Publicada el 16/01/2024
Dice Guillermo Ariza que releer su nota publicada en la primera edición confirma tendencias: la operación ideológica que sostiene el gobierno de Milei sigue su curso en el marco de la dispersión y aislamiento de las fuerzas nacionales. Se ha consolidado el modelo extractivista que basa sus pretensiones de éxito en inversiones mineras y gasíferas para la exportación mientras aumenta la desocupación y cierre de empresas productivas que cesan su actividad (pymes sobre todo, pero más grandes también) mientras establecimientos de firmas multinacionales se retiran del país. La inflación comprimida por la caída de la demanda local se mantiene alta para los estándares internacionales y el mercado se achica en medio del sufrimiento social.
Las más importantes entidades empresarias se muestran de acuerdo con las medidas que anuncia el gobierno de Javier Milei. No se constata una actitud equivalente en otros segmentos del empresariado, más cercanos de los consumidores, pymes y las economías del interior. Una aproximación a esta realidad permite identificar, siquiera fuese embrionariamente los componentes y fuerzas en juego.
Por lo pronto, el anarco capitalismo no invade el planeta como una droga subliminal impuesta por extraterrestres que aplican tecnologías de dominación que mágicamente remodelan de las mentes y los corazones de una porción importante de los argentinos.
Se trata de algo mucho más pedestre que con distintos énfasis constituye una operación de largo aliento que lleva casi cinco décadas de aplicación, al menos desde 1976, fecha arbitraria para datar la llegada de una visión particularmente reaccionaria pero para ese momento actualizada, seductora y al mismo tiempo abarcativa, en tanto envoltura ideológica, de la economía mundial.
Aquel avasallador desembarco de influencias mundiales, entonces con herramientas de persuasión todavía muy rústicas pero no por ello menos eficaces ocurrió en el marco de lo que se conoció luego como la “revolución conservadora” (inspirada por los neocons, intelectuales audaces que derribaron los frágiles conceptos en que se había estancado la concepción socialdemócrata de posguerra, que nunca asumió cabalmente los desafíos del desarrollo para todos los países del mundo en el entonces desinflado proceso de descolonización), y que en su momento personificaron como modelos de administración Ronald Reagan en los EEUU y Margaret Thatcher en el Reino Unido y que a nivel mundial se conoció, y funcionó, como el Consenso de Washington.
O sea, nada nuevo, salvo el nombre. Para estos viejos caldos, renovarse es vivir. Pero esta vez ocurre en condiciones de fragmentación social y confusión generalizada completamente distintas a las primigenias de los 70, que se implementaron con la dictadura militar de entonces. Ahora los efectos pueden ser mucho más graves. Importa poner foco en cómo se articula con ciertos intereses de la burguesía local y se convierte en un pensamiento establecido, incluso con apariencia dominante.
La Asociación Empresaria Argentina (AEA), la principal organización representativa de las grandes compañías locales, que acaba de renovar sus autoridades, se pronunció a favor de la llegada de Javier Milei a la Primera Magistratura de la Nación con precisión y énfasis, definiendo este momento como una “oportunidad histórica” y señalando que: “el inicio del nuevo gobierno genera la esperanza de que nuestro país pueda revertir un largo período caracterizado por el estancamiento económico, altísimas tasas de inflación, y un muy significativo aumento de la pobreza.”
No es cualquier inicio, sino uno especial, resultado del estancamiento y la inflación, invocando además como es de rigor y sin establecer prioridades de acción reparadora, la obscena referencia a la multiplicación de la pobreza como resultado de esos dos factores excluyentes, los cuales, como diagnóstico y no obstante su gravedad, resultan muy insuficientes para iluminar un cuadro de situación y mucho menos un análisis completo de los principales desafíos que enfrentamos los argentinos. La mirada empresaria es así, en primer término, reduccionista.
Y explica la AEA que “acertadamente, el gobierno del Presidente Javier Milei ha puesto foco en dos puntos centrales que explican ese muy mal desempeño: el tamaño excesivo del Estado en relación con el PBI, y las consecuencias muy negativas que han tenido por largas décadas los déficits en las cuentas públicas” estableciendo un orden causal: el estancamiento y la inflación se deberían fundamentalmente a la hipertrofia del sector público y al déficit crónico sin otras dimensiones relevantes.
No hay referencia a las condiciones estructurales y a la morfología de la economía argentina donde esas grandes compañías se desempeñan, lo cual deja, justamente, fuera de foco, las cuestiones claves a abordar y que implicaría asomarse al conjunto de las condiciones reales en que se desenvuelve la actividad económica en el país: culturales, geográficas, sociológicas, climáticas… que resultan de ser una sociedad compleja y con una historia propia.
Omisión más que sospechosa
Que el programa anunciado por el ministro Caputo no contenga acciones antiinflacionarias sino todo lo contrario (devaluación en primer término) no implicaría en principio una incoherencia para moderar este aplauso inicial de los voceros de la gran burguesía local.
Presume de que liberados los precios ellos encontrarán naturalmente su nivel y cesarán su desbocado despliegue como por arte de magia, con la advertencia de que tal fenómeno llevará un cierto tiempo de concreción, probablemente años. Tal simplismo, que puede presentar un éxito aparente y circunstancial por la drástica caída del consumo y las importaciones, no tiene asidero en la experiencia histórica ni en la teoría económica.
Y presenta a continuación la AEA el núcleo conceptual que constituye el eje de su discurso: “también valoramos muy especialmente, que el gobierno se disponga a tomar medidas que permitan el más pleno desarrollo del sector privado, sometido por años a injerencias estatales indebidas, a controles de precios, a una elevadísima presión tributaria, a restricciones arbitrarias en materia de comercio exterior, y a amenazas como la Ley de Abastecimiento”. Se trata de una notable contradicción con lo que acontece en el conjunto de las sociedades más avanzadas donde el sector público es el actor principal en la creación de condiciones para que prospere el conjunto al establecer las regulaciones necesarias para que el mercado funcione y realizando todas las tareas necesarias para que la producción y el intercambio puedan desenvolverse.
La desregulación se convierte, por esta vía, en el principal procedimiento de la política liberadora. Otra vez una notable ignorancia planteando el sofisma o presunción de que sin regulaciones la economía prospera, lo cual es sustancialmente falso. Verdad es que las malas regulaciones pueden asfixiar la actividad económica e impedir la acumulación necesaria para ampliar en cada ciclo la actividad productiva y los intercambios consecuentes, pero no es la desaparición de reglas lo que garantiza la expansión sino todo lo contrario, se requieren regulaciones adecuadas para que ese pretendido dinamismo se alcance.
Impresiona la precariedad del argumento y la letanía que lo ilustra: “desde AEA estamos convencidos que la eliminación de dichas anomalías y la revalorización del sector privado que propugna el gobierno, redundará en mayores inversiones productivas, en crecimiento del empleo y en un aumento de las exportaciones, todos ellos aspectos cruciales para volver a colocar a la Argentina en la senda del desarrollo económico y social sostenido”. Si a las empresas les sacan la pata de encima, acontecerá la prosperidad, ese es el mensaje.
En este esquema, por virtud propia del sector privado liberado de la opresión, se generarán al parecer automáticamente inversiones y mayor oferta de empleo, sin olvidar el mantra del “modelo popular exportador” que es otro componente para el rediseño en curso de la economía argentina que cuenta con múltiples y muy consecuentes voceros.
Los ejes conceptuales
- Sobre el principio sacrosanto de la propiedad privada se remarca la visión individualista decimonónica que atraviesa intacta como coartada ideológica la evolución del pensamiento y la organización de la economía humana, omitiendo por supuesto la sublimación extraordinaria del capitalismo que se logra con la creación de la sociedad anónima como actor principal en los procesos de producción e intercambio. Un arcaísmo insostenible, pero también muy vigente, en particular en los sectores rurales.
