Los cuatro adultos se miraron un segundo con sus pupilas dilatadas ante tanto nombre rimbombante y modernoso. ¿En qué andan los pibes ahora? ¿Qué es lo que les gusta? ¿En qué océanos infinitos se sumergen cuando agarran el celular y la tablet? ¿Por qué son tan poderosos hoy los aparatos? Estas preguntas, que no eran nada nuevas, quedaron guardadas adentro de los cuatro cerebros. La conversación siguió animada.
El primer “malcruce” fue en una aldea balnearia, totalmente ligada a una ciudad agropecuaria rica con casas confortables y buenos horizontes. No es que esto fuera un viaje propiamente dicho, ni siquiera un tour, no, es un recorrido en el tiempo, que, en este caso, se remonta a dos años y medio atrás. Melinda y su buen mozón Sebastián, fueron topándose con “malcruces”, que no son puntos de llegada, ni siquiera metas, no. Son esos lugares y momentos en los que te llevás una sorpresa y te quedás perplejo. Es cuando de golpe te dicen algo tan raro que te cuesta reaccionar y quedás en shock… Pero no te podés dejar vencer. Tenés que contestar, replicar, refutar, argumentar, nunca rebuznar o retirarse. A esos lugares y momentos imprevistos y shockeantes llamaremos “malcruces”.
El primer “malcruce” que pisaron Melinda y su buen mozón Sebastián fue en esa ciudad balnearia, satélite de su otra ciudad agropecuaria, que, para qué tanto misterio, la voy a nombrar. Era Claromecó. Entonces, decía, iba esta pareja amiga mía caminando a un costado de un camino que los llevaba a la playa, un camino, digo, que era casi una ruta por el que iban coches caros y grandes camionetas al gran estilo agropecuario. Melinda y Sebastián oyeron voces en medio del sonido del viento y de los pájaros. Eran voces amigas, voces de la infancia, eran llamados: “¡Sebas, Sebas!”. Los dos se dieron vuelta, y, efectivamente, desde una gran camioneta Hilux, que parecía un mamut brilloso, salían cuerpos, es decir, de las ventanillas salían torsos con caras sonrientes: “¡Sebas, Sebas!” Eran Gerardo y Silvia, amigos de la infancia, porque me olvidé de contarles que Sebastián fue nacido y criado en la bella y confortable ciudad agropecuaria.
– ¡Sebas, Melinda!
Pararon el coche, se apearon, empezaron los besos y los abrazos, las sonrisas, el entusiasmo, la conversación rápida.
Cuando uno se encuentra con los amigos de la infancia te sube una fuerza infantil, un entusiasmo de niño asombrado que de a poco se va calmando y vuelve la actualidad.
– ¿Viste qué viento que hay?
– Y, sí, acá siempre es así.
– Nosotros huimos al mediodía de la playa.
– Nosotros estamos yendo.
– Los días están divinos.
Y vino la pregunta más ansiosa, Melinda esperó a que la comunicación se pusiera calentita y preguntó:
– ¿Y los chicos? ¿Cómo están? ¿Cuántos años tienen ahora?
– Joaquín, dieciséis y Catalina diecisiete. Están enormes. -Gerardo se ensancha- Ya terminan el secundario.
– ¿Y qué van a estudiar?- Melinda curiosona.
– Joaco, “Comunicación global para el agronegocio” y Cata, “Diseño de comunicación para el comercio exterior”.
Los cuatro adultos se miraron un segundo con sus pupilas dilatadas ante tanto nombre rimbombante y modernoso. ¿En qué andan los pibes ahora? ¿Qué es lo que les gusta? ¿En qué océanos infinitos se sumergen cuando agarran el celular y la tablet? ¿Por qué son tan poderosos hoy los aparatos?
Estas preguntas, que no eran nada nuevas, quedaron guardadas adentro de los cuatro cerebros. La conversación siguió animada.
– ¡Y ahora, – Silvia comentó hilarante,- están todos enloquecidos con la política!
– ¡Ah, mirá! ¡Qué bien! – comentó Sebastián.
Gerardo agrega:
– Sí, viste, están todos enloquecidos con esto del Milei.
– ¡¿Qué?!-pregunta azorada de Sebastián.
– Y, bueno, viste, se distraen.-Silvia complaciente.
– No, no. Eso no es política. -Corrige Melinda.
– Bueno, pero ellos se divierten, dejalos, están en la edad. –Agrega Gerardo complaciente.
– Pero es grave.-Aclara Sebas
– Igual, no va a ganar. Nosotros los dejamos, así están en algo. -Gerardo quiere calmar las aguas. – No sabés cómo se divierten. Hablan por zoom con otros pibes de otras ciudades. Hacen fiestas presenciales y virtuales a la vez. Están recontentos.
– A veces dejan un quilombo en el living… – comenta Silvia
– No, discúlpenme, Gerardo, Silvia. A los chicos hay que ponerles límites.- Melinda diciente.
– Chicos, no. Son grandes. Van a votar.-Silvia aclara.
– ¡Pero esto no es una joda!- Sebastián casi grita.
– No pasa nada. No va a ganar, -canchero, avisa Gerardo,- no se preocupen.
Arranca la camioneta.
– Nosotros nos vamos a casa.
– Meli y yo seguimos a la playa. Nos vemos.
Otro “malcruce” del recorrido de estos dos años y medio, fue la casa de Chantal, frente al parque Las Heras. Estaba Melinda de visita, también Paula y Natalia, todas amigas, tomando unos mates en el balcón un viernes primaveral.
– Meli, -dice Chantal con cara y voz culposa,-vamos a tener que suspender la ida al cine este miércoles.
– Sí,- agrega Paula,- te lo íbamos a decir. Tenemos que hacer otra cosa.
– Sí, disculpá.-interviene Natalia, -es medio urgente.
– ¿Qué pasa, chicas?-Melinda pregunta, no entiende nada.
Chantal da un sorbo sonoro de mate y explica:
– Es por los chicos. No sé qué les pasa, qué les agarró.
– Con Iván, no sé qué hacer.-dice Paula.
– Y yo con Sol. Ella va y viene. Pero no hay caso. No quiere hablar conmigo. –Cuenta Natalia, la madre más angustiada.
– Y Nazareno está en la misma. Pero él tiene al padre de derecha, por eso puede ser.-habla Chantal.
Y Melinda pregunta:
– ¿Qué pasa, chicas?
Chantal responde:
– Los pibes nuestros están con Milei. Y no sabemos qué hacer. Van a colegios progres, viste cómo los criamos nosotras… No sé qué carajo hicimos mal. Además, Nazareno no quiere hablar. Y quiere ponerse ropa de marca. No larga el celular. Se pasa la maquinita todo el tiempo y está siempre rapado. Desprecia a todo el mundo.
– Con Iván me pasa lo mismo.
– El miércoles vamos a hacer una reunión acá. Nos juntamos las madres de pibes que votan al loco este. No sabemos qué hacer. Para colmo ellos no quieren debatir ni discutir. Te cortan el rostro, se meten adentro del teléfono. ¿Qué hicimos mal? – Chantal se agarra la cabeza,- Le dije y le digo que si gana, yo me quedo sin trabajo. Le dije a Naza que estaba actuando contra sus propios intereses.
– Bueno, -replica segura Melinda. – Chicas, quítenle a los pibes los celulares. No se los paguen más.
– ¡No se puede hacer eso, Melinda!-Afirmó Paula, mirándola fijo a los ojos.
Elegimos ese día porque coincidíamos todas.-Culposamente explica Natalia.
– Está bien, chicas. Las entiendo. –Concluyó comprensiva Melinda.
Claro que el recorrido fue más largo, zigzagueante y con más “Malcruces”, pero, permítanme lectores, que haga una selección.
Un día de semana, Melinda fue a la peluquería a hacerse las manos con su amiga “Niní”, manicura de profesión.
– Yo lo voto, Meli.
– ¡¿Qué?!¡Vos estás loca, Niní! ¿Qué le viste?
– Thiago, mi nene. Bueno, ya termina el secundario y va a estudiar finanzas. Él sabe y me explica.
– No, Niní, es un menor, es un pibe. No conoció la dictadura ni el menemato, ni el dosmiluno.
– Este de ahora es peor.
– No vas a comparar. Tuvo que agarrar el país devastado por la deuda y la inflación que nos dejó el concheto. Después la pandemia sin ministerio de salud, y más quilombos, y el law fair, y qué querés, cómo no va a haber inflación ahora… No podés creer en un pibe.
– Pero Thiago sabe, ya te dije, va a estudiar finanzas. Y este hombre tan loco es un economista.
– ¡No es economista! Es un financista recibido en la “PUPS”, que es la Pedorra Universidad Privada de Segunda. La economía es algo mayor, tiene que ver con el crecimiento, la producción, la distribución…
– Yo confío en mi hijo. Y odio a los peronistas.
Hoy Niní cuida señoras viejitas de noche y de día limpia algunas casas por horas. Su peluquería cerró. Las clientas de manos no le pueden pagar. Dice que no puede hablar. Dice que no sabe, que está tan ocupada que no se puede informar sobre las cosas de la política.
Otro malcruce ocurrió en un día como tantos, a finales del 2023. Melinda salió al mediodía de su casa para ir a una carnicería. El barrio de Palermo cheto estaba y está demasiado caro y, además, escasean los locales a la calle, por lo que tuvo que tomarse un colectivo y trasladarse con el changuito hasta el otro lado de Santa Fe. Entró en una carnicería grande, nueva de la calle Güemes. Nueva quiere decir, inaugurada unos añitos antes de la pandemia. Las heladeras debajo de los mostradores estaban un poco vacías. Los dueños no estaban. Había un jovencito atendiendo y una chica no tan joven en la caja. Melinda compró y cuando fue a pagar, haciéndose la tímida, la discreta, la señora educada, preguntó:
– ¿Y ustedes, chicos, perdonen que pregunte, por quién van a votar?
Los dos bajaron la cabeza. El muchacho envolvía, la chica tecleaba en la caja.
– ¡Qué pregunta, doña!-el pibe.
– ¿Por qué?- Melinda, levemente autoritaria,- No hay por qué ocultar el voto. Cuenten, chicos. En democracia podemos hablar libremente… Yo sé lo que les digo. No tienen por qué guardarse nada.
– Es que tiene que haber un cambio, -dijo la chica esquivando la mirada.
– ¿A qué te referís?
– Un cambio, señora. Hay que entenderlo…
A Melinda la fastidió, más bien, la violentó el tonito arrogante de la piba, que, encima, se le notaba, era una venezolana recién llegada al paraíso de la precarización.
– Explicame, querida…
El pibe se asustó un poco y dio la espalda.
La chica terminó de cobrar. Retiró la mirada y se quedó en silencio, estirando el cuello en un gesto de soberbia muda.