Guerras, censuras, inmunidades

Netanyahu quiere que su Israel sea una Esparta, Trump quiere que la TV lo trate mejor o les retira la licencia. Y la derecha bolsonarista quiere impunidad.

Israel ya no va a ser Israel, no va a ser más el Estado -ni república, ni federación- porque Benjamín Netanyahu sueña con transformar su país en otra cosa. El primer ministro quiere vivir en una “Super Esparta”, blindada, belicista, completamente dirigida a la guerra. Este nacionalista, derechista duro, despectivo de sus críticos, se liberó de toda atadura e hizo imposible todo tratado de paz bombardeando Doha, la capital de Qatar donde supuestamente se negociaba. Su objetivo era matar a la conducción de Hamas ahí reunida, pero el misil cayó a destiempo y mató a funcionarios menores. Y esta semana, Netanyahu invadió lo que quedaba sin ocupar de Gaza. Cientos de miles de palestinos están huyendo con lo puesto en filas dolorosas de refugiados, cientos ya murieron. Las tropas israelíes están demoliendo lo que quedaba de Ciudad Gaza, y su gobierno les dice que lo hagan, porque todos los palestinos son Hamas.

Según Netanyahu, la operación es necesaria para rescatar a los veinte rehenes que todavía tienen los crueles terroristas, o al menos recuperar sus cadáveres. Decenas de miles de israelíes no se compran esto, saben que a lo sumo volverán a ver a los suyos muertos y están furiosos porque una derecha antes inimaginable en el país usa a sus queridos como excusa.

Netanyahu y sus ministros todavía más derechistas ni se inmutan, como no se inmutan por las todavía cautas críticas de tantos países que están por reconocer a Palestina como un Estado. La comisión de las Naciones Unidas que investigó las acciones militares de Israel en Gaza en los últimos dos años, y los constantes ataques a aldeas en Cisjordania, falló que efectivamente se trata de genocidio. “La responsabilidad por estos crímenes atroces es de las más altas autoridades israelíes, que orquestaron una campaña genocida por casi dos años con el objetivo específico de destruir a los palestinos en Gaza”, escribió el titular del panel, el juez de la Corte Suprema de Sudáfrica Navi Pillay, que fue Alto Comisionado de la ONU para los derechos humanos. El vocero del primer ministro no gastó más de una frase en descartar el fallo.

Esta semana, el premier habló en una conferencia organizada por su ministro de Finanzas, que opina que Israel tiene un sagrado destino imperial que es absorber Gaza y Cisjordania, y librarse de los palestinos. Netanyahu no moderó en nada, simplemente dijo que su Esparta tiene que acostumbrarse al aislamiento y ser autárquica.

No extraña, ya que este primer ministro de Israel sólo puede seguir en el poder en estado de guerra. Si la para, se rompe la coalición de derechistas que lo sostiene y Vuelve al llano. Le queda un año antes de tener que llamar a elecciones, tiene el apoyo implícito y explícito de Donald Trump y su canciller Marco Rubio, y tiene 18 años como primer ministro a las espaldas. Y perder el poder podría ser un desastre porque vuelven las causas por corrupción, viene la investigación sobre las fallas de seguridad que hicieron fácil el ataque de Hamas el 7 de octubre de 2023, viene una investigación sobre posibles crímenes de guerras y los que los ordenaron.

Mejor hacer una Esparta que garantice impunidades.

Censura en EE.UU.

Un pibe de 22 años con serias contradicciones internas, por no hablar de lo que diría un analista, le pegó un tiro a Charlie Kirk, ignoto entre nosotros, famoso en Estados Unidos. La tragedia le sirvió en bandeja a la derecha MAGA algo que le faltaba, un mártir simbólico. Kirk era joven, fachero, vulgar, “exitoso”, talentoso en el ataque y una suerte de líder cultural de la juventud derechosa. A los 31 años, todavía perfecto en su juventud, ya está siendo idealizado. Es el Horst Wessel de Donald Trump.

Una característica de las derechas duras es su notable quejosidad, su permanente búsqueda de mostrarse como víctimas perseguidas y echarle la culpa a otros por sus problemas. Wessel había escrito una canción de combate para las SA, de las cuales era un matón. En una pelea por el alquiler, que parece no le gustaba pagar, un comunista le pegó un tiro en la cabeza. Joseph Goebbels lo transformó en el mártir oficial del partido y su canción pasó a ser el segundo himno nacional a partir de 1933.

Kirk se hizo famoso en las redes, vendiendo una actitud reaccionaria y cool, antifeminista, anti progre, antiaborto. El tipo era talentoso en lo suyo, y se hizo muy famoso en los círculos más pendex de los MAGA, lo que llaman el movimiento “bro”. Apenas muerto, los republicanos trumpistas lanzaron una furiosa campaña para probar que el asesino era un progre, de preferencia miembro de los odiados Antifa. Parte del problema es que el pibe grababa las balas y las armas con frases contradictorias, como “Seis millones fueron pocos” y “Ciao Cara”. Por eso los derechistas se obsesionaron con un detalle, que el asesino vivía con un chico en proceso de transición de género. En esa lógica, tenía que ser un progre.

Pero lo más llamativo fue que se desató enseguida una campaña para punir a quien festejara o al menos no se apesadumbrara por la muerte de Kirk. Varias empresas y entes estatales revisaron las cuentas sociales de sus empleados y empezaron a despedirlos por delito de opinión. A los argentinos de cierta edad, acostumbrados a policías dictatoriales que te detenían por portación de barba o libro, esto puede parecerles poco, pero es absolutamente inédito en Estados Unidos. Es realmente corrosivo.

Esta semana, la nueva ola de censura tuvo altísimo impacto cuando la cadena ABC, propiedad de la Disney, rajó sin contemplaciones a una de sus estrellas más lucrativas. Jimmy Kimmel es uno de esos personajes que nuestra televisión no tiene, una mezcla de animador, cómico y periodista que hace un programa nocturno de entrevistas y novedades de alta calidad. Son shows muy bien escritos y producidos, pero sencillos en estructura, con una entrevista, un segmento de clips de noticias del día y un monólogo de apertura. Kimmerl arrancó la semana hablando del asesinato de Kirk y dijo la frase que le costó el puesto: “Este fin de semana tocamos fondo, con la banda MAGA tratando desesperadamente de pintar al chico que mató a Charlie Kirk como alguien que no es uno de ellos, tratando de ganar puntos políticos”.

Es increíble, pero lo acusaron de incitación a la violencia. Y el titular de la Comisión Federal de Telecomunicaciones Brendan Carr, un notorio olfa de Trump, se quejó con la Disney. Resulta que según Carr, la frase de Kimmel era una mentira deliberada y por lo tanto punible. La derecha, deleitada, olió sangre. Resulta que estos programas usan una ironía enorme hacia el poder -todo político les tema y medio que los odia- y sobre todo contra la pacatería republicana. El medio digital The Federalist, gran vocero MAGA, fulminó a Kimmel diciendo que su frase era “un paquete de mentiras”, que el asesino “tiene 22 años, no es un chico, y tiene varias características izquierdistas”. Y luego felicitó a Carr por “hacer lo imposible”, que es lograr que ABC reconsidere “sus ofensivamente partidarios programas” y “tal vez lograr que la fea carrera de Kimmel termine”. Lo que hizo Carr fue amenazar a la cadena con sacarle la licencia de emisión, y ABC arrugó.

Esto es solo el comienzo, cosa que el mismo Trump se ocupó de anunciar en el avión presidencial, volviendo de la inmensa chupada de medias que fue su visita a Londres. Muy tranquilo, el Presidente Naranja dijo que los medios lo criticaban todo el tiempo, no le daban chance, y que, ya que tienen una licencia oficial para emitir, deberían moderarse y elogiarlo un poco. Pero que de todos modos, la decisión era… de Carr.

Y en otro avance de la ignorancia, el ministerio de Salud anunció que su panel asesor en vacunas dejó de recomendar la cuádruple para los niños menores de cuatro años. Este panel fue destruido por el ministro Robert Kennedy y reconstruido con negacionistas como él, gente que sigue creyendo que el origen del autismo son las vacunas. Con tanta gente antivacunas, con la casi total ausencia de campañas de inoculación gratuita en el país, lo que se va a ver es a la primera potencia mundial teniendo picos tercermundistas de cosas como paperas.

Poderes de guerra

Dos senadores demócratas presentaron esta semana un proyecto de ley para limitar los poderes de guerra del presidente. Están alarmados por los ataques a lanchones rápidos que salieron de Venezuela y fueron hundidos por la Armada el 2 y el 15 de septiembre, con catorce muertos en total. Trump, cortito y perezoso, dijo que al final estamos en una guerra contra las drogas y los narcos son terroristas, la nueva lápida que reemplazó la de comunista en la jerga derechista.

Los senadores recordaron que lo de “guerra” en la guerra contra las drogas es retórico -Richard Nixon inventó la etiqueta- y que el Ejecutivo no puede andar por ahí bombardeando cosas sin permiso del Legislativo, que tiene el poder de declarar la guerra. La Casa Blanca ni se dignó informar de los detalles a los congresistas, que ni siquiera saben si los lanchones realmente salieron de Venezuela, usaban alguna bandera nacional o siquiera si llevaban realmente fentanilo.

La Casa Blanca, por su lado, circuló un vago proyecto de ley que le daría a Trump una autoridad casi absoluta para atacar, bombardear o balear a cualquiera que ande en drogas. No se sabe si el proyecto lo escribieron en la Presidencia o viene de algún legislador MAGA, y todavía no fue presentado. Pero es fácil anunciar que tiene mucha más chance de ser aprobado que el de los senadores demócratas.

Trump, con la excusa de los narcos, quiere poner orden en el Caribe, que al final es el viejo Patio Trasero de los Estados Unidos.

De paso, esto de llamar terrorista a cualquiera que te caiga mal se está poniendo peligroso. Trump acaba de llamar terrorista al movimiento Antifa, que detesta cordialmente. Si la idea prende se va a legalizar la razzia preventiva de izquierdistas y progres en todo el país.

Brasilia blindada

Este martes fue un día de vergüenza en la capital brasileña. La cámara de Diputados votó, tres a uno, una futura enmienda constitucional que blinda a los parlamentarios contra toda causa judicial, sea criminal o sea civil. No es casualidad que centristas, centroderechistas y bolsonaristas se amuchen con el tema: la Corte Suprema de justicia tiene ochenta causas abiertas por corrupción entre legisladores, por un total de ocho mil millones de dólares.

Es un paso fortísimo en una dirección que tiene historia en Brasil. La Constitución de 1988 protegía y mucho a los legisladores, algo que causó tanta indignación que en 2001 hubo una reforma eliminando las barreras judiciales. El juicio a Jair Bolsonaro, que es un pico de poder de los jueces, alarmó a los senadores y diputados, que quieren volver a poner barreras. Y, esta vez, también a los juicios civiles por daños y perjuicios.

El oficialismo tuvo que tragarse el sapo y habilitar el quorum a cambio de que la Cámara no trate la amnistía a Bolsonaro y su banda de golpistas, que recibieron penas de hasta 23 años por su complot. Es muy posible que los legisladores, griten lo que griten en los actos, cambien su impunidad personal por la de Bolsonaro, que parece que no vale los ocho mil millones de dólares en danza en las causas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *