Este trabajo elaborado por Martín Aguirre para Y ahora qué? se propone aportar una guía para profundizar la discusión sobre una serie de temas claves desde la recuperación de la democracia en 1983. El objetivo es revisar con sentido crítico, pero fundamentalmente autocrítico, las bases mismas de la argumentación que desde el propio campo nacional se plantea para explicar las derrotas sufridas por el pueblo y la Nación. Una argumentación que, en buena medida, es refractaria a la autocrítica y suele ser autocomplaciente.
Si bien este trabajo, que trata cada período en forma sintética, incluye una toma de posición y ofrece observaciones críticas sobre las constantes que nos condujeron a la crisis actual, su espíritu es contribuir a estimular la discusión y el intercambio de ideas para encontrar las mejores respuestas. La meta es volver a dotar de contenido y sustancia a la discusión política entre quienes genuinamente aspiran a representar los intereses del pueblo y de la Patria.
1. Última experiencia frentista impulsada por Perón (1973-76)
Marcado por conflictos internos y externos —agravados por la salud de Juan Domingo Perón—, fue el último período en esbozar líneas sistémicas de construcción nacional. Destacan su política exterior transversal-multilateral, superadora de las dicotomías externas a nuestros intereses y con una visión geoestratégica hacia el Atlántico Sur/Antártida/Malvinas (interrumpida espuriamente por la dictadura), articulada con desarrollos tecno-productivos (nuclear, naval/submarinos) y temprana conciencia ambiental.1
2. Dictadura, represión y ruptura del paradigma industrialista
El golpe de 1976 impuso, sangrientamente, un modelo antagónico al desarrollo endógeno. Interrumpió la revisión requerida por la ISI y bloqueó el seguimiento a los cambios en la producción que surgían a nivel global. Marginó al país frente a emergentes como Corea, Brasil o la China de Deng Xiao Ping (1978), de la expansión comercial de productos manufactureros.
La ruptura de 1976 generó nuevas tendencias estructurales que persistieron durante la etapa democrática:
a) Desindustrialización, financiarización, reprimarización, terciarización asistémica y precariedad;
b) Desnacionalización y concentración económica;
c) Debilitamiento de los aparatos estatales;
d) Crecimiento económico volátil e insignificante;
e) Desintegración espacial y social;
f) Debilidad en la defensa del patrimonio colectivo.
El nuevo modelo socioeconómico -comandado por José Alfredo Martínez de Hoz- buscaba revertir la participación de los asalariados en la redistribución del ingreso, licuar derechos laborales, y debilitar la actividad sindical (tanto la gremial como la política).
Esto convirtió al movimiento obrero en uno de los principales objetivos de la represión. Si bien el ajuste previo del “Rodrigazo” (1975) ya había constituido un golpe a los ingresos populares, existió una fuerte respuesta obrera, situación que con la dictadura se tornaba inviable. En apenas tres años la participación de los trabajadores en el ingreso se redujo un 50% y lo retrajo a niveles de décadas anteriores.
Las nuevas tendencias estructurales generaron efectos de gran impacto -aunque normalmente sean pasados por alto o minimizados- que las retroalimentan en lo socioeconómico, cultural y político. Ejemplo: la UOM, habría pasado de contar con unos 400/500.000 afiliados (1975) a 150.000 (1995) y hoy oscilaría entre los 180/220.000, lo cual refleja la erosión del sector obrero industrial y su incidencia en el escenario sindical, político y económico-productivo.
Pero el verdadero éxito del modelo elitista y de inserción periférica no fue la toma circunstancial del poder, sino erosionar —en la batalla cultural— la conciencia sobre el valor estratégico de la industrialización en sectores políticos, empresariales, sindicales e intelectuales.
Esto debilitó la construcción de una alternativa eficaz al neoliberalismo y, actores políticos diversos —incluso aquellos que discursivamente las rechazan— terminan aplicando políticas que fomentan estas tendencias o resultan inocuas para enfrentarlas, perpetuando la subordinación, el atraso y la pobreza. Esta dinámica se consolida como una nueva tendencia estructural, quizá la más nociva.
Nota: Como mero ejercicio, está representada la evolución de Vietnam (en verde) durante el mismo período y que ha logrado reducir en treinta y cinco años la pobreza de manera sensible.
