¿Tendrán algo que ver el piedra libre para el CEO de Astronomer abrazado a una empleada y el incendio del yate de Manzano en plena Costa Azul? ¿Son inocuos los conflictos entre los presidentes y sus vices? ¿Síntoma, quiebre o ambas asimetrías a la vez? El sincericidio de Francos ante los gobernadores, que reclaman distribución automática de fondos y no asfixia por parte de la Casa Rosada.
Es tan obtuso pensar que todo es causal como imaginar que todo es casual. Y si no pregúntenle a Andy Byron, el capo de la empresa tecnológica Astronomer. En pleno concierto de Coldplay lo pescó infraganti una cámara abrazado a la jefa de recursos humanos, Kristin Cabot. La kiss-cam, que en medio de la transmisión enfoca momentos de romanticismo explícito, mostró no sólo cómo la dupla se abrazaba sino cómo, al darse cuenta, buscaba desentrelazarse y hacerse anónima. Tarde.
Kristin y Andy no son pareja. Allá ellos con su vida privada que dejó de ser privada. Lo cierto es que al comienzo predominó en redes la idea de que todo había sido casual. Pero muy pronto circuló que Byron era “un jefe demasiado agresivo” e incluso “tóxico”.
Muchas veces la exposición suele ser un problema. Y la sobreexposición, ni hablemos. Sobre todo cuando, para usar términos norteamericanos, una figura pública tiene vulnerabilidades. Sucede lo mismo con los gobiernos cuando se obsesionan por el control y soslayan que buena parte de la vida, y de la política, es caos.
Un ejemplo es José Luis Manzano. Fue una figura ultrapública, primero como un joven presidente del bloque de diputados peronistas y luego como ministro del Interior de Carlos Saúl Menem . Su estrella brillaba con tal intensidad que cualquiera creería que acompañó a Menem durante sus diez años en la Presidencia. Error: fueron sólo tres años, porque en 1992 renunció y se dedicó a la actividad privada.
No le fue nada mal. Al principio lo tocó la varita mágica de Jorge Mas Canosa, el jefe de los anticastristas de Miami dedicado a los negocios en Miami que, Menem mediante, terminó extendiendo su influencia a la Argentina.
Así fue que Manzano se convirtió en un próspero empresario estadounidense, después en un próspero empresario europeo, más tarde en un lobbyista internacional vinculado a los diferendos en el Ciadi, el organismo del Banco Mundial para litigar contra Estados y finalmente, porque alguien también puede ser profeta en su tierra, en un magnate de la energía y los medios de comunicación en la Argentina.
Como la kiss-cam, saltó de la discreción a la noticia mundial por una luz: la que iluminó las aguas de Saint Tropez, en la costa azul francesa, por el fuego que incendió su barco de 100 millones de euros.
Mientras la policía de Francia investiga la causa del incendio que destruyó el Sea Lady II, tal el nombre del yate de 41 metros de largo y cinco cabinas lujosas con baños en suite, aquel mendocino que empezó como un médico pobretón explora nuevos negocios mineros en la Argentina y en Perú. Aquí su apuesta presidencial fue Sergio Tomás Massa, pero de algo hay que vivir y la inauguración de la Fundación Faro de Su Excelencia lo contó entre sus primeros sponsors.
Un caso notable de movilidad política y, a la vez, de movilidad social ascendente.
Del beso al fuego y del fuego al odio: no era un secreto que ya estaba congelada la relación entre Su Excelencia y la Vicepresidenta Victoria Villarruel, aquella que lo llamó “Jamoncito” y le propinó una humillación pública. La novedad es que ambas partes resolvieron escalar, o al menos así se dio una dinámica que nadie pudo o quiso frenar, y se produjo lo que el jefe de Gabinete Guillermo Francos llamó “una crisis política” tras negar la presencia de una crisis institucional.
No es el primer caso de fricción entre un Presidente y su Vice. Más allá de cómo se desarrolle el culebrón en el futuro, la historia revela dos cosas:
*Que siempre en la Argentina los choques entre Presidente y Vice fueron un síntoma de quebraduras en el más alto nivel de los poderes del Estado.
