecer la interpretación de las corrientes de la extrema derecha que desde hace años fueron creciendo en el viejo continente.

Una de las constantes que establece un paralelo entre el fascismo y las expresiones de la nueva derecha es precisamente la propensión a la violencia, a veces contenida y otras veces  –como sucedió en la Italia mussoliniana–  como un fenómeno explícito que terminó impregnando la dinámica del proceso político. Comenzó con la violencia verbal y gestual, y derivó en la violencia física como método para imponer una disciplina política y social que desalentara y eliminara cualquier tipo de oposición o disidencia. Incluyendo también como blanco al periodismo, al que sometió hasta transformarlo por la vía de la fuerza en un órgano del propio régimen.  

En los dos primeros tomos de su trabajo Scurati describe cómo se va conformando, progresiva y paulatinamente, el clima que envuelve los acontecimientos y los desliza hacia la tragedia, primero a través de hechos aislados, luego mediante la instauración de una violencia sistemática, hasta derivar en la conformación del régimen totalitario que termina monopolizando en términos absolutos el poder en la persona de Mussolini, y que ulteriormente conduce a Italia hacia el abismo.

Lo notable de la obra de Scurati es, en este aspecto, la recreación, etapa por etapa, de cómo la violencia al mismo tiempo que escala, como método ejecutado por las escuadras fascistas, se va naturalizando en la sociedad. El complejo de causas, íntimamente relacionado al destrato que sufre Italia por parte de las potencias socias y aliadas luego de finalizada la Primera Guerra Mundial, explica el trasfondo que acompaña el ascenso de la figura de Mussolini. Y el deslumbramiento que sienten por él amplios sectores de la sociedad sedientos de un nacionalismo que restableciera para Italia la condición imperial, anestesiando las reacciones sociales y políticas frente a la espiral de violencia que en su marcha “victoriosa” ejerce con brutalidad el propio régimen.

También Mussolini, como magistralmente describe Scurati, apelaba al término “casta” para alimentar el odio de la sociedad italiana a la dirigencia de los partidos, especialmente del entonces Partido Socialista. Ese odio fue el que creó las condiciones para el ejercicio del terror por parte de los escuadrones fascistas sobre los cuadros políticos y sindicales que se le oponían, realizando masivas “excursiones” nocturnas destinadas, porra en mano, a “cazarlos y exterminarlos”. Y que llegó al extremo con el brutal asesinato de Giacomo Matteotti, el líder socialista, férreo opositor a Mussolini, secuestrado el 10 de junio de 1924 en Roma y cuyo cadáver fue encontrado semanas después. Un hecho que si bien produjo una gran conmoción no alcanzó a frenar la consolidación del fascismo, encarnado en la figura de Mussolini, como régimen totalitario.

Los miembros del Partido Comunista, la fuerza que mayor resistencia le opuso al fascismo, también fueron blanco de las escuadras. Asesinados o encarcelados, como el caso de Antonio Gramsci, el político, filósofo, periodista e intelectual italiano que escribió los famosos Cuadernos de la Cárcel apresado por el régimen el 8 de noviembre de 1926 y cuya muerte, por estar ya gravemente enfermo, se produjo 6 días después de haber recuperado su libertad en abril de 1937. 

¿Hacia dónde se dirige Milei?

Al mismo tiempo que las encuestas confirman que crece el porcentaje de reprobación a la gestión de Javier Milei y disminuye su imagen (aunque manteniendo una base de apoyos considerable), comenzaron a producirse una serie de hechos que dieron un nuevo giro a la ya reiterada violencia verbal del Presidente. Mezclados con esa escalada de agravios e insultos, se registraron hechos de violencia física que involucraron – ya sea en calidad de víctimas o de victimarios – a militantes libertarios, en la mayoría de los casos protagonizando provocaciones e incentivando enfrentamientos.

A los incalificables dichos de Milei sobre la persona del sanitarista y dirigente del justicialismo Ginés González García, el mismo día en que su familia anunció su fallecimiento, se sumó, haciendo referencia al entusiasmo que le despierta su propio “morbo”, según el mismo Presidente reconoció, la frase “me gustaría meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo con Cristina adentro”. Dos claros indicadores de la profundización del camino que viene recorriendo el líder libertario en su deriva autoritaria

Confirmada, además, bajo la excusa de cuestionar operaciones (reales o figuradas) realizadas en su contra, por los reiterados ataques al periodismo en general, con la excepción de aquellos columnistas o entrevistadores que se prestan indecorosamente a jugar el juego que impone arbitrariamente el líder libertario, cuya psicología, a juzgar por sus reacciones intempestivas, parecería llevar el sello de la intolerancia.  

