La derecha legislativa arma un conflicto de poderes, los supremos se ponen la armadura y un par de cariocas van presos por corruptos.
Si alguien se aburre y quiere ver un lindo conflicto de poderes, no tiene más que darse una vuelta por Brasilia, la capital del clima terrible. No se olvide, el viajero, su sombrero para el solazo de por allá, y no se olvide los catalejos para ver cómo vuelan las piedras. El Senado está abiertamente tratando de agrietarle la vida al presidente Lula da Silva, y lo está haciendo en clima preelectoral.
En una esquina del ring está el presidente de la cámara alta, Davi Alcolumbre, senador por uno de los innumerables partidos que atomizan la derecha del país. En otro contexto, en otro sistema, Alcolumbre no pincharía ni cortaría, pero el sistema de Brasil es una curiosa mezcla de parlamentarismo y presidencialismo, que corren por vías bien separadas. Por allá, los partidos grandes, mayoritarios, están para ganar la presidencia, pero raramente triunfan en lo local. Cada estado de la Unión tiene su propia política, un archipiélago para especialistas, que eternizan a los mismos gobernadores y a las mismas roscas, y atomizan el parlamento nacional. Hay que ser muy ducho para navegar esos arrecifes.
Pues Alcolumbre hace rato que le anda buscando roña a Lula y la excusa fue que esta semana no le dieron el gusto en la candidatura para un nuevo miembro del Supremo Tribunal Federal, la Corte Suprema de por allá. El senador quería a su ex colega Rodrigo Pacheco, otro conservador. El Ejecutivo nominó a un cuadro propio, Jorge Messias, jefe del equipo de abogados del gobierno federal. Se suponía que las primeras audiencias ante la comisión de Constitución y Justicia del Senado iban a ser el diez de diciembre, pero ahí saltó Alcolumbre. Según el senador, el gobierno no mandó la carpeta que corresponde, con lo que él dio por demorado al trámite y acusó al Ejecutivo de “interferir” con el Legislativo por comunicar cosas que después no hizo.
Lula no tenía apuro porque los suyos andaban contando porotos y parece que no alcanzaban a los 41 votos necesarios, con lo que tomaron la fecha de la semana que viene como un apriete para que perdieran. Esto es simbólico, porque el último que perdió una votación para ser Supremo fue un ahora olvidado abogado, partidario de Campos Salles, nominado en 1894. Alcolumbre, parece, quiere negociar, y fuerte. El año pasado hizo algo parecido con otro candidato a supremo, al que tuvo de audiencias por cuatro meses, mientras él hacía lobby para que se pudiera ampliar una zona de explotación petrolera amiga suya. Este año, parece que quiere ser presidente del Banco do Brasil.
El nivel de autonomía que tiene el archipiélago legislativo permite estas cosas. Un caso más chico de este miércoles muestra a dónde llega la corrosión a nivel local. El supremo Alexandre de Moraes, hoy héroe nacional por la condena al golpista Jair Bolsonaro, ordenó la prisión del diputado provincial carioca Rodrigo Bacellar, por avisarle a un ex colega que le iban a allanar la casa y llevárselo preso. El avisado es TH Jóia -sí, se llama así- que andaba lavando dinero para el Comando Vermelho, la mafia narco que quiso aplastar su aliado el gobernador con la ya infame masacre. Jóia alcanzó a sacar papeles y computadoras, pero se olvidó del teléfono, donde quedaron los mensajes y videos con su amigo Bacellar. Que hasta le daba explicaciones sobre qué tenía que quemar…
La Policía Federal, con tino, le informó al juez que este caso muestra un “verdadero estado paralelo” que hace imposible el éxito de las operaciones contra los narcos. Detalle pintoresco: cuando detuvieron a Bacellar, tenía casi veinte mil dólares en cruzados en la guantera del auto.
Como se ve, la Justicia federal le anda poniendo límites al archipiélago, pero no hay que exagerar. El visitante argentino puede entusiasmarse, pero el amigo brasileño, si está politizado, le puede hacer una larga lista de “as matutadas” que se gastan los jueces de por allá. Este jueves 4 de diciembre, el presidente del tribunal se hizo y les hizo a sus colegas un regalito navideño blindándolos de futuros fastidios legales. El juez Gilmar Mendes ordenó que los ciudadanos ya no puedan presentar acusaciones contra los supremos, privilegio que sólo retiene el Procurador de Justicia de la Unión. Para más blindaje, el Senado sólo puede aprobar la causa que lleve a un juicio político con dos tercios de los votos, lo que en términos de archipiélago es nunca o a cambio de una buena cantidad de presidencias de bancos y pozos petroleros.
Hay un punto en que el juez Mendes tiene algo de razón. La derecha brasileña odia, odia personalmente, odia con el alma al Tribunal que condenó a su líder Bolsonaro. El juez de Moraes, que llevó el caso, tiene 43 pedidos de juicio político y el mismo Mendes tiene 10. El año que viene no sólo se vota presidente, sino que se renuevan dos tercios del Senado y la derecha ya está armando una campaña con un lema: Impeachment a los jueces.
Estas elecciones van a ser un verdadero test de la realidad palpable contra las percepciones que ama crear la derecha. La miseria en Brasil está en el nivel más bajo jamás visto, apenas un 3,5, y la pobreza bajó al 23,1, lo que significa que casi nueve millones de personas ya no son pobres. Lo notable es cómo se aceleró esta mejora del ingreso real de los de abajo en estos casi cuatro años de gobierno Lula, después del casi total parate en el gobierno Bolsonaro.
Lula, el domador
El brasileño habló cuarenta minutos por teléfono con Donald Trump y la cosa parece haber terminado mejor de lo que se esperaba. Lula ya había logrado, sin ceder nada, eliminar casi todas las tarifas caprichosas del Hombre Naranja, y le tiró el tema de bajar las que faltan. Pero el caramelo, lo hábil, fue que le sacó el tema del narcotráfico a Trump, que lo anda usando de muleta sudaca.
Lula le pidió ayuda para investigar las compañías fantasmas del estado de Delaware, que es la mayor banca offshore del planeta, aunque de bajo perfil. El brasileño le pidió al norteamericano que la justicia y el FBI ayuden por allá, y que le pasen inteligencia sobre qué pasa en las fronteras de Brasil. Ya se sabe qué metidos son los colegas yanquis, con lo que este caramelo es de los buenos, sin necesidad de decir tonterías sobre alineamientos incondicionales.