El partido del desarrollo

La sociedad argentina se dirige hacia una mayor pobreza si no se establece un “partido del desarrollo” que aglutine los intereses de las mayorías, contrarrestando el actual rumbo libertario. Los salarios y la lucha de clases son determinantes en la formación de precios y la distribución de la riqueza a nivel global. Los países productores de materias primas, como el cacao, permanecen empobrecidos a pesar del aumento de sus precios. 

Es lógico. Muy lógico. Una porción considerable de los ciudadanos de a pie, aplauden –y con ahínco- al verdugo cárdeno cuya segur les apunta –bien afilada- al cuello. Es un resultado tan lastimoso como inevitable del consabido “a falta de pan, buenas son tortas” o –más a tono con la situación- tortazos. Ocurre que el orden establecido es autótrofo. Los hijos de vecino que en estos días comiciales no ven alternativa a transitar el camino violeta hacia el infierno, encima pavimentado de malas intenciones, no están confundidos acerca de quién los perjudica en gran forma, quién los beneficia en nada, porque no saben qué otro timbre hay que tocar, en razón de que nadie les ofrece uno que al presionar emita una sonería que evoque –irrefutable- el garbo y la sustancia de la mujer del César.

Chocolate por la noticia 

El capitalismo real no tiene nada que ver con el que explica la escuela neoclásica, cualitativamente tan a gusto del hermano de la Karina aunque declame que la execra. Para la escuela neoclásica y su teoría subjetiva del valor, los precios se forman donde se cortan la oferta y la demanda. De última lo que talla ahí es la demanda. Así el precio se forma a partir de los deseos del consumidor.

Para notar lo nada pertinente del enfoque neoclásico la intuición sugiere, por caso, que se recabe el precio del cacao, la materia prima del chocolate. Esto, sin perder de vista que hay una división muy seria entre los seres humanos: entre aquellos infiltrados de Marte a los que no les gusta la torta de chocolate y aquellos que aplauden las mil y una recetas.

La prensa especializada informa que los precios internacionales actuales del cacao se fueron a las nubes, llegando a situarse por encima de los 10.000 dólares por tonelada en los últimos meses. Culpan de esta triplicación del precio respecto de los valores de 2023 a la baja cosecha amputada por el cambio climático y a los brotes de enfermedades en los cultivos. Dos tercios del cacao mundial los producen los países africanos Costa de Marfil y Ghana.

Si fueran los deseos del consumidor los que forman “subjetivamente” el precio, ¿cómo es que se coordinan para que aparezca un precio mundial entre el zapatero de Valentín Alsina, el pintor de brocha gorda de Tokio y el carpintero de Estocolmo? Está bien que haya personas tan insensibles a las que no les guste la torta de chocolate, pero dejando a un lado e estos marcianos que expresan el paroxismo de los contreras, ¿cómo hacen los 8.000 mil millones seres humanos actuales, para que sus gustos coincidan al punto de establecer un precio mundial que varía en un mercado que opera desde hace más de un siglo? 

Recurren a los alienados manuales de economía neoclásica y a ese mundo feliz en el que todo precio se fija por la oferta y la demanda sobre la preferencia de un individuo, que como en las ruinas circulares borgianas, fue soñado por otro. Ficciones. 

Eso no tiene nada que ver con el mundo real, donde los precios se fijan a partir de que la sociedad objetivamente por su lucha política establece el salario con el cual se reproduce la fuerza de trabajo. Debe aclararse que esto último se debe a la impronta teórica de Arghiri Emmanuel.

Volviendo del cacao a la Argentina, de seguir así, por los efectos objetivos de las políticas que instrumenta el gobierno libertario, encabezado por el hermano de la Karina, las mayorías nacionales se van –con mucha suerte y viento muy a favor- a la B. Se impone cambiar el rumbo hacia el desarrollo que integre a la sociedad argentina, hoy desarticulada y en grandes sectores hecha pelota. 

Otro chocolate para la misma noticia 

En un fin de semana que se inscriben formal y legalmente los candidatos que compiten en las legislativas por el favor de la ciudadanía, es normal que la política agónica escriba la orden del día. Pero en la política argentina no acontece una arquitectura que desafía a la neoliberal, aún en su actual expresión extremista cárdena. 

