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De nuevo las zonas de influencia

La tendencia es hacia la búsqueda de establecer una era de zonas de influencia, en el cual el hemisferio occidental sería la zona de influencia de Washington. Pero simultáneamente EEUU alienta cierta conflictividad en Asia, de la mano de India, Japón y Corea del Sur. La gran duda es si las potencias intermedias están dispuestas a jugar ese juego y si se resignarán a ser furgones de cola de las superpotencias. Me inclino a pensar que muchos de ellos no van a aceptar mansamente este juego. Otros si lo harán.

Todas las naciones procuran obtener la mayor autonomía estratégica posible, como principio rector del progreso de sus naciones, entendido como desarrollo económico, preservación de sus tradiciones y culturas y un efectivo bienestar de su propio pueblo. Saben por experiencia histórica que las grandes potencias siempre están ocupadas en sus disputas geopolíticas, pero que frecuentemente acuerdan entre ellas zonas de influencia propias, que disminuyen los grados de libertad de los países involucrados y en consecuencia, dificultan enormemente el desenvolvimiento de sus propias potencialidades. El período de la Guerra Fría es aún muy recordado por muchos países: se vieron obligados a atender las necesidades estratégicas tanto de Moscú como de Washington, y no las propias. Para entonces la lucha geopolítica se disfrazó de lucha ideológica. La Geopolítica era más importante que la Geo-economía.

Los países fronterizos que limitaban ambos campos fueron fuertemente beneficiados por EEUU para demostrar las bondades del sistema capitalismo frente al socialismo. Así, el Plan Marshall inicia el proceso del Estado de Bienestar en Europa y Alemania Occidental es colocada como mejor ejemplo frente a la RDA, aunque ésta gozara de una mejor situación económica y social que los restantes países del pacto de Varsovia. Lo mismo ocurría con Japón o Corea del Sur para enfrentar al comunismo chino de Mao Zedong.

Lucha geopolítica mediática, pero siempre con escaparates ideológicos. La lucha realmente armada pasaba a las periferias: África, América Latina, Vietnam, resto de Asia. Luego de la caída de la URSS, el poder hegemónico de EEUU transita una década donde se incuba el desarrollo de un nuevo poder global, que se independiza de sus mandantes estatales y comienza a desarrollar la globalización financiera, que transforma ese capitalismo industrial en un capitalismo financiero, conceptualmente desligado del poder de las naciones.

La lucha geopolítica parecía entonces desaparecer, pero sólo por un breve período, hasta que EEUU descubre que había perdido muchas batallas industriales a pesar de que pareciera haber ganado muchas batallas militares. China irrumpe ya en este siglo como una potencia desafiante y Rusia desafía las claras intenciones de disminuirla a un papel secundario. La geopolítica nunca se fue, quedó enmascarada por la ola financiera, hasta que ésta explotó, y ha vuelto con más fuerza. Potencias intermedias ocupan amplias franjas del poder global y adquieren autonomías estratégicas propias. El mundo se convierte así en multinodal con muchos nodos de poder compitiendo y colaborando simultáneamente entre sí.

Este año, 2025, aparece EEUU con Trump y emite su proclama: una nueva estrategia de seguridad nacional, que cambia drásticamente las prioridades de EEUU. Es presentada como una visiónde «realismo flexible» que sacude el orden post-II GM, liderado por EEUU, construido sobre una red de alianzas y grupos multilaterales, que parece entrar en su ocaso. Veamos un análisis pormenorizado:

A América latina (AL) se le pretende aplicar el «Corolario Trump» de la doctrina Monroe de 1823, según la cual AL quedaba fuera del alcance de potencias extra hemisféricas. En su versión actual, no está claro si pretende restringir solo China y Rusia o también a las europeas, aunque exceptuando a Gran Bretaña, su socio aún más confiable. Su finalidad es dificultarles la posesión de infraestructura crítica, operar instalaciones militares o controlar activos estratégicos en la región. Sería una grave restricción a la autonomía estratégica de AL, supuestamente compensada con “ayudas” y cooperación directa, mediante incentivos económicos, presión diplomática y herramientas financieras para que los gobiernos de la región rechacen asociaciones con esos países.

Pareciera ser que EEUU reduciría prioridades en Europa y Medio Oriente, y destinaría más recursos políticos, económicos y militares a AL. Pero su descripción hace hincapié en los intereses nacionales de EEUU (migraciones, narcotráfico y crimen organizado trasnacional), pero no en el desarrollo armónico de AL. Lo dice taxativamente: la era de la migración masiva ha terminado; un país soberano debe decidir plenamente a quién admite y en qué número; combatir militarmente a los cárteles y organizaciones criminales; expulsar la influencia china y rusa del continente, especialmente en el control de puertos, infraestructura tecnológica y telecomunicaciones, energía y minería; reforzar alianzas con socios regionales estables, incluyendo nuevos acuerdos comerciales, militares y tecnológicos, así como reubicar recursos militares hacia el continente.

Impactos previsibles: dada la estrecha relación de EEUU con sus países aledaños, independiente del color de los gobiernos de turno, esta nueva política tendrá su mayor impacto en México, Centroamérica y todo el Caribe. El nearshoring con MX se incrementará en la medida de la colaboración de MX en el control migratorio y del narcotráfico. Habrá más presencia militar norteamericana en el Caribe, Golfo, frontera sur de EEUU, y corredores marítimos de Centro y Sudamérica.

Europa (EU) es descripta como que sufre un «desvanecimiento civilizatorio» y “debe cambiar de rumbo”. El orden post II GM, con EU como aliado más fuerte de EEUU está puesto definitivamente en crisis. EEUU le ha informado oficialmente a EU que no financiará más su Estado de Bienestar, una anomalía ideológica, producto de la puja geopolítica contra la URSS, ya finalizada. Se lee un claro apoyo a las tesis de los partidos políticos soberanistas (llamados por la prensa liberal, de extrema derecha). Critica abiertamente que sería «plausible» que «en pocas décadas, ciertos miembros de la OTAN tengan poblaciones, mayoritariamente, no europeas. También afirma que EEUU debería centrarse en «poner fin a la percepción, y prevenir la realidad, de la OTAN como una alianza en perpetua expansión», un claro apoyo a la tesis de Putin, cuya visión sobre la decadencia de Europa comparten. Se refiere a que las acciones de la Unión Europa y «otros organismos trasnacionales que socavan la libertad política y la soberanía” (¿hablará de Bruselas o inclusive de la OTAN?)

En el capítulo referido a Asia, describe a China como un competidor, pero haciendo foco en la economía y no en lo militar. «Reequilibraremos la relación económica de EEUU con China, priorizando la reciprocidad y la equidad para restaurar la independencia económica estadounidense», dice. Sobre Taiwán, sólo reitera los llamados a mantener el statu quo, aunque insta a Japón y Corea del Sur a contribuir más para garantizar militarmente la defensa de Taiwán. A India le propone contribuir con la seguridad del Indo-Pacífico». Corea del Norte no es mencionada ni una vez.

Pone mucho menos énfasis sobre Medio Oriente y África, en lo que tradicionalmente era el foco de su política exterior. Parecería que el siempre conflictivo petróleo ya no es una prioridad, dado que EEUU dispone de una amplia autonomía energética y es uno de los principales exportadores del mundo. La contención y la actual debilidad de Irán satisface y tranquiliza a las monarquías del Golfo Pérsico, y el problema palestino de Gaza pareciera, por ahora, encaminarse hacia un arreglo a largo plazo, con la aceptación tácita de Moscú y Beijing. Sobre Israel se dice poco, aunque lo importante es que mantenga su seguridad estratégica, lo cual parece estar claramente garantizada. Sobre África, alienta mayores inversiones que permita “aprovechar los recursos naturales y el potencial económico latente» del continente.

En resumen, lo más sorprendente de ese documento de 33 páginas es lo que dice en forma enmascarada. ClaramenteEE.UU. busca establecer la estabilidad estratégica (pacificación) con Rusia, a la que deja de ver como una “amenaza directa”, intentando concluir la guerra en Ucrania. Sobre el último gran tratado de control de armas nucleares con Rusia, conocido como New START, que expira en dos meses, el documento no prevé una renovada, costosa y desestabilizadora carrera armamentística con Rusia.

Sobre China no ve un peligro militar inminente sino una fuerte disputa industrial, tecnológico y comercial. “El tema de fondo es quién emergerá como ganador en tecnología: inteligencia artificial, computación cuántica, biotecnología, ciberseguridad. Esos temas están relacionados con la intensa competencia militar que mantenemos diariamente con China en todo el Indo-Pacífico.

Esto nos induce a pensar que se está buscando establecer una era de zonas de influencia, en el cual el hemisferio occidental sería la zona de influencia de Washington. Pero simultáneamente EEUU alienta cierta conflictividad en Asia, de la mano de India, Japón y Corea del Sur. La gran duda es si las potencias intermedias están dispuestas a jugar ese juego y si se resignarán a ser furgones de cola de las superpotencias. Me inclino a pensar que muchos de ellos no van a aceptar mansamente este juego. Otros si lo harán, y van a perder oportunidades que daría una muy amplia libertad de negociación, y por lo tanto pagarán las consecuencias en su deterioro económico y social. Más aún aquellos países que, como la Argentina, están encerradas en una doble dependencia estratégica: con Washington (política) y con Beijing (comercial).

(*) Ricardo Auer es consultor de riesgo geopolítico

Buenos aires, 15 diciembre 2025

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