Franquismo: “Entré con fe pero ahí Dios no estaba”

Este año tuvo lugar en Madrid el llamado “acto de perdón”, que hizo la Conferencia Española de Religiosos (CONFER), a las víctimas y las sobrevivientes del Patronato de Protección a las Mujeres, institución pública española que desde 1941 hasta 1985 dijo “proteger y educar a las mujeres consideradas en riesgo moral”. Historias dolorosas que van saliendo a la luz

El dictador Francisco Franco firmó el real decreto para volver a crear el Patronato de Protección a las Mujeres el 6 de noviembre de 1941. Había sido suprimido por el gobierno republicano que asumió en 1931. Miles de mujeres fueron encerradas en reformatorios para que su moral fuera “digna”. Lo mismo ocurrió en Irlanda en las Lavanderías de la Magdalena

Según el diario inglés “The Guardian”, “para cuando los tres miembros de la Conferencia Española de Religiosos se pusieron de pie para pedir perdón formalmente, la emoción estaba a flor de piel. Mientras muchas sobrevivientes, flanqueadas por sus familias y activistas de la memoria histórica, comenzaban a corear ‘No’, agitando carteles y alzando la voz, los organizadores intentaron callarlas con música”. El “No” gritado de estas mujeres, algunas de ellas activistas, fue tan contundente que la CONFER tuvo que levantar el evento. 

Explicaciones que no bastan

En su edición del domingo 15 de junio, el diario inglés explica con lujo de detalles lo que fue la política del nacionalcatolicismo de la dictadura franquista destinada a las mujeres españolas “descarriadas”, y recoge testimonios de algunas de las sobrevivientes. “En la ceremonia, la primera de esa clase en España, la organización explicó que estaba preparada para romper décadas de silencio sobre todo lo que había pasado.” 

“Nosotros reconocemos esta página de nuestra historia”, dijo Jesús Díaz Ariego, Presidente de la CONFER. “Lo que estamos haciendo es un ejercicio moral y de responsabilidad histórica, una oportunidad para decirles que lo que hicimos en el pasado estuvo mal y expresar nuestra empatía y nuestra pena profunda hacia todas estas mujeres.” Además explicó que esos centros deben ser contextualizados en las leyes estrechas de la dictadura de Franco que violaron los derechos de las mujeres. “Fue un tiempo de educación muy severa, y de restricciones sociales, políticas y religiosas.”

Antonia López es superiora provincial de la Congregación de las Adoratrices y dijo en el acto de pedido de disculpas a las mujeres que fueron encerradas en los reformatorios: “Hemos pedido perdón todas. Todas nos hemos hecho eco del perdón.” Cuando la superiora no había terminado de hablar, un grito espontáneo de “No” se oyó en la sala. Muchas mujeres sacaron papeles que tenían escrita la palabra “No” y los levantaban frente a un escenario en el que “PERDÓN” se leía en letras enormes como telón de fondo.

El nacionalcatolicismo

La existencia de estos centros del Patronato de Protección a las Mujeres se enmarcó en el integrismo católico de la dictadura de Francisco Franco. En ellos la responsabilidad de la Iglesia y el Estado eran concurrentes. Muchos de los primeros ministros de Franco eran integristas. 

La identificación del poder dictatorial del Caudillo con esta Iglesia española profundamente reaccionaria dio lugar a una cantidad de delitos que jamás han sido juzgados. 

Dice Julián Casanovas en su libro “La Iglesia de Franco” que, al producirse las ejecuciones sumarias de republicanos detenidos después de que los nacionales ganaran la Guerra Civil, los curas “decididos a poner su religión en todas partes, la pusieron también en la boca de sus víctimas, obligándoles a gritar ‘¡Viva España! ¡Viva Cristo Rey!’ “. Casanovas sigue diciendo que los sacerdotes sentían “un placer inconfesable” ante las ejecuciones. Con la dictadura, creían que “resucitaba una nueva cristiandad y que España era de nuevo el pueblo elegido de Dios para defender ante el mundo la fe cristiana. (…) Catolicismo y Nación española fundidos otra vez en una ‘identidad profunda y esencial’. Porque España estaba hecha de fe cristiana y de ‘sangre ibérica’”.  “España estaba envuelta en un ‘totalitarismo divino’. (…) Los ‘redimibles’ podían ser evangelizados y adaptados ‘a la vida social del patriotismo’.” La idea de la redención de las “descarriadas” estaba presente en la fundación del Patronato de Protección a las Mujeres.

El último reducto

Esta forma de integrismo católico tuvo su auge pleno en la década del ’40. España fue el último reducto en el siglo XX y sobrevivió hasta bien entrada la década del setenta. De hecho, el Patronato de Protección a las Mujeres siguió vigente hasta 1985.  A principios de los ‘60, es el Opus Dei quien empieza a tomar un rol protagónico en el Gobierno de Franco. No está muy alejado de los principios del integrismo, pero agrega dos ejes de intervención: el poder y las finanzas.

