¿Y ahora qué?

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Como diría Charly, están pasando demasiadas cosas raras con la emisión


Los monetaristas -dicen que pueden controlar la cantidad de dinero y que es justamente su desborde lo que explica la inflación. Ambas afirmaciones son falsas. Lo que hace el gobierno para frenar la inflación recuerda al brujo de la tribu en una epidemia. Conforme los datos del BCRA, entre el 11 de diciembre de 2023 y el 15 de diciembre de 2025 la base monetaria aumentó 324 por ciento. Entre diciembre de 2023 y noviembre de 2025 el IPC (Índice de Precios al Consumidor) subió 178 por ciento. Esto sucedió con superávit fiscal. ¿De dónde se dejó de emitir?

“Están pasando demasiadas cosas raras/ para que todo pueda seguir tan normal”, sospecha Charly. ¿Charly sólo? No parece. En estos días, no hay caminante que no desconfíe de la cara de informado del que le pasa por al lado y mucho menos del “instinto de supervivencia” que manifiesta. Al caminante que no encuentra el camino le “ofende que todo esté tan mal”, “y hasta las personas lindas” le “dan rabia” en tanto –peor que peor- “los chicos y las chicas no hacen nada por cambiar”.

Una de esas “cosas raras” que se lleva las palmas, en el ámbito del tedioso consignismo en que se ha convertido el comportamiento político argentino, es la de la fe inconmovible -que comparten porciones mayoritarias de la clase dirigente y la sociedad civil- en que la emisión de dinero genera inflación. La causa de la emisión es el déficit fiscal, dicen. Yugulado el déficit fiscal, no se emite más. Adiós a la maldita inflación. Por eso, el actual gobierno habría alcanzado un relativo éxito antinflacionario: por haber hecho lo segundo evitó que se desbocara la imprenta.

Ya que estamos en época de fiestas, cabe subrayar que resulta un curioso contrasentido que la gente que sabe o intuye que Papá Noel y los tres Reyes Magos son los padres, no duda sobre las bondades del relato monetarista. Ese relato al menos desde la Revolución Libertadora –ocurrida hace setenta años- y el plan económico que ejecutó, inspirado en el documento “Moneda sana o inflación descontrolada” de Raúl Prebisch, fue creciendo hasta convertirse en un verdadero ícono pop.

Ese lugar inexpugnable en el sentido común tiene prosapia e historia pese a los rotundos fracasos del monetarismo. Cada vez que fue puesto en práctica o, mejor dicho, los raros momentos en estos setenta años transcurridos en que no fue aplicado con convicción, en lo que quedaba del día la moneda se envilecía y la inflación volvía a soliviantarse.

La austeridad, que era proclamada como el signo de la seriedad misma, presidió como criterio la instrumentación de medidas de política que volvió pobres a un número cada vez mayor de argentinos. Llegamos al punto actual, en el que estamos partidos al medio, si nos atenemos a indicadores rigurosos aunque no frecuentados por el gobierno.

Nunca paró de crecer la cantidad de dinero

El sentido común monetarista de clase dirigente-sociedad civil se las arregla para sobrevivir en su mundo feliz, ordenadas por las tablas de la ley cuyo primer apotegma es el inhibidor: “No emitirás”, culpando a la misma clase dirigente-sociedad civil –en su descarrió-, de ser una singularidad argentina, dada por su falta de vocación de chivo expiatorio. Eso es lo que termina pudriendo todo, se dispensan, en un nuevo avatar del “infierno son los otros”.

En sus pobres corazones, albergan la idea de que esta vez será distinto, dado que votaron por un accionar del gobierno cuyo eje es la supervivencia del más fuerte. La moral pequeño burguesa impide que padezcan de sinceridad.

En la medida que avance la conciencia política esta alienación quedará como un residuo, pero para que eso suceda el camino no es convertirse en un buen conservador compasivo y entrar en la discusión a cuántos les alcanza, entre los más débiles, el derecho a vivir.

Pasa por entender porque la austeridad es absolutamente contraproducente. Pasa por demostrar porque son falsas las afirmaciones de los monetaristas de que pueden controlar la cantidad de dinero y que es justamente su desborde lo que explica la inflación.

Sin ir más lejos, las falsedades del gobierno actual sobre el tema son desmentidas por los propios datos oficiales.

El Banco Central de la República Argentina (BCRA) define la base monetaria (el dinero que se emite) como “la suma del saldo de billetes y monedas en circulación y los depósitos de las entidades financieras en cuentas corrientes en pesos en el BCRA. Se expresa en millones de pesos y se publica diariamente con dos días hábiles de rezago”.

En criollo más llano, “base monetaria” se define como todo el dinero en bolsillo de los argentinos más la parte de los depósitos en cuenta corriente de esos argentinos puestos en los bancos comerciales, que estos mismos bancos comerciales guardan en el Banco Central por precaución. Comúnmente son conocidos como reservas bancarias.

Conforme los datos del BCRA, entre el 11 de diciembre de 2023 y el 15 de diciembre de 2025 la base monetaria aumentó 324 por ciento. Entre diciembre de 2023 y noviembre de 2025 el IPC Índice de Precios al Consumidor) subió 178 por ciento. Esto sucedió con superávit fiscal. El cálculo del superávit fiscal es controvertido, pero demos por bueno el fervor fiscalista del gobierno y sus acólitos.

