Filósofo Luis García: “El antiestatismo radicalizado podría tener condiciones para ser visto con buenos ojos”

Pedir la detención del presidente venezolano Nicolás Maduro ahonda “el aislamiento” de Argentina en el mundo y en América latina, pero la sumisión a Donald Trump y su contienda con China le ha rendido frutos al Presidente Javier Milei, dice Luis Ignacio García, doctor en Filosofía, ensayista, profesor de la Universidad Nacional de Córdoba e investigador del CONICET. Pero no se detiene en la política exterior: hasta cita observaciones de Borges sobre cierto individualismo argentino. 

La puerta de salida a “tanta injusticia acumulada” en Argentina y a “tanto cerebro podrido por internet” pudo haber sido señalada una vez por un dramaturgo como Leónidas Lamborghini, “peronista, por ser poeta de lo impuro”, según Luis Ignacio Garcia. La conocida consigna lamborghiana recomienda: “Asimilar la distorsión y devolverla multiplicada”. Serviría, en este caso, para lograr “la claridad de un nuevo deseo” y salir de “este círculo de rebeldía y resignación en que nos han paralizado las nuevas derechas”, opina el filósofo en su capítulo “(No) hay alternativa”. Lo incluyó en la obra coral titulada “Argentina (Re) Sentida”, coordinada por el escritor y periodista Cristian Alarcón y editada por Sudamericana. Son sus coautores Paula Sibilia, Moira Pérez, Micaela Custa, Rossana Reguillo, Hernán Borisonik, Sebastián Carassai, Mariana Luzzi y María Soledad Sánchez. En entrevista con Y Ahora Qué?, García reflexiona sobre “el quietismo” peronista que “no entiende a la sociedad post salarial”, al pensamiento pionero de Jorge Luis Borges sobre “el antiestatismo” de los argentinos, a la distópica “algoritmización de la vida, a los “Rappi de Milei” y a las “pasiones tristes” de nuestro tiempo.

–¿Había señales en la sociedad argentina que permitían suponer al mileísmo, como la falta de apego a las normas y las leyes e incluso un larvado, o no tanto, rechazo al Estado?

–Buena pregunta. Aunque descreo de la naturaleza de los argentinos, porque no pienso que la haya sino que siempre es historia de los pueblos. Es cierto que hay formas de decantado,  de cristalización y de sedimentación de esa historia. Es lo que constituye una suerte de segunda naturaleza de ciertos grupos humanos. En ese sentido, está la idea de que el antiestatismo radicalizado, anarcocapitalista del Gobierno, podría tener, por lo menos, raíces o condiciones para ser aceptado o visto con buenos ojos en algo de esa segunda naturaleza argentina. Creo que es una hermosa hipótesis para manejar.

–Hay una curiosa anécdota en la visita al país del cineasta británico Lindsay Anderson, quien dijo en una conferencia en el Centro Cultural San Martín, en la década de 1980, que le parecía estar en un país “anarquista de derecha”.

–Esta idea del antiestatismo remite a por lo menos dos pensamientos. Por un lado, algo que repiten algunos sociólogos y es el carácter contencioso de la sociedad argentina. Es lo que hace a una sociedad siempre dispuesta a la disputa, a la contienda, a reaccionar de manera arisca contra aquellos que pretenden contradecirla o doblegarla. Es un testimonio no solamente de la disposición para salir a la calle a defender sus derechos, sus conquistas, a la gimnasia callejera y de grupalidad que tenemos. Y a pesar de aletargamientos ocasionales. Es también un síntoma de que en tiempos de descomposición, como los que vivimos, sigue siendo testimonio de ese mismo carácter contencioso que son las formas de la mendicidad en la Argentina.

–¿Por qué se refleja lo rebelde en la mendicidad?

–En la Argentina, quien pide algo en la calle, no lo hace con el gesto doblegado, sumiso y autodenigrante que uno encuentra en otros países. Por el contrario, se nos pide como quien exige un derecho. Y si no tenemos o no podemos dar en ese momento, puede abrirse una disputa como si se tratara de una obligación no cumplida. Eso me parece que son signos que, incluso en tiempos de descomposición, muestran ese carácter contencioso y arisco de la sociedad argentina. En segundo lugar me viene a la mente la imagen de nuestro “pobre individualismo” de Jorge Luis Borges.

–¿Borges como observador sociológico?