Cómo si es una sociedad integrada, en la que el igualitarismo moderno escribe su cotidianeidad, se podría prescindir alegremente de las políticas de tinte keynesiano que administran la demanda. No se puede. No faltan los boludos que por miedo al electorado convalidan la ridícula y alienante sugestión del “superávit fiscal”. Es como aquellos ilusos de la izquierda que maldicen al sistema y se “olvidan” de indicar como en su singular mundo se acumula capital. En ambos casos no se trata de descuidos sino de limitaciones insalvables.

Sin la construcción del partido del desarrollo el sentido común de la ideología dominante neoliberal seguirá conduciendo a la sociedad argentina hacia su destino de pobreza. Perry Anderson inquiere que para que ese partido aparezca y se consolide como alternativa política “Lo que es necesario, y que no ocurrirá de la noche a la mañana, es un espíritu totalmente diferente: un análisis cáustico, resuelto, si es necesario brutal, del mundo tal cual es, sin concesión a las arrogantes demandas de la derecha, a los mitos conformistas del centro ni tampoco a la devoción bien pensante de muchos en la izquierda. Las ideas incapaces de conmocionar al mundo también son incapaces de sacudirlo”.

Vale entonces para tener una punta en aras de la construcción del partido del desarrollo, a partir de la coyuntura del cacao africano, confrontar la visión cárdena con la del mundo tal cual es.

El estado de la demanda internacional determina los precios de productos de exportación. En este caso el cacao. Los precios de estos productos determinan el nivel de ingresos nacionales, el nivel del ingreso nacional, es decir, el total de los ingresos de los factores, junto con la escasez relativa de estos factores, determinan la distribución de los ingresos y, finalmente, por lo tanto, los salarios y beneficios. Se es pobre o rico porque lo que se vende es barato o caro. 

Si Costa de Marfil y Ghana son países pobres, la causa está en que están especializados en cacao, cuyos términos del intercambio se deterioraron durante los primeros tres cuartos del siglo XX. Si Suecia y Canadá son ricos, esto es debido a que producen y venden madera cuyos términos del intercambio mejoraron constantemente durante el mismo período, y así sucesivamente. Los precios son la causa, los ingresos de los factores, el efecto.

Entonces, los 10.000 dólares actuales de la tonelada de cacao debería enriquecerlos. Triplica el precio anterior. No sucede así. Con una tonelada de cacao se hacen entre 600 y 700 kg de chocolate, que se venden a no menos de 70 mil dólares. La diferencia, una vez retirada la ganancia, se la quedan los altos salarios de los países desarrollados, donde más se consumen los derivados del cacao. De persistir la situación de alto pecio del cacao, a los africanos les va a pasar lo mismo que a los árabes con el petróleo en su momento. No invierten internamente porque hay tan poco mercado, son tan pobres, que se ven obligados a ir a Wall Street para que el capital les rinda.

Las circunstancias históricas generaron salarios rígidos, ya sea al alza o a la baja, en los países desarrollados y en los subdesarrollados respectivamente, que no responden a los impulsos del mercado. Además, la tendencia a la igualación de la tasa de ganancia en el plano mundial impidió que las disparidades salariales sean apropiadas por las ganancias, es decir, que impidió que los salarios bajos de los países de bajos salarios se compensen con altos beneficios a fin de retener en el país la plusvalía extra exprimida a sus propios trabajadores. La regla simple de las leyes del mercado y la competencia interna de los capitalistas de cada país subdesarrollado, así como la competencia entre estos países, eliminó esta plusvalía adicional en beneficio de los consumidores de los países desarrollados.

Una vez activado hace un siglo y medio, este proceso se hace acumulativo. Los bajos salarios dan lugar a una transferencia de valor desde los países atrasados a los países avanzados, y esta pérdida reduce, a su vez, el potencial material de una futura mejora en sus salarios. En contraste, esto provee, en los países receptores, con la necesaria potencialidad para que las concesiones de los empleadores amplíen aún más la brecha entre los salarios nacionales. Esta ampliación de la brecha empeora la desigualdad del intercambio comercial, y, eventualmente, el valor resultante transferido. Cuanto más pobre es uno, más explotado es, y más explotado uno es, en más pobre se convierte. Como en las relaciones entre trabajadores y empresarios dentro de una nación, del mismo modo entre los países, la pobreza condiciona la explotación y la explotación reproduce a través de sus efectos su propia condición.

Desde este punto de vista, el cacao en sí no empobreció en su momento a los países africanos que lo producen, más de lo que la madera había enriquecido a Suecia. Es porque el cacao es y era producido por personas que recibían un salario de subsistencia pura que su precio se estuvo cayendo continuamente en comparación con el de las manufacturas, y es porque la madera era el producto de países como Suecia, Finlandia, Canadá, donde factores históricos e institucionales, a saber, la eficiente acción sindical, habían establecido salarios 20 o 30 y en algún momento 40 veces mayores que en los países subdesarrollados, que su precio relativo venía constantemente aumentando durante el mismo período.

Reconocer que la única verdad es la realidad, por lo visto, es la condición necesaria aunque no suficiente para construir el imprescindible partido del desarrollo.

La subjetividad política

Entonces a ese fin “la pregunta fundamental [es] ‘¿cómo surge el movimiento histórico de las estructuras’” que hizo Antonio Gramsci. “Para resolver este ‘punto crucial de todo materialismo histórico’, Gramsci se refiere a la subjetividad política (el Partido) como la palanca del cambio, aprovechando, por supuesto, las fuerzas materiales”, consigna el economista italiano Sergio Cesaratto, en un paper titulado: “Agencia, funcionalismo y demás. Una perspectiva sraffiana”, publicado en el número anual de 2024 de la revista académica “The journal of philosophical economics”, dedicado a reflexiones sobre temas económicos y sociales. 

Huelga refrescar los conceptos de funcionalismo, agencia, estructura y “perspectiva sraffiana”, para que quede mejor perfilado que sin “partido del desarrollo” como resumen del movimiento político que aglutina y congenia los intereses dispersos de las mayorías nacionales, no hay “palanca del cambio” y, en consecuencia, el estancamiento y el retroceso son candidatos a escribir la historia de la noche triste argentina, que la luz no ha querido alumbrar. 

La respuesta al interrogante clave de Gramsci de cómo mover el avispero: la construcción del partido del desarrollo, no puede prescindir de batallar en la guerra psicológica de las redes sociales, tal el pan nuestro de cada día que corre. Pero no puede detenerse ahí. Eso en razón de que enfrenta una ideología de alcance inmenso, el individualismo metodológico: la sociedad formada por Robinsons Crusoes a los que no les importa más nada que su culo, tan superficial como poco densa, con gran capacidad de movilización, que está para el bife autoritario, rayano en el fascismo cuando la suerte, como es natural, se vuelva grela. 

Funcionalismo y agencia

Impulsado por el sociólogo Émile Durkheim el funcionalismo es un enfoque en el que se estudia el comportamiento de la trama social anudada entre las personas con los grupos a los que pertenecen y las instituciones que regulan la vida en común para que marche sin conflictos. La variante estructural del funcionalismo pone el acento en la trama social como determinante del comportamiento individual. Los críticos del funcionalismo hacen hincapié en que el enfoque que teoriza sobre la estabilidad y armonía del cuerpo social para desatenderse del conflicto.

Por “agencia” se entiende en el análisis de las ciencias sociales, el poder o capacidad de que tiene una institución o un ser humano para alcanzar los objetivos que se propone. Debe notarse que sin la sociedad le impone al individuo su comportamiento el poder de agencia lo tiene la sociedad. Y a la inversa, es el individuo es el que marca el ritmo a la sociedad. 

“El debate sobre la determinación de la ‘agencia versus la estructura’ del comportamiento humano en las ciencias sociales y las humanidades es inagotable’, advierte Cesaratto. Obvio, que hay que pararse en alguno de estos lados para saber cómo poner rumbo al crecimiento en una sociedad argentina que no da pie con bola. Eso habla del flor de parkour político que hay que sortear, no de la imposibilidad de hacerlo.

Estructura

La estructura refiere a la base económica constituida por el conjunto de “precios básicos”. Los “precios básicos” son establecidos a partir de que la lucha de clases determina el salario promedio, siendo la ganancia lo que queda en el excedente (producto bruto menos salarios) y su tasa la forma de repartir ese excedente entre los empresarios de acuerdo al capital adelantado para producir. De esta manera es el sistema de precios el que comanda –por así decirlo- la reproducción de las condiciones de producción y su crecimiento.