*Que por sí mismos esos choques no supusieron el fin del poder de los presidentes pero al mismo tiempo demostraron que el síntoma denotaba una realidad verdadera y destinada a durar. Aun más allá del propio conflicto entre los integrantes de la fórmula.
Bastan algunos ejemplos. Carlos Chacho Álvarez renunció en octubre de 2000 ya en medio del vuelo de capitales hacia destinos más seguros que la Argentina. En 2008 Julio Cobos votó contra la jefa de la fórmula, Cristina Fernández de Kirchner, en el proyecto que consagraba con fuerza de ley la resolución 125 sobre retenciones. Evidenció una debilidad del oficialismo (el vice sólo vota cuando hay empate, o sea que la mayoría no había reunido la ídem) y destruyó la Concertación Plural, una alianza entre el kirchnerismo e importantes gobernadores y dirigentes radicales.
De la Rúa nunca pudo remontar la crisis que, conviene insistir, era más profunda que sus diferencias con Álvarez. CFK sí lo hizo, a tal punto que en 2011 ganó la reelección en primera vuelta y con más del 50 por ciento de los votos. Pero queda una hipótesis a explorar históricamente: si el conflicto de la 125 y la consecuente ruptura política no fue el germen de una pérdida de confianza entre el peronismo y buena parte de la clase media. Esa desconfianza, como suele ocurrir, es mayor si el bolsillo es flaco y menor si las cosas andan bien. Pero una vez que aparece, la huella no se borra.
Hay un caso más reciente de choques en la cima. Fue tan notable la falta de un acuerdo previo dentro del Frente de Todos en 2019, antes de triunfar en las elecciones y antes de que Alberto Fernández asumiera la Presidencia, tema que analiza en esta edición Martín Aguirre, que la anomia facilitó los chispazos letales entre el Presidente Fernández y su vice Fernández. No fue, seguramente, la única causa del triunfo de Javier Milei en el balotaje de 2023, pero es más que probable que algunos puntitos le haya sacado al propio peronismo. Harakiri político.
Al foco puesto sobre las fricciones entre Su Excelencia y Villarruel se suma en los últimos días una serie de obstáculos que hacen más ripiosa la gestión de La Libertad Avanza. El mayor obstáculo es la relación entre la Casa Rosada y los gobernadores. Tan mal está la cosa que, en la Sociedad Rural, Francos cometió sincericidio en una conversación con los mandatarios provinciales: “El Presidente es un tipo inteligente que me buscó a mí para decir ‘éste es el tipo a través del cual voy a negociar’. Es cierto que no son muchos los elementos que tengo para negociar, pero conversaremos, explicaremos y trataremos de llegar a un entendimiento”. Además de jefe de Gabinete, Francos absorbió las funciones de ministro del Interior. Por algo la mayoría de los gobernadores quiere sentarse directamente con Su Excelencia mientras todos, Gobierno y legisladores, se preparan para la guerra que viene. Se trata de dos iniciativas que entraron a comisión en Diputados y ya tienen media sanción del Senado.
Una es un proyecto de ley para coparticipar de modo automático, y además diario, el 58,8 por ciento del fondo de los ATN, los Aportes del Tesoro Nacional. Sólo en 2025 es una suma de un billón de pesos cuya distribución está en manos del Poder Ejecutivo. Los gobernadores argumentan que el fondo de los ATN se nutre de la recaudación impositiva y que por eso habría que eliminar la discrecionalidad de la Presidencia.
La otra iniciativa que llegó con media sanción del Senado y por más de dos tercios, con 56 votos a favor y sólo uno en contra, el de Luis Juez, cambia la distribución del impuesto a los combustibles.
Esta serie de choques, fricciones, rayos y centellas explican algo que observó con agudeza el periodista César Pucheta en X: “Al observar el quilombo que tienen para armar las listas los radicales, los peronistas (de todos los colores) y lo que queda del PRO, se entiende un punto central de la estrategia del superdedo violeta que Karina aplica en todo el país. El Jefe está ganando años de vida”.