–Lo digo no porque vayamos a confiar demasiado en las intuiciones sociales y políticas de Borges. Pero sí un Borges un poco devenido en Ezequiel Martínez Estrada, que intenta pensar ciertas constantes de los afectos argentinos. Nada menos que en 1946, escribe un texto en donde diagnostica que el argentino es alguien que prefiere que el Estado no lo moleste y que tiene ciertos rasgos individualistas. Rasgos que, de alguna manera, van a ser siempre salvaguarda en relación con intentonas dictatoriales. Hay una suerte de desconfianza con las reglas establecidas, un poco como lo planteaste. El carácter propio del argentino que no va a permitir que le pase por encima un Gobierno. Que se pretenda imponer por sobre su voluntad. Efectivamente, me parece que hay rasgos de lo que en aquellos años Borges o Martínez Estrada llamaban el ”carácter nacional”. Elementos que nos hacen susceptibles a un tipo de discurso como el que propone el Gobierno.

–En paralelo ¿no hay otros rasgos en la sociedad que se contraponen a ese antiestatismo?

–Por supuesto que hay otros que contrabalancean en un sentido estrictamente contrario. Tienen que ver con conquistas tanto de liberales como de populistas de nuestro país que hicieron nuestra socialidad interclasista. Desde Domingo Faustino Sarmiento, con la educación pública, hasta por supuesto el peronismo con una cantidad de medidas que iban en esa dirección. Que son instancias que siguen muy presentes en la vida del argentino promedio actual. Que hacen que nuestro presente sea convulso entre esas dos tendencias fuertes, en nuestra forma de construir comunidad. Por un lado, esa suerte de irreductible individualismo arisco y contencioso y, por otro lado, un ejercicio, una gimnasia en formas de socialidad interclacista que le disputa permanentemente su lugar. Eso ha hecho una dinámica social tan rica. Ojalá que esa riqueza no se pierda.

–Cuando el Gobierno pide detener al presidente venezolano Nicolás Maduro ¿no está violando una postura histórica del país en favor de la Patria Grande y de la no intervención? ¿No significa echar al basurero la no injerencia en asuntos de otras naciones con la Doctrina Drago o en hechos como la mediación en la Guerra del Chaco y el Premio Nobel de la Paz a Carlos Saavedra Lamas?

–Acerca de la política exterior del Gobierno, así como Argentina oscila entre el individualismo y las formas de comunalidad interclasista, también osciló entre momentos y liderazgos que enfatizaron nuestro vínculo con la Patria Grande y momentos y liderazgos que enfatizaron la singularidad y excepcionalidad argentina en relación con el resto de los países latinoamericanos. El orgullo de ser más europeos que el resto de América Latina estuvo presente en muchos momentos de nuestra historia. Si bien no es exactamente lo que se replica en Milei, creo que hay algo que resuena allí. Esta obsecuente sumisión al dominio Imperial de Estados Unidos, creo que puede activar esa vieja autopercepción de excepcionalidad de Argentina en relación con la atrasada realidad latinoamericana de nuestros hermanos de la Patria Grande.

–¿Pronunciamientos como el de Milei con Maduro y Venezuela no tienden a aislar al país?

–Es un aislamiento en el vínculo, pero no creo que es algo que resulte novedoso. Sin embargo, no se produce por razones internas de la Patria Grande, sino por motivos de geopolítica mayor. Milei toma partido por uno de los dos contendientes de la disputa por la hegemonía global. La de Estados Unidos frente a China. Es una decisión que Milei toma de manera casi unilateral. Y por supuesto que viene teniendo consecuencias respecto de la colocación de nuestro país en el concierto mundial de naciones. Argentina está cada vez más aislada con un apoyo unívoco, obsecuente y completamente cipayo a las políticas de Estados Unidos. Y también de manera sobreactuada a las políticas de Netanyahu y no específicamente a Israel. Así como no es un apoyo a Estados Unidos sino al liderazgo de Donald Trump.

–¿Qué frutos le ha dado a Milei su respaldo al trumpismo?

–Esa decisión estratégica le ha dado réditos. Probablemente, si esa decisión no hubiera sido tan contundente, el Gobierno de Milei no sobrevivía a las elecciones del 26 de octubre. El apoyo inédito en su contundencia que Estados Unidos tuvo con Milei, tanto en lo político como en lo económico, fue lo que le permitió ganar las elecciones y relanzar su Gobierno después. Con esta suerte de extrañísima estabilidad inestable. No soy economista, pero logró que ese lunes negro no sucediera y que hoy, todavía, el dólar tenga una tendencia más bien a la baja. Esa sumisión estratégica implica, por supuesto, aislamiento. Pero también implica ventajas que son muy notorias, muy visibles.

–¿Son políticas exteriores sostenibles a futuro las de Milei?

–Por supuesto que esto, en un plazo más largo, abre un horizonte oscuro. No solamente por las decisiones más inmediatas en relación con ser el mejor alumno del patio trasero de EE.UU.

–¿Es imaginable ver a tropas argentinas en una intervención armada en Venezuela?

–Respecto a la posibilidad de, incluso, participar de una eventual ocupación o lo que fuere en un país latinoamericano, puede implicar, a más largo plazo, agarrarse del salvavidas de plomo de un imperio en crisis. De un imperio que todos los signos sugieren que va a ser relevado por otra forma de hegemonía mundial. En ese contexto, creo que lo más enloquecedor es estar adhiriendo a un imperio que está siendo él mismo quien destruye las reglas de gobernanza internacional que instauró cuando nació en la segunda posguerra. La manera en que la volatilidad geopolítica que le está imprimiendo el Gobierno de Trump, está rigiendo de un modo caótico los destinos y hacen que esta adhesión de Milei se torne especialmente inquietante.

–¿No ves frágil la estructura de poder de la Libertad Avanza cuando ahora gana terreno legislativo para sus reformas con alianzas cuya raíz no parece transparente?

–Sobre las supuestas fragilidades de este esquema de poder, suscribiría un poco a la hipótesis del sociólogo Giuliano da Empoli. Es la idea de “los ingenieros del caos”. Creo que tenemos una forma de ingeniería del caos gobernando nuestro país. Me parece que tiene que ver con un tipo de gobiernos propios de una época de crisis de hegemonías. Coinciden en la Argentina dos crisis. Por un lado, la enmarcaba por la geopolítica global y es la crisis de hegemonía norteamericana. Convierte a la política internacional en un ámbito muy volátil, riesgoso, lleno de apuestas. Se la juegan todo, pero pueden perderlo todo también. Se promueven a la vez formas de liderazgo inestables y volátiles como el de Trump, su modelo máximo.

–Mencionaste otra crisis de hegemonía.

–A la vez, hay una crisis de la hegemonía local. De las formas tradicionales que incluyen la última versión del sistema político argentino. Del péndulo argentino, de la grieta entre coaliciones, unas de centroderecha y otras de centroizquierda. Fueron la última expresión de un sistema político completamente estallado. Una suerte de 2001 político, pero sin la activación de formas de poder popular que estaban activándose. Ahora se ve la presencia de formas de subjetividad y comunidad digital que están reemplazando las formas de contención del 2001. Tanto para lo político como para lo económico.

–¿Cuáles son esas nuevas formas de contención de las crisis?

–En lo político, tenemos las formas de subjetividad troll que reemplazan la grupalidad alternativa del 2001. En lo económico, tenemos las formas de plataformización de la economía informal. Se reemplazan las formas de colaboración de la economía popular del 2001. Allí es donde emergen formas de liderazgo lumpenizadas. Se proponen como Jinetes de un Apocalipsis Fake. Pareciera que con tal de romper con los modelos tradicionales de liderazgo profesional de la política, alcanza con adquirir formas de legitimidad que en ningún otro contexto imaginable de nuestra historia serían viables.

–¿Y si volvemos sobre el punto de la posible fragilidad de esas formas?

–Por momentos creo, y lo digo como hipótesis, que francamente uno piensa que la volatilidad de este esquema de poder es su fortaleza. Lo es en el sentido de que es lo que lo adecua a las formas volátiles, frágiles e inestables de los liderazgos contemporáneos. Milei sabe surfear en la volatilidad extrema. Volatilidad que es propia de los mercados financieros. Y es propia a la vez de los liderazgos antisistema. Creo que hay una volatilidad y fragilidad, pero mi pregunta, un poco inquietante, es si esa fragilidad no los hace precisamente, y paradójicamente, más fuertes.

–En tu capítulo del libro mencionás al odio, típica emoción para dividir y dominar. Pero a la vez ¿no es extraño que en estudios de opinión aparezcan fuertes tendencias a favor de la salud y educación públicas, la ayuda a los discapacitados, etc?

–El odio y sus discursos movilizan toda la discusión. Una discusión un poco compleja, un poco despareja. A veces un poco fallida. Tuvo la virtud de ser la discusión a través de la cual empezamos a incorporar al debate público los problemas del ingreso progresivo de la ultraderecha. Y de las formas que pueden llamarse protofascistas en las prácticas sociales. Esto lo dice Daniel Feierstein. No hace falta trabarnos con el debate sobre si fascismo sí, o fascismo no. Entendemos que lo que hay no es un régimen, ni una ideología fascista, sino prácticas sociales fascistas o protofascistas que se fueron instalando en nuestra sociedad bajo múltiples formas.

–¿En qué formas aparecen los protofascismos con Milei y LLA?

–Por un lado, en la progresiva aceptación de la violencia capilar en la sociedad que llega a su cumbre con el intento de magnicidio de Cristina Fernández en 2022. Por otro lado, con el intento deliberado de construir una lucha de clases ‘fake’, entre trabajadores y una alianza de clases entre la lumpenoligarquía y la cada vez más amplia masa de trabajadores fuera de la formalidad en múltiples sentidos. Esa doble tarea histórica, es la de permitir y legitimar formas de violenta desigualdad y de capilar desencadenamiento de violencias y microviolencias sociales en todos los niveles, por un lado. Y por otro lado, garantizar y galvanizar formas de alianzas regresivas de lucha de clases entre los trabajadores. La estrategia de movilizar a través del odio fue productiva para este Gobierno.

–¿Es entonces un ultraliberalismo protofascista?

–El carácter neo o protofascista es el tipo de movilización social que este Gobierno propicia. Nunca antes en nuestra historia se había movilizado a través del odio. Los autoritarismos previos habían sido formas no de movilización sino de desmovilización de la sociedad a través del temor. Del miedo interiorizado que paralizaba a la sociedad. Esa es la fórmula del autoritarismo más recurrente en nuestro país, incluso en la última dictadura, según Feierstein. Lo característico del fascismo es movilizar a amplias capas de la sociedad a través de pulsiones regresivas y no a través de afectos.

–Otro concepto que se introduce en tu obra y en otros coautores es el de las pasiones tristes ¿cómo funcionan?

–Serían la novedad fundamental que habilita, incluso, una comprensión de lo político menos en términos de solución de problemas que de reconocimiento de chivos expiatorios. Es el ciclo que, de alguna manera culmina y otro poco inaugura, el intento de magnicidio de Cristina Fernández. La idea de que la violencia política está legitimada. De que la lucha de clases es entre la clase media y los lúmpenes, como Sabag Montiel, condenado por aquel intento. Hay una alianza entre esas clases cada vez más afuera de la sociedad salarial y aquellos que nos vienen a rescatar, representantes de la sociedad salarial. Paradigmáticamente siguen siendo el peronismo y fuertemente el kirchnerismo.

–En tu capítulo mencionás ‘la alternativa’ ¿Cómo pensarla en este escenario casi distópico?

–Por supuesto que uno guarda un optimismo social en relación a nuestro pueblo, nuestra comunidad. Nos hace recordar aquella famosa cita de Arturo Jauretche, quien decía que la multitud no odia, odian las minorías porque conquistar derechos provoca alegría, mientras que perder privilegios provoca rencor. Pero la idea de rencor como exclusivo de las clases, nos hace no entender los rencores y resentimientos de las clases dominadas. El libro se llama Argentina (Re) Sentida. Se legitima hablar de resentimiento. Un sentimiento con muy poca o mala prensa incluso. Hay que saber reconocer la legitimidad del resentimiento.

–¿Qué tipo de rencores verificás en las clases populares?

–Una suerte de resentimiento decantado, una sedimentación de formas de sufrimiento histórico, que no podemos no respetar. César González escribió hace mucho tiempo ese libro maravilloso que se llama El Niño Resentido. Es la historia de un pibe chorro, que es él mismo. Una suerte de hojaldre de aflicción ¿Cómo no tener una mirada que acompañe ese resentimiento? Creo que vivimos un tiempo de  resentimiento de masas. Se sienten desencantadas, traicionadas por clases dirigentes de distintas orientaciones políticas. No les dieron una vida mejor.

–Sondeos señalan que la gente prefiere la estabilidad pese a perder ingresos, etc. Pero ¿qué pasa con la mayor crisis histórica de liderazgo e identidad en el peronismo? ¿Por qué no aparece un Zohran Mamdani?

–Hay que hablar del peronismo. Pero a la vez estamos un poco cansados de hablar del peronismo. Coincido jamás vi una oposición tan inerme, tan alejada de la realidad. Incluso de la realidad de sus propios desafíos. Parece realmente una paralización exasperante. Que uno no puede entender porque es una especie de suicidio político, de quietismo autorreferencial, cerrado sobre sí mismo, encapsulado. Completamente invulnerable respecto de los problemas sociales, desentendido de las demandas de representación de sus electorados. Ni dan ganas de seguir esbozando hipótesis. Parece una completa ceguera política. Como si hubiesen perdido completamente el rumbo. Y carecieran de cualquier vocación del liderazgo que era lo que enorgullecía al peronismo en relación a otras fuerzas políticas: su voluntad de poder, vocación de conducir los destinos de nuestro país.

–¿Perdió el peronismo su condición de partido del poder?

–Si algo quiere el peronismo es gobernar. Pareciera que se le fueron sus ganas de gobernar, es decir su esencia misma. Que se hubiese convertido en un balcanizado territorio de disputas mezquinas entre liderazgos. Por cajas que no alcanzan ni siquiera para producir alguna candidatura. Creo que ahí la experiencia de La Cámpora fue muy determinante para este giro. Pasó de las grandes tareas históricas a la fábrica de cargos. Es muy frustrante. Recordemos que fue la instancia de la politización de la juventud en torno al 2010. Fundamental en el relanzamiento de la política, de la política para transformación de la realidad. Lo cierto es que sus dinámicas internas la construyeron en una gran máquina de producir y garantizar cargos.

–Pero ¿y cómo se comporta en este terreno el Justiclalismo?

–Parece que se ha trasladado aquella lógica interna temporal a todo el Partido Justicialista y sus líderes, que tienden a coincidir. Esta situación de estancamiento puede llegar a implicar algo así como un fin del peronismo. Pero dicho esto, tampoco creo que la renovación pueda prescindir de la herencia peronista para lanzar una alternativa viable. Las alternativas que más me convencen son aquellas que intentan cruces innovadores entre lo nuevo y la tradición popular peronista. Pienso en la candidatura en Santa Fe de Caren Tepp. La energía en la renovación, en lo programático, lo generacional y lo comunicativo de Ciudad Futura se vuelca a una alianza con el peronismo. Más allá del desempeño electoral, es el tipo de ejercicios que pueden llevarnos en una dirección correcta. Con espacios políticos externos al peronismo pero que no resignan ni niegan el legado de la tradición justicialista.

–¿Cómo se asocian las pasiones tristes a la crisis de liderazgos?

–Las pasiones tristes y la crisis de liderazgos son convergentes en la política contemporáneo. De hecho, ambos son testimonios de la crisis de la sociedad salarial que el peronismo no está sabiendo entender. Le cuesta al peronismo pensar por fuera o más allá del trabajador formal y sus instituciones. Esas pasiones tristes tienen mucho que ver con las formas salariales de lo común. Hicieron crisis y todavía no terminan de emerger formas post salariales. Lo post salarial es el pibe bajándose la aplicación para hacer Uber. El pibe bajándose la otra aplicación para hacer Rappi.

–En tu texto, citás la conexión de hecho entre Milei y, por ejemplo, los Rappi.

–Las pasiones tristes son propias de una época que individualizan el malestar. No es una psicologización del problema, sino el reconocimiento de que hay formas de canalizar lo político que no tienen que ver con lo político del siglo XX. Y eso nos desconcierta Y generan formas de ansiedad, de desolación que tienden a un proceso de fragmentación e individualización de los conflictos, de las soluciones, de la frustraciones, etc. En ese contexto, los liderazgos tradicionales del peronismo no cuajan. Están asociados a las grandes organizaciones de masas de los años del siglo XX, es decir los partidos políticos, los gremios, los sindicatos, los clubes que son formas de comunalidad previas a la irrupción de estas nuevas formas de lo político. Es la irrupción de formas de subjetivación hiper individualizadas a través de los dispositivos móviles y la algoritmización de la vida. Pasiones tristes y crisis de los liderazgos tradicionales son parte de un mismo fenómeno.

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