- Reemplazada la formación social de la economía por su justificación individualista aparece en segundo término la competencia como generadora de prosperidad. Lo cual ignora que en los inicios del capitalismo industrial esa competencia era errática y desembocaba rápido en auges y caídas monumentales en un proceso de creciente monopolización de la propiedad y de las organizaciones productivas. Las luchas sociales por mejores condiciones de labor tuvieron un importante efecto secundario en la estabilización de aquel primer capitalismo salvaje. De allí derivan las versiones actuales del “clima de negocios” y “seguridad jurídica” que se reclaman como mantras. Habría que confrontarlo con la foto del empresario petrolero Raúl Bulgheroni sentado en una alfombra con talibanes afganos negociando el paso de gasoductos por territorios en guerra permanente.
- Esos reclamos suelen ocultar otros menos confesables: en particular, contener la demanda salarial que en la Argentina, a diferencia de las economías más desenvueltas, focalizan el problema de la baja de costos para que funcione la competencia casi exclusivamente a la reducción del “costo salarial”. No hay casi énfasis, tal como lo constituye la evolución mundial en mejoras tecnológicas u organizacionales que es donde debe librarse la batalla de la productividad.
- Esta necesidad liberadora debe necesariamente adjudicar el principal problema actual de la sociedad argentina, esto es la pobreza, indigencia e informalidad en que se desenvuelve la mitad de la población económicamente activa, al intervencionismo estatal al que por supuesto, caracteriza como una injerencia inaceptable. Dicho demonio es el primer enemigo de una sociedad libre y abierta. Generar más competencia, dentro de estos parámetros, se convierte así en un desiderátum, un deseo incumplido pero deseable, pero sin análisis de las condiciones concretas para que la competencia pueda existir y funcionar, expresada como aumento de la oferta de bienes y servicios en un proceso virtuoso de caída de los precios y ampliación de ganancias, muy difícil de verificar empíricamente en condiciones de subdesarrollo.
- Al desaparecer las “enormes” distorsiones que el intervencionismo genera en esta visión simplificada del mundo las sociedades florecerían. Es una creencia de tipo religioso que deriva del ejercicio de la virtud, entendida ésta como ascetismo y laboriosidad, respondiendo a la célebre definición del premio Nobel Paul Samuelson del burgués como alguien frugal y laborioso. Su contrapartida es el sacrificio que debe hacerse para que las cosas entren en su cauce, de donde nunca debieron salirse. Como todo mito, remite a una visión arcaica de un pasado mejor indemostrable y que ha sido idealizado. La cuestión es que ese sacrificio que se invoca y se solicita se aplica a quienes ya sufren, sistemáticamente, diversas carencias. Todos los sacrificios pasados no valen, el que cuenta es el que se propone ahora y nos llevará por un sendero de progreso. Sería grotesco si no fuese criminal.
- Sin regulaciones distorsionantes, reza esta creencia, los precios serían razonables porque se desembarazarían de gabelas injustas. Ninguna referencia a la capacidad instalada, al nivel de las remuneraciones y su capacidad de compra, al abastecimiento local o, por caso, a las propias dimensiones del mercado al que se pretende liberar. Los acopiadores monopolistas no existirían porque la competencia los dejaría fuera de juego inmediatamente. Asombra tanta rusticidad conceptual… ¿o será sólo un relato para ingenuos nada inocente?
