“Este no es un libro sobre las derechas radicales sino sobre los debates en los distintos espacios progresistas del mundo para enfrentarlas”, dice Nicolás Tereschuk en su oficina del Instituto Argentina Grande, que preside. Politólogo, docente en UBA y UNSAM y asesor en campañas de distintos candidatos del PJ, como Alberto Fernández y Gabriel Katopodis, Tereschuk acaba de publicar “¡Progres del mundo…!” en Futurock Ediciones.
De alguna manera el de Tereschuk es un libro humilde: no dice qué hay que hacer, sino que recorre y ordena las ideas, autocríticas, chicanas y algunos ejemplos exitosos de distintos espacios progresistas en el Primer Mundo, donde los estudios y textos sobre la angustiosa situación abundan. Por momentos el autor habla de los progres en tercera persona y en otros, en primera.
–¿Qué es ser progre hoy?
–Hoy la etiqueta se usa como epíteto político, como “trosko” o “kuka”. Pero es un cruce que se está volviendo específico y cada vez más pequeño: partidos políticos importantes, con muchos simpatizantes y afiliados, que todavía plantean conciliar el capitalismo, la democracia y algún tipo de mecanismo de justicia social. Como el partido Demócrata en Estados Unidos, el PT en Brasil, el PSOE en España, la socialdemocracia alemana, el laborismo en Gran Bretaña y el PJ en la Argentina. Sea que estén en el gobierno o en la oposición, están enfrentados con y acosados por fuerzas de derecha radical.
Más crisis, más odio
Mientras comparte un mate con el pañuelo de las Madres tallado, Tereschuk sintetiza el fenómeno de las ultraderechas: “Hubo oleadas e irrupciones en los ´90, con el líder republicano Newt Gringich, los movimientos neonazis en Austria o el partido de Le Pen en Francia. En coincidencia con la crisis financiera internacional del 2008 y su resolución injusta se profundizó la desigualdad y el malestar con cómo funciona el capitalismo. Esto potenció los sentimientos de odio y miedo que explotan las derechas radicales. Ahora, la seguidilla de triunfos de Jair Bolsonaro, Donald Trump y Javier Milei (más Viktor Orbán y Giorgia Meloni) marca su período más fuerte. No son todos iguales pero ellos se reconocen parte de una red que comparte conceptos, tecnologías de comunicación, financiamiento y más”. En un período de malestar generalizado con la política, “si sos percibido como un político, estás perdido. La gran fortaleza de estos líderes es ser considerados auténticos, a diferencia de los que ´parecen políticos´”.
–¿Qué se cuestionan los sectores progresistas?
–En el debate de los progres del mundo sobre por qué gana la derecha radical hay varios diagnósticos, a veces contradictorios, fragmentados y también políticos, porque entran en el juego de las culpas entre actores del sector.
–¿Por ejemplo?
–El menú de explicaciones de por qué se pierde incluye la percepción de que no son buenos manejando la economía, sea en mantener la inflación baja o proyectar un futuro de abundancia y crecimiento comprensible. Algunos dicen que los progres se fueron demasiado a la izquierda, sobre todo en el capítulo cultural, con el combo de defensa de mujeres, minorías y, en el mundo desarrollado, los inmigrantes. En Argentina se resume en la idea de que nos pasamos tres pueblos. O que alentaron un Estado demasiado intervencionista, como el gobierno de Joe Biden con la cuestión de los monopolios.
–Variadito.
–Sí. Otros dicen que el progresismo se fue demasiado a la derecha, fue demasiado amigo de las empresas grandes y no trabajó la posibilidad de que crecieran los ingresos y el poder adquisitivo, mejorar la vida de la gente en alimentación, transporte, acceso a vivienda, educación y cuidado de los niños. Y otra postura es que tenemos que ser más imitativos en las formas: más gritones, más agresivos, tener más testosterona o energía Alfa, ser más masculinos en los planteos, con coraje y fuerza.
–¿Por cuál te inclinás?
–Yo planteo una posición más minoritaria que es ni más a la izquierda ni más a la derecha sino organizados de una manera más cercana. Las organizaciones políticas se volvieron cáscaras vacías que se rellenan con elites y dispositivos tecnológicos de campaña: empresas de encuestas, consultorías, gurúes de cómo se postea y se pauta en redes sociales. Son partidos sin demasiada vida interior que se prenden en las elecciones y luego se apagan, sin espacios en el terreno local donde las personas puedan participar. Planteo revalorizar lo comunitario, la interacción cara a cara, invitando a la gente, más que a darle poder al dirigente, a tener ella más poder. Así eran los partidos políticos cuando había mucha actividad en las unidades básicas, los sindicatos, los clubes, las iglesias.
–¿Las victorias de la ultraderecha se deben más al debilitamiento de los progresismos o a la fortaleza de sus propuestas?
–Los progres del mundo no se ponen de acuerdo sobre eso. Pero hay una mirada generalizada de que los progres están un escalón por debajo en capacidad política.
Cambios geopolíticos
El vertiginoso surgimiento de expresiones de ultraderecha que llegan al poder –y el consiguiente desconcierto de las fuerzas progresistas– se da en “un momento de cambios geopolíticos muy acelerados”, dice Tereschuk.
