Al mismo tiempo que se publicita que disminuye la pobreza extrema se ocultan los datos sobre las dificultades crecientes que padecen los mayoritarios sectores medios. Se trata de un enorme contrasentido pues a mayor riqueza y avance tecnológico en teoría se corresponderían poblaciones menos embrutecidas. Ése debería ser el gran debate. Pero no lo es.
El desconcierto es una característica contemporánea y mundial. Este es un lugar común bastante asumido sólo resistido por los manipuladores de opinión que trabajan para instalar el caos cultural y mediático. Son pocos, pero muy influyentes porque trabajan para alimentar el desconcierto por cuenta de quienes creen que podemos tener democracias aparentes y manipulables mediante operaciones que administren los ejes de la atención popular.
¿Por qué hacen eso? Una respuesta posible es porque saben mejor que nadie que encarar las transformaciones posibles llevará a otra distribución de la riqueza y a una pérdida de la hegemonía que hoy detentan.
Vivimos dentro de la paradoja de una inédita acumulación a escala mundial con persistencia hacia la baja de los índices de bienestar social. Al mismo tiempo que se publicita que disminuye la pobreza extrema se ocultan los datos sobre las dificultades crecientes que padecen los mayoritarios sectores medios. Se trata de un enorme contrasentido pues a mayor riqueza y avance tecnológico en teoría se corresponderían poblaciones menos embrutecidas.
Pero no es así lo que arroja la observación y las mediciones más serias, que registran grandes diferencias continentales. Y tampoco parece ser el caso sólo de lo que llamamos arbitrariamente Occidente, que incluye a Japón para desafiar cualquier perspectiva geográfica. En todas partes se cuecen habas.
Nunca ha estado tan claro como ahora que el debate político escapa a las cuestiones o desafíos principales que enfrenta el género humano. No hay casualidades ni es resultado de avances en la conciencia universal hacia un mayor respeto, promoción y protección de la vida humana.
La insatisfacción general se funda en la frustración colectiva de no realización personal. Esta nunca es real si no ocurre dentro de un conjunto social que la garantice. Cómo se administra esto último es la cuestión.
Por un lado, han vuelto las simplificaciones pseudo liberales que declaran que cada cual es dueño de su destino, nada más falso cuando la competencia se vuelve restringida, monopólica, administrada y sobre todo selectiva, y en consecuencia la garantía de igualdad no es para todos.
De este modo, la libertad se invoca y al mismo tiempo se traiciona y adultera al no ser posible para cada uno y se vuelve una coartada, no un derecho legítimo. Libertad e igualdad son genuinas aspiraciones humanas que no se realizan sino a través de la fraternidad.
No es nuevo. A mediados de siglo pasado, cuando parecía garantizado el estado de bienestar, se empezó a hablar del malestar de la cultura y luego llegó la descripción de una realidad líquida que no deja nada sólido en pie, como no sea la desolación del individualismo.
Ocurrió mientras el progreso se centró en el bienestar material y los mecanismos de acumulación de capital y conocimientos fueron cooptados por un número reducido de organizaciones y personas, en contra del ingenuo imaginario de que el progreso consistía en al acceso a bienes de consumo y no a un estadio superior de convivencia entre seres libres.
Ahora la distancia entre lo que en teoría se puede alcanzar y lo posible se ha vuelto tan grande que ha alimentado un preocupante estado de escepticismo general. Nadie sabe a ciencia cierta en qué creer, porque las presuntas verdades se suceden de modo vertiginoso y cambian antes de que se vea su inconsistencia.
Con la caída de los grandes relatos, en su momento el progreso indefinido o su contraparte de la sociedad sin clases, proliferan ideologías de pacotilla e intercambiables, convertidas ellas también en objetos de consumo y son, por cierto, muy precarias.
Al eludir la complejidad de la vida social actual, algo muy visible en el amañando debate (no debate, en realidad sino su reemplazo por imputaciones y desprecios mutuos) que caracteriza el pantano político al que fuimos a parar, se amputa la posibilidad de entender los problemas, su magnitud y las prioridades para salir de ellos de modo virtuoso mediante esfuerzos colectivos compartidos.