- Otro elemento de relato con el que se pretende administrar la opinión empresarial es la invocación de un pasado glorioso que la Argentina habría vivido a finales del siglo XIX y principios del XX con la llegada de millones de inmigrantes. No hay tal cosa, como se formula en el relato. Los indicadores socioeconómicos no lo confirman, sin perjuicio de un periodo próspero de exportaciones agropecuarias y abundantes inversiones extranjeras en infraestructura (alambrado, ferrocarriles, puertos) y superestructuras (bancos, compañías de seguros, importadoras y exportadoras, etc.). La inserción bien lograda del modelo agroimportador local en el sistema mundo (Wallerstein) se empalma bien con el punto máximo de expansión del Imperio Británico. Según Alejandro Bunge, protagonista de estudios rigurosos de la economía argentina, ese sistema a nivel local ya estaba “estático” hacia 1908. Y debe recordarse, como marco internacional que los EEUU, cuyas compañías ya habían desembarcado en el país en varios rubros claves de importación/exportación años antes y siendo a comienzos de la Primer Guerra Mundial los principales deudores mundiales salen del conflicto bélico como los principales acreedores, a esa misma escala. El eje del mundo ya había basculado hacia América del Norte, pero hubo que esperar a la crisis de 1929/30 para que la oligarquía argentina tomara nota y, como reacción poco imaginativa y muy conservadora, firmara el Pacto Roca-Runciman en 1933, reforzando la dependencia del dispositivo imperial británico a contramano de los vientos de la historia.
- El relato sigue y se reconvierte una y otra vez. La incipiente industrialización argentina durante la primera mitad del siglo XX se hace de tropiezo en tropiezo, con idas y vueltas que expresan diáfanamente el sesgo y los balbuceos de su dirigencia económica y social. La primera, como complemento del dispositivo agroimportador, y las siguientes por los avatares de ambas guerras mundiales. Es razonable revisar el instalado concepto del “período de sustitución de importaciones” porque no fue un proyecto real de la dirigencia nacional. Es una denominación a posteriori sobre los resultados de esas idas y vueltas que se viene evocando, para nada una política de Estado. La retórica de los discursos gubernamentales se encargaron de crear, otra vez, un mito industrializador y la existencia de figuras relevantes, como la del general Savio, quien quería fundar la siderurgia argentina con la colaboración in situ, como socia, de la Union Steel norteamericana, sirvieron a esa interpretación forzada.
- Todo esto, que configura una suerte de tradición político doctrinaria nacional, hoy está cuestionado y puesto en la picota, para desencadenar desconcierto en unos y ansias vengativas en otros. El libertarismo consagrado en las urnas sobre la base de que muy poca gente sabe de qué trata ocupa hoy el centro de la escena, y viene con ínfulas de borrón y cuenta nueva. Es un sacudón monumental, no sólo por su precariedad teórica (abrumadora) de matriz calvinista, sino por el ímpetu con que se propone reformar de plano la organización social, estableciendo – en nombre de un engañoso sistema meritocrático– una sociedad crispada y desigual en la que el factor represivo es necesario y concomitante. No carece de audacia, lo cual le añade peligrosidad.
- Esta enumeración precaria es susceptible de una mayor coherencia analítica a medida que se vea cómo encajan las partes en el discurso oficial. No tiene mucho sentido discutir si es un enfoque conservador (Ignacio Zuleta) o un neoliberalismo flamboyant sin pretensiones de gran coherencia, que no se advierte hasta ahora.
Estamos en presencia de un fenómeno político que llegó al poder por el voto popular y ahora tiene que gobernar para todos, algo que no está en su ADN, lo cual plantea una contradicción que será muy interesante ver cómo se resuelve, no sin el concurso de la dinámica social completa de la sociedad y a lo largo del tiempo que está por venir.
Los protagonistas sociales están dispersos, más abroquelados en el vértice que funciona cómodo en un dispositivo de hegemonía trasnacional y los negocios se vuelven así previsibles sin los riesgos de aventuras que puedan cambiar a mediano plazo la relación de fuerzas por la aparición y consolidación en la representación política de nuevos protagonistas y factores de poder. El problema de la «burguesía nacional» como construcción abstracta y consigna ideológica queda fuertemente cuestionado. Nadie tiene comprada la chapa del patriotismo y la representatividad.
Hay también un contenido de darwinismo social como sustrato ideológico que está presente en amplios sectores del empresariado, no precisamente los pequeños y medianos empresarios donde la cercanía con los trabajadores es palpable. Si hay allí un terreno fecundo para nuevas alianzas que reconduzcan positivamente la dinámica social está por verse. Debería ocurrir, pero nada lo asegura ni lo muestra, por ahora.