–Tengo 49 años –cuenta– y toda mi vida se desarrolló con el marco de la expansión de la globalización, que hace algunos años empezó una desescalada muy fuerte. Es una serie de cambios superpuestos para los cuales la derecha radical tiene explicaciones de qué hacer con el capitalismo. Son dos o tres propuestas que se pueden resumir en una línea. Y movilizan sentimientos potentes de odio y miedo, que son los que más y más rápido circulan en las plataformas de redes sociales.
—¿Se pueden aplicar los debates del Primer Mundo acá?
–A las pruebas me remito: cuando se dio el triunfo del alcalde de Nueva York (Zohran Mamdani) hubo multiplicidad de comentarios y hasta recetas de lo que hay que hacer. Estamos en un mundo mucho más pequeño: el largo brazo de la geopolítica lo palpamos en la política cotidiana local. El sentido del libro es poner un espejo para el lector local que está mirando esos debates o promoviéndolos, frustrado o entusiasmado, en Argentina. Que sepa que algo similar le pasa a personas que se oponen a las derechas radicales en Chicago, Berlín, Bilbao o Minas Geraes. Me gustaría que el lector se sorprenda como yo al recorrer esos debates y ver que son análogos a los que tenemos acá. Y también, que el lector que no vive en esos países se sienta reflejado: hay escenas reconocibles en esos debates, hay dirigentes o periodistas que no están nombrados pero uno puede decir: ´esto es parecido a lo que dice tal´.
–¿Qué papel juegan las redes sociales en la autocrítica de los progresismos?
–Estamos en un mundo donde seguir en redes sociales la última locura de las derechas radicales, aunque sea para indignarse, es muy buen negocio, y relatar como fracaso y depresión lo que hace la oposición, también. Habría que salirse de las redes y del día a día. Además, las oposiciones muchas veces se ven sorprendidas por lo que otros actores logran hacer. Acá y en otros países hubo grandes campañas de resistencia y disputa de actores sindicales, familias de personas con discapacidad, jubilados, la comunidad universitaria o, en el Primer Mundo, de todos a los que les preocupan cuestiones institucionales y los ataques a inmigrantes. Hay espacio y escenas exitosas de oposición, disputa y límites a estas derechas radicales en cada uno de estos países, y no siempre son puramente partidarias. Ahí hay algo para mirar.
–El último gran movimiento político en la Argentina fue el feminismo y la lucha por el aborto legal. ¿Los partidos deberían aprender algo de su dinámica?
–Sería raro no tener en cuenta algo tan potente y que se opone a lo que piensan las derechas radicales. Además, en cualquier estudio sobre opinión política hay brecha de género: las mujeres ven peor a Milei que los varones, y es una característica que suele darse en todo el mundo. Sería extraño dejar de lado esas voces con tanta potencia y creatividad. Parece ser un momento para innovar.
–Después de las elecciones del 26 de octubre muchos se preguntaron cuál es la propuesta del progresismo.
–Hay muchas, pero voy a poner dos ejemplos. En el mundo del trabajo, hay sindicatos y empresas haciendo innovaciones en soberanía del tiempo: cómo manejar mejor las licencias y los turnos para tener trabajadores más saludables. Por otro lado, hay cuatro actividades que representan el 80% de la informalidad; una son los trabajadores de casas particulares. ¿Por qué no exigirles a los barrios privados que lleven un registro de los que ingresan a trabajar? No es cierto que no haya propuestas.
–¿Y las internas qué papel juegan?
–Son un mecanismo, pero yo puedo tener internas y seguir con la misma organización partidaria.
–¿Y la idea de incorporar figuras jóvenes y convocantes del progresismo o el peronismo, como Pedro Rosemblat o Tomás Rebord?
–Son propuestas que forman parte del panorama de desorientación y de la búsqueda de una fórmula que solucione todo. Pero nadie sabe cómo derrotar a estas fuerzas. Puede ser localmente o parcialmente, adaptando experiencias de otro lugar, pero nadie tiene la fórmula de la Coca Cola. Esta situación no se soluciona con un solo cambio. Tiene que venir desde abajo y desde arriba, de los propios dirigentes. Ojalá estén los mejores hombres y mujeres con las mejores propuestas, pero tiene que haber un cambio en cómo organizarse para estar más cerca de la sociedad. Si el peronismo tiene que explicar si es de izquierda o de derecha, es complicado.
–¿Qué sería lo ideal?
–Se tiene que sentir como algo cercano, que las fuerzas que concilian democracia con ascenso social son cercanas. La sociedad está fragmentada y no hay una sola forma de traducir ciertas ideas y valores a cada territorio, pero la tarea de los dirigentes es sintetizar eso, contarlo y practicarlo para que los consideren más cercanos. Cuando la derecha radical te llama comunista no te está diciendo que sos izquierdista sino que estás alejado de las personas de carne y hueso. Te quieren poner lejos. ¿Cómo hacemos nosotros para ponernos cerca?
—Hacerse el muertito no sirve, ¿no?
–”Dejalo que va a terminar solo”, “hay que hacer lo menos posible”, “ya se van a equivocar” no es lo correcto. En un estudio estadounidense preguntaron con qué animales identificaban a cada partido. A los republicanos les asignaban animales fuertes y feroces, como el toro o el león. Y un entrevistado dijo que los demócratas son un ciervo encandilado por las luces de un auto: se queda paralizado y lo van a atropellar. Al menos busquemos no ser el ciervo encandilado.