El sexo de los ángeles

Al campo nacional y popular le toca resistir los embates de quienes agitan las banderas de viejos prejuicios, y perciben cualquier avance de las mayorías para vivir mejor como una pérdida irreparable. La discusión alrededor de uno de los libros distribuidos en las escuelas de la Provincia de Buenos Aires lo prueba.  En las aulas habrán de suceder episodios sustantivos de la Batalla Cultural, sazonados con nuevas esencias de vieja moralina.

Las escuelas, todos los dispositivos de enseñanza, las bibliotecas y los libros catalogados y a disposición de los usuarios en sus anaqueles, pueden ser problemáticos, especialmente cuando continúa una presunta y decisiva batalla cultural. El hombre de piel naranja que volverá al ejercicio de la Presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump, durante la campaña electoral aseguró que en caso de ganar, como lo hizo de manera inapelable, disolvería el Departamento de Educación y delegaría todo el asunto en los estados, habida cuenta de que “deseamos que dirijan la educación de nuestros hijos, ya que lo harán mucho mejor”.

Auténtico faro del conservadurismo contemporáneo, prometió desplegar las medidas necesarias respecto de la enseñanza para que los padres “estén a cargo y posean la última palabra”, en el marco de sistemas preferenciales de financiamiento y “trato favorable” para las escuelas donde ellos elijan directores y puedan abolir la titularidad de los maestros a nivel primario y secundario. También habrá trato preferencial de modo que dispongan de colegios para sus hijos en los que se establezcan pagos por mérito a fin de incentivar la calidad educativa, y puedan reducir la planta de administradores escolares, prescindiendo incluso de quienes “supervisan las iniciativas de diversidad, equidad e inclusión”.

La devolución a los padres del control “de la educación de sus hijos” o la intención de otorgar prioridad a las familias y los niños replicarán medidas ya puestas en vigencia durante su mandato anterior, con importantes efectos apenas se las considera desde la perspectiva de la cultura. Además el restablecimiento de la denominada Comisión 1776, también lanzada durante su anterior gestión para “promover la educación patriótica” y alentar “a nuestros educadores a enseñar a nuestros niños sobre el milagro de la historia de los Estados Unidos y hacer planes para honrar el 250 aniversario de nuestra fundación”, demuestra que Trump es uno de los políticos con mayor suerte de la historia moderna. En efecto, sigue teniendo muchísimo dinero, fue presidente y sancionó la mencionada Comisión 1776, perdió la primera reelección, mantuvo su candidatura a rajatabla para volver a la Casa Blanca, sobrevivió a un par de atentados durante la campaña (con una bala que casi le suprime la oreja derecha), ganó los comicios y en julio de 2026, cuando sea celebrado el 250 aniversario, ¡seguirá siendo Presidente de los Estados Unidos!

Siempre atento a preservar un mandato manifiesto de grandeza para su país (manteniendo a la par el liderazgo de la industria manufacturera y la construcción de un Estado sin burocracias cloacales, por decirlo así), el trumpismo considera necesario desfinanciar a las escuelas que enseñan teoría crítica de la raza, difunden ideología de género o proceden al “adoctrinamiento de izquierda” en un todo de acuerdo con los funcionarios “marxistas” del Departamento de Educación, a quienes habrá que despedir. Pero además plantea que en las escuelas actualmente se violan varias cláusulas constitucionales de establecimiento y libre ejercicio y, en tal sentido, retomará líneas de acción ya implementadas durante su anterior mandato y con raíces que se remontan a la tradición republicana, como la investigación y la corrección de violaciones de derechos civiles por discriminación racial en las escuelas o el cumplimiento de que no se les imponga una religión oficial, agraviando el derecho de los ciudadanos a que sus hijos practiquen la propia. Ahora Donald Trump, de vuelta en la Casa Blanca, habrá de sostener también lo que llamó en su momento “el derecho a rezar”, idea que puede resumirse en los siguientes términos: de acuerdo con lo dictaminado en 1962 por la Corte Suprema, en las escuelas públicas los estudiantes no están obligados a rezar para no violar la prohibición constitucional de establecer una religión oficial, pero si lo desean pueden hacerlo, solos o en grupos.

El amplio abanico de posicionamientos ideológicos que va desde el centro derecha hasta la extrema derecha está de parabienes con el triunfo de Trump. Y como los discursos del odio vuelven ilusoriamente homogéneas realidades nacionales diversas y abundan en los Estados Unidos graves problemas sociales de larga data, el mundo entero puede mirarse en un espejo y tomar nota de aquellos diagnosticados, las soluciones planteadas y los resultados posibles. Y tomar nota no siempre de buena manera porque también es tentadora la visión reduccionista de Kevin Roberts, director de uno de los puntales del trumpismo, la Heritage Foundation, que planteó que en los Estados Unidos “estamos en el proceso de la segunda Revolución Americana”. Y aseguró, a modo de conclusión: “No habrá derramamiento de sangre, si la izquierda lo permite.”

