Cese del fuego en Gaza, pero no en casa

Trump hace callar los cañones en Medio Oriente, pero endurece en EEUU. En Brasil, un nuevo foco de oposición a Lula.

Donald Trump le apretó los dedos en el cajón del escritorio y Benjamín Netanyahu se tuvo que morder los labios y aceptar. ¿A quién se le ocurre bombardear Doha? ¿Cómo se te ocurre matar a los representantes de Hamas que negociaban la paz con nuestra mediación? Claro que eran terroristas de alto rango en la organización, ¿a quién van a mandar si no? El furcio de Netanyahu le costó a los norteamericanos -tuvieron que darle a los emiratis protección militar Grado Uno, que cuesta una fortunita- y la bronca porque ni los consultaron fue imperial. Netanyahu tuvo que disculparse por teléfono desde la Casa Blanca y Trump subió la foto a las redes. Una humillación.

Pero el israelí no puede vivir sin el norteamericano, ni siquiera electoralmente, ya que Trump es muy popular en Israel. Con lo que el intento de paz de Washington terminó siendo aceptado y este jueves Hamas anunció que liberaba a los rehenes vivos, todos juntos y sin ceremonia, y que se ponía a cavar para entregar los cadáveres de los demás. El gabinete israelí votó el tema, con los extremistas nacionalista o religiosos en contra pero en minoría, y había gente bailando en las calles de ambos países. El sábado callaron los cañones.

Las tropas y los tanques de la IDF se están retirando a una “línea amarilla” que nadie sabe exactamente dónde queda, la fuerza aérea y los drones pararon sus ataques. Falta ver si Hamas acepta desarmarse y disolverse, cosa difícil de prever, pero está entregando su carta fuerte, los rehenes, a cambio de la restauración de la ayuda humanitaria y la liberación de cientos de militantes presos.

Es interesante ver dónde la derecha israelí se encontró con su límite. No fue la masacre de palestinos, ciertamente no fueron los ataques a Irán o Siria, no fue la grosería agresiva de Netanyahu. Fue bombardear a un país árabe pequeño pero interesante para Washington. La Casa Blanca no tuvo inconveniente en filtrar la furia del Presidente Naranja con su aliado.

Geopolíticas aparte, Trump quiere el Nobel de la Paz, al que llegó tarde este año. No lo oculta y bolacea que hasta paró guerras que nunca fueron guerra, pero esta vez tiene chance, cosa que hasta los demócratas le admitieron. Un tipo que anda bombardeando lanchas venezolanas, que quiere poner tropas en sus propias ciudades, que no hace nada realmente con Ucrania, quiere el Nobel… y capaz que se lo dan, como se lo dieron a Barack Obama apenas asumió, medio que por ser el primer presidente negro.

El gobierno de Estados Unidos sigue sin fondos y va cerrándose de apoco. Trump y su gabinete-corte no pueden ocultar su alegría: lo toman como un experimento para ver cuánto se puede achicar el Estado sin que empiecen a estrellarse aviones o a morir enfermos. No es un secreto, los republicanos MAGA no paran de decir que muchos de los que están de licencia porque no hay presupuesto nacional y no les pueden pagar no van a volver nunca a sus puestos. La palabra en circulación es “redundancia”, y si te la aplican, fuiste.

A ningún republicano le importa un pitillo si los parques nacionales son vandalizados por falta de vigilancia, excepto por algún gobernador que tiene uno como fuente de turismo. Tampoco se preocupan demasiado por la falta de radaristas y controladores aéreos, gremio en crisis por los bajos salarios y las largas horas. Ni hablar de los pagos de seguridad social, servicios médicos, pensiones a discapacitados, todas esas cosas de las que se ocupa la detestada burocracia nacional. Al final, los que se joden son pobres. Lo único que registra es el IRS, la Afip de por allá, que hace caja para que Trump gaste. Las leyes tienen todo tipo de seguros para la defensa nacional y la corte trumpiana, por supuesto, sigue cobrando sus buenos salarios

Esta muestra de clasismo no es la única flagrante y abierta. El bloque demócrata no le vota el presupuesto a Trump porque incluye la aplicación concreta, en plata, de la “grande y hermosa ley”, que le saca todo a la clase media, media baja y baja. El gran palo, grande en serio, es que van a subir los precios de los planes de salud, como el Obamacare, a un nivel insufrible. Es una historia conocida: cuando pasan estas cosas, como pasan regularmente en EEUU, las guardias de los hospitales se llenan de familias sin obra social ni seguro médico. La ley ordena que estos hospitales atiendan emergencias, que los médicos definen con laxitud para atender al asmático, al chico con fiebre, a la madre con dolor de espalda. El problema es que una guardia es una guardia, algo accidental y crítico, incapaz de tratar el asma, la infección prolongada, la escoliosis. Es una curita para el momento.

El día que Trump tuvo su lujosa fiesta de asunción, en enero, por algo estaba rodeado de multimillonarios. Varios se dedican al negocio de la salud.

El Presidente Naranja no le pone límites a su ego, ni quiere ponérselos, como se entiende con su proyecto de acuñar una nueva moneda de un dólar con su efigie. Esto es atroz en el contexto histórico de la república norteamericana, porque eso de poner efigies de mandatarios es vieja costumbre de las monarquías. Washington, Jefferson, Madison y el resto de los revolucionarios de 1776 hizo la guerra de Independencia pagando y cobrando cobres y platas con la efigie de Jorge III, el enemigo.

Tan fuerte es el tema que en 1866 se pasó una ley prohibiendo acuñar metal o imprimir papel de curso legal con la imagen de alguien vivo. Esto es, alguien que se gane el rato status de prócer, o al menos de modelo para la sociedad. La idea de un dólar con Trump sangrando de la oreja y gritando “¡luchen!”, basado en la foto del día del atentado, fue criticada como ilegal.

Pero la derecha abunda en abogados y este martes el Departamento del Tesoro dijo que es legal porque va a ser parte del festejo de los 250 años de la República, que se cumplen el año que viene. Hay una poco conocida ley de 2020, el Acta de Monedas Coleccionables en Circulación, que lo hace posible. Según Scott Bessent, el titular de ese ministerio, la idea es “acuñar moneda con diseños emblemáticos del aniversario”, y que la moneda trumpiana “reflejará al presidente y su visión para el país”.

Qué chupamedias…

El bolsonarismo anda golpeado en Brasil, pero tiene sus nichos de poder que no aflojan. Uno está en la enorme pirámide que reina sobre la Avenida Paulista en San Pablo, capital económica del país. La pirámide es la sede de la FIESP, la Federación de las Industrias del Estado de San Pablo. Será provincial, la asociación, pero su peso económico y político la hace nacional.

Pues resulta que la Federación eligió en septiembre un nuevo presidente, que asume en enero para ya está trabajando en una oficina del sexto piso. Es Paulo Skaf, que pagó infinitas campañas electorales de la derecha y acaba de anunciar que va a la guerra con el gobierno del presidente Lula da Silva.

Lo hizo en conferencia de prensa, presentando a los titulares de las comisiones de trabajo de la FIESP. Ahí aparecen el ex titular del Banco Central Roberto Campos Neto, el ex presidente Michel Temer -golpista anti PT-, el ex ministro de Justicia Sergio Moro, que encarceló a Lula en el Lava Jato, la ex ministra de Agricultura Tereza Cristina y el ex ministro de Educación Mendonca Filho. Un periodista, asombrado, bromeó que parecía más un gabinete para un nuevo gobierno de Jair Bolsonaro, y Skaf sonrió, encantado con la comparación.

El empresario no es industrialista, ni remotamente es el más rico miembro de la Federación, pero es la quinta vez que logra su presidencia. La percepción de retroceso no es sólo en comparación con el presidente actual, Josué Gomes da Silva, que trabajó fuerte para que el PT revertiera la deriva antiindustrialista del bosonarismo. Skaf se tiró a la derecha respecto a sus propios gabinetes anteriores, que incluían industriales con ideas de desarrollo.

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