Por eso la autodefensa del cuerpo social pasa por poner en primer plano las cuestiones centrales del empleo, el salario, la salud y la educación, para mencionar solo algunos de los principales desafíos.
Pero ellos no se plantean ni llevan todos el mismo ritmo: la salud se degrada al dejar de vacunar y desabastecer a los centros de atención primaria y los hospitales, junto con la caída en las remuneraciones de sus trabajadores. Tiene un efecto bastante rápido y suele salir a la luz, pero a continuación es tapado por otros temas que se lanzan como distracción y see imponen sobre la atención pública, como el fútbol y sus manipulaciones dirigenciales.
No hay nada inocente en eso, todo es igual, nada es mejor.
La educación, en cambio, sigue un proceso de deterioro que combina otros factores que operan más lento: desde cómo se constituye el conocimiento hoy (desafío epistemológico) hasta analizar la forma en que se trasmite sobre condiciones materiales limitadas en las familias, escuelas y la vida social misma, tan cruzada de informaciones diversas sin jerarquizar lo importante sobre lo secundario.
El empleo a su vez pierde formalidad, se vuelve precario y variable, circunstancial y peor remunerado. La verdad teórica de que la tendencia al pleno empleo mejora la productividad e impulsa el incremento del salario real se vuelve abstracta en estas condiciones sociales deterioradas.
También se convierte en un objeto de puja ideológica antes que en una convocatoria general por la ampliación de la base productiva y la multiplicación de oportunidades de inversión para que más gente encuentre su despliegue de capacidades en un marco expansivo de la economía.
Allí se instala, para aumentar la confusión general, la mistificación de que basta “mejorar la macro” y con ello se dividen aguas al mismo tiempo que aumentan los despidos y suspensiones de personal. No hay estabilidad posible de la economía con retroceso de la producción y achicamiento del mercado, que es donde se resume el presunto programa conservador del monetarismo neoliberal.
La simplificación deliberada de este no-debate hace presumir que la inestabilidad inflacionaria es el peor de los escenarios y ciertamente nadie lo propone así, pero igual funciona como factor de repudio. Se opera sobre el temor del regreso al pasado y no aparecen voces sólidas (aunque existen) que demuestren tales falacias porque no hay en realidad una relación de fuerzas que haga visible que hace falta un programa nacional de desarrollo con prioridades productivas y eje en la integración social en lugar del ajuste conservador rutinario mil veces fracasado.
El poder desmantelador logra por ahora imponer la resignación frente a la presunta inevitabilidad del paro (desocupación y recesión inducida), cuando lo que favorece la realidad contemporánea es lo contrario: hoy es posible construir sociedades solidarias donde las necesidades básicas estén altamente satisfechas y las opciones de tener una alta calidad de vida sean bien concretas.
Obviamente no vivimos un mundo angelical donde funcione un mercado perfecto sino todo lo contrario. Los EEUU presionan para que no le vendamos ni compremos a China, por ejemplo, pero es incumplible y es previsible que algo que no está en el libreto va a ocurrir al respecto.
Los países que han prosperado en el último cuarto de siglo lo hacen buscando fórmulas originales y combinaciones inteligentes entre sus posibilidades y limitaciones.
Se equivocaron quienes creyeron que volándole los gasoductos a los rusos bajo el Báltico iban a poner al enemigo ancestral (fabricado antes de la revolución soviética) de rodillas. Perjudicaron directamente a Europa, que ahora paga la energía mucho más cara a “Occidente” mientras se construyen nuevos caños hacia Asia Central y los chinos siguen comprando petróleo y gas iraní.
En el caso argentino, el gas de exportación es una forma de salir del paso para garantizar el pago de la deuda, que sigue creciendo. Muy pocas voces hablan de aprovechar esos recursos ingentes para desenvolver una poderosa y competitiva petroquímica, parte de cuya producción puede aprovecharse en el país y venderse a los vecinos. Es como si estuviese vedado pensar en esos términos.