3. Sostenimiento democrático sobre la degradación estructural
Más allá de las buenas intenciones que pudiera esgrimir, la dirigencia política fluctuó entre la falta de una estrategia para construir un sistema productivo nacional dinámico (Raúl Alfonsín), la adopción cruda de políticas neoliberales sintetizadas en el Consenso de Washington (Carlos Menem) o una ortodoxia vacía (Fernando de la Rúa; Mauricio Macri-Luis Caputo). Esto perpetuó la desindustrialización, el deterioro social, el estancamiento económico, la concentración y la inserción periférica subordinada. La mayoría de estos gobiernos terminaron mal, con procesos hiperinflacionarios, repudio y desafección, o estallidos sociales.
La persistencia transversal de estas tendencias, sumada a la ausencia de alternativas reales, genera un «bucle descendente» donde se repiten cíclicamente gobiernos con políticas neoliberales o incapaces de revertir el proceso de deterioro. Así, incluso fuerzas progresistas y «anti-menemistas» terminaron recurriendo a fundamentalistas del ajuste (Ricardo López Murphy), figuras del menemato (Patricia Bullrich) o al propio arquitecto de la convertibilidad (Domingo Cavallo).
Si bien se señala, correctamente, a la rebelión popular y la sangrienta represión de la crisis del 2001 como resultado del anterior desvarío, los análisis no reparan con el énfasis necesario que, tras ella y el «que se vayan todos», en las elecciones de 2003 el candidato más votado fue nuevamente Carlos Menem (24.45%), seguido de Néstor Kirchner (22,25%) y en tercer lugar por López Murphy con el 16.37%.
El período 2002-2015 (Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner, Cristina Fernández de Kirchner) mostró avances en mercado interno, consumo, industria, desendeudamiento, derechos laborales y protección social. Sin embargo, el necesario tacticismo inicial no derivó en una estrategia más desarrollada de largo plazo. Así, a partir de 2011, los déficits estructurales -paradójicamente acelerados por la propia evolución positiva generada por la recuperación del nivel de actividad, el empleo y el consumo- y la inestabilidad macroeconómica fueron erosionando los logros alcanzados.
Esto, además de limitaciones en el campo político, allanó el camino para el retorno del neoliberalismo con Mauricio Macri y su endeudamiento especulativo de nefastas consecuencias sociales, económicas y políticas.
Tendencia del crecimiento del PBI total y per cápita Argentina 2000-2015
Fuente: sobre la base de datos Banco Mundial (en azul)2
Pese a que la experiencia 2002-2015 y la autocrítica sobre los errores que posibilitaron al macrismo debían potenciar al Frente de Todos en 2019, ocurrió todo lo contrario. Si bien su triunfo en las PASO y luego en octubre confirmaba su fuerza, la coalición no aprovechó los cuatro meses de transición para convertir consignas en planes concretos, ni fortalecer sus mecanismos internos de conducción y resolución de conflictos.
Esta dinámica continuó durante los primeros meses del gobierno del FdT. Aunque se supo responder al COVID-19 pese al debilitamiento estatal, la falta de un proyecto claro afectó seriamente su accionar general, agravó las divisiones internas, y se degradaron las condiciones macroeconómicas y sociales.
La llegada de un actor de las características de Javier Milei con un discurso reaccionario no debería ser interpretado como una anomalía, sino como el resultado de la convergencia de causas endógenas innatas al sucinto racconto realizado en las anteriores líneas. Su emergencia responde al fracaso previo de la dirigencia política en general, no a tendencias globales de derechización (aunque éstas existan y puedan incidir). Y este fenómeno, tampoco se produce sobre el vacío, y sí sobre la ya más que evidente crisis de nuestra dirigencia en el sentido más amplio del término.
Recordemos que, entre 1975 y 2023, el crecimiento promedio anual no superó el 1.5%, y fue menor al 1% en cuanto al PBI per cápita (súmese a ello el crecimiento poblacional sucedido en igual período, y el resultado será más raquítico aún).
