Trampas de la ideología cuando la mitad padece privaciones

Hay que sustraerse de la dinámica del enfrentamiento y la división entre quienes deben participar en la construcción de una alternativa sólida frente al achique y la fragmentación social y económica. Y no hay que dejar de discutir empleo y salario.

Contra las apariencias, la política no es el territorio de la arbitrariedad perfecta e impune. Esto quiere decir que no se puede hacer o decir cualquier cosa sin pagar un precio, aunque muchas veces no lo parezca ni ello ocurra instantáneamente. 

Por eso siempre las decisiones se referencian en un marco que justifique, siquiera fuese en lo aparente, cierta coherencia conceptual. Tal es una de las funciones de la ideología en la vida política: aportar certeza y, de paso, alguna forma de consuelo para sobrellevar las penurias de las vida cotidiana.  

En el caso argentino actual, muy indicado para ser estudiado en profundidad por su gran complejidad, existe además una operación distractiva permanente sobre la opinión pública que tiene por objetivo principal quitar del foco de atención los problemas principales que padece la sociedad. 

Ellos son, en grado prioritario, el empleo y el salario y su aptitud para satisfacer necesidades básicas. El reemplazo del debate esencial mediante aspectos dislocados o esotéricos lleva al extravío. Ocurre también cuando la información se concentra en cuestiones usuales pero de menor importancia, como por ejemplo centrar la atención sobre la discusión electoral acerca de candidaturas o, por caso, la fecha para convocar elecciones. 

Lo que sea, con tal de que no esté en el centro de atención de la ciudadanía la caída de la producción y en consecuencia del trabajo que se requiere para mantener un nivel aceptable de actividad y de consumo. 

En su lugar se hace bambolla sobre la baja de la inflación sin relacionarla con las condiciones que la hacen posible, esto es la caída de los ingresos fijos, tanto del sector pasivo como de los salarios públicos y privados. A la hora de abastecer a la familia llega la hora de la verdad.

Estos últimos (los salarios privados) siguen a los del sector estatal, que actúa como un elemento regulador del nivel de remuneraciones hacia la baja, estableciéndose así el fenómeno insólito de que, en promedio, los trabajos del sector público se pagan mejor que en el sector privado considerando las horas efectivamente cumplidas.  

Todo prendido con alfileres, pero sostenido por una operación de opinión pública muy eficaz. Los voceros naturales de los trabajadores tanto en activo como buscando ocupación, tal como deberían serlo los dirigentes sindicales, no logran exponer la situación laboral real y concreta, tal vez los desalienta el cuadro recesivo que padece el país. El gobierno, muy consciente de lo que hace, no homologa acuerdos colectivos que superen el 1% mensual, es decir en retraso constante. 

El modelo de ajuste perpetuo, rutinaria respuesta conservadora a las insuficiencias de la estructura productiva argentina, persigue una estabilidad fiscal que no alberga al conjunto de la comunidad. La mitad de la población padece en distinto grado privaciones y dificultades en el acceso a la salud, la educación o la vivienda. La presunta estabilidad buscada implica un altísimo precio para una sociedad que ha conocido tiempos mejores, aun cuando no ideales, y la evocación de esos tiempos como los “años felices” supone de hecho una resignación sobre las más legítimas aspiraciones de los diversos grupos sociales. 

Mientras funcionó aquello (por ejemplo, superávits gemelos en un contexto de altos precios internacionales para los bienes de origen agrícola) se estaba mejor que ahora, de eso no hay duda, pero los fundamentos de tal situación eran precarios como quedó probado cuando cambiaron las condiciones internacionales. 

Establecer aquella realidad como objetivo a recuperar es un error programático en que incurre la mal llamada oposición, porque supone una vuelta al pasado y la crítica a la política actual se plantea entonces sólo en aspectos secundarios del actual modelo en aplicación. No hay revisión crítica ni autocrítica.

Entre otras razones porque aquella gestión no implicaba, más allá de los discursos, una ampliación y diversificación de la estructura productiva argentina. Seguíamos siendo proveedores de materias primas y dependientes de insumos industriales traídos del exterior para que funcionara nuestro insuficiente parque manufacturero, en gran medida atrasado tecnológicamente.

La retórica no reemplaza la realidad, pero es un indicador de las prioridades que, desde una determinada concepción, se piensan como necesarias. En todo caso, es una cuenta sin cancelar para quienes gobernaron previamente. 

Ya antes de la actual gestión habían calado hondo, como presuntas verdades, no pocas nociones que responden a la vieja estructura agropastoril decimonónica apenas remozada, no consolidada, constituida por sectores industriales con retaguardias precarias y cadenas de valor muy vulnerables a las oscilaciones externas y la disponibilidad de divisas dada la emergencia permanente en que viven nuestras reservas. 

La principal de esas “nociones” quizás sea la idea fuertemente instalada de que la inflación deriva del exceso de emisión monetaria y no de la insuficiencia productiva. Al punto que se considera la actual orientación económica como la política que garantiza estabilidad. No sólo no la garantiza, como lo prueba la presión constante para achicar el salario, sino que descapitaliza las empresas que tienen que competir con el subsidio que le da a los bienes finales importados el dólar retrasado.

La sustancia de la cuestión 

En eje del debate de la cuestión del desarrollo está la necesidad de considerar a la economía como parte de la cultura y la calidad de vida. No es una cuestión de números o series estadísticas sino que concierne fundamentalmente al bienestar de la población. 

Desde ese punto de vista, que es clave, esta política es una absoluto fracaso y sólo se la puede elogiar desde el interés externo que tiende a adueñarse del mercado argentino para lo cual necesita desmantelar la industria existente.

