El gobierno derechista de Israel cada vez más aislado, la Casa Blanca adelantó las sanciones a Brasil por una nota, Zelenski tuvo que ceder ante las manifestaciones.
La mayoría de los países del mundo, 147 entre 193, reconocen de alguna manera la existencia formal de Palestina, sea como “entidad representada” o con una embajada. Los palestinos tienen una delegación en las mismas Naciones Unidas, aunque no son reconocidos como Estado con carácter de miembro pleno. Los sucesivos gobiernos israelíes siempre pelearon contra estos reconocimientos, porque equivalen a reconocer el modelo de dos Estados. Es una posibilidad, pero Jerusalén no necesariamente quería que medio planeta le dijera que la use.
Lo que habían logrado los israelíes era que ninguna potencia importante, que nadie en el G7, reconociera a los palestinos como una nación. Ahora, Benjamín Netanyahu podrá decir como Menem que él “lo hizo”: Francia anunció que va a reconocer formalmente a Palestina como una nación independiente, Gran Bretaña repitió el anuncio, y Canadá avisó que lo está preparando.
Es fantástico, el peor sapo diplomático concebible para Israel, el fin de años de construcción política.
En su actual período como primer ministro, Netanyahu gobierna desde hace 16 años al frente de una coalición de conservadores, nacionalistas religiosos, emigrados soviéticos, colonos y ultra ortodoxos que viró al país claramente a la derecha. Quienes conocieron el país de los kibbutzim, de los funcionarios modestos con trajes que parecían búlgaros, en el que el diario Haaretz era una poderosa voz progresista, ven ahora una sociedad llena de medios tipo Fox News o la Derecha Diario, donde el Gordo Dan no estaría fuera de tono, y donde en los círculos de poder lo único búlgaro es el dibujo de las corbatas, importadas y de seda.
Detrás de la guerra y de Hamás, queda escondido el proyecto Netanyahu, el que todo niega, el que nunca asume una responsabilidad, el que esquiva causas penales atacando a la Corte Suprema. Su hijo Yair Netanyahu es un gritón vocero de la verdadera línea partidaria, alabando a Jair Bolsonaro, a Donald Trump, a Nigel Farage y a Viktor Orbán. Cada crítica por lo que pasa en Gaza viene de “la izquierda post-nacional y globalista”. Desde el gobierno fomentaron la euforia nacional por la Guerra de los Doce Días, que viene a ser la serie de exitosos bombardeos a Irán.
Todo bien, hasta que un buen día, hace poco, empezaron a llegar las imágenes de la hambruna en Gaza. Netanyahu la negó, poniendo su mejor cara de feroz, pero hasta su amigo Donald Trump dijo que era cierto, que “esas cosas no se pueden falsear”. Las acusaciones de que el gobierno de Israel está haciendo lo que tantas otras potencias militares de ocupación, una limpieza étnica, tomaron otro cariz.
Y para que quede en claro qué desorganizado anda el frente interno en el gobierno norteamericano, el embajador Mike Huckabee visitó el viernes un puesto de distribución de alimentos y lo elogió hasta la exageración. El veterano político republicano dijo que no vio a nadie con cara de hambre.
Gaza es un mar de ruinas. El noventa por ciento de los edificios de sus tres principales ciudades fue destruido. El ejército israelí está usando palas mecánicas Caterpillar D9, a las que apodaron “ositos”, para nivelar las ruinas. La Organización Mundial de la Salud calculó que el 95 por ciento de los palestinos no tiene acceso al agua potable. Mejor ni hablar de los hospitales, que hacen lo que pueden con casi nada.
Y luego está la hambruna. Netanyahu ordenó que no entrara más ayuda humanitaria que él no controlara, y le dio el monopolio a una ignota organización que abrió unos pocos, muy pocos, centros de distribución para dos millones de personas. La excusa, como siempre, era confundir a los asesinos de Hamás con la población general, y acusar a la organización de robarse los alimentos para hacer caja.
Pero resulta que el ejército recibió órdenes de abrir fuego contra el que fuera a buscar comida. Según Haaretz, que investigó el tema y encontró muchos uniformados que querían hablar, la orden era intimidar y alejar a los civiles, aunque no fueran peligrosos. Hubo muertos y más muertos, decenas por día, y según muchos oficiales consultados, la tropa simplemente se puso a hacer tiro al blanco con los civiles sin orden superior. La cuenta mínima es de 859 muertos sólo en esta situación.