Es lógico el resultado, porque a diferencia de lo que reza el mito monetarista, la cantidad de dinero sigue a los precios y no a la inversa y –en todo caso- el superávit fiscal implica que se deja de gastar –cae el producto bruto en lo que le corresponde- y no tiene que ver con la inflación en tanto está sucede porque aumentan los costos. En estos aumentos de costos talla el valor del dólar, dada la desindustrialización, ahora incentivada y antes no completamente revertida.

Verdad, están pasando cosas raras. Lo raro es que todo el mundo ande medio sugestionado aceptado el mito gubernamental de “que no emite más” con un aumento de la base monetaria de 324 por ciento en estos dos años transcurridos.

Lo raro es que se ufanen de haber controlado la inflación, mientras el INDEC –cuando aún falta contabilizar el efecto de diciembre- informa que “El Nivel general del Índice de precios al consumidor registró un alza mensual de 2,5 por ciento en noviembre de 2025, y acumuló en el año una variación de 27,9 por ciento. En la comparación interanual, el incremento alcanzó el 31,4 por ciento” (noviembre 2024 contra noviembre 2025).

Es raro, porque por controlar la inflación en los países desarrollados se entiende un valor anual del IPC del 2 por ciento y en la periferia con 7-8 por ciento anual damos las hurras con ganas.

Aguanten que llega el postre

Rascar nada más que un poco en la pátina teórica del monetarismo ya índica que son endebles las bases teóricas sobras las que se asienta. Lo que hace el gobierno y su fe monetarista para frenar la inflación recuerda al brujo de la tribu en una epidemia, que pone a consideración de los dioses distintos chivos expiatorios.

Pero el gobierno y sus partidarios aguardan que el gran día de la inflación cero está al caer. En una reciente entrevista televisiva el Presidente Javier Milei dijo que una investigación atribuida a un ignoto alumno de Enrique Neder, docente de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Córdoba, a quién no nombro, demostraba que el rezago de la política monetaria sobre los precios es de 26 meses. En consecuencia, afirmó que la llegada a una inflación cercana a cero ocurrirá entre julio y agosto de 2026.

Esta historia del “rezago” comienza con el Decreto 70/2023, con el entonces flamante gobierno libertario plasmaba su idea de lo que debe hacerse con el país. El título de este DNU (Decreto de Necesidad y Urgencia) deja bien establecido el afán libertario: “Bases para la reconstrucción de la economía argentina”.

En el paquidérmico DNU, tanto por la extensión como por el inevitable comportamiento del elefante en el bazar, más precisamente en el “visto” se pone a consideración “Que para comenzar a solucionar la enorme cantidad de problemas derivados de la herencia que la administración saliente deja a todos los argentinos, es necesario un ajuste fiscal en el sector público nacional de 5 puntos del PBI, y -al mismo tiempo- se requiere resolver la situación de los pasivos remunerados del BANCO CENTRAL DE LA REPÚBLICA ARGENTINA, los que son responsables de los 10 puntos de su déficit (…) Que, de esta manera, se pondría fin tanto al déficit fiscal como a la emisión de dinero necesaria para financiarlo y, con ello, a la única causa de la inflación empíricamente cierta y válida en términos teóricos (…) Que, sin embargo, dado que la política monetaria actúa con un rezago que oscila entre 18 a 24 meses, aun cuando hoy se deje de emitir dinero, los argentinos seguiremos pagando los costos del desastre monetario del gobierno saliente (…) Que la administración anterior emitió moneda por un equivalente a 20 puntos del PBI, lo que genera un efecto devastador inevitable que se prolongará en el tiempo, generando un incremento notorio de la ya altísima inflación heredada”.

Teoría y práctica

¿Qué significa que la “emisión de dinero [es] la única causa de la inflación empíricamente cierta y válida en términos teóricos”? Que se basan en lo que se denomina la “teoría cuantitativa del dinero” (tcd).

La característica común de la teoría cuantitativa clásica de principios del siglo XIX y de la neoclásica de finales del siglo XIX es que una expansión o contracción de la oferta monetaria, en igualdad de condiciones, conduciría a un cambio del mismo porcentaje en la oferta monetaria.

Ese “siempre en igualdad de condiciones” se refleja en el supuesto de una función de demanda estable de dinero o, más específicamente, un nivel fijo de producción. Sin embargo, las similitudes entre los enfoques clásico y neoclásico terminan ahí. Mientras que en el último enfoque el supuesto de producción fija (pleno empleo) y, por tanto, la relación causal entre dinero y precios, es el resultado de un análisis teórico que busca fundamentar que el dinero tiene un precio (sino lo tienen no se puede aplicar ni oferta ni demanda). Hasta principios del siglo XIX suponían que como la producción crea su propia demanda, o mejor dicho genera todos los ingresos que la compra, si subía los precios es porque se emitía.

Hasta mediados del siglo pasado, la mayoría de los economistas de la ortodoxa seguían argumentando que la gente gasta más dinero porque recibe más efectivo. ¿Cómo es que el hotelero de Ushuaia, el comerciante de Mendoza o el pinto del Chaco se enteran de que tienen más efectivo del que necesitan y entonces elevan los precios? Mirar los balances del Banco Central o escuchar en los medios a un monetarista no es una opción. Tenía que haber un precio y una cantidad que trasmitieran esa información que inducía a aumentar los precios. El análisis económico entonces de deslizó a demostrar que se aunaban el mayor flujo de gastos de la gente con su sensación de que su stock de dinero era demasiado grande para sus necesidades.

La proposición básica de la teoría cuantitativa es que es sólo el nivel de precios en una economía, y no el nivel de su producción real, lo que se ve afectado por la cantidad de dinero que circula en ella. Con este criterio