Por eso decimos que la economía está en el eje de la batalla cultural. Y entendemos esta confrontación no como un ida y vuelta de agravios y descalificaciones sino como el debate donde se planteen las condiciones para fortalecer, ampliar y diversificar la estructura productiva argentina en cuyo seno expansivo tengan lugar de trabajo cada uno de los habitantes. 

Es obvio que lo anterior, incluyendo las orientaciones de diverso signo que se sucedieron en la última década, había llegado a un techo de posibilidades que no fomentaba la inversión en nuevas dimensiones de la estructura económico-social, tal como es posible y necesario hacerlo. 

Quienes piensan que desmantelando todo y haciendo tabla rasa con lo existente se generan condiciones para una expansión sostenida están profundamente equivocados. Es una visión extremista y dañina, que no tiene asidero en la experiencia histórica de todos los países del mundo que han realmente progresado, construyendo sobre la base de mejorar, ampliar y/o desplegar las posibilidades existentes. 

Pero la credibilidad no aparece como una revelación divina, sino que se construye sobre hechos concretos, con políticas cuya coherencia se haga evidente en su desenvolvimiento fáctico. Mientras persista el temor de volver al pasado, Milei y su entorno gozarán de condiciones favorables mediante el respaldo de la población. 

Por eso el futuro no depende en directo de lo que haga el elenco gobernante sino de lo que se vertebre como alternativa al enfoque miope del ajuste perpetuo como única inspiración. Lo repetimos una y otra vez: del mero ajuste nada sale y nunca llegará a fundar una nación próspera, pero bien puede tener un destino de armaduría/factoría siendo una pieza más en el diseño de un mundo con la producción trasnacionalizada con independencia del bienestar de sus poblaciones, con empresas que produzcan para minorías con alta capacidad de consumo repartidas en diversos países. 

El aborrecido Estado del que abomina Milei y sus epígonos es la herramienta para asegurar prosperidad al conjunto del pueblo niveles de vida en aumento, en cuyo seno florezcan las más diversas actividades creativas. Pero para que esto aparezca y funcione tiene que existir una visión de conjunto, integradora, donde no haya excluidos porque todos tienen una perspectiva de mejora, tanto material como en lo espiritual. 

¿Significa esto que hay que resignarse a tener un aparato estatal desproporcionado que obstaculice las iniciativas de emprendedores, desalentando la ampliación constante del circuito de producción de bienes y servicios? En absoluto, la existencia de un Estado eficaz es condición indispensable para que se desplieguen tantas actividades como sea posible en el conjunto de las regiones que componen el todo nacional. 

Por eso la “reforma del estado” es una tarea permanente, que evita el “engorde” de actividades parásitas que se multiplican solas si no hay una dirección de marcha que apunte a desplegar el conjunto.

Estado y sociedad son partes necesarias del todo. Y como bien recordaba el papa Francisco, “el todo es superior a las partes”.  

Remover prejuicios en discusiones abstractas es una tarea harto difícil. Por eso hay que sumar fuerzas en el marco de un programa nacional de desarrollo, donde los distintos grupos sociales vean una perspectiva atractiva de futuro para sí mismos y sus descendientes. 

Muchos de quienes hoy se adaptan a las condiciones recesivas/importadoras/desmanteladoras verían mejoradas sus oportunidades de negocios en un país que hiciera de la expansión y la integración de su sociedad el objetivo principal. 

La idea igualitarista de que hay que aniquilar a los ricos, o a los propietarios, o a cualquiera que emprenda acciones creativas para ampliar la producción y el empleo, además de ingenua y retrógrada es una garantía de estancamiento y atraso y lleva a ver en el sector público soluciones que no son de su ámbito y competencia. 

La producción en general (salvo algún sector estratégico que no pueda faltar y por lo tanto tenga que desenvolverlo el Estado, como por ejemplo la energía atómica) es responsabilidad de los particulares, del mismo modo que crear las condiciones para desenvolver la producción para el mercado interno y externo es una atribución del Estado, que alcanza su dimensión nacional cuando orienta al conjunto hacia su máximo despliegue posible.

Por eso preferimos hablar del estado central cuando nos referimos al andamiaje que regentea recursos generales y hace de su distribución un mecanismo de dominación y extorsión, todo lo cual no es una posibilidad teórica, como lo vienen haciendo todos los gobiernos desde Menem y el actual lo ejecuta con total descaro e impudicia. 

Dicho de otro modo: el Estado Nacional es insustituible si queremos ser una comunidad organizada donde cada uno de sus miembros encuentre las condiciones más favorables para el despliegue de sus capacidades. 

Destruir el estado, como anuncia esta gente y no lo hace sino que lo deforma en provecho propio, es una forma de desintegrar y fragmentar un cuerpo social cuya mejora nunca se registra en un contexto individualista. 

En este esquema van a ganar siempre las rutinas gerenciales de las corporaciones trasnacionales que combinan la más innovadoras tecnologías con el uso de las finanzas en provecho propio. Negociar con ellas es insoslayable, pero hay que hacerlo desde la perspectiva del interés nacional, siempre con el objetivo de que haya beneficios para el conjunto. Es posible y necesario.

Por todo eso es básico no renunciar a tener un Estado competente en todos los niveles territoriales en el marco de un proceso expansivo garantiza que los emprendimientos de ampliación productiva puedan llevarse a cabo con los más diversos protagonistas, grandes, medianas y pequeñas empresas, cooperativas y organizaciones sociales pueden protagonizar cambios indispensables en nuestra configuración productiva. Una rica diversidad de opciones en un proceso comunitario de movilización y participación masiva, combinando energías transformadoras. 

Es eso o seguir chapaleando en el barro de los enfrentamientos que envenenan de odio y retrasan una dinámica social positiva perpetuando enfrentamientos estériles.

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