 Díaz Ariego no dijo esto cuando intentó justificar la existencia del Patronato de Protección a las Mujeres, enmarcándolo en la disciplina social y en las “leyes estrechas de la dictadura”. El Patronato fue un sistema perfectamente organizado por la Iglesia española y por el Estado que se enmarca en el nacionalcatolicismo. Porque Iglesia y Estado eran una sola cosa.

“Yo no les voy a perdonar nunca. Ya me da igual cómo lo pidan.”

Dolores Gómez, una víctima del Patronato que estaba en el acto, explicó a “The Guardian” la reacción que tuvieron. “No es un pedido de perdón genuino”, dijo. Relató además que fue encerrada en uno de los centros del Patronato de Protección a las Mujeres a los trece años, después de que su padre abusara sexualmente de ella durante mucho tiempo desde que era muy niña. “Esto es solo un lavado de cara de la Iglesia española.”

Unos meses después Dolores escapó y eligió volver a su casa con su padre, quien volvió a violarla. A los quince años quedó embarazada a causa de estas violaciones. Volvió con las monjas y, en un fin de semana de Pascuas al año siguiente, el padre les pidió permiso para llevarla con él por esos días. Las monjas permitieron que fuera porque era el padre, sabiendo que iba a seguir abusando sexualmente de ella y que iba a volver a quedar embarazada. Dolores Gómez cuenta que buscó a sus hijos por años y que le costó mucho encontrarlos. Empezó entonces un proceso difícil para lograr establecer una relación afectiva con ellos. 

Dolores Gómez no olvida ni perdona.

Pero no todas las asistentes al acto estuvieron de acuerdo con el “No” que otras gritaron desde la indignación y la rabia. Mariaje López, que ingresó a uno de los reformatorios a los ocho años, dijo a “The Guardian” que le hubiera gustado que el acto llegara al final. Que el pedido de disculpas es necesario, particularmente para todos esos miles de mujeres que permanecen en silencio y completamente avergonzadas por lo que vivieron.

En la edición digital de “El País” de España del 14 de junio aparece un video hecho por este diario en el que hablan sobrevivientes del Patronato de Protección a las Mujeres. 

El video puede verse en YouTube:

Una de las realizadoras le muestra a Consuelo García del Cid Guerra, una de las sobrevivientes, el video de una monja de las Adoratrices pidiendo perdón. La monja dice que reconoce que durante décadas muchas mujeres jóvenes y adultas fueron internadas en sus centros contra su voluntad y sometidas a un régimen de disciplina severa.

Consuelo devuelve el dispositivo en el que estaba viendo el video y dice: “No puedo ver a esa monja. Por favor no me enseñes las monjas. Yo entré con fe. La perdí a los cinco minutos porque ahí Dios no estaba”. “Ahora ya toda España sabe lo que es el Patronato. El miedo, el terror, todo lo que hemos pasado ha sido una tortura que no hay que perdonárselas.”

La misma realizadora pregunta a Consuelo: “¿Qué te hace falta para perdonar?”

“Es que el verdadero perdón es el olvido y eso no se puede olvidar.” 

Paca Blanco, otra de las sobrevivientes entrevistada, narra su historia: “Hay que trasladarse a 1967. Una noche veo que se van todos mis vecinos, todos mis amigos, a las fiestas del barrio. Yo vivía en San Cristóbal de los Ángeles en un barrio conflictivo y no me dejaban salir. Y cuando vi que mi madre se durmió, me escapé. Bueno, se me juntó que yo era una adolescente con todas las hormonas revueltas con una transición política y una revolución musical. Las mujeres de mi familia no lo veían bien. Cuando volví a las tres de la mañana, me estaba esperando un coche donde mi familia me metió, que me llevó directamente a Collado Villalba a un reformatorio. (…) Te levantan a las seis de la mañana, te meten en un patio y nos teníamos que lavar con el camisón puesto, sin que se nos viera un ápice de piel porque si se te veía algo era una falta de modestia y ya te quedabas sin desayuno. Y luego te levantaban rezando y te acostaban rezando. Para poder hablar muchas veces con alguna que te caía bien, te tenías que encerrar en el baño y si te pillaban, eras lesbiana, aunque solo estuvieras hablando. (…) Luego de varios meses, me escapo y vuelvo a mi casa. Mi madre no me cree, llaman a la policía del Patronato y me vuelven a coger en mi casa. O sea, me denuncia otra vez mi familia. Me metieron en una celda de castigo donde no me podía poner estirada ni levantada de pie, con una lata para cagar y mear y allí me tuvieron, no me acuerdo bien si era veinte días o un mes. Piensas que te vas a morir y que no vas a salir de ese cuartucho, que no se va a enterar nadie, y eso es horrible. Y eso yo no se los perdono. Ya pueden pedir el perdón cómo quieran. Escuchamos un perdón sin sentimiento, un perdón sin corazón, sin verdad. (…) Lo que ocurrió fue espontáneo, nos salió del alma. No se pudo controlar la explosión de indignación de toda la gente que estaba allí y que conoce muy bien a la Iglesia Católica. Yo personalmente ni olvido ni perdono. (…) Hay que reclamar justicia y reparación. Pero… ¿perdón? Yo no les voy a perdonar nunca. Ya me da igual cómo lo pidan”.   

Paca Blanco estuvo encerrada en los reformatorios de Collado Villalba y Peñagrande entre 1967 y 1968.

En el video pueden verse algunas de las actas de ingreso a estos reformatorios. Cada una menciona la causa por la que cada mujer fue ingresada. Pueden leerse estas razones: con síntomas de embarazo, por peligro moral, por ejercer la prostitución, porque no obedece a su madre, le gusta mucho la calle y no quiere trabajar, y porque es débil mental ligera.

Consuelo García del Cid Guerra cuenta su experiencia a “El País”: “Me despertaron muy temprano un día laborable que yo tenía que ir a clase. Mi madre y el médico de cabecera del Opus Dei de toda la vida, y me dijeron que me iban a poner una vacuna contra la gripe y ya no me acuerdo de nada más. Me desperté en una habitación que no conocía de nada veinticuatro horas después. (…) No teníamos derecho a una llamada telefónica libre, las visitas eran con una monja adelante para que tú no pudieras contar que aquello era de verdad porque nuestros padres no nos creían. De hecho, la primera engañada fue mi madre. Yo me vi inmersa en un sistema fascista, el adoctrinamiento religioso extremo, la falta de compasión… Te podían ver llorando una semana entera y les daba igual. Me decían ‘estás muy guapa cuando lloras, llora un poquito más’. Entonces venía una compañera y te decía: ‘no llores más de siete días, porque te van a llevar al psiquiátrico’. Imposible de soportar y yo lo primero que pensé fue en quitarme la vida y de hecho lo intenté a las dos semanas. (…) No era un perdón. Era una justificación. (…) Lo sentimos. De acuerdo que esas superioras actuales no nos han hecho nada, pero son las responsables de la historia de toda la Congregación. Han hablado con las monjas ancianas y les han dicho que todo esto era verdad. Vale. ¿Y todo esto cómo nosotras tenemos que encajarlo? Porque era el reloj de nuestra vida el que estaba funcionando. (…). Estaban convencidas de estar salvando almas y de estar salvando niñas que habían parido una serie de golfas y una serie de putas que no merecían ser madres porque las llamaban ‘golfa’, ‘desgraciada’, ‘firma aquí’, y cuando parían ‘¿quieres un espejo para ver cómo pare una perra?’ ¿Creéis que alguna monja puede justificar eso a estas alturas? Ninguna”. 

Consuelo García del Cid Guerra estuvo encerrada en los reformatorios de Adoratrices y Buen Pastor entre 1975 y 1976.

La tercera de las sobrevivientes entrevistadas es Isabel Soler que cuenta: “Entro por mi propio pie porque estoy embarazada de unos cinco meses y me quedo internada en Peñagrande. No tengo un choque ni con las monjas ni con la disciplina ni nada. Me transformo por todo lo que tengo que vivir. Yo tengo que vivir un parto horrible. A mí me sacan a mi hija con fórceps y mi hija nace muerta. A mi hija la reaniman y mi hija sobrevive. Pero queda con secuelas que le van a durar toda la vida. Y a mí esto me parece una falta de respeto para mí y para mi hija porque yo entré en Peñagrande por una sola razón que era salvar la vida de mi hija. La misma comadrona que me atendió me decía días después: ‘Isabel, denunciad que os están matando…’ (…) Yo perdoné hace muchos años. No a ellas, perdoné a mi padre, al sistema, a todo. Y lo hice no porque ellas lo merezcan. Lo hice porque yo tenía que seguir viviendo (…) Tiene que ser necesario para sanar que el Estado reconozca el daño, que reconozca el abuso, la violación de derechos fundamentales de ciudadanas españolas libres”. 

Isabel estuvo encerrada en la Institución Nuestra Señora de la Almudena, Peñagrande entre 1981 y 1983. 

“Iglesia y Estado iban de la mano. El Estado es responsable desde 1975 hasta el 85 porque eso continúa en democracia. O sea, la democracia nos debe diez años de vida”, cierra Consuelo.

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