Una breve reflexión sobre el papel de las Fuerzas Armadas y el Poder Judicial. En el primer caso, a través de la dictadura iniciada en marzo de 1976, fueron instrumentalizadas para romper el paradigma de desarrollo endógeno mediante violencia y terror. Su aventurerismo con Malvinas degradó su función existencial. Ambos extremos generaron un lógico rechazo en amplios sectores sociales. Las nuevas tendencias estructurales que ellas ayudaron a establecer durante la dictadura, las redujeron a una debilidad extrema en la protección del patrimonio nacional.
En cuanto al Poder Judicial, clave para permitir la represión y demás ilegalidades en aquella etapa oscura, también fue cooptado. Su adaptación al modelo de ruptura de desarrollo endógeno -y su sometimiento a las tendencias estructurales- ha sido, comparativamente, insuficientemente analizado.3
En el imaginario de ciertos sectores, la solución a nuestros problemas residiría en un poder judicial independiente. Pero en un modelo subordinado, eso es imposible. La desnacionalización, concentración del poder, el darwinismo social y mercantilización de las relaciones sociales exigen otro tipo de aparato judicial: el que actualmente soportamos.
En síntesis, ambas instituciones fueron purgadas y reconfiguradas por presiones estructurales, lo que limita su capacidad para servir como pilares del Estado al servicio de los intereses nacionales y la justicia.
4. Algunos interrogantes sobre el impacto de las tendencias estructurales
El campo nacional encontró en el peronismo una primera articulación moderna de clases y sectores: asalariados, empresarios, clase media e intelectualidad (el sector rural, aunque presente, tuvo mayor peso en su base trabajadora). Esta coalición se cohesionó en torno a un proyecto productivista e integrador, donde la dignificación obrera y el desarrollo de las fuerzas productivas (con planes quinquenales y congresos de productividad incluidos) marcaron su singularidad y alcance transversal.
- ¿No han producido efectos las tendencias estructurales -durante cincuenta años continuos- en la composición y poder relativo de los distintos sectores en la sociedad en general, sus organizaciones y fuerzas políticas, entre ellas el peronismo?
- ¿El declive manufacturero, la informalidad laboral y la terciarización precaria no han erosionado la base obrera y sus organizaciones, afectando al peronismo?, ¿Cómo adaptó su discurso al declive industrial?
- ¿La concentración de capital y desnacionalización empresarial no reconfiguraron el alineamiento de los empresarios dentro (y fuera) de las fuerzas políticas y el peronismo? ¿Qué sectores empresariales lo apoyan hoy?
- Ante el debilitamiento obrero y la minimización del empresariado nacional: ¿cómo se reequilibran simbólicamente en el campo nacional y el peronismo?4
- Si algunos sectores y organizaciones se transformaron más que otros: ¿significa que el resto permanece inmune, como se auto perciben algunas de ellas?
- En una sociedad fracturada por fuerzas centrípetas: ¿cómo evitan las organizaciones políticas ser cooptadas por la lógica mercantilista que domina las relaciones sociales?
- ¿No es urgente una autocrítica ante las insuficiencias analíticas, autosuficiencias dirigenciales, y la permanencia de métodos de organización obsoletos?
¿Acaso el retroceso nacional, la desestructuración social y el empobrecimiento colectivo no nos exige este examen?
La falta de análisis autocrítico del campo nacional y popular no solo facilitaría el avance neoliberal comandada por una organización política endeble, sino que, tras año y medio de destrucción, sigue impidiendo una alternativa viable donde los sectores postergados de nuestro pueblo se vean representados.
5. Acerca de la construcción de la herramienta política:
Proyecto, organización y conducción colectiva
«La etapa nacional tiene como objetivo movilizar al pueblo en su totalidad, llamándolo a utilizar en bloque sus recursos más recónditos; es decir, desenvolver la mayor potencia detrás de un mismo objetivo. La importancia y las dificultades para llegar a este justifican ampliamente la alianza de clases; más aún, la hacen indispensable».
Frantz Fanon
Los condenados de la tierra
La dispersión de los sectores con voluntad de cambio —explotada por actores internos y externos que fomentan nuestra inserción periférica— agrava las crisis estructurales. Para revertir esta dinámica, se requiere un Proyecto colectivo que logre articular un bloque capaz de unificar al pueblo y movilizar todas sus energías sociales, políticas y culturales hacia un objetivo estratégico común.
Ante la asimetría de poder, las estrategias de unidad no son una opción, sino la base material para disputar el proyecto de país. Esto implica un proceso concreto: organizar las voluntades dispersas, concentrar fuerzas, y confrontar a los poderes que defienden el statu quo.