Este junio, el ministerio de Salud de Gaza publicó un informe de mil páginas listando con nombre y apellido a los muertos. Son 55.000 nombres, de los cuales 17.000 eran de chicos y 937 de bebés de hasta un año. Lo peor de la lista es que sólo incluye a los que fueron llevados a una morgue y no a la inmensa cantidad que yace bajo las ruinas de las ciudades palestinas.
Los derechistas más cuerdos se están preguntando cómo terminaron en esta situación, fritando tanto del capital de buena voluntad que siempre tuvo Israel entre tantos pueblos. Una palabra que circula, hablando de Netanyahu, es hubris, el sustantivo griego que describe el estado moral en el que uno se pasa de todas las rayas posibles, sabiendo que lo está haciendo.
La palabrita se refuerza cuando se recuerda que todo lo empezó Hamás que, pensando como una orga, lanzó el feroz y vil ataque del 7 de octubre de 2023 sabiendo que las consecuencias serían terribles. La inteligencia israelí interceptó y difundió un memo de la conducción de Hamas pidiendo que Hezbolá lanzara un ataque simultáneo desde el norte y que Irán bombardeara. Nada de eso ocurrió, los palestinos se quedaron solos y a la derecha israelí se le soltó la cadena. Ya nadie se acuerda, pero después del ataque el presidente norteamericano Joe Biden abrazó a Netanyahu y le pidió que no actuara desde la bronca y el odio.
Por algo lo hizo.
Brasil sancionado
Muy cada tanto, los periodistas sentimos o pensamos que algo que escribimos o dijimos influye en el mundo real, El colega Jack Nicas, corresponsal del New York Times en América del Sur, debe estar sintiendo o pensando esto mismo. El miércoles, Nicas tuvo una rara entrevista con el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, que no les daba un reportaje desde 2012. El título fue “Nadie está desafiando a Trump como el presidente de Brasil”, y el tema las sanciones económicas que arrancaban el viernes primero de agosto.
La nota salió el jueves y ese mismo día Donald Trump firmó las sanciones. Un día antes de lo anunciado, después que le leyeran la nota o al menos el título.
Parece cosa de chicos, pero el Hombre Naranja es así, infantil y caprichoso, y parece seguir creyendo que el mundo es el patio de un colegio. Una larga lista de productos que va de café y pulpa de naranja, a varios insumos procesados y materias primas, con un solo rubro industrial en serio, algunas piezas aeronáuticas, va a pagar ahora una sobretasa de cincuenta por ciento. A esto se suma un castigo personal al ministro de la corte suprema que se encarga del caso de Jair Bolsonaro, Alexandre de Moraes. El juez cometió el pecado de ponerle una pulsera en el tobillo al viejo amigo de Trump, y ordenarle a las redes sociales, todas norteamericanas, que bajen miles de posteos llamando a la rebelión contra el gobierno… y al tráfico de mujeres. Ahora lo tratan peor que a Putin.
Lo que deja al descubierto que, al contrario de tantos otros países, Brasil termina entarifado por una cuestión de política chica. Estados Unidos hace muchos años que tiene superávit en el intercambio con Brasil, pese a que Trump bolaceó que no.
El título de la nota de Nicas era merecido, porque Lula entendió que un apriete no es una negociación y que el entuerto sólo se arreglaba con una amnistía a Bolsonaro. Esto equivale, y lo dicen muchos más que los petistas, a regalar la democracia brasileña y ayudar a la deriva mundial que hace cada vez más común la construcción de dictaduras civiles de derecha. Atinado, Lula ni habló de dólares o intercambio, sólo habló de soberanía y de la independencia que el Poder Judicial brasileño está mostrando.
Según la prestigiosa consultora Datafolha, un 57 por ciento del país, más de los que votaron a Lula, consideraron las sanciones injustas. La indignación en nuestro socio principal es clara y palpable. Y la preocupación por la inflación en Estados Unidos ya es abierta, empezando por el desayuno con café y jugo brasileños.
Zelenski se suelta
Esta semana pasó algo rarísimo en Ucrania: las calles se llenaron de gente protestando contra el gobierno de Volodimir Zelenski. Los ucranianos salieron a gritar -y cómo gritaron- porque el presidente hizo una fuerte movida para controlar los organismos que vigilan un viejo problema local, el de la corrupción. Hay que recordar que antes de que Vladimir Putin invadiera y convirtiera a ese país en tierra de santos, Ucrania era un antro en materia de fondos públicos, que aparecían y desaparecían a voluntad de los gobernantes.
Lo que más bronca despertó, y se notaba en la violencia de las consignas y los carteles, es que la movida de Zelenski incluía a los que supervisan el ahora enorme presupuesto militar. Esto no incluye los 154.000 millones de dólares en armas y fondos que recibieron de Estados Unidos y de Europa, que se manejan por cuerda separada y son vigilados, con ojo zahorí, por los donantes.