Los “precios no básicos” son los que se forman a partir de que se fijó el salario. Se establecen una vez que el sistema conoce los precios de las mercancías básicas y las relaciones técnicas de producción entre todas las mercancías.

El proceso descripto muy someramente sobre la fijación de todos los precios que articulan la vida económica de cualquier país, al ritmo que se intercambian “mercancías básicas”, las que se emplean directa o indirectamente en la producción de todas las mercancías, incluyendo a sí mismas, y las “mercancías no básicas”, intervienen directa o indirectamente en la producción de todas las mercancías, o que no son hechas únicamente con trabajo, fue teorizado Piero Sraffa, en su ensayo de 1960 “Producción de Mercancías por Medio de Mercancías”. De ahí la “perspectiva sraffiana”. 

Este modelo simple, de una lógica notable, es un esqueleto que al dotarlo de la musculatura que describió y explicó John Kenneth Galbraith en “El nuevo Estado industrial”, a medidos de los ’60, se consigue una imagen muy precisa del capitalismo realmente existente. Por cierto, con Sraffa se superaron las limitaciones y errores lógicos de la teoría del valor trabajo de Karl Marx. Desde Sraffa, la teoría objetiva del valor pisa sobre terreno muy firme. 

El primer paso

Cesaratto describe que “El excedente económico se define como aquello de lo que la comunidad puede disponer libremente sin afectar la reproducción del sistema, al menos en los niveles actuales de actividad. Las instituciones legales, políticas y consuetudinarias (incluidas las religiones, creencias e ideologías) pueden considerarse como las que rigen la extracción y distribución del excedente social. Ogilvie (2007) presenta una visión más detallada de las instituciones como reguladoras del conflicto social en torno a la distribución del ingreso”.

Todo bien con esa geografía del paisaje social, pero ¿cómo se da vuelta como una media a la sociedad argentina para que edifique una democracia industrial sólida propia de una sociedad integrada? ¿Por dónde se empieza? La gran pregunta de Gramsci. 

Cesaratto resume que “Marx consideró al choque entre una base de producción económica en evolución (fuerzas productivas) y una superestructura social dominante (relaciones de producción) como detonante del cambio institucional. Desde esta perspectiva, o bien un cambio en las técnicas de producción aparece como el motor último, el deus ex machina de la historia; o bien las tensiones dentro de las relaciones de producción allanan el camino hacia dichos cambios. Sigue siendo urgente aclarar la interacción dinámica entre el cambio material e institucional”.

Una punta del ovillo para la respuesta de la pregunta de Gramsci la da el propio Cesaratto al subrayar “que el funcionalismo que escolta al materialismo histórico es defendible cuando se acompaña del análisis sociohistórico de las decisiones de los agentes, individuales y colectivos. Dicho análisis busca reconstruir cómo las relaciones estructurales, en particular las formas en que se extrae y distribuye el excedente social, se traducen en decisiones destinadas a reproducir y posiblemente transformar la propia estructura. Por supuesto, lo descrito no agota toda la acción humana, que también ocurre en otros niveles, pero es un aspecto central de ella. Esto se debe a que es en el tejido de las relaciones sociales, en última instancia conectadas con la estructura económica, donde se definen los individuos como seres sociales, así como sus motivaciones y oportunidades”.

“En este sentido, me parece que deberíamos retomar la lección de Edward Thompson, a pesar de sus numerosas ambivalencias sobre un tema que se está desvaneciendo. Se refiere al historiador inglés Edward Thompson, cuyas ideas expresadas antes y después de la caída del Muro dieron lugar a un fuerte debate en la izquierda. 

“Thompson capta –completa su abordaje Cesaratto- la incomodidad que generan las formulaciones mecánicas del materialismo histórico, cuyo objetivo es encapsular en una fórmula simple la variedad y complejidad de las estructuras históricas dadas y sus cambios. (…)  Es posible que el propio Marx caiga en El Capital en alguna forma de hegelianismo en el que la fuerza inmanente del capital lo gobierna todo, como denuncia Edward Thompson (…) Me parece, no obstante, que la esencia del materialismo histórico -la idea de que las formas de explotación, es decir, la extracción y distribución del excedente, son el núcleo del análisis socio histórico determinado en conjunto con las instituciones que regulan estas formas- es fuerte y sólida”.