El carácter amplio del campo nacional explica la heterogeneidad de sus actores, no la ausencia de organicidad ni la laxitud del Proyecto. La experiencia ha demostrado que estos movimientos, al agrupar a diversas clases y sectores sociales con intereses propios, lleva inherente una compleja red de contradicciones.
Esta diversidad intrínseca es tanto un activo como una debilidad. Estas contradicciones —unas esenciales, otras secundarias— o las manipulaciones externas, pueden llegar a dividir incluso a grupos aparentemente homogéneos, especialmente en momentos decisivos (en base a NM).
Transformar esa heterogeneidad en fuerza colectiva exige:
- La construcción de un Proyecto común con objetivos, políticas, instrumentos y plazos definidos con claridad;
- Una organización sólida, capaz de articular diferencias dentro de una estrategia compartida.
- Una gran plasticidad táctica enmarcada en una firmeza estratégica.
5.1. Al emplear términos como “Proyecto Nacional», «reconstrucción nacional» o «Movimiento o campo nacional y popular»), estamos reafirmando la vigencia del Estado-Nación como categoría histórica en la etapa actual. La contradicción principal radica en la definición de este espacio: su consolidación o fracaso como sujeto político autodeterminado en el escenario global y ámbito destacado en donde plasmar nuestros objetivos políticos.5
Reconocer la validez del Estado-Nación como categoría histórica, no implica negar el actual grado de internacionalización, ni asumir que ciertos procesos impactan parecidamente en todos. Pero de ahí a declarar su agonía, sería establecer una relación entre dos puntos que es contradecida por prolíficas decisiones gubernamentales, diplomáticas o militares.
Este punto es esencial, pues determina toda la cosmovisión a partir de la cual se asienta el proyecto nacional como construcciones político-ideológicas resultado de coaliciones, relaciones de fuerza y procesos históricos específicos en contextos delimitados (es decir, nacionales). Por ello, cada proceso es una experiencia singular.
Uno de los mayores problemas que debilita su construcción política, es que se suele aceptar su validez discursivamente -o forzosamente a la luz de la realidad- pero sin acabar de comprender las implicancias que su aceptación acarrea. Y, lógicamente, esto produce una falta de coherencia que socaba el trabajo en pos de su concreción.
5.2. El Proyecto Nacional (PN)
Nuestro Proyecto, a elaborar colectivamente, es esencialmente político y busca plasmar una visión compartida de la Argentina: una sociedad libre, democrática, participativa, socialmente justa, integrada e integradora, diversa y solidaria. Esta solidaridad se extiende tanto a nivel colectivo como hacia cada individuo que habita nuestra patria, más allá de cualquier característica singular —objetiva o subjetiva— que pueda definirlos.
Respetuosa del derecho a la autodeterminación de los pueblos, del principio de no injerencia y comprometida con la resolución de los conflictos en el escenario global por vía de la negociación.
Con una vocación multilateralista, de reconocimiento a nuestra pertenencia latinoamericana y de colaboración activa en el ámbito internacional, pero especialmente en nuestro espacio sudamericano y regional (Mercosur).
5.3. El Proyecto de Desarrollo Nacional (PDN): Bases Materiales
Los objetivos político-sociales incluidos en el Proyecto Nacional (PN) —alimentación, vivienda, salud, trabajo y transporte dignos, federalismo, participación democrática, desarrollo cultural, protección medioambiental, control y defensa de los espacios terrestres, marítimos y aéreos— indefectiblemente se expresan desde el punto de vista material.
De ahí que influyan de manera directa, junto a otros factores, en tipos de producción o tasas de crecimiento económico requeridos para satisfacerlos.
El Proyecto de Desarrollo Nacional (PDN) tiene como objetivo principal sentar las bases materiales que sustenten los fines del PN, por lo que es un elemento fundamental de este. Su eje radica en el desarrollo de las fuerzas productivas, pero siempre en función de los valores y metas establecidos por el PN. Ambos proyectos no son etapas separadas, sino procesos paralelos e interrelacionados: el PDN debe incorporar desde su origen los mecanismos que garanticen la realización de los objetivos político-sociales del PN.
