Gobernar vetando es una anomalía

Si el espanto del año ‘23 perdura, a los libertarios les irá algo mejor y tal vez tengan suficientes legisladores como para impedir que el Congreso rechace los vetos presidenciales. Pero gobernar vetando convierte una administración en una verdadera anomalía. Más aún si se hace sin presupuesto aprobado, con la mayor discrecionalidad.

Este es un comentario preelectoral con vigencia para pocas horas por delante, porque el domingo a la noche llega el momento de la verdad de las urnas, siempre clave, aunque relativo,

Tal aclaración preliminar es necesaria por cómo se presenta el panorama, en tanto elección de medio término, atomizada por distritos y variedades convergentes y divergentes en un universo de siglas y opciones, las excursiones de pesca e interpretación estarán al orden del día.

Contamos con eso, por lo tanto, y conviene pensar estas cuestiones con alguna perspectiva histórica y proyección al futuro inmediato (sin perder de vista los ejes fundamentales del bien común, por el momento ausente sin aviso).

Por lo pronto, digamos que a los votantes de Milei en el balotaje del 23 no los unía el amor, sino el espanto. También votaron a Massa muchos aterrorizados con Milei, por lo que la cita les cabe de igual modo.

En consecuencia, la pregunta inicial es a cuántos de sus adherentes retendrá el gobierno tras una gestión rutinaria de ajuste perpetuo aplicado con crueldad y mala praxis inéditas.

Y no se expresa sólo en cantidades de boletas únicas depositadas, sino en la composición parlamentaria resultante, por lo que es realista proyectar estas consecuencias inmediatas hasta diciembre hasta ver cómo se arman los bloques y con qué relación de fuerzas se eligen autoridades en ambas Cámaras.

El idilio de todo comienzo terminó muy rápido, en cuanto Milei empezó a mostrar sus intenciones genocidas con jubilados y asalariados donde se concentró el mayor peso del ajuste para mostrar una victoria falaz contra la inflación, aplaudida con muy pocos reparos por los comunicadores públicos, y agravado con el cese de la obra pública rematando con la agresión a la discapacidad y la caída en el financiamiento de hospitales y universidades. La inercia lo sostuvo hasta la aprobación de los recortados e igualmente muy dañinos decretos y leyes de achicamiento.

Las encuestas de apoyo el gobierno de estos dos años presentan altibajos, a veces sobre aspectos laterales de la gestión, pero con alta sensibilidad en la opinión pública como la corrupción, y en general con una fuerte tendencia a la caída en el sostén de esta política errática en lo fundamental y enfática en lo diversivo a partir de sus “errores no forzados”, como dicen en el tenis.

Si el espanto del año ‘23 perdura, les irá algo mejor y tal vez tengan suficientes legisladores como para impedir que el Congreso rechace los vetos presidenciales. Gobernar vetando convierte una administración en una verdadera anomalía. Más aún si se hace sin presupuesto aprobado, con la mayor discrecionalidad.

Parece difícil, pero hasta podría ocurrir porque en cada distrito las habas se cuecen con recetas locales, aun las que conciernen al interés general.

Un fracaso inocultable

Está claro que un equipo que reduce su misión en el gobierno al recorte de gasto público como llave milagrosa, mil veces fracasada, no logre salir de una situación abrumadora para el conjunto de la población, pues deja asuntos fundamentales sin atender que sólo empeoran con su no-gestión. El listado de esos asuntos es muy largo, pero arrancan en el sufrimiento generalizado, caída de la atención sanitaria y del servicio educativo, con eje en la seguridad que termina, también en chiquito, expresándose en represión a la protesta.

Esa versión autista, voluntariamente reducida a aspectos instrumentales, es la del monetarismo fiscalista. Considera a la inflación el principal desafío y al mismo tiempo dice que es siempre un fenómeno única y exclusivamente monetario sin advertir la contradicción que esa expresión entraña en sus propios términos. Pero el ajuste que aplica tiene muy graves efectos sobre la economía real, porque implica una brutal caída del consumo y todo lo que ello implica para el conjunto social.

Es lo que viene ocurriendo y hay que ser muy ignorante y muy manipulador (o ambas asimetrías a la vez) para presentar eso como un éxito.

Pese a toda esa simplificación absurda, este gobierno fracasa en la propia salsa en que se cocina. Aplica un violentísimo apretón monetario vía caída de salarios y prestaciones sociales, sin dejar de emitir para realimentar el festival de la deuda, y así y todo no le cierran las cuentas.

Es concluyente que en lo que lleva a cargo ha necesitado dos rescates con gran inyección de dólares desde el exterior que se volatilizan en poco tiempo. Es ridículo pensar que no lo ven, lo hacen porque en el camino se cierran suculentos negocios a costa del bienestar de la sociedad.

El ajuste perpetuo no es un programa, es una recurrencia estúpida de vuelo bajo que sólo muestra una visión reaccionaria de la sociedad. Fracasó con Martínez de Hoz, y sus continuadores en la dictadura (lo que no les impidió echarle la culpa a los militares de su fracaso, como Patricia Bullrich y otros lenguaraces lo hacen ahora con la oposición, de un modo aún más disparatado aún) pero también con el Plan Austral y la Convertibilidad, cada cual, con sus matices, pero idénticos en su núcleo de prejuicios con que reemplazan el lugar del conocimiento técnico con base científica.

Tampoco estuvo ausente durante la actuación de Massa como ministro de Economía, con Gabriel Rubinstein, (quien no ahorra elogios a Milei), al mando real del Palacio de Hacienda como su viceministro.

La “doctrina” que presume que si los argentinos gastamos menos todo se arregla tiene una larga tradición en nuestra clase dirigente que de este modo se muestra inmune a la experiencia. No hay teoría de reemplazo para un pensamiento tan pedestre como ese.

Sus epígonos no han llegado a comprender que sin base expansiva no hay ajuste posible ni virtuoso. Al achique no le sigue necesariamente la inversión en contextos ampliamente desalentadores, como estaba ya suficientemente probado.

Esta gente dice creer con sospechosa ingenuidad que si se logra un equilibrio se genera crecimiento. No han llegado a comprender que el salario es el principal componente de la demanda agregada. Cortito: el salario es mercado.

La táctica de apretar y relanzar puede ser aplicable durante muy poco tiempo en economías avanzadas con amplísimas capacidades productivas instaladas que cíclicamente pasan por periodos recesivos en los que el menor gasto estatal libera recursos para incrementar la inversión. O sea que aquí se equivocaron de libreto. Ni siquiera el New Deal registraron como hecho ocurrido en la primera mitad del siglo pasado.

En los países subdesarrollados como el nuestro la expansión no ocurre de modo automático porque una parte importante de la riqueza producida y del excedente resultante se pierde en el intercambio desigual de su comercio con el resto del mundo y se agrava con el endeudamiento de proporciones geométricas que requieren los sucesivos y frustrados planes de ajuste.

Qué dice la teoría

Cada país tiene su propia estructura económica y social. Se genera a través de su historia por las sucesivas decisiones que toman sus representantes. La proporción entre sus componentes varía según cada idiosincrasia, por eso entre Noruega y el Reino Unido hay tantas diferencias como coincidencias, por citar casos concretos. A mitad de camino de ambos tal vez podríamos situar a Canadá, con alta protección comunitaria y al mismo tiempo incentivos al empleo y la producción.

Hay países capitalistas con alta participación del Estado en la mejora social y educativa, además de sanitaria. De hecho, sigue el debate en los EEUU sobre la extensión de la cobertura de salud que empezó a implementarse con Obama y tenía como antecedentes nada menos que la ampliación de la asistencia social que Franklin Delano Roosevelt promovió entre 1933 y 1938, cuando para enfrentar la Gran Depresión se generó empleo abundante en labores socialmente útiles como control de inundaciones, reparación de carreteras y construcción de infraestructura social como escuelas y hospitales al mismo tiempo que reconoció la actividad sindical y puso límites a los manejos financieros de los bancos en contra del interés general. Suena demasiado conocido en estas playas como deuda pendiente.

Es cierto que la burocracia, tanto la del estado como la privada, tienden con inercia a su incremento parásito, por ello se requieren alertas y acciones inteligentes todo el tiempo para que el gasto público no se esterilice en su propia dinámica.

¡Cuántos programas hemos visto que se gastan la parte del león dentro de la propia administración sin llegar a tener los efectos que se pretenden sobre la sociedad y la economía real! Pero esto no tiene nada que ver con el Estado eficiente que necesitamos, apuntalando las más diversas actividades que son necesarias en toda comunidad, y no sólo las clásicas de educación, salud, seguridad y vivienda.

En un país como la Argentina, con una demografía tan mal repartida en su territorio, la cuestión de la infraestructura es fundamental, desde la física como transporte (rutas, puentes, puertos, aeropuertos, etc.), energética o hidráulica, tanto como las sociales, puesto que la salud y la educación son absolutamente funcionales al despliegue de las capacidades productivas y de ocupación del territorio valorizando sus recursos.

No estamos en un estado virginal, puesto que hay suelos degradados, bosques aniquilados o privados de sus especies valiosas, hidrografías erráticas y/o deformadas, pastizales y humedales perdidos, sin hablar de la pérdida de diversidad de la fauna nativa, entre la enorme lista que debemos hacer para promover la inversión productiva aplicando criterios amigables con el ambiente. La desaprensión desertifica.

La propia institucionalidad requiere ser repensada, entre provincias antiguas que pierden población y las “nuevas” que no la incrementan en la medida de sus posibilidades. Todos temas añejos pero que siguen siendo tremendamente actuales.

En el enfoque miope del monetarismo vernáculo, que se dice liberal o libertario, pero no califica para ser reconocido como tal, todo gasto estatal es un costo a eliminar. Hablan de liquidar al propio estado (como topos, aunque cada vez menos) y en realidad desmantelan equipos de profesionales que terminan emigrando con sus capacidades adquiridas gracias al esfuerzo del conjunto.

La mejora de los servicios estatales es un objetivo permanente de todos los gobiernos, generalmente incumplido o realizado a medias. No tiene nada que ver con entrar con la motosierra y dejar un desastre que en modo alguno cumplirá eficientemente sus funciones. Tampoco con yuxtaponer capas de presuntos técnicos (amigos o clientela política) sobre las camadas de viejos funcionarios.

Para hacer de modo continuo las correcciones necesarias (siempre) es indispensable tener los mejores equipos de expertos en lugar de desmanteladores seriales como Federico Sturzenegger, alguien que ha convertido la consigna de la desregulación en un objetivo en sí mismo, cuando lo que se requiere son regulaciones sabias que promuevan las actividades productivas y creadoras con las que el conjunto de la población mejora su calidad de vida.

En suma, la tarea es gigantesca, por eso hay que empezarla de inmediato y no seguir persiguiendo quimeras que en realidad son huidas hacia adelante, sin resolver seriamente nada.

Como la taba ahora parece darse vuelta en el aire, no se hace aún la necesaria autocrítica de las gestiones anteriores. Y aparece el triunfalismo, como si los electorados fuesen veletas al viento.

Unos y otros incurren en un triunfalismo que no ofrece ningún futuro puesto que al encerrarse en la falsa polarización entre kirchnerismo y mileismo la única perspectiva es la de permanecer en el barro del estancamiento.

Por eso, en parte, han proliferado tantas opciones en los últimos tiempos, ninguna todavía vertebradora de una propuesta programática que identifique las prioridades de una tarea de gobierno realmente integradora de la sociedad y su cultura a escala nacional.

O sea un programa que despliegue las capacidades creativas que tenemos como sociedad, estando todavía lejos de constituirnos en una comunidad organizada expansiva y solidaria.

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