No es casual que en un contexto en el que la oposición comienza a actuar con mayor firmeza, y la estabilidad del tipo de cambio se pone en duda, la respuesta del Milei sea la de descalificar a quienes le señalan sus incongruencias. Aunque insista con negarlo, está incubando una situación conducente a un empeoramiento de las condiciones de vida.
El discurso que leyó Javier Milei el viernes 8 de agosto por cadena nacional, con el que pretendió justificar el veto a las leyes que el Congreso aprobó la semana anterior, tuvo tintes particulares. No tanto por lo novedosos. Justamente, se trata de la repetición de ideas que suele expresar. La relevancia es el contexto en el que las emplea, y el tono al que recurre para expresarlas.
El sábado siguiente, 9 de agosto, se publicó en la página del Banco Central una columna firmada por él, titulada Aspectos Esenciales del Análisis Monetario. Milei reincide en argumentos empleados en la cadena, pero con un sentido distinto. La finalidad de la nota no es la de hablar de los vetos, que no reciben mención, sino refutar, una vez más, la presunción de que la disparada del tipo de cambio repercuta sobre los precios.
No es casual que en un contexto en el que la oposición comienza a actuar con mayor firmeza, y la estabilidad del tipo de cambio se pone en duda, la respuesta del Presidente sea la de descalificar a quienes le señalan sus incongruencias. La descalificación en términos insultantes le es usual, igual que la falta de reconocimiento en torno a las consecuencias nocivas de su política económica.
Por otra parte, la simultaneidad de estos factores pone en juego el núcleo de su esquema, consistente en mantener la relación entre los precios y los ingresos de la población (parte de los cuales provienen del gasto público) en condiciones desfavorables para la última.
Si el tipo de cambio permanece sin variaciones significativas, la situación no se agrava, y en ausencia de movilización política puede perdurar. Pero si el alza del dólar amenaza con impulsar los precios, y la oposición fuerza al Estado a reorientar o incrementar sus gastos, el Gobierno queda forzado a rediseñar la gestión de la economía con una orientación a la que le es refractario ideológicamente, y excede sus capacidades. De ahí la reacción defensiva y visceral.
Un primer aspecto que llama la atención es la interpretación lineal de que la disminución de los aumentos de precios es por sí misma benévola, más la insinuación de que los ingresos se recuperan por eso.
En la cadena nacional, dijo que “la inflación se ha desplomado, pasando de una tasa interanual del 300% cuando asumimos a una tasa interanual del 25% y va camino a desaparecer para mitad del año que viene. Sacamos de la pobreza a más de 12 millones de personas (…) y la indigencia pasó del 20,2% al 7,3% (…) Y, además, los salarios privados le vienen ganando sistemáticamente a la inflación desde el mes de abril del año pasado”. También aseveró Milei que “no se trata de que los jubilados, los docentes o los discapacitados tengan mejores ingresos, esto se trata de poder, esto se trata de una clase política que hace dos años perdió el poder y van a hacer cualquier cosa con tal de recuperarlo”.
Una curiosa mistificación de los hechos. La baja de la pobreza fue posible por la asistencia en la forma de transferencias, a través del incremento de la Asignación Universal por Hijo. Fueron una de las pocas categorías que creció en términos reales durante los primeros meses de 2024, y el único ingreso que creció más que los precios. Es decir que bajó la pobreza aumentando un rubro del gasto público.
Por otra parte, gracias a la pertinacia para mantener la baja en la variación de los precios, en los últimos meses se les puso topes a las negociaciones paritarias del sector privado, de por sí condicionadas por el contexto político, y las actualizaciones salariales del sector público fueron limitadas desde el inicio del Gobierno, amén de preservar el superávit fiscal. En consecuencia, desde principios del año pasado, los salarios se mantienen estancados. Y los del sector público, particularmente, quedaron muy rezagados con respecto a fines de 2023.
Es notable tal tergiversación al describir las causas y los efectos de la política económica. También lo fue la intención de impulsar un proyecto de ley para penalizar la presentación de un presupuesto o de una propuesta que implique el incurrimiento en déficit fiscal, bajo el concepto de que “el Congreso de la Nación, está impulsando gastos sin explicar su fuente de financiamiento y sin preocuparse porque esa fuente implique o no imprimir dinero. Al hacerlo no está proponiendo otra cosa que, o más impuestos que destruyen el crecimiento económico, o más deuda causando un genocidio contra los jóvenes, nuestros hijos, nuestros nietos y las generaciones futuras, o más inflación, que golpea especialmente a los sectores más vulnerables que ellos dicen defender”. Algo así como el imperativo de adecuarse a lo que indica el oficialismo o ir preso, con una apreciación sobre el financiamiento del gasto sumamente particular.
Dentro del Presupuesto Público es posible reasignar fondos según prioridades. No hay que dejar de destacar el ejemplo del propio Gobierno con la AUH. Asumiendo que esto no sea posible, y que el Congreso decida que es necesario destinar fondos a un nuevo gasto, ¿Por qué la creación de un impuesto o el endeudamiento público son “cargas”, en vez esfuerzos para concretar algo que se considera una prioridad colectiva y resulta en un mayor bienestar?
La columna publicada en la página del BCRA mantiene la retórica habitual que utiliza Milei en el material escrito, con detenimiento en argumentos envueltos con pretensiones teóricas para demostrar que la preocupación por el efecto del incremento del tipo de cambio en los precios es un “disparate”, como sostuvo en las columnas publicadas entre enero y marzo en La Nación. O un “error propio de un amateur”, de acuerdo a lo que dice en esta última.
Su argumento principal es que la inflación tiene un rezago que va de 18 a 24 meses para desacelerarse en función de la cantidad de dinero, y que el tipo de cambio va a converger con un equilibrio de precios saludable una vez que se deje de imprimir dinero. El que no lo entiende, y cree que el tipo de cambio es determinante del nivel de precios, es un ignorante que no comprendió el principio de imputación de Carl Menger, que establece que son los precios de los bienes finales los que determinan sus costos, y sigue creyendo en la anquilosada teoría objetiva del valor.
El miércoles de esta semana festejaron con Luis Caputo la publicación del índice de precios al consumidor, que dio un alza del 1,9 por ciento durante julio. Desde noviembre de 2017 no se conocen subas menores al 2 por ciento durante tres meses seguidos, dice Toto. Se les escapó el detalle de que en mayo la suba fue del 1,5 y en junio del 1,6. Es decir que es el segundo mes de alza.
Alza moderada al fin, pero con todo relativamente quieto. El aumento del tipo de cambio se dio al final de julio. Desde entonces, se contuvo, una vez que el Gobierno comenzó a incrementar las tasas de interés en las licitaciones de títulos públicos, con resultados modestos. El miércoles se buscó reabsorber vencimientos que se concretan el próximo lunes ofreciendo una tasa de interés anual del 70 por ciento, pero solamente se llegó al 61 por ciento de renovación. Lo que dará lugar a una licitación nueva para intentar absorber el excedente y evitar que presione sobre el dólar.
Algo normal, porque a pesar de la indiferencia que manifiesta el Presidente, todos los gobiernos de todo el mundo, incluyendo al suyo, intentan evitar que las divisas les generen problemas. Y en este caso, por incompetencia y temor al alza inflacionaria posterior al primer trimestre de 2024, no se diseñó una política que resolviese el problema cambiario en el largo plazo.
Ahora se experimentan las consecuencias. También las del recorte permanente del gasto público, justificado con la argucia de que, por ser más pobres ahora, seremos más prósperos en el futuro.
Aunque Milei insista con negarlo, está incubando una situación que conduce a un empeoramiento de las condiciones de vida. El discurso en el sentido contrario para culpar a la oposición y a sus detractores de confundir a la población es una muestra de debilidad creciente.