Gaza muere, Brasil se enoja, Trump se distrae

Lo de Gaza ya es una hambruna deliberada, creada por Netanyahu. El caso Epstein sigue distrayendo en Washington, mientras en Brasil crece la bronca.

Ya es oficial: el bloqueo de Benjamín Netanyahu en la Franja de Gaza está matando de hambre a los palestinos atrapados en la región. Las agencias de noticias denunciaron que sus corresponsales se mueren de hambre, la OMS denunció que sus agentes locales se mueren de hambre, la ONU denunció que no dejan pasar ayuda humanitaria. Y las pantallas del mundo se están llenando de esas imágenes de chicos con los ojos agrandados por el hambre.

El Programa Mundial de Alimentos de la ONU dijo esta semana, en tersa prosa burocrática, que la crisis del hambre en Gaza “llegó a nuevos y asombrosos niveles de desesperación, con un tercio de la población que no tiene qué comer por varios días seguidos”. Esto es, más de 600.000 personas hambreadas, con 30.000 que necesitan atención de urgencia. Según el New York Times, en los primeros veinte meses de la guerra el ministerio de Salud palestino denunció 71 muertes por hambre. Este mes, denunció cuarenta. La mayoría absoluta son chicos. Básicamente, los dos millones de palestinos de la Franja están en peligro de hambruna, mal alimentados o muriendo de hambre. La ayuda que entra es tan escasa, que un kilo de harina llega a costar cien dólares.

Los hospitales que quedan hacen lo que pueden, más que nada darle intravenosas de agua con glucosa a los pacientes agudos, un parche apenas. No tienen para darle comida, porque el personal médico se tiene que arreglar con diez cucharadas de arroz por día y no sobra nada. Los médicos y las enfermeras a veces se desmayan en las consultas.

Y ahí viene Emmanuel Macron anunciando en las Naciones Unidas, nada menos, que Francia va a reconocer a Palestina como una nación independiente. Ningún otro aliado de Estados Unidos y casi ningún enemigo llegó a tanto.

En Washington

Nada de esto parece preocupar a nadie en el gobierno norteamericano, que está enredado en no liberar los documentos del caso Jeffrey Epstein, no sea cosa de embarrar al presidente. Epstein era un financista más que rico, y un perverso con una compulsión por las adolescentes. Fue juzgado una vez por abuso de una menor, pero zafó con una prisión de lujo por algunos meses. La segunda vez, gracias al Ni Una Menos, vio un calabozo por adentro y no le gustó: un día lo encontraron ahorcado.

El caso Epstein y su muerte se transformaron en una de las teorías conspirativas más adoradas por los trumpistas. Los MAGA ya pasaron años calculando qué demócratas -Obama y los Clinton seguro- eran “clientes” en las partuzas de Epstein, alimentados por la campaña electoral trumpista. El entonces candidato Donald Trump prometió un día de justicia, el de publicar la investigación del caso. No cumplió.

Lo divertido ahora es la energía que está derrochando el gobierno para controlar el enojo y la desilusión de la base. Trump puede hacer más o menos lo que quiera, que los MAGA van a encontrarle una justificación. Pero lo de Epstein lo deja en el único lugar donde no puede estar, en el Estado Profundo, el nombrecito de lo que por acá llaman La Casta. ¿Por qué haría esto Trump? Porque también está en la supuesta lista de “clientes” de Epstein, porque también sería un fiestero, como Obama o Clinton.

De a poco fue saliendo a la luz alguna evidencia, y este viernes el New York Times tuvo la primicia de publicar la ya famosa de feliz cumpleaños de Trump a Epstein, muy cariñosa ella. No es la lista de clientes, pero es un papel de puño y letra que muestra su intimidad.

Los demócratas, tan perdidosos, están de fiesta.

Es la democracia, estúpido

David Pressman fue el embajador de Joe Biden en Hungría entre 2022 y 2025. Acaba de hacer público un escrito en el que cuenta que después de fumarse casi cuatro años con el cada vez más totalitario Viktor Orban, todo el tiempo le preguntan si “no le suenan” las tácticas de Trump para consolidar su poder. “La respuesta”, escribe Pressman, “es sí. Pero la pregunta más importante y preocupante es: ¿la respuesta de los norteamericanos también me parece familiar?”

Pressman cuenta que en Hungría la toma del poder por la derecha autoritaria fue gradual. Hicieron saltar a un juez, luego a otro, luego a otro. Y los demás jueces no protestaron. Para cuando tuvieron su propia corte suprema, ya era tarde. Lo mismo ocurrió en universidades, fuerzas armadas, medios oficiales, entes reguladores y el aparato del Estado. Para cuando se quisieron acordar, los opositores estaban arrinconados. El único límite que encontró Orban es la Unión Europea.

El ex embajador está viendo lo mismo en Estados Unidos: el gradual deterioro institucional. Esta semana, Trump disolvió los entes que regulan el consumo, esos que conocemos porque le ponen etiquetas a las bolsas diciendo que no hay que dejarlas a mano de los peques, y prohíben cosas tóxicas. Ya vació la Agencia de Protección Ambiental y los entes reguladores médicos, y está avanzando en liquidar todo lo que suene a auditorías internas.