¡Cuidado con el Perry!

Acerca de las ambivalencias del historiador inglés Edward Thompson, Cesaratto cita a Perry Anderson, que tuvo una polémica  connotada –rememorada con frecuencia- con su colega. Anderson señala que “El problema del orden social es irresoluble mientras la respuesta se busque en el plano de la intención (…). Es, y debe ser, el modo de producción dominante el que confiere unidad fundamental a una formación social, asignando sus posiciones objetivas a las clases que la conforman y distribuyendo los agentes dentro de cada clase. (…) La lucha de clases en sí misma no es un principio causal en la sustentación de (…) orden, pues las clases se constituyen por los modos de producción, y no al revés”.

Respecto de del plano de las intenciones Anderson dice que “Thompson identifica el eslabón perdido en la ‘experiencia humana´ (…) la ‘experiencia humana’ es el resultado subjetivo de algo más; de lo contrario, el término es un ‘vacío ambiguo’. Para Thompson, la ‘experiencia humana’ tiene contenidos propios, como la moralidad y la afectividad. Tal postura tiene un respetable pedigrí liberal, pero no es –claramente- no, marxista”. 

No obstante, Anderson señala que Thompson “sigue siendo mucho más materialista como historiador”, insistiendo en que un “examen materialista de los valores debe situarse, no mediante proposiciones idealistas, sino frente a la morada material de la cultura: el modo de vida de las personas y, sobre todo, sus relaciones productivas y familiares”. Ahí, Anderson hace un deslinde y puntualiza que “En este sentido, creo que, a pesar de algunas ambivalencias, la insistencia de Edward Thompson en la historia debe ser bienvenida, reconstruyendo las decisiones humanas como la manifestación de fuerzas más profundas. Sus inconsistencias pueden justificarse en vista de la ambivalencia crucial existencial de nuestra presencia humana en nuestra propia historia, en parte sujetos, en parte objetos, agentes voluntarios de nuestras propias determinaciones involuntarias”. 

En otro ensayo posterior titulado “Las ideas y la acción política en el cambio histórico”, Anderson comienza preguntándose “¿cuán importante ha sido el papel de las ideas en las convulsiones políticas que marcaron grandes cambios históricos? ¿Son ellas meros epifenómenos de procesos sociales y condiciones materiales más profundas, o poseen un poder autónomo decisivo como fuerzas de movilización política? Contrariamente a las apariencias, las respuestas dadas a estas preguntas no dividen fuertemente a la izquierda de la derecha”.

“Si observamos a grandes historiadores modernos de la izquierda –recuenta Anderson-, encontramos una completa indiferencia respecto del papel de las ideas en Fernand Braudel, contrastada con un apego apasionado a ellas en R. H. Tawney. Entre los mismos marxistas británicos, ninguno confundiría la posición de Edward Thompson –cuyo trabajo a lo largo de toda su vida fue una polémica contra lo que veía como un reduccionismo económico– con la de Eric Hobsbawm, quien en su Historia del siglo XX no contempla capítulo alguno dedicado al rol de las ideas. Si prestamos atención a los líderes políticos, vemos que la misma oposición se repite aún más enfáticamente (…) Para Antonio Gramsci, por otro lado, el movimiento obrero nunca podía conseguir victorias duraderas a menos que alcanzara una ascendencia en el plano de las ideas -lo que llamó una hegemonía cultural- sobre la sociedad en su conjunto, incluyendo sus enemigos”.

De este estado de cosas Anderson concluye que “las ideas cuentan en el balance de la acción política y los resultados del cambio histórico. En los tres grandes casos de impacto ideológico moderno, la Ilustración, el marxismo y el neoliberalismo, el patrón fue el mismo. En cada caso se desarrolló un sistema de ideas con un alto grado de sofisticación, en condiciones de aislamiento inicial de –y en tensión con– el entorno político circundante, y con poca o ninguna esperanza de influencia inmediata”.

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