Al igual que en los Estados Unidos parece claro que en el mundo entero las escuelas, con sus educadores, programas de enseñanza y anaqueles de sus bibliotecas llenas de libros, bien pueden funcionar como privilegiados dispositivos de adoctrinamiento. En la Argentina el conservadurismo extremo hace tiempo que lanzó denuncias al respecto, pero una vez instalado en el gobierno pareció menos entusiasta, como si a la hora de pasar a los hechos la verbalización desbordante de consignas marchara en relación inversa al desfinanciamiento de la educación y a los consecuentes conflictos con los docentes, las universidades y el estudiantado. Pero hace unos días sin embargo, en ese marco, la vicepresidente Dra. Victoria Villarruel publicó en su cuenta X: “Los bonaerenses no merecen la degradación que @Kicillofok les ofrece. Existen límites que nunca deben pasarse. ¡Dejen de sexualizar a nuestros chicos, saquen de las aulas a los que promueven estas agendas nefastas y respeten la inocencia de los niños! ¡¡Con los chicos NO!!” Seguidamente en un recuadro transcribió dos fragmentos del libro Cometierra, de Dolores Reyes, una escritora, docente y feminista nacida en 1978 y educada en el Profesorado de Enseñanza y en  la UBA, madre de siete hijos y autora de una primera novela (Cometierra, precisamente) que tuvo gran éxito y fue traducida a numerosos idiomas. Trascurridos cuatro años, en 2023, publicó Miseria, su segunda novela que se presenta como continuación de la anterior.

La reacción de la vicepresidenta llegó luego de que la Fundación Natalio Morelli, actualmente muy vinculada con la diputada Lilia Lemoine y, según asegura, dedicada a la protección de niños (desde el momento de la concepción hasta que puedan tener voz) y adolescentes, denunciara al Director General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires,  Alberto Sileoni, por haber distribuido en las escuelas libros que contienen pasajes con contenido sexual explícito, como la novela Cometierra. Las declaraciones controvertidas fueron subiendo de tono, lógicamente, y hubo quienes criticaron con énfasis la inclusión de ese tipo de materiales como parte de la Educación Sexual Integral. Y la cuestión requirió varias precisiones porque pudo analizarse (aunque no se hizo) desde la perspectiva de la libertad de expresión, tal como la ejercieran la autora de Cometierra como también las autoridades del área de Educación de la Provincia de Buenos Aires y la vicepresidenta Villarruel al difundir dos pasajes del libro en su cuenta X. Y lo cierto es que la libertad de expresión de la autora Dolores Reyes está fuera de discusión, y que tal vez algo de responsabilidad quedaría circunscripta en quienes la difundieran fuera de contexto.

El Director General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires,  Alberto Sileoni, debió referirse a las regulaciones vigentes para la distribución de libros como el de Dolores Reyes. Estos volúmenes forman parte de la colección “Identidades Bonaerenses”, no llegan a los estudiantes sino a las bibliotecas, no forman parte de los programas educativos, son un apoyo para los docentes, tienen una guía que aconseja a los eventuales lectores y se destinan además al ciclo superior de la enseñanza. En otros términos, los pasajes reproducidos por la vicepresidenta en su cuenta X fueron accesibles con más facilidad que los pasajes del libro impreso remitido a las escuelas, que no son de lectura obligatoria y se advierte que requieren respaldo orientativo docente para una correcta interpretación. Sileoni respondió con mesura al embate mediático que motivó la denuncia de la Fundación Natalio Morelli, que a través de su titular y varios de sus miembros debió reconocer que los libros cuestionados no son de lectura obligatoria, pero su disponibilidad en un entorno escolar implicaría violación de los derechos del niño, según su punto de vista, dados los riesgos implícitos en la exposición inapropiada, y también “un abuso sexual encubierto”.

El debate siguió su curso. En algunas intervenciones públicas de Sileoni aparecieron las aspas de los molinos de viento de la vieja moralina, la misma, la de siempre. Y cuando salió al cruce de quienes dicen que la gestión de Axel Kicillof “sexualiza» a los alumnos a través de la distribución de ciertos libros “pornográficos”, destacó por supuesto que el objetivo final era llevarse puesta a la Educación Sexual Integral. Pero además sucedió durante el debate algo conmovedor, porque Sileoni respondió a las viejas y rutinarias acusaciones más subidas de tono con la evocación de aquella nada feliz definición de Javier Milei, cuando dijo que “el Estado es un pedófilo en un jardín de infantes con nenes encadenados y bañados en vaselina”. También enfatizó la hipocresía de la postura punitivista de los conservadores consecuentes, quienes piensan que los adolescentes no deben leer libros como el de Dolores Reyes a los 17 años, pero sí pueden ir presos a los 12, o pretenden hacerse los distraídos cuando cualquiera sabe que están a un “clic” de los contenidos pornográficos de última generación, por decirlo así.En varias ocasiones Sileoni dijo que él y los funcionarios del área en la Provincia de Buenos Aires están dispuestos a luchar contra la hipocresía, y estas palabras remitieron sin solución de continuidad a otras debidas a un célebre poeta francés del siglo XIX, en su momento censurado también, Charles Baudelaire. En el primer poema de su obra magna Las flores del mal, titulado “Al lector”, Baudelaire asegura que hay algo peor que un exhaustivo inventario de horrores que enuncia genialmente, sin omitir “al Diablo que empuña los hilos que nos mueven”, o lo chacales, panteras, simios, y un larguísimo etcétera. Pero hay algo peor y más inmundo en la jaula infame de quienes animan los vicios de la modernidad, algo que tiene “ojos llenos de involuntario llanto” y “sueña con patíbulos mientras fuma su pipa”. Y concluye Baudelaire: “Tu le connais, lecteur, ce monstre délicat, Hypocrite lecteur,—mon semblable,—mon frère! (Tú conoces, lector, este monstruo delicado. Hipócrita lector –mi semejante– ¡hermano mío!).

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