Pero el presupuesto nacional está, como es de esperar, totalmente deformado por el gasto militar. Ahí ya saltaron varios escándalos que se tramitan en tribunales. Zelenski, que se eligió como un cruzado anticorrupción, este martes presentó ante el congreso un proyecto de ley para que la Oficina Anticorrupción y la Fiscalía Especializada perdieran autonomía bajo la fiscalía general, que nombra el presidente. Los entes fueron fundados en 2014 como parte de la renovación de la política local de un país que ya se soñaba en la OTAN y la Unión Europea. Pero, y este es el gran pero, últimamente andaban rastreando el enriquecimiento de funcionarios de alto rango y cercanos al presidente.
Las acusaciones son familiares para nosotros, con curretes inmobiliarios donde, gracias a la varita mágica de un funcionario, la tierra pública se transforma en privada y barata, para construir. Pero en este julio, los dos organismos habían presentado ante los tribunales una coproducción, la investigación sobre la quiebra del PrivatBank, que le costó al país seiscientos millones de dólares. El dueño del banco le había pagado buena parte de la campaña presidencial a Zelenski.
El presidente se rindió el jueves, después de dos días de marchas que prometían crecer y explotar el fin de semana. Retiró el proyecto del Congreso.
Los demócratas se divierten
El caso Jeffrey Epstein le abrió un flanco inesperado al Presidente Naranja. El financista multimillonario se dedicaba a organizar partuzas con chicas muy, muy jovencitas, y las pasaba de mano en mano entre sus amigos y contactos de negocios. Hace años había sido acusado y condenado por un caso, pero pasó unos meses en una prisión VIP y fue liberado. Luego fue preso en serio, por el cambio de ambiente generado por el Ni Una Menos, y se suicidó en prisión.
El caso fue irresistible para los conspiranoicos de la derecha MAGA, que inventaron todo tipo de derivaciones. Esta es la gente, hay que recordar, que inventó y “probó” que Estados Unidos es dominado por una casta de pedófilos que violan chicos, los matan y les beben la sangre como tratamiento para la longevidad. Hillary Clinton era la “directora” del grupo pedófilo y el sótano de una pizzería en Washington una de las sedes. Un pobre extraviado se presentó un día bien armado para liberar a los chicos, pero terminó preso y desilusionado porque la pizzería no tenía sótano.
El Festival Epstein dio lo suyo, pero el centro fue una supuesta “lista” de clientes, amigos y contactos a los que el financista les pasaba chiquilinas. La idea es absurda porque nadie hace un registro minucioso de sus propios delitos -a quién le entregué a esta, qué día y por cuánto- pero en el mundo de las conspiraciones todo vale. Trump, que alimentó la conspiración, prometió en campaña publicar la lista.
Pero no la publicó, con lo que su propia base empezó a rezongar y preguntar por qué. Resulta que Trump fue amigo de Epstein por varios años, con viajes juntos, fiestas y rondas de golf. Luego se pelearon, pero queda la duda de si Trump, mujeriego compulsivo, no estaría en la lista. El presidente no ayudó enojándose y diciendo a sus propios votantes que se dediquen a algo útil. Luego dijo que la lista no existía, luego que si pero la habían escrito entre Barack Obama y Hillary Clinton, luego de nuevo que existía y los Clinton estaban mencionados 28 veces.
Los demócratas terminaron despertando de su habitual abulia y esta semana le hicieron una linda al presidente. El líder de la bancada minoritaria Chuck Schumer y otros siete senadores de las poderosas comisiones de Seguridad Nacional y Asuntos de Gobierno invocaron una ley de 1928, casi olvidada, llamada la Regla de Cinco. Parece que si cinco miembros de estas comisiones, que supervisan el trabajo del Ejecutivo, le piden a organismos del Estado que les envíen documentos, los organismos tienen la obligación de enviarlos.
Este martes, los ocho senadores le escribieron al ministerio de Justicia pidiendo los documentos del caso Epstein.
Es una chicana maravillosa que obliga a los republicanos a tratar un tema radioactivo y pone a Trump en el brete de negar o entregar los documentos. El líder de la bancada mayoritaria, el senador John Thune, va a tener que elegir entre sostener las prerrogativas del Senado o apoyar a su Líder Ungido. Un festival.
Mientras, este miércoles un pobre extraviado entró a un edificio en Nueva York abriendo fuego, y mató a cuatro personas. Es el ataque “masivo” -legalmente, con más de tres muertos- número 254 en lo que va del año.