De paso, el ucraniano Volodimir Zelensky también lo está haciendo, en un país famoso por la corrupción que él se cansó de denunciar cuando era candidato. Los auditores están saltando por el aire.

El deterioro de la calidad institucional norteamericana se está empezando a notar. Por ejemplo, la Casa Blanca no para de mandar señales de que va a revisar la ciudadanía de 35 millones de inmigrantes que juraron la constitución. Esto es tectónico y nunca ocurrió, ni siquiera fue tema cuando el Ku Klux Klan tenía tres millones de miembros. El daño que esto puede hacer en lo económico y lo social es tal que nadie puede creerlo. Es posible que sea otra manera de sembrar división y miedo. Da pena tener que desear que sea apenas esto…

El jueves, la directora nacional de Inteligencia Tulsi Gabbard denunció a Barack Obama por una supuesta conspiración para ensuciar al candidato Trump en 2016. Según la funcionaria, Obama ordenó que se inventara el caso, famoso, de la ayuda rusa en la campaña. El Presidente Naranja lleva años diciendo que eran cuentos, no chinos pero sí rusos, calumnias demócratas, y Gabbard salió del freezer en el que estaba guardada últimamente.

La inflación está empezando a levantar cabeza y General Motors perdió mil millones de dólares en ganancias en el primer semestre por las tarifas recíprocas. Japón le hizo una gran verona al Hombre Naranja, logrando una rebaja de impuestos de importación a cambio de invertir en Estados Unidos. Resulta que los japoneses hace años que lo que más exportan son capitales y no autos, con lo que su vida no cambió mucho.

Broncas brasileñas

El nueve de julio, Trump anunció que el primero de agosto los productos brasileños van a pagar un 50 por ciento de derechos de importación, sean los productos que sean. No era el caso de que algo que vendiera Brasil fuera muy competitivos, no era que hubiera dumping ni triangulación, ni siquiera que EEUU tuviera déficit en este intercambio, aunque Trump sanateó que sí. La carta que mandó el Hombre Naranja explicaba desde el primer párrafo que el tema era la causa penal contra Jair Bolsonaro, que tenía que ser liberado INMEDIATAMENTE (Trump grita hasta por escrito). Y también la osadía de la Corte Suprema brasileña de ordenarle a las redes sociales, todas norteamericanas, que gasten en frenar el tráfico de niños y la organización de golpes de Estado.

Dos semanas después del porrazo, los brasileños están cada vez más enojados. El sobrenombre del palo trumpista es “tarifazo”, pero todos saben que son sanciones dirigidas a un país. Y cada vez queda más claro que no fue que Trump se levantó un buen día con ganas de atacar a Brasil, sino que escuchó a un grupo de lobistas que se dedicó a indignarlo. El dúo a cargo fueron el hijo presidencial, Eduardo “Bananita” Bolsonaro y Paulo Figueiredo.

El problema es que los aranceles se pueden negociar, un toma y daca comercial, pero las sanciones son un ultimátum. Lo que Trump está exigiendo es que se promulgue una amnistía para los golpistas que arrasaron los edificios federales en Brasilia gritando “fraude”, y que Bolsonaro se saque la tobillera y pueda ser candidato de nuevo. Irónico, el columnista Celso Rocha de Barros escribió en A Folha de Sao Paulo, un diario que no lo quiere nada a Lula, que Bolsonaro es el único presidente en la historia que pudo aumentar los impuestos después de perder el poder. Si las sanciones se aplican la semana que viene, va a haber quiebras, pérdidas de divisas, quién sabe una devaluación y más desempleo, todas cargas que van directo a los brasileños.

Bolsonaro, agrandado, retomó sus redes y hasta dio un reportaje, lo que le valió una advertencia de la Corte Suprema: o sigue en silencio o se acabó la domiciliaria. Los medios brasileños no paran de dar detalles sobre su posible condena en firme, que tiene que salir antes de fin de año. Y los bolsonaristas en el Congreso, cada vez que hablan con la prensa, ponen una enorme bandera partidaria de Trump 2024.

¡Qué mundo del revés que es Brasil! La derecha acusa a la justicia de hacer una caza de brujas en su contra y en junio 900.000 personas perdieron la ayuda económica estatal porque habían conseguido empleo o mejorado sus salarios y ya ganaban demasiado como para seguir recibiéndola…

Y un detalle que investigan la Justicia y la Comisión de Valores: el 9 de julio a las 13.30 horas, alguien compró por lo menos tres mil millones de dólares a 5,46 reales. A las 14.46 se hizo pública la carta de Trump amenazando con sanciones. A las 15.10, alguien vendió los billones de dólares a 14.60, una suba por el miedo de los mercados, y se hizo 140 millones de reales por cada billón. Lo mejor del currete es que fue todo electrónico y es probable que el especulador bien informado ni haya puesto un dólar para ganarse esa torta.

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