En su obra “La sociedad del riesgo”, Ulrich Beck subraya que los riesgos no son una novedad en la historia humana. Por el contrario, las sociedades han convivido con ellos desde siempre. Tal vez la singularidad, la disrupción, se da cuando se incorpora una reflexividad inconforme sobre ese riesgo. Alejandra Luneke, investigadora del Instituto Milenio VioDemos y profesora asociada de la Universidad Mayor de Chile, y Brenda Focás, investigadora del Conicet y profesora de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), vienen desarrollando un estudio microsociológico sobre la percepción y gestión de los cuidados frente al acoso y las violencias contra mujeres en el espacio público.
–¿Cuáles son los principales rasgos de la experiencia urbana que observan en su investigación, sobre todo en la movilidad pública? ¿Existen diferencias en la experiencia que viven las mujeres jóvenes respecto del promedio?
–Alejandra Luneke. Hay factores que se comparten en la experiencia urbana de las mujeres jóvenes de las dos ciudades que analizamos, Buenos Aires y Santiago de Chile. Pero en las mujeres chilenas vemos un nivel mayor de temor y mayores restricciones de movilidad en comparación con las argentinas y, particularmente, las porteñas. Ahora, cuando indagamos el foco del temor urbano, el miedo al abuso sexual en las calles aparece muy fuerte en ambas ciudades. En Chile, por ejemplo, las chicas crean estrategias logísticas para salir o directamente dejan de salir, en mayor medida que las argentinas. Estos resultados cualitativos coinciden con las encuestas globales, donde las mujeres chilenas tienen una percepción de inseguridad más alta –mayor temor a ser víctimas– que las argentinas.
–¿A qué se debe esa diferencia?
–Brenda Focás. En Argentina, el proceso de instalación de la inseguridad como problema público lleva varios años. Estas generaciones de mujeres jóvenes nacieron incorporando el problema de la inseguridad como una dimensión más de su vida cotidiana, un problema que deben gestionar y con el que lidian a diario. En las entrevistas con las mujeres argentinas jóvenes vemos que la sensación de inseguridad no está naturalizada aunque sí incorporada. No uso el término “naturalizado” porque naturalizar algo es no cuestionarlo. Este no es el caso, pero sí está incorporado como una dimensión más de la vida que hay que gestionar. Si viajo en hora pico no tomo el tren porque voy a viajar mal, me van a mirar y a “apoyar” y voy a estar incómoda; prefiero esperar o tomar dos colectivos. Lo mismo ocurre con las salidas nocturnas. Las mujeres no dejan de salir pero hay toda una gestión organizada en torno a esa salida.
–¿Qué es lo novedoso en Chile, en qué se distinguen las estrategias de cuidado?
–AL. Lo novedoso reside en la exposición que tienen las mujeres jóvenes a un discurso público, mediático y político que está totalmente centrado en el aumento de los delitos en los últimos años. Las chilenas y chilenos hemos sido receptores de una intensidad en el discurso público sobre la inseguridad que hace mucho tiempo no se veía.
–¿A qué se responde esa intensidad?
–AL. Tiene que ver principalmente con dos factores (entre muchos otros, sin duda). El aumento de los casos de delitos graves. Las estadísticas sobre homicidios muestran que Santiago hoy es más peligroso que Buenos Aires. La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera los homicidios como un problema grave de salud pública cuando las tasas en las ciudades superan los dos dígitos por cada 100.000 habitantes. En Chile estamos por debajo de ese nivel todavía, aunque la variación año tras año ha subido. Ese aumento es un factor que explica el temor cotidiano que afecta a la ciudadanía. Se instaló una percepción muy generalizada de que vivir en Chile es mucho más peligroso que antes. Un segundo aspecto se asocia con niveles de organización criminal más complejos que los que existían antes. Ambos factores son foco de noticia roja que sin duda afecta a las personas.
–Hablas de una percepción pública de inseguridad generalizada en Chile. Mientras eso se da en la agenda de la sociedad, ¿qué ocurre con la agenda política? ¿Cómo problematizan el problema de la seguridad ciudadana los dirigentes políticos?
–AL. Desde el año 2022, en Chile se habla de la gran crisis de seguridad. La agenda de los partidos políticos de derecha como de izquierda gira en torno a la agenda de seguridad. El gobierno actual ha tenido que negociar su agenda programática y centrar gran parte de su atención en las demandas por seguridad.
–¿Acaso la tematización de la violencia encuadrada en términos de género se relaciona con la tasa de delitos y victimización o con una mayor vulnerabilidad por parte de las mujeres frente a la aleatoriedad de ser potenciales víctimas? Algunos expertos plantean que las mujeres tienen más miedo al delito pese a que son los varones jóvenes los más frecuentemente atacados.
–BF. De las entrevistas surgen muchas referencias a las experiencias cotidianas. En relación con el consumo de medios, lo que aparece en ambas ciudades es más una evitación de las noticias policiales. Esta es una hipótesis de trabajo: no consumir noticias mediáticas como medida de protección porque les genera más temor. Estoy cercana a la premisa del experto Ulrich Beck: cuando las sociedades se vuelven reflexivas respecto de sus propios riesgos, los reconocen y tematizan.
–AL. Desde hace ocho años, hago la misma pregunta a mis alumnas en cada comienzo de clases ¿cuán seguras se sienten en su vida cotidiana en su ciudad?, y me doy cuenta de que hoy las mujeres jóvenes viven la ciudad con muchísimo más temor que como yo la viví en mi juventud. Yo nunca pensé en dejar de salir por miedo al acoso y/o a la violencia sexual o a los delitos. Esta diferencia se asocia al discurso instalado sobre el delito, pero también creo que se relaciona con la tematización de la violencia sexual, que antes no existía. Sobre esta capa, tenemos que indagar más.
–¿De qué se trata esa otra capa que señalas?
–AL. Las chicas tematizan mucho más esta problemática porque son más conscientes. Al menos en el caso chileno, con el surgimiento del movimiento feminista en 2016, 2017 y 2018, se pone en debate una serie de derechos de las mujeres, el derecho a estar seguras en las calles y poner limite a la violencia contra ellas. Incluso durante el estallido social de 2019 esta agenda fue central en el movimiento social.
–¿Qué forma tomó esa tematización? ¿Qué singularidad adquirió con el estallido?
–AL. El estallido social en Chile puso en la palestra la violencia con una perspectiva particular. Los movimientos feministas en Chile fueron muy fuertes y generaron mucho activismo en distintos barrios y espacios públicos. El cántico “un violador en el camino” fue una forma de tematizar la violencia contra la mujer dentro de las múltiples agendas sobre desigualdad.
–La tematización de la violencia en el debate público se conjuga con la creciente tendencia de “evitación de noticias”, donde las personas evitan total o selectivamente consumir información mediática. Y esto no es menor porque los medios son definidos como “victimizadores indirectos” del temor. Teniendo en cuenta el plano público y el plano mediático, ¿qué pesa más a la hora de pensar estrategias de cuidado, el consumo mediático o la transmisión intrafamiliar?
–AL. Yo diría que la transmisión intergeneracional en el interior de las familias: los consejos de las mujeres, de las madres, de las abuelas son muy fuertes en ambas ciudades.
–¿Por qué?
–AL. En ambos países, la transmisión intergeneracional es igualmente fuerte. Al final, tu madre y tu abuela son las que delimitan tu acceso al espacio público. Son ellas las que enseñan sobre las técnicas de autocuidado, y crean el espacio de lo doméstico como un espacio seguro. Al menos eso nos dicen las entrevistadas. En cambio, los padres son quienes enseñan el mundo a las hijas, y las sacan de paseo cuando son pequeñas. El miedo se transmite intergeneracionalmente con fuerte sesgo de género, al mismo tiempo que da cuenta de los procesos de reproducción social.
–BF. En Argentina, la cuestión intergeneracional es muy fuerte. “Mi mamá me dice por dónde moverme o me pide compartir la ubicación”. En la investigación observamos que algunas Apps ayudan a disminuir el temor. Y también están muy vinculados el crecimiento de los movimientos feministas y una mayor reflexividad en torno a los cuidados y a la gestión cotidiana de la seguridad. En Argentina, un hallazgo relevante es que no había cambiado tanto la cuestión del acoso callejero respecto de otras generaciones.
–¿En qué sentido no ha cambiado? ¿Te referís a la percepción de las mujeres sobre ese tipo de violencia?
–BF. Con el avance del feminismo, esperábamos encontrar un cambio cultural respecto del acoso callejero por parte de los hombres. Por caso, no está bien visto que un varón te diga un piropo en la calle. Sin embargo, las chicas jóvenes cuentan que esa situación sigue igual: les dicen cosas en la calle, las “apoyan” en el transporte público, las increpan con la mirada. Una diferencia que observamos en las entrevistas que hicimos a las jóvenes porteñas es que tienen cierta autonomía, mayor empoderamiento y sororidad. Denuncian más cuando son acosadas: le avisan al chofer si alguien las acosa en el colectivo; si están con una amiga, filman la situación como forma de resistencia. Antes, cuando una joven era acosada, se iba avergonzada.
–Todo lo que relatan me remite al dispositivo comunicacional. Que ahora haya tantas apps para estar más seguras y otros recursos comunicacionales, ¿no es acaso una forma de generar mayor temor? En generaciones previas, no contar con un dispositivo comunicacional no era un condicionante de la movilidad. ¿Qué rol juega la dimensión comunicacional hoy?
–AL. Si bien el consumo de la noticia roja puede aumentar el temor al delito, se asocia también al discurso público, a la experiencia en la vida cotidiana y a lo que Gabriel Kessler llama “el habla del delito”. El dispositivo comunicacional, más allá de los medios, funciona como un gossip aumentado. (N. de la R.: el gossip se refiere a la difusión de rumores o cotilleos de forma anónima, sean verídicos o no). El gossip alimenta, moldea y es performativo de la percepción de inseguridad. No se trata solo del consumo de determinado tipo de noticias, sino de la propia construcción del discurso público como un gran rumor. Porque, además, ese discurso público cuenta con múltiples tecnologías por las cuales circula y alcanza a distintas audiencias, con relatos y narrativas asociadas. Eso puedo verlo cuando aplico encuestas rápidas en clase a mis alumnas. Aun cuando muchas de ellas no son más víctimas ni de acoso sexual ni de violencia en el espacio público como sí lo fuimos las mujeres adultas (concretamente, no hay ninguna mujer de mi generación en Chile que no haya sido objeto de acoso), las chicas hoy viven con más miedo. Creo que este aspecto invita a una mayor indagación.
–Brenda, ¿cómo se da la competencia entre conversación interpersonal y comunicación mediatizada en términos de victimización indirecta, es decir, contribuyen de manera secundaria a aumentar el sufrimiento de las víctimas?
–BF. Lo que muestra nuestro estudio es que no todas las apps colaboran con bajar el temor al delito. Y por otro lado, las noticias policiales les llegan aunque las eviten, incluso con una lógica algorítmica según la cual ves el mismo mensaje varias veces.
–¿Cómo juega la circulación de mensajería vía WhatsApp en esta comunicación interpersonal?
–AL. Yo no soy experta en redes sociales, pero el WhatsApp al final es como Twitter: los pequeños mundos en que tú circulas hacen a tu grupalidad. Yo hice una comparación entre las noticias que me llegan mediante mis grupos de WhatsApp y las que le llegan a otras personas fuera de mi círculo social, y son muy distintas. Son pequeñas burbujas comunicacionales con las cuales una se alimenta.
–Ustedes mencionaron los comportamientos preventivos por parte de las mujeres, que, en algunos casos, incluyen autorreprimirse en ciertos comportamientos. ¿Cuánto incide la autorresponsabilización cuando son víctimas de delito?
–AL. En este punto depende la posición política que asumas y también del estatus socioeconómico. Las chicas universitarias que participan de los movimientos feministas se resisten a reproducir el discurso patriarcal y, más específicamente, a la auto-responsabilización. Esto puede asociarse a los datos que muestran que mientras mas consciente eres de la cultura patriarcal que estopa bajo el acoso sexual, menos vas a acatar. Una reciente encuesta realizada en Chile muestra que las mujeres de estatus socioeconómico más alto reportan más temor a situaciones de acoso y de violencia de género. En otros segmentos sociales hay más mecanismos de auto-responsabilización o al menos, que las llevan a hacerse cargo y autocuidarse. En definitiva, a mayor nivel de educación superior, las mujeres están más en contra de sentir que ellas son responsables.
–En las entrevistas, ¿qué tipo de soluciones fueron esbozando las mujeres, aquellas encuadradas en términos individuales o colectivos, de resolución cotidiana, o se trataba de una solución institucional-política?
–AL. En ambos países vemos una disconformidad por cómo ellas se tienen que mover por el entramado urbano. En el caso chileno, restringiendo o cancelando salidas. En el argentino, no tanto. Y luego, una mirada situacional que incluye las micro prácticas de cuidado.
–BF. En el caso argentino, la queja convive con cierta “naturalización” (lo digo entre comillas porque incomoda), pero se asume que es algo que hay que gestionar. En general, los discursos tienen que ver más con una mirada individual de auto-responsabilización: “me robaron el celular, fue culpa mía, lo saqué en el subte y estaba distraída”.
–AL. La relación con el Estado es ambivalente en esta materia. Por ejemplo, en Santiago, se propuso segmentar los carros del metro, con cortes con criterio de género (como en Ciudad de México). Muchas mujeres estaban de acuerdo y muchas otras no. El cuestionamiento apuntaba a señalar: ¿por qué nos las tenemos que bajar aparte del colectivo? “Que los varones se comporten como deben”. “No tenemos porqué hacernos cargo de ellos”. La medida no se ha implementado en Santiago.
–¿Esa posición forma parte de las resistencias culturales a las que hicieron referencia hace un momento? Y, al mismo tiempo, si no hay un reclamo de solución política dirigido al Estado, ¿será que se descree que el Estado sirva para dar esa solución?
–AL. La nuestra es una mirada microsocial, enfocada en violencias o amenazas sexuales en el espacio público. Santiago se distingue de Buenos Aires en este tema particular, porque la violencia y el acoso contra la mujer han explotado y se tematizan mucho más. Nosotros tenemos leyes de femicidio recientes, que son fuertes, pero todavía es algo peleado culturalmente. Yo creo que Argentina ha ido más rápido que Chile en esta materia.