¿Por qué resulta tan dificultoso lograr la unidad para un proyecto de desarrollo nacional? ¿Cuándo se consolida y afirma la estructura colonial en nuestro país?
Las respuestas a los interrogantes del copete resultan de utilidad, por un lado, por la importancia de avanzar decididos en la compleja pero imprescindible construcción de la unidad nacional y, por otro lado, desmitificar la falsa idea introducida desde comienzos del presente siglo por liberales y los ahora libertarios de que la Argentina fue una “potencia mundial”, ubicada en el ranking de las primeras del planeta, hasta la llegada del “peronismo”, hecho ocurrido a mediados de la década del 40 del siglo pasado. Para esta ideología, nace, a partir y como consecuencia de esa circunstancia histórica, un largo y oscuro período de atraso que fue alejándonos de anteriores etapas “gloriosas”.
La pérdida de ese “destino manifiesto” de glorias y virtudes, respondería, en ese razonamiento, a las políticas estatistas, intervencionistas y pro obreras que fueron desarrolladas desde 1943 en adelante, y desde el ascenso del coronel Perón a la Secretaría de Trabajo y Previsión.
La historia siempre enseña
Los procesos históricos tienen explicaciones que por su complejidad exceden las simplificaciones o las adjudicaciones de culpas al líder odiado. La historia no admite rupturas ideológicas, ni pueden ser recibidas con beneficio de inventario, por lo tanto, no son susceptibles de recortes arbitrarios para amoldarnos a nuestros deseos, como gustaba decir a Rogelio Julio Frigerio, al estilo del lecho de Procusto.
El grave problema argentino no puede descuidar, al menos, la reflexión sobre dos temas centrales, que repercuten e impactan decididamente en los demás.
Uno, tiene que ver con las dificultades para sumar consensos a una causa común. Es el dato político, referido a las reiteradas frustraciones en la construcción de un proceso de unidad nacional en el que se sientan involucrados la diversidad de clases y sectores sociales; el otro, se refiere al momento histórico en que se produce la inserción colonial de nuestro país en el esquema de la división internacional del trabajo, muy anterior a Perón, en el cual se asignó a la Argentina un perfil productivo primario, y se afianzó el modelo agro-exportador.
Sólo la historia nos ofrece las respuestas para ambos temas. Y, como bien lo señala Ernesto Palacio “no comprenderá nada de nuestra historia” quién no tenga presente que “somos la continuación de España en América y la patria empieza con la conquista. A esta empresa de tres siglos debemos el ser”. La Argentina fue la consecuencia de dos procesos colonizadores sustancialmente diferentes, cuyos efectos impactaron como vasos comunicantes en la etapa señalada por muchos historiadores como “la historia patria, propiamente dicha”, que nace con posterioridad a 1810.
La visión colonizadora hispanista, inspirada en el humanismo español, con marcado sesgo evangélico y con carácter misional, fue desarrollada por España en el Río de la Plata a través de los Reyes Católicos y la monarquía de los Habsburgos desde el descubrimiento de América hasta la irrupción de la monarquía borbónica en los comienzos del siglo XVIII.
Dos miradas antagónicas dominaron nuestro territorio, edificando dos modelos culturales distintos, con proyección en nuestra vida independiente. En las contradicciones de dichos modelos fueron desenvolviéndose las nuestras en tiempos de independencia, y lo podemos ver en la puja entre federales y unitarios, de proteccionistas y liberales, de porteños y provincianos, los que, con diferentes ropajes ideológicos se han prolongado hasta nuestros días.
Por un lado, la visión humanista y cristiana, intolerante a los autoritarismos y defensora de la doctrina de la soberanía nacional, con poderes descentralizados y respeto hacia las autonomías locales, con economías rudimentarias, de escaso desarrollo, pero de prácticas proteccionistas y de marcado celo territorial; y por el otro, la monarquía de los Borbones, a partir de comienzos del siglo XVIII, profundamente centralizada en el manejo del poder, autoritaria, liberal, anticlerical y preocupada en arrasar con todo vestigio o remanente del viejo sistema.
Dos culturas antagónicas dentro de un mismo territorio. Una concebida para adoctrinar dentro de los valores de la cristiandad, la otra inspirada en la visión colonial que imponían a los territorios conquistados Francia e Inglaterra, donde sólo interesa la idea del mercado. Y en esa idea del mercado sólo lo que se podía extraer y comercializar desde el puerto de Buenos Aires y las zonas más próximas y pobladas.
A las leyes del mercado no les importa los procesos de integración. Solo se impone, lo que resulta rentable y útil para las potencias metropolitanas y, naturalmente, intercambios de naturaleza extractivista: materia prima por productos manufacturados traídos desde las metrópolis. Así creció significativamente Buenos Aires mientras las provincias languidecían, en contraste con lo que sucedía durante los tiempos de los Habsburgos.
