El mal cálculo del señor Yoon

El presidente de Corea del Sur declaró la ley marcial, como en los viejos malos tiempos de dictadura. Duró seis horas, lo echaron y Washington se quedó sin un aliado de los duros.

Corea es una democracia, un país rico y un sorprendente exportador de películas y series. Lo que hace olvidar que era un país miserable, colonizado y crucificado por el Imperio Japonés, y gobernado por una serie de crueles dictadores militares. La historia coreana es de las terribles, con siglos de lucha contra China, de la que geográficamente es una península, y décadas de guerra con aquel Japón expansionista que terminó en Nagasaki.

Luego vinieron, por supuesto, la invasión del norte comunista, bajo el mando del primer Kim, y los casi tres años de guerra entre norteamericanos, coreanos de allá y de acá, y tropas chinas. El país quedó demolido y los americanos no usaron bombas atómicas porque lo echaron a tiempo a Douglas MacArthur, el general de la pipa, que tenía el dedo en el gatillo. Corea quedó partida en dos, con los Kim haciendo lo suyo al norte y los generales al sur.

Siguieron décadas de dictadura a la sudamericana, con impunidad garantizada por la geopolítica de la región. Estados Unidos tenía y tiene vastas bases militares y tropas en número suficiente como para frenar a los Kim si invaden, hasta que lleguen refuerzos. También servía para monitorear y en todo caso bombardear la China de Mao. Corea era como un segundo Japón, más pobre pero estratégico, con lo que los dictadores hacían lo que querían.

Y lo que hacían, cada tanto, era declarar el estado de sitio y la ley marcial, allanar y detener opositores, especialmente estudiantes, y torturarlos. A las manifestaciones se las recibía a balazos, a los que no convenía secuestrar o matar se los exiliaba. El capital político de ser un bastión de Occidente en zona roja era enorme.

A la vez, los militares se enriquecieron desarrollando el país, con la burguesía aprovechando la disciplina social dictatorial y acomodando a los generales retirados en sus directorios. Corea logró su democracia cuando ya era un país rico y ser una dictadura se caía de viejo.

La marca autoritaria se sigue notando en pequeñas cosas, como que el país es gobernado técnicamente hablando por un primer ministro nombrado por el parlamento, pero el poder está en la presidencia. A ojos extranjeros es algo incomprensible, porque los primeros ministros gobiernan en nombre de un rey o de un presidente que es una figura moral más que política. No es así, ni remotamente, en Corea.

En este momento, la República está efectivamente sin gobierno porque el 3 de diciembre el Presidente Yoon Suk Yeol declaró intempestivamente la ley marcial, citando como razón un vago peligro de ataque del Norte. Nadie le creyó, ni su propio partido, y en cosa de horas le voltearon el decreto. Dos días después estaba citado por la Corte Constitucional y no se presentó. En menos de una semana estaba suspendido y el primer ministro, funcionario jamás votado, se hizo cargo del país.

Todo esto en medio de masivas marchas de oposición que arrancaban a la hora de la salida del trabajo y fueron espectaculares. Esta ley marcial fue la primera que no costó ni una vida y terminó mostrando que la democracia sí tiene raíces en la vida coreana. Fue una pacífica muestra de fuerza de la sociedad, que le dio coraje a las instituciones para castigar al presidente.

Donde se quieren matar es en Washington, que tenía en Yoon al presidente coreano que siempre habían soñado. Como se sabe, los norteamericanos pueden ser re progres en casa, pero en donde pisan suelo extranjero sólo piensan en el interés nacional. Joe Biden había recibido a Yoon con las banderas al viento, como un huésped de máximo honor, por su línea de total dureza con Corea del Norte. Los yankees estaban hartos del progresista Moon Jae-in, que había seguido una política de diálogo con el Norte que le causó muchas peleas con la potencia protectora.

Moon había acentuado una tendencia coreana al equilibrio entre poderes, donde no te terminás de pelear con China, ni con Japón, ni con Estados Unidos, pero no le das los gustos a ninguno. Yoon apareció como un Javier Milei regional, pregonando un alineamiento incondicional. ¿Washington quiere sanciones económicas contra Pyongyang? Faltaba más, aquí están. ¿Hay que gruñirle a los chinos? Grrr. ¿Reconciliarse con Japón? Aquí va la foto con abrazo. Yoon es el primer presidente coreano que no mencionó nunca la ocupación imperial y las masacres japonesas de esos años.

Con lo que esta declaración “surrealista” de ley marcial, como la calificó un apenado funcionario norteamericano, resultó un golpazo inesperado. El premier japonés hasta desmintió que hubiera una visita planeada para enero a Seúl. El secretario de Defensa norteamericano, Lloyd Austin, casi que se baja del avión cuando despegaba para Corea. Yoon era súbitamente un paria.

Qué pasará ahora en el sur de la península es una pregunta para adivinos y contadores de porotos. Habrá que llamar a elecciones adelantadas y habrá que ver quién las gana, para alegría o no de cada uno. Difícil que alguien repita la línea Yoon después de este papelón inexplicable.

Y se arriesga aquí una hipótesis floja de papeles: ¿la inestabilidad emocional tendrá como síntoma el alineamiento incondicional con Washington?

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