El amor se acaba y su final puede ser amargo, lo que alimenta desde siempre la industria del bolero. Esta semana rompieron el presidente Donald Trump y el empresario Elon Musk, que hace una semana se habían separado como amigos y ahora se dicen de todo. No fue por los chicos, no fue por la cuota familiar, que al final eran un matrimonio político. Fue por la “hermosa y enorme” ley del Donald, el Plan Económico que no le gusta a su ex sudafricano.
La pareja se había conocido en plena campaña electoral, donde se vieron y hubo flechazo. Ambos son caprichosos, omnipotentes, ambiciosos y muy astutos, aunque no muy inteligentes. El Hombre Naranja ofrecía poder político, acceso a las esferas de las altas decisiones. El Hombre Siempre en Remera ofrecía dinero, mucho dinero, además de la mayor red social del planeta. Amor a primera vista, con 250 millones de dólares en aportes de campaña y un tsunami de propaganda política por X.
Musk se exhibió con la motosierra bañada en oro que le regaló nuestro Javier Milei -¿quién la habrá pagado?- y se comprometió a recortar en un tercio, como mínimo, el presupuesto nacional. No hace falta repetir las crueldades de su irregular Departamento de Motosierra, que paralizó todo en el Estado que no le gusta a los republicanos y le arruinó la vida a tantos.
Pero a cinco meses de gobierno, el Donald percibió que Musk era una piedra al cuello. Siempre es bueno para un presidente tener afuera de la gestión a alguien que se lleve la culpa de sus actos, pero hay que saber cuándo es más caro políticamente sostenerlo que echarlo. Por eso, el sudafricano se despidió en la misma Oficina Oval, elogiando al presidente. De paso, nadie aclaró si los minions de Musk van a seguir echando gente y cerrando oficinas públicas.
Duró una semanita. Musk está acostumbrado a decir lo que se le canta por X y terminó diciendo que el Plan Económico es “una abominación”. No porque les saque cobertura médica básica a 18 millones de personas, no porque liquide el Obamacare, no porque cierre cocinas populares y les saque ayuda a los ancianos. Lo que le molestó es que si el Congreso tiene razón en sus cálculos, la deuda pública va a subir 2.400.000 millones de dólares. Eso, dos coma cuatro trillones, millones de millones.
El presidente se calló hasta el jueves, cuando recibió al premier alemán Friedrich Merz, que debe haberse preguntado seriamente qué estaba haciendo ahí. Trump se tomó la costumbre, últimamente, de hacer una suerte de conferencia de prensa cada vez que recibe un mandatario, lo que usó para humillar al ucraniano Volodimir Zelensky y al sudafricano Thabo Mbeki. A Merz no lo gastaron, pero el alemán quedó sentado ahí mirando, medio en rol de helecho en programa de debate.
Ahí fue que Trump explicó que para él Musk está nervioso porque recibe grandes contratos del Estado y puede perderlos. Fue magnífico: el sudafricano estaba viendo todo por televisión y le iba contestando en vivo por X. Los periodistas repreguntaban con el celular en la mano. El presidente dijo que estaba “muy desilusionado con Elon, con tanto que lo ayudamos”, aunque se hizo el distraído cuando le preguntaron en qué y cómo habían ayudado al hombre más rico del mundo. Luego explicó que la manera más fácil de ahorrar dinero en el presupuesto es cortar los contratos y subsidios de Musk, “miles y miles de millones”. Es tan simple, que el republicano se preguntó por qué su predecesor Joe Biden no lo había hecho.
Mientras tanto, Musk tuiteaba que “si no era por mí, Trump perdía las elecciones, los demócratas controlaban la Cámara y los republicanos estaban 49 a 51 en el Senado. Qué ingratitud…” El sudafricano hasta anunció que puede fundar su propio partido y ganar elecciones con el voto del “ochenta por ciento del electorado que está en el centro”. No lo dijo, pero los republicanos que contaban con los cien millones en aportes que había prometido deberían ir buscando otros donantes. Para la noche, se iba a la yugular y afirmaba que Trump está por todas partes en la causa contra Jeffrey Epstein, el financista traficante de chicas que se ahorcó en una celda en 2019. Según el dueño de X, el presidente era cliente en el prostíbulo secreto de Epstein.