Así fue gestándose la Argentina macrocefálica. Un cuerpo grande, el puerto y su zona de influencia, y otro raquítico, el de la mayor parte de las provincias argentinas. Estas dos culturas convivieron y conviven en la actualidad. El celo por la defensa territorial no es un atributo del mercado y si lo es para la nación. Esta coexistencia, marcada por tan fuertes contrastes ha sido un obstáculo permanente para el logro de la unidad nacional dentro de un programa de desarrollo.
No hace falta que hagamos muchos esfuerzos para ubicarlo a Milei y su grupo libertario dentro de los defensores del mercado y de la estructura colonial, a la que, por otra parte, voluntariamente se adscribe.
La división internacional del trabajo
Fue durante el gobierno de Julio Argentino Roca, en 1880, el momento histórico en el cual nuestro país se integra comercialmente al mundo en el marco de la división internacional del trabajo como país exportador de materias primas e importador de productos manufacturados.
El primer intento de organización del Estado Nacional fue con la Constitución de 1853, no aceptada por Buenos Aires separándose de la Confederación Argentina. Nuestro territorio aparecía así fraccionado en dos Estados: el de Buenos Aires y el de la Confederación Argentina. Finalmente, luego de la incomprensible entrega de Urquiza a las ya derrotadas fuerzas de Mitre, en la batalla de Pavón, se inicia un proceso que va a concluir con la fusión de ambos Estados, con clara hegemonía de Buenos Aires y su ciudad puerto.
Esto da lugar a los gobiernos de Mitre (1862-1868), Sarmiento (1868-1874) y Avellaneda (1874-1880). Estos gobiernos, especialmente durante las presidencias de Mitre y Sarmiento, van a caracterizarse por la ejecución de los caudillos provinciales, hechos que se producen con intervenciones provinciales a punta de pistolas y de fusilamientos para imponer los valores de la llamada “civilización”. No olvidemos que la “civilización” para Sarmiento era el exterminio de los gauchos y caudillos que no servían sino como abono de los árboles”. Con Avellaneda se resuelve el problema de la Capital de la República, tema controvertido desde los albores mismos de nuestra emancipación; de igual modo, con la campaña del desierto, se va a producir la incorporación definitiva de todo el territorio de la Patagonia a la vida nacional.
De esta forma, 1880, aparece como el año donde se ven configurados los elementos constitutivos de todo Estado Nacional: a) Delimitación geográfica de su territorio, con la incorporación activa del Sur patagónico; b) resolución de la cuestión de la Capital de la República y c) la existencia de un clima de relativa tranquilidad interior y pacificación nacional.
En este marco histórico, el Estado Nacional Argentino estaba en condiciones de adoptar un modelo económico en el contexto internacional. Es Julio Argentino Roca quién, sin vacilaciones, se adscribirse al modelo colonial diseñado entonces por Inglaterra. La estructura colonial en la que aun hoy se halla inserta la Argentina, significa una traición a los fundadores de nuestra patria y una vergonzosa claudicación de nuestra dirigencia al apasionante desafío de realizar e intercambiar todo lo que nuestra cultura puede producir sobre nuestra propia naturaleza para abastecernos y comercializar a escala internacional. La estructura colonial o de vasallaje significa profundizar la pobreza, condenando a la ruina al trabajo y a la producción nacional.
Perón y Frondizi
En la historia argentina, Perón que ha tenido el gran mérito de producir una gran transformación en el mundo del trabajo, al llenar las fábricas de obreros con salarios dignos y protección social, en las postrimerías de su mandato intenta modificar la estructura del vasallaje.
Paradójicamente, el gran desarrollo y auge obtenido por Perón con las fábricas manufactureras, acentuaba nuestra dependencia y denunciaba la imperiosa necesidad de integrar el proceso productivo con fuerte impulso en las industrias de base. Sin el desarrollo de estas, empezando por el autoabastecimiento energético, constituido en insumo imprescindibles para el funcionamiento de las industrias livianas o manufactureras, estas se tornaban cada vez más dependientes y vulnerables. Su intento resultó tardío, ya no contaba con el mismo respaldo político, y así, las fuerzas internas y externas vinculadas a la estructura colonial, terminaron imponiéndose.
Arturo Frondizi, durante su gobierno, tuvo y ejecutó un plan de desarrollo nacional que terminaba con la vieja estructura colonial. Priorizo el desarrollo de las industrias de base e impulsó con gran ritmo y dinámica las obras de infraestructuras necesarias para el desenvolvimiento pleno de la producción y el trabajo nacional. Le jugaron en contra tres aspectos: a) la incomprensión de algunos actores políticos de la época, b) el profundo antiperonismo que reinaba en las FFAA y c) la debilidad de su propia base de sustentación política.
Epílogo
Teniendo presente las enseñanzas que nos brinda la historia, podríamos afirmar que sólo contando con un proyecto de unidad nacional para el desarrollo, legitimado por las grandes mayorías nacionales, que busque la síntesis, eliminando las posiciones dogmáticas y los ideologismos inconducentes, podremos superar este tiempo de fragmentaciones y de mucha pereza intelectual para reinsertarnos en una nueva división internacional del trabajo y el comercio como un país orgulloso de lo que es capaz de hacer y transformar sobre su materia prima y exportar al mundo el producto de su propia cultura.