Otro tema que no está siendo debatido seriamente es el de la corrupción, tal como se viene analizando en el Consejo Editorial de esta publicación. Se maneja masivamente como un arma arrojadiza contra el peronismo (con CFK presa) tapando los flagrantes casos de las coimas que recaudan los gobernantes actuales en los niveles más altos de la administración del estado, fuese por discapacidad o por estafas cripto.
En rigor la corrupción es una disfunción del gasto político, que al no estar sincerado sino omitido por las leyes que insuficientemente lo legislan abren con ello las compuertas para todo tipo de tropelías que, a su vez y cuando salen a la luz, son utilizadas para alimentar la antipolítica, o sea culpar a todos como iguales, algo completamente falso.
La corrupción público-privada resta recursos del circuito productivo y los esteriliza en gasto suntuario y atesoramiento, fuese comprando departamentos en el exterior o escondiéndolos en el colchón.
Además de su esencia inmoral, atenta contra la propia dinámica de la economía productiva al inflar artificialmente los costos de la obra pública y otros gastos estatales, salvo que se piense de modo enfermizo que esos pesos o dólares escondidos enfrían la economía y favorecen la lucha antiinflacionaria. En materia de argumentos estrafalarios sobran los que quieren explicar lo inexplicable tanto como lo inadmisible desde cualquier punto de vista. Audaces mercenarios y guionistas de ocasión nunca faltan.
La desnaturalización del necesario debate nacional ausente no es casual, resulta ante todo de eludir las prioridades de integración social y cultural que hoy padecemos. Puede tratarse de una huida hacia adelante o de una complicidad inconfesable con el actual estado de cosas, donde una porción muy alta de la población padece dificultades en diverso nivel de gravedad. El resultado es el mismo, degradando las posibilidades de recuperación.
El debate nacional debe nutrirse de los desafíos concretos que tenemos delante de los ojos y no queremos ver.
Van algunos ejemplos: viviendas para resolver el hacinamiento en los conurbanos y vacíos poblacionales en amplias regiones del territorio nacional; sistematización de ríos con regímenes hídricos desparejos junto con canalizaciones hacia zonas potencialmente muy productivas mediante riego; liberación de gabelas a pymes que blanqueen trabajo informal; disponibilidad de crédito flexible para producir e introducir innovaciones que aumenten la productividad; educación profesional desde las escuelas secundarias con énfasis en incorporación de tecnología; promoción de exportaciones regionales con alto valor agregado; premiar impositivamente a las empresas que innoven en la preservación y mejora ambiental; aprovechamiento del enorme potencial eólico (y solar) sobre tierra firme para convertir a la Argentina en un país donde la electrificación sea un vector clave en la elevación de la calidad de vida urbana y rural, además de exportadora de energía eléctrica e incorporada como componente del valor agregado de exportación, entre otros objetivos como aprovechar la sobresaliente calidad de nuestros tecnólogos para incorporar innovaciones a todas las formas de producción actuales y futuras sin dejar de pensar que paralelamente tenemos que forestar todo el territorio con planes de largo plazo para crear oasis productivos a lo largo y ancho de toda la Argentina semiárida (2/3 del territorio) al mismo tiempo que se recuperen tierras desertificadas por mal manejo agrícola.
Todo ello complementado con una explotación racional de los recursos marítimos mutando hacia la acuicultura desde lo que hoy es mera extracción de biomasa con bajo control de las capturas, con un fuerte acompañamiento de la persecución de la pesca ilegal sobre recursos cuyos circuitos vitales nutren el mar argentino.
Son meros ejemplos, hay miles donde se mire, pero para eso hay que sacarse las anteojeras y dejar de decir pavadas como las que emiten esos funcionarios que favorecen importaciones subsidiadas mediante dólar barato que destruyen la producción local envueltos en argumentos demagógicos sobre el interés del consumidor.
Nada converge más con el interés de los argentinos que obtener trabajo bien remunerado, elevando su calidad de vida, y eso no se logra sin desplegar el potencial productivo nacional.