Musk no se la llevó de arriba, porque las acciones de X, Space X y sobre todo de Tesla se derrumbaron. El trillonario ya no lo es más, porque este jueves perdió 150.000.000.000 de dólares.
Cosas de Pinocho
Puede que pase desapercibido, pero Trump no tiene un día que no mencione a Biden, como hizo el jueves hablando de Musk. Esta semana se puso un poco surrealista cuando reposteó a un seguidor en su propia red social, uno que afirmaba que el demócrata había sido asesinado en 2020, apenas ganó las elecciones y antes de asumir, y había sido reemplazado por un clon electrónico manejado por otros. Es de imaginar cómo sonaron los teléfonos de las salas de prensa de la Casa Blanca, con periodistas preguntando si el primer mandatario, el hombre que manda en el país, realmente cree eso. La Presidencia guardó un silencio completo.
Lo que no impidió que Trump la siguiera, ni ahí. El jueves, después de pelearse con su ex sudafricano, firmó una orden para que investiguen si Biden gobernaba en serio o no. Ahora se le ocurrió que el demócrata estaba tan viejo que no podía firmar nada y sus funcionarios usaban una pluma automática para validar decretos que él ni leía. La pluma automática es un aparatito ya obsoleto en estos tiempos digitales, que copia la firma de cualquiera y la repite sobre papeles ya impresos. Es lo que se usa para poder mandar, por ejemplo, decenas de miles de tarjetas de Navidad “firmadas” por el presidente. Nadie puede hacer eso a mano.
Biden contestó que “era yo que gobernaba” y le recordó a su sucesor que nunca hubo un presidente que no usara esas plumas desde que se inventaron. Pero la investigación está abierta…
De paso, alguien recordó que la afición trumpiana por el bolazo no es nueva. El Donald es tan mentiroso que en su primer gobierno cada medio importante creó un grupo dedicado a chequear lo que decía. Así se descubrió que mintió, o al menos bolaceó, al menos 30.573 veces en sus primeros cuatro años, un promedio de 21 veces por día. El diario The New York Times analizó sus posteos y reposteos en redes en los seis meses de campaña el año pasado y encontró 330 mentiras, incluyendo que había un plan del FBI para asesinarlo y que los eventos del 6 de enero de 2021 habían sido organizados por funcionarios de Biden.
Decretazos
Pero este Pinocho no sufre agrandamientos de la nariz y tiene la lapicera, manual o automática, con lo que sigue firmando decretos. Esta semana volvió a uno de sus temas favoritos, el de prohibirle la entrada al país a personas con la nacionalidad “equivocada”. Es la quinta vez que lo hace desde 2017 y esta vez el decreto está redactado tomando en cuenta tanto juicio perdido. Las víctimas van de visados ultradifíciles para venezolanos y cubanos, entre otros, y una prohibición total para afganos, haitianos, congoleses y eritreos, entre otros. Una docenita redonda de nacionalidades rebajadas. Van a llover juicios nuevamente, no de los que se quedan sin entrar sino de los que ya entraron y ahora esperan que los Hombres de Negro de Migraciones les golpeen las puertas y los detengan.
Este avance sobre leyes que se consideran cosa del Congreso tuvo otro episodio, menor y menos doloroso pero muy ilustrativo. Trump echó el puesto a la directora de la Galería Nacional de Retratos, uno de los museos públicos que forman parte de esa maravilla que es la Institución Smithsoniana. Como se sabe, Estados Unidos nunca tuvo un ministerio de Cultura, pero la Institución funciona como un super-museo de alto rango y centro de instituciones culturales que uno asociaría con un ministerio.
Y acá viene el tema: la Institución fue creada por ley del Congreso como un ente independiente del Ejecutivo, gobernado por un comité que incluye al vicepresidente de la nación, el presidente de la Corte Suprema, tres senadores y seis civiles expertos en estas cuestiones. Trump, como escribió el muy lúcido columnista Jamelle Bouie, tiene tanto derecho a echar a la directora Kim Sajet como al premier de Noruega… ninguno.
Pero Sajet se tuvo que ir a casa, porque una cosa es la ley y otra el poder presidencial. Encima se fue con el sayo de ser “una persona altamente politizada y una partidaria abierta de las iniciativas de igualdad e inclusión, algo completamente inapropiado para su posición”. Esto no significa que Sajet sea progre, porque la etiqueta se la encajan a cualquiera que no sea un hombre blanco, heterosexual y conservador.
