Una simple ejecución de náufragos

Quedó abierto el tema narco/Venezuela, con Lula como posible mediador. Esto puede ser fundamental para evitar una guerra que en realidad nadie quiere. Todos los reportes indican que lejos de rebelarse contra Nicolás Maduro, los venezolanos están apretando los dientes y esperando una invasión, con todos los fierros que tengan a mano y listos.

Nuevamente, el apriete no está funcionando como soñaba el bully de la Casa Blanca, y la presencia de Lula puede ser una manera de salvar la cara y retroceder con la ofensiva naval.

Es que el potencial de papelones y marchas atrás en ese conflicto sigue creciendo, por la incompetencia general del gabinete de Donald Trump. Esta semana, el secretario de Defensa Pete Hegseth se comió dos sopapos feos. Primero, por el absurdo incidente de usar una app de Telegram para comunicarse con altos funcionarios del gobierno durante un bombardeo a Yemen, algo que es ilegal en sí porque para algo hay redes seguras. Pero el atlético ministro la complicó incluyendo en la lista a un periodista de la muy progre revista The Atlantic, que una vez que terminó la operación y que comprobó que no era una joda, publicó todo. La oficina legal del Pentágono acaba de decidir que sí, que fue un moco ilegal, y no se sabe qué consecuencias a futuro puede tener para el funcionario.

El otro problema es justamente sobre uno de los ataques a lanchas, supuestamente narco, en el Caribe y el Pacífico, que ya costaron 83 vidas y son de una ilegalidad más que dudosa. Resulta que en un ataque del 2 de septiembre hubo dos sobrevivientes que quedaron agarrados a pedazos de la lancha que les habían volado con un misil. El dron los vio, dio un par de vueltas y cuando uno sacó una radio volvió y los ametralló, indefensos y flotando como estaban.

No hace falta ser abogado naval para ver que algo no va con esta decisión, pero trascendió que Hegseth había dado la orden de matar a todos el mundo, y punto. Según la ley militar, uno puede disparar en condiciones semejantes si y sólo si los náufragos hacen un acto hostil, como sacar un arma. El almirante Frank Bradley, que comandó a distancia la operación, ordenó personalmente la acción. El jueves fueron al Congreso a explicar cómo es eso de dar órdenes así, y a ver qué fue lo que dijo exactamente el ministro. Es que esto puede ser un crimen de guerra, de esos que hacen que Estados Unidos no esté en ningún tribunal internacional. Varios senadores salieron horrorizados, contando que lo que vieron fue una simple ejecución de náufragos.

Putin, el indiferente

En el Kremlin tienen el mando unificado, con lo que aprovechan toda duda ajena. En Washington, la política internacional la hace Trump por posteos, la sigue su secretario de Estado Marco Rubio, o el yerno presidencial, o el secretario del Ejército Daniel Driscoll y a veces el vicepresidente JD Vance. En la vida se ha visto tanta desorganización y falta de continuidad como ahora. Es que antes los presidentes tenían sus caprichos, obsesiones o ideas, que imponían a sus funcionarios, pero el resto seguía por carriles normales, burocráticos. Digamos que casi ningún presidente sabía qué decir si había una crisis con Burkina Faso o una explosión en Goa. Trump dispara desde la cadera y después se olvida.

Y Ucrania es un caso especial desde el mismo concepto trumpista de que Estados Unidos puede ser un mediador neutral en un conflicto entre dos países como esos. La tradición política norteamericana es que Rusia no es nunca un país cualquiera, que hay que estarle en contra, que no se la trata igual que a nadie. Como dicen tantas películas, los rusos son malos, malos, malos. Parece que Trump no vio las películas o tiene sus razones para tratar mejor al Kremlin actual, que sigue en la tesitura hábil de aceptar toda gestión, toda reunión, con una sonrisa y luego decir nyet amablemente, mientras critica a los europeos. En estos días, Putin hasta sugirió que no desea territorios que no ocupe ya militarmente, pero a cambio quiere que Estados Unidos los reconozca como soberanía propia.

Hay que ver cuánto aguanta esta situación, el ruso, por bien que juegue sus cartas. La semana pasada ocurrió algo más que simbólico en Baikonur, el viejo astródromo soviético que sigue usando Rusia. Ahí fue una misión con tres astronautas rumbo a la estación espacial internacional, y la torre de lanzamiento se derrumbó después del despegue. Por primera vez desde 1961, Rusia no puede mandar astronautas allá arriba.

Y hay que ver por cuánto más puede Volodimir Zelensky venderse como un héroe democrático: el The New York Times acaba de armarle otro escándalo de corrupción publicando que su partido controla todos los entes reguladores de las empresas públicas, sobre todo las de energía. Y que falta plata, mucha y mucha plata.

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