La globalización tecnocrática desembarcó en la Argentina

Las elecciones argentinas del domingo 26 de octubre han dejado una verdad inapelable: el apoyo de la mayoría de los votantes a las listas de La Libertad Avanza y al gobierno de Javier Milei. ¿Y eso qué significa? La Argentina, un gran laboratorio de prueba.

Lo que sucede en la Argentina es la manifestación local de un proceso global. En cada país, su desarrollo y consecuencias dependen esencialmente de las características especificas de cada pueblo: de su historia y sus valores. También de sus miedos y sus cinismos.

Comprender las razones del crecimiento de lo que genéricamente se suele llamar derecha global ayuda a comprender mejor el proceso local y a sorprenderse menos cada vez que la realidad nos deja mirando los resultados de los procesos electorales.

La tecnología, herramienta del poder

El sentido del desarrollo tecnológico se decide desde el poder y se implementa en función de su fortalecimiento. 

El modelo neoliberal planteado por Reagan, Thatcher y la Trilateral Commission pudo concretar la globalización financiera gracias a la decisión norteamericana de desarrollar Internet a partir del proyecto militar Arpanet, diseñado en los años ´60 para garantizar la comunicación en caso de ataque.

El desarrollo de Internet, que se inició en la década de los 80 con la esperanza de democratizar la comunicación libre entre personas del mundo entero, se ha convertido en un espacio en el que priman la desinformación, la invasión de la  privacidad, y el manejo de la posverdad en manos de un reducido conjunto de multibillonarios tecnológicos están produciendo un proceso de mutación del modelo de globalización financiera aún en vigencia a una fase superior: la globalización tecnocrática.

Ya en junio de 2015, el papa Francisco nos anticipaba esta mutación en Laudato SI. Afirmaba: «El paradigma tecnocrático también tiende a ejercer su dominio sobre la economía y la política. La economía asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito, sin prestar atención a eventuales consecuencias negativas para el ser humano. Las finanzas ahogan a la economía real”.  

Por su parte, el economista griego Yanis Varoufakis denuncia que el papel del capitalismo «lo desempeña ahora algo fundamentalmente diferente»: un «capitalismo de las nubes« manejado por los «señores tecnofeudales« que ha reemplazado al beneficio por la renta feudal.

El pensador norteamericano Jonathan Taplin describe detalladamente un futuro distópico en el que estos señores feudales -Elon Musk, Mark Zuckerberg, Peter Thiel y el resto- proponen imponer una meta realidad digital, en la que pasaríamos la mayor parte de nuestro tiempo transformados en un avatar de la Realidad Virtual, sustentados por una Asignación Universal pagada quizás en criptomonedas, mientras que estos dioses berretas del Transhumanismo dan a luz a una nueva especie: los cyborgs de vida eterna y facultades suprahumanas que reemplazarían a nuestra incómoda y contradictoria especie. 

Lo cierto es que los multibillonarios tecnológicos manejan un conjunto de empresas cuyos intereses globales son en mayor o menor medida, conflictivos con los intereses de los estados nacionales. Son empresas supranacionales cuyas decisiones están en manos de un solo dueño, liberadas de leyes y controles de los estados nacionales que reglen su comportamiento. Son las principales productoras globales de estratégicos servicios y de bienes intangibles que les confieren un poder comparable o superior al que detenta la mayoría de los estados nacionales y pueden ser socias naturales de posibles complejos de producción industrial/militar/digital. Mala noticia para un mundo que aumenta día a día su tensión bélica.

Mientras tanto, en la Argentina…

En estos días hemos escuchado explicaciones de todo tipo y color en búsqueda de un porqué (hay varios) para un resultado electoral inesperado para todos. En primer lugar, para el propio gobierno. Búsqueda desesperada de razones en algunos casos, explicaciones en otros sobre los equívocos sistemáticos a los que nos han acostumbrado las encuestas.

Sin embargo, más allá de la vorágine que motoriza la sorpresa de muchos, en la sociedad argentina se comienzan a plantear otras preguntas, quizás más inquietantes, seguramente más próximas a la pendiente tarea de reconstruir un proyecto de país.

 ¿Qué legitiman estos resultados? ¿Quién gana y quien pierde con este «siga, siga» que recibe Milei? ¿Cuánto tiene que ver la inédita intervención financiera y el castigo prometido por el gobierno norteamericano si Milei no ganaba? ¿Cuál es el modelo de país que se nos intenta imponer a fuerza de dólares y amenazas? 

Desde la perspectiva global, la llegada de Milei al gobierno significó la oportunidad de instalar un laboratorio de prueba del orden global tecnocrático. Como lo fue la dictadura de Pinochet en Chile para la globalización financiera medio siglo atrás.  Más allá de las circunstancias y errores políticos que le precedieron, la victoria de Milei, tan rotunda como sorpresiva y aplastante, vistió de legitimidad democrática al ensayo.

No les importaban ni las locuras y ni los desvaríos del personaje ganador. La fábula de haber encontrado la piedra roseta reveladora de todos los males de la Argentina en un índice econométrico que se debía bajar a cero para que la felicidad y la bonanza volvieran triunfantes, funcionaba. Muchos eran los miedos y muy frescas las penurias inflacionarias para no prenderse a esa esperanza. El Laboratorio estaba en condiciones de funcionar.

Devastación del sistema público de salud. Ataque sistemático e integral al sistema educativo. Reducción del poder adquisitivo de la población, salvo a los del último decil. Destrucción del sistema productivo y de las Pymes. Desfinanciamiento de las universidades y del sistema científico y tecnológico. Arrasamiento de la actividad cultural y artística. Envilecimiento de la gestión estatal. La lista sigue… 

Todos estos «logros» de los dos primeros dos años del gobierno de Milei fueron funcionales a los objetivos del laboratorio y explican en alguna medida la aquiescencia con la que la «nueva derecha» aceptó, festejó y hasta honró las ocurrencias de nuestro actual presidente. Hasta que un día, se quemaron las luces del escenario del carry trade infinito y hubo que salir a salvarlo costase lo que costase.

Entonces aparecieron los «salvatajes» de Scott Bessent y las amenazas de castigo de Kristalina Georgieva y de Donald Trump si la sociedad argentina se atrevía a cuestionar el rumbo político y económico de su «pollo» sudamericano. Allí desembarcaron los dueños del poder financiero con su flota de aviones, interviniendo al gobierno con sus hombres e imponiendo condiciones a cielo abierto, que su pelele deberá cumplir bajo pena de volver a poner en foco las miserias de sus relaciones y corrupciones si no lo hace.   

El apoyo de la mayoría de los votantes a las listas de La Libertad Avanza y al gobierno de Javier Milei dieron legitimidad institucional a este modelo que comienza a concretarse a partir de ese triunfo. El Laboratorio de Prueba de la Globalización Tecnocrática inicia una nueva fase ¿Cuál será el futuro que le depara a los argentinos como pueblo y la Argentina como nación? Preocupante, si se acepta como posible el futuro distópico que describe Jonathan Taplin.  Diferente y seguramente mejor, si se entiende que los argentinos pueden todavía ser artífices de su propio destino.


Jorge Zaccagnini es Presidente de la Asociación Civil Infoworkers Trabajadores de la Información.

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