Es el dinero, estúpido
La hiperactividad presidencial se concentró, pese a tanta discusión y tanto decreto, en pasar la super ley económica. Como es costumbre en Estados Unidos, este paquete tiene como título Presupuesto, pero es un árbol de Navidad de iniciativas políticas. El paquetazo renueva los sabrosos descuentos impositivos a los más ricos, le tira una moneda a los menos ricos, serrucha fuerte los servicios sociales, les da más plata que nunca a los militares y borra la miseria que recibía la televisión pública.
El centro del asunto es, por supuesto, que sin los impuestos a los ricos no hay manera de arrimarse a un presupuesto balanceado. Se supone que los republicanos son conservadores fiscales, pero desde la presidencia de Ronald Reagan ejercen sólo cuando gobiernan los demócratas. Esta semana se notó y mucho, porque resulta que el Congreso de por allá tiene algunas instituciones ancilares muy confiables y poco partidarias, como la Oficina Legislativa del Presupuesto. Se trata de un equipo que hace los números para mantener informados a los Honorables, y con data de calidad. La oficina avisó que a diez años proyectaba 2,4 trillones -millones de millones- más en deuda si se aprobaba el Plan Económico trumpiano.
¡Pobre gente! Los republicanos y el presidente les cayeron encima como lobos, cuestionando hasta si saben contar. Trump repitió algo que dice seguido, aquello de “¿y a vos quién te votó?”, cosa asombrosa dirigida a un contador. Sus minions en el Congreso repitieron eso y avisaron que nada, que no es así… Y el presidente agregó que todo déficit se cubrirá con lo que se va a recaudar con las nuevas tarifas de importación.
Tanto el presidente como los legisladores saben a quién tienen que atender con guante blanco: el centro del presupuesto es la baja de impuestos a las grandes fortunas privadas y corporativas, y eso se defiende a muerte.
La misma razón de Estado está asomando en el conflicto Rusia-Ucrania. El canciller Merz, luego de hacer de helecho en la pelea de Trump con Musk, pudo hablar a puertas cerradas con su par norteamericano. Dijeron que la reunión fue cordial, que el tema de tarifas se habló bien, pero que no hubo caso con Rusia. Trump no afloja en su extraña postura de neutralidad huidiza.
Además de lo que pueda justificar su amor por Vladimir Vladimirovich Putin -chantaje o negocios, vaya a saber- esta semana surgió una linda punta del ovillo. El gran negocio ruso es proveer de gas a Europa, una de las pocas maneras que la Unión encontró décadas atrás de tirarle una zanahoria a Moscú entre tanto palo. En este momento, esa dependencia energética significa que los europeos le financian la guerra a Putin, sanciones o no, una paradoja que quieren resolver buscando alternativas. Ya fluye menos gas por los inmensos gasoductos que unen los dos bloques.
Pero ahí apareció un norteamericano, Stephen Lynch, rico e importante aportante a la campaña electoral trumpiana. Lynch quiere comprar uno de los principales gasoductos rusos, el Nord Stream 2, que une Alemania con Rusia por abajo de las aguas del Báltico. Lynch tiró la idea en la Casa Blanca, que no dijo que sí ni que no, y se fue a hablar con los alemanes, que levantaron una ceja y dijeron lo mismo. El detalle es que Trump le propuso varias cosas a Putin si para con la guerra ucraniana, como inversiones en el sector energético. Que una empresa norteamericana sea intermediaria en el negocio del gas en Europa complicaría todo hasta el infinito…
Putin, a todo esto, juró vengar el espectacular ataque con drones que le hizo Zelenski esta semana, y en la madrugada del viernes bombardeó fuerte su capital, Kiev. Lo más llamativo y humillante del ataque ucraniano fue que los drones no despegaron únicamente de territorio propio, sino que andaban circulando por Rusia escondidos en camiones. Más allá de cuántos bombarderos perdieron los rusos -ambas partes exageraron para arriba y para abajo- la cosa es que fue una inesperada operación de inteligencia e infiltración en territorio ruso.
Hay unos cuantos que deben estar sudando en la Plaza Derzhinsky, la sede de la inteligencia rusa.