Como se recordará, luego del episodio provocado por un grupo de libertarios en la Universidad Nacional de Quilmes, que arrojaron gas pimienta a estudiantes que participaban de una asamblea, la concejala de la Libertad Avanza Estefanía Albasetti  había justificado la agresión señalando que “los zurdos de mierda son muerte y merecen ser señalados”.  

Quien ocupa en el dispositivo de poder de Milei el rol de conciliador, el jefe de gabinete Guillermo Francos, un par de semanas atrás, haciendo referencia a las protestas estudiantiles en rechazo a la reducción del presupuesto para las universidades, tuvo conceptos que van en la misma dirección al sugerir una asociación que está fuera de todo contexto: “en la década del ’70 también se tomaban universidades. Se tomaban universidades y después se generaba un movimiento que utilizaba la violencia para expresar sus posiciones, se convirtió en guerrilla subversiva y generó después la represión».

Patricia Bullrich días después fue más allá aún, al decir que los estudiantes que participan de la protesta se proponían ir al Palacio Pizzurno (cosa que los hechos desmintieron) “con bombas Molotovs”, señalando que «lo que están buscando es algo muy pesado. Ellos tienen en la cabeza el modelo chileno, que fue el descontrol total a partir de un grupo de estudiantes, con revueltas, con muertos». 

A su vez, para cerrar el círculo, la reaparición a instancias de la Vicepresidenta Victoria Villarruel de la controvertida figura de Isabel Perón, reinstaló (muy especialmente en el territorio digital) el fantasma de la organización paramilitar de derecha de los´70, la Triple A, que el propio Milei se encargó de recordar, ubicando falsamente a la viuda de Perón como su creadora. Y marcando su diferencia con Villarruel al decir “yo no lo hubiera hecho”, al referirse a su entrevista con Isabelita en las afueras de Madrid y a la decisión de la Vicepresidenta de inaugurar un busto en homenaje a su figura en el Senado. 

Desacuerdos pero, al mismo tiempo, funcionalidad entre ambas partes para amplificar el fantasma que sirve para alimentar desde ángulos contrapuestos el odio antiperonista.

Para sus lectores, la actualidad de la obra de Scurati no consiste en concluir que la nueva derecha, como sucede con los libertarios, reproduce el fenómeno del fascismo tal como tuvo lugar en la Italia de Mussolini, lo cual sería un completo absurdo. La actualidad está basada en mostrar cómo la presencia de ciertos rasgos y patrones comunes entre ambos fenómenos, distanciados en la historia pero emparentados por su misma esencia, pueden interpretarse como signos de alarma. En el sentido que la nueva derecha, al igual que sucedió con el nacimiento del fascismo, lleva consigo el “huevo de la serpiente”. 

En otras palabras, que en determinadas condiciones lo que existe como posibilidad – la violencia política latente – puede transformarse en realidad. Ya lo vimos en el asalto al Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021 cuando un grupo de fanáticos de Trump, actuando de un modo similar al que lo hacían las escuadras fascistas, irrumpieron como vándalos en la cámara, a los tiros y a los palos, con el propósito de torcer el resultado de la elección que le había dado el triunfo a Biden sobre el republicano. 

Algo similar sucedió, como se recordará, cuando el 8 de enero de 2023, a poco tiempo de asumir la presidencia Lula Da Silva, partidarios del derrotado Bolsonaro produjeron el asalto a la Plaza de los Tres Poderes, también actuando como verdaderas escuadras al estilo fascista. En ambos casos, como sucedía con los escuadrones de Mussolini, incluyendo gente reclutada del mundo donde gobierna la marginalidad y el lumpenaje.

El manual de Steve Bannon     

En el territorio de las redes sociales los activistas que apoyan a Milei, especialmente la línea de influenciadores que ocupa la avanzada del ejército libertario, actúa con extrema agresividad contra quienes expresan sus críticas, desacuerdos o reclamos al actual presidente. 

Siguiendo el manual de Steve Bannon, principal ideólogo de las estratégicas políticas y las técnicas comunicacionales de la nueva derecha, la violencia ejercida contra los opositores o disidentes es inherente a la concepción política que enmarca su accionar. No sólo cumple el objetivo de agudizar el tipo de polarización que mayor rédito les produce sino, al mismo tiempo, tiene el efecto de inmovilizar a los sectores que se rehúsan a escalar la espiral de violencia que ellos mismos alimentan con su catarata de agravios y agresiones.

El desplazamiento hacia los extremos, como parte del mismo movimiento, con sus efectos ambivalentes, conduce a la desmovilización de las mayorías. Una vieja fórmula, aggiornada a los tiempos que corren. A su vez, funciona como un recurso para desplazar el centro de atención sobre aquellos temas de fondo que, por efecto de las políticas del gobierno, llevan al país hacia la agudización del drama social que es inherente a un programa diseñado para el beneficio exclusivo de una minoría.

La escalada de la violencia puede asumir distintas formas e intensidades. Hay que señalar que el carácter autoritario de la nueva derecha, como ocurre con los libertarios, está en su propio ADN. ¿Hasta dónde puede llegar? A juzgar por los alcances de sus planteamientos, que no contemplan reglas que determinen límite alguno que no sea el establecido por sus posiciones extremas o fundamentalistas, el único freno a su violencia intrínseca está determinado por las reacciones, políticas y sociales, que en cada circunstancia pongan un dique de contención a la deriva autoritaria.

Los libertarios representan en la escena nacional, en ese aspecto, un nuevo fenómeno político, emparentado al macrismo pero a la vez diferente. Si bien han llegado al poder a través de las urnas, contienen el virus violento propio de toda concepción de orden fundamentalista, que en el caso de Milei se sintetiza en un economicismo basado en la ortodoxia extrema del más rancio monetarismo. Todo el fenómeno económico y social es visto desde esa mirada reduccionista, sin admitir otra perspectiva que no sea la que nace de su propio fanatismo, tal como el propio Milei lo expresa en sus conceptos y modo de actuar o reaccionar. 

El hecho de haber llegado al gobierno a través del voto, aprovechando el descrédito de la dirigencia, no transforma la esencia de su ADN. Con la excusa de “terminar con la casta” lo que Milei está haciendo -impulsado por ese mismo fanatismo – es avasallar, cuando no erosionar, a las propias instituciones sobre las que se basan el orden democrático. ¿Se trata de una exageración o de una tendencia que marca el sentido de su accionar? 

¿Cuál es la reacción de la dirigencia?

La escalada de agravios de Milei contrasta con la falta de una reacción, consciente y coordinada, de la dirigencia de los partidos y sectores sociales comprometidos con la preservación del orden democrático. Puede parecer una exageración, pero la historia nos enseña que, si no se frena a tiempo, la dinámica del autoritarismo y de la violencia tienden a espiralizarse. ¿Acaso la Argentina no tiene innumerables antecedentes que lo confirman? Y no solo eso: también existe el riesgo de que a la violencia se la perciba como un hecho subyugante y al mismo tiempo trivial. ¿Acaso no sucedió algo de eso cuando se produjo el intento de asesinato de la ex presidenta Cristina Kirchner?

En el caso de Italia, la obra de Scurati, que va reconstruyendo la época según el estricto orden cronológico de los acontecimientos que describe, muestra cómo, ante las agresiones de Mussolini y sus adláteres, buena parte de la dirigencia (y también el periodismo, como queda ilustrado con el caso emblemático de Corriere Della Sera) primero reaccionan vehementemente, luego lo hacen con menos convicción y finalmente, salvo contadas excepciones, terminan aceptando pasivamente – y aun adhiriendo – a las imposiciones del régimen.

Repasando los diez meses del gobierno de Milei, en lo político no ahorró epíteto ni agravio alguno para insultar a gobernadores, legisladores, dirigentes sociales, figuras de la cultura, políticos, periodistas y miembros de la propia Libertad Avanza que exhibieron diferencias o matices respecto a sus posiciones. 

En ese contexto, más allá de las críticas que despiertan las agresiones del Presidente, lo que resalta por su ausencia es, como se mencionaba, una reacción coordinada de la dirigencia para ponerle un límite a esa escalada autoritaria, estrechamente asociada, además, a la índole de su programa económico

Sumergida en disputas internas y en discusiones que adelantan los tiempos políticos y electorales, no solo la dirigencia del justicialismo, por acción u omisión, contribuye a crear el vacío que viene siendo aprovechado por Milei para acentuar su deriva autoritaria. Un vacío que le ha permitido al Presidente, aun en minoría, disciplinar a golpes de fusta (y a la vez mostrando la zanahoria) a gobernadores, legisladores, dirigentes sociales y sindicalistas, para imponer sus políticas extremas de ajuste y desmantelamiento. Y, en consonancia con el modelo económico de exclusión con el que pretende reconfigurar el país, para seguir desplegando, peligrosamente, sus posturas amenazantes ante quienes se interpongan en su camino.

No se trata de una exageración sino de un registro de la realidad que intenta dimensionar, incluso a riesgo de cometer simplificaciones, la gravedad de los hechos. ¿No será hora de recuperar el espíritu de la vieja Multipartidaria, conformada durante la última etapa de la dictadura, con el propósito de imponer la vuelta a la democracia y cambiar el entonces rumbo económico del país?, ¿No será tiempo de hacer confluir en un amplio frente común a la dirigencia nacional, en su más amplio espectro, para frenar las políticas económicas de Milei y su escalada autoritaria? Todo ello, como titulaba a modo de consigna el documento fundacional de aquel histórico nucleamiento: “Antes de que sea tarde”. 

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