El desarrollo y perfeccionamiento del mercado interno, junto a la construcción de un sistema nacional de producción sistémico orientado a las ventajas dinámicas donde destaquen la calidad del trabajo, nuestro conocimiento, experiencia e innovación -tecnocientífica pero especialmente social- constituye el eje central de este esfuerzo, y donde la industria manufacturera debe desempeñar un rol fundamental.
5.4. Desarrollo organizacional y conducción colectiva
Dado que el desarrollo organizacional no surge espontáneamente; su construcción y perfeccionamiento debe buscarse con persistencia.
Como la heterogeneidad y las contradicciones internas del Campo Nacional dificultan la convergencia —y los factores de poder operan para impedirla—, una misión prioritaria de la dirigencia es batallar por la unidad de concepción y unidad de acción, formando a la militancia para elevar su conciencia respecto a esta necesidad y evitar provocaciones o sectarismos.6
La política, como hecho colectivo, exige una conducción de igual naturaleza. La magnitud de los desafíos demanda sumar todas las capacidades de análisis y acción posibles7. Fortalecer la organización no implica burocracias paralizantes, sino adoptar metodologías eficaces de interrelación colectiva, incluyendo protocolos para gestionar conflictos.
Priorizar el Proyecto, la organización y lo colectivo no niega los liderazgos, sino que los encuadra en una línea construida en común, sujeta a mejora continua mediante el análisis conjunto (base N.P.). Organización y liderazgo son interdependientes: no hay conducción efectiva sin organización, ni organización duradera sin liderazgo responsable.
Este debe ser, en buena medida, pedagógico —que enseñe, organice y delegue—, promoviendo la formación de cuadros (J.D. Perón). Los movimientos sin organización quedan a merced de personalismos destructivos.
Ventajas de la conducción colectiva
Un colectivo con miradas plurales (género, edades, saberes y experiencias) detecta mejor los riesgos y oportunidades.
La deliberación colectiva mitiga el exceso de confianza personalista o el pensamiento grupal, donde se confunden el respeto y la disciplina con la acriticidad, el seguidismo (y hasta el oportunismo) en los equipos colaboradores y dirigentes intermedios.
Ante crisis complejas, un equipo procesa información y reacciona con mayor agilidad que una figura centralizada.
Una dirección colectiva absorbe mejor los shocks externos e imprevistos.
Mecanismos como la rotación de cargos y escuelas de cuadros evitan el estancamiento.
Las conducciones colegiadas combinan saberes diversos, mientras que el personalismo homogeniza el discurso. Estas voces múltiples conectan con identidades diversas, ampliando su alcance.
6. Frentes Electorales: Frente Nacional y Frente Ideológico
“Los frentes nacionales no se constituyen con consignas vacías, sino con intereses comunes”.
J. D. Perón
No es lo mismo la organización política del campo nacional —que presupone articular un bloque de clases y sectores diversos (sea como organización específica o frente electoral)— que un frente de siglas encuadradas en un sesgo político/ideológico determinado.
La realidad es que los frentes político-electorales suelen construirse dentro de un mismo espacio ideológico (izquierdas, progresismo, derechas) o con espacios adyacentes.
El frente que precisamos no es el resultado de una mera suma de parcialidades o siglas, por amplia que ésta sea. Si carece de proyecto, programa, una conducción colectiva y una política que señale las tareas a realizar, sólo se estará ante la antesala de una nueva decepción, tal como quedó crudamente expuesto en la última experiencia popular.
La cuestión clave es si dichos frentes, además de los objetivos propios que se desprenden de las ideologías que legítimamente puedan guiarles, asumen la tarea de la presente etapa, que incluye movilizar al pueblo tras la construcción nacional.
Quienes se autodefinen como nacionales y populares deben impulsar programas, estrategias y tácticas que articulen los intereses compartidos por la inmensa mayoría —más allá de su diversidad— y eviten divisiones por cuestiones reales pero secundarias, funcionales al esquema de subordinación y miseria.
¿Hacia cual de este tipo de frentes tienden en la actualidad los distintos actores políticos de nuestro país y especialmente los que se consideran pertenecientes al campo nacional?.
El debate sobre el Proyecto Nacional no es un mero ejercicio intelectual. Es la plasmación de una visión y de una herramienta de construcción. Este trabajo aglutina a personas y organizaciones dispuestas a sumarse y movilizarse por su promoción. Su función no es autoproclamarse dirección, sino convocar y atraer, generando una corriente que unifique en torno a una idea de país y convicción compartida, con una profundidad teórica que garantice su concreción. Y, de surgir por la energía del propio proceso, construir paso a paso su organicidad.
- Siendo amplio el número de actores políticos que vivieron el proceso donde las expectativas de cambio se convirtieron en la antesala de una de las etapas más trágicas de nuestra historia reciente, aun quedaría pendiente un intento colectivo de análisis, debate y síntesis sobre el mismo. ↩︎
- Como mero ejercicio, está representada la evolución de Vietnam (en verde) durante el mismo período y que ha logrado reducir en treinta y cinco años la pobreza de manera sensible. ↩︎
- Para 1983, solo una parte menor de los jueces que permanecían en sus cargos, corresponderían a nombramientos anteriores a 1976. El resto fue destituido (por «ineficiencia» o afinidad ideológica “marxista”), forzado a renunciar/jubilarse, y reemplazado por magistrados afines al régimen. En el caso de los fiscales, aunque no hay cifras exactas, se estima una purga similar. En las Fuerzas Armadas y de seguridad, se habrían ejecutado, desaparecido o muerto, en falsos «enfrentamientos”, a integrantes por críticas a métodos represivos, negarse a participar en operativos, acusaciones de «izquierdismo”, «traición», o luchas internas de poder. A esto se habrían sumado efectivos expulsados, jubilados forzosamente o trasladados por «falta de confiabilidad”.
Las renuncias, aunque sin registros precisos, también aportaron a este proceso, especialmente tras Malvinas. ↩︎ - En una primera aproximación, parecería que presentan actualmente un desequilibrio simbólico, donde la importancia que se les presta discursivamente no guarda relación con el papel que desempeñan en la construcción de una sociedad justa y desarrollada. Dado este desajuste, aparecerían subrepresentados. En el caso del movimiento obrero, incluso se le atribuyen causas estructurales, como las de una sociedad posindustrial donde este sector no genera empleo como antaño (ignorando que, dado su horizonte de expansión para nuestro caso, dicha afirmación sería, por lo menos, relativa), a lo que se suman nuevas realidades como el auge del autoempleo o la preponderancia del sector servicios, y amplios sectores populares excluidos del mercado laboral formal. Por otro lado, pareciera como si el empresariado sólo estuviera constituido por los
sectores concentrados que priorizan el crecimiento de sus ganancias por encima del destino del mercado interno y se alinean políticamente con los gobiernos neoliberales. Si bien esta descripción es real, representa apenas una mínima parte del total. Basta pensar en los miles de PyMEs que existen a lo largo y ancho de nuestro país. ↩︎ - La Nación abarca diversas clases y sectores, pero su columna vertebral está constituida
por los sectores populares. Y si esta es la columna vertebral de La Nación, también lo es del Movimiento o Campo Nacional. Lo «nacional”, por lo tanto, incluye per se a lo popular, además de otros sectores, sin necesidad de adjetivación. No obstante, se suele añadir también el «popular». Esto es legítimo, aunque no deja de ser una tautología, aunque también puede indicar una preocupación especial, que hacemos nuestra, hacia los sectores más humildes/postergados de nuestra Nación. Pero a veces, suele reflejar una incomprensión -o un prejuicio- del alcance real de lo nacional y de cuál es la contradicción principal y hacer hincapié en las diferencias. ↩︎ - Este tipo de estrategia de acumulación evidentemente requiere la articulación entre sectores o personas que pueden llegar a provenir de orígenes ideológicos, prácticas e intereses muy diversos. La experiencia demostraría que la conciencia sobre cuál es el objetivo principal y la cultura militante y dirigencial, ha desempeñado en algunas situaciones un papel crucial. ↩︎
- Pero la superioridad de las conducciones colectivas no es solo una cuestión ideológica, así sea la que nosotros sostenemos, sino también funcional y estratégica, avalada por evidencias organizativas e históricas. ↩︎
Muy buen articulo reflexivo. Es la primera nota que leo de Martin en esta publicacion. Espero nuevos aportes de Martin que ayuden a priorizar los temas de discusion en el campo nacional