Sobre la prospectiva de la Inteligencia Artificial operan varios grupos que impulsan variados análisis, bastante contradictorios, lo cual complica conocer cuál es la situación objetivamente real y su probable evolución.
Para pasar en limpio cuáles son los jugadores en las cuestiones de Inteligencia Artificial, conviene repasar uno por uno. Tenemos:
1) entidades financieras que invierten en la IA asociados a las poderosas empresas high tech;
2) grupos políticos de ideología libertaria de extrema derecha, asociados a los anteriores;
3) élites políticas que quieren controlar a los high tech por la real pérdida del poder propio o la de los estados;
4) otros grandes grupos económicos que manejan economías bien tangibles (medios, alimen—-tos, energía, minería) y que ven disminuido su poder financiero relativo;
5) países que compiten geopolíticamente en la frontera del desarrollo de la IA;
6) sectores militares interesados en tener bajo control las nuevas aplicaciones de la IA para las tareas de inteligencia o del desarrollo de nuevos sistemas de armas.
Principalmente se argumenta sobre tres aspectos del desarrollo de la IA:
a) los grandes apostadores, las inmensas inversiones directas necesarias, su valor en las bolsas accionarias y la disputa sobre el mercado;
b) las de índole geopolítica, y
c) los problemas sociales que sus aplicaciones pueden provocar. Veamos en detalle el primero.
La carrera competitiva de la IA se libra entre los barones de la high tech (pocos, pero poderosos): Peter Thiel, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos, Sam Altman, Elon Musk y Larry Page, que no solo actúan en búsqueda de riqueza, sino de poder político, aunque muy mezclado con quimeras científicas.
Ray Kurzweil profetizó el “momento de singularidad”, un instante mágico “cuando la IA alcanzara el nivel de la inteligencia humana y la máquina fuera más eficiente que el hombre en todas las disciplinas”.
Sam Altman, creador de ChatGPT en 2022, lanzó ahora el GPT-5, en búsqueda del codiciado grial, la super IA (ASI), que superaría a la inteligencia humana en todas las áreas (ciencia, creatividad, intuición). No solo está Altman, sino también Google (con Gemini 3.0), Microsoft (OpenAI), Amazon (Anthropic), Elon Musk (Grok 4.2) y Mark Zuckerberg, (Meta Llama A4). Todos ellos construyendo enormes datacenters, con inversiones que son una potencial burbuja en construcción.
Frente a este panorama Altman ha dicho recientemente que “cuando surgen las burbujas, la gente inteligente se entusiasma demasiado con un núcleo de verdad. Si miras la mayoría de las burbujas históricas, como la tecnológica, había algo real. La tecnología era realmente importante. Internet fue un asunto enorme. Pero la gente se entusiasmó en exceso”.
Actualmente tenemos un círculo, que no sabemos si es virtuoso o vicioso: OpenAI pagará cientos de miles millones de dólares a Oracle por capacidad de cómputo que le entregue. Oracle pagará decenas de miles de millones a Nvidia para que entregue chips para esos centros. Y Nvidia promete a su vez reinvertir buena parte de esa cifra en OpenAI. Pero nadie tiene certezas sobre la rentabilidad futura de estos negocios.
Las encuestas indican que casi el 80 por ciento de las empresas que adoptan IA no percibe mejoras sustanciales en resultados. Todos quieren ser ganadores. Pero no habrá lugar para todos. Esto recuerda anteriores burbujas tecnológicas, cuando el colapso de las criptomonedas se desencadenó a partir de círculos de crédito cerrados y autosostenibles.
Estas estructuras de inversión tan sofisticadas traen a la memoria las prácticas de los bancos que empaquetaron hipotecas en valores de alto riesgo y vendieron productos complejos bajo apariencia de seguridad. La burbuja financiera que terminó en la “crisis de los derivados”, que provocó el crac global del 2009. Además, hubo otros fracasos: el Metaverso de Zuckerberg (2020) y las puntocom (2000), cuya caida hizo quebrar a miles de empresas y destruyó varios mercados;
El gasto en IA representa más del 90 por ciento del crecimiento del PIB estadounidense en la primera mitad de 2025, superando al consumo de los hogares. Las señales de fragilidad afloran en la economía estadounidense: aunque los valores tecnológicos se dispararon desde 2022, porque las tres cuartas partes del crecimiento del valor accionario del S&P 500 se explican por el impulso de firmas tecnológicas vinculadas a la IA. Pero lamentablemente la participación de sus beneficios sobre el S&P 500 fueron muy pobres.
La prospectiva comercial está llena de riesgos y de dudas: los datacenters se degradan a gran velocidad, los chips se tornan obsoletos en pocos años y cada generación de IA genera menores incrementos de eficiencia. Las mejoras de cada nuevo modelo ya no logran justificar las inversiones multimillonarias, lo que alimenta el escepticismo sobre la viabilidad de las inversiones para alcanzar la superinteligencia. La inquietud en el sector es creciente, ya que el valor actual de Nvidia es 94 veces el de Ford y es peligroso para cualquier nación que el crecimiento económico dependa crecientemente de un solo sector y, peor aún, de un solo gigante tecnológico.
Altman está convencido de que la burbuja de la IA se pincha. Lo asume y divulga para salvar su empresa, la primera del sector de la IA. Considera que no hay en el mundo tanto dinero en las bolsas para invertir los billones de USD necesarios para todas esas compañías. Es decir, cree que algunas caerán y muchos inversores perderán bastante dinero en toda la burbuja de los datacenters que han montado. Actualmente, existen entre 11.000 y 11.500 datacenters en el mundo (40 por ciento en EEUU, 25 por ciento en Europa y 20 por ciento en Asia-Pacífico), según estimaciones de Cloudscene y Synergy Research Group. Todos voraces consumidores de computadoras de almacenamiento, electricidad, agua para refrigeración y capitales colosales. Entre servidores, energía eléctrica (el mayor costo operativo), redes y conectividad (fibra óptica), refrigeración (agua y sistemas de refrigeración), así como mantenimiento y seguridad, el gasto global oscila entre 300.000 y 400.000 millones de dólares anuales.
Pero en realidad, la verdadera inquietud para concentrar esfuerzos del gobierno de Trump y de los barones de la high tech es poder competir con China, desde el momento en que una startup de Liangzhu, considerada la Silicon Valley china, presentó su revolucionario DeepSeek, con código abierto de entrenamiento, muy competitivo con sus rivales occidentales. Se construyó en un año y con costos muy bajos.
Ricardo Auer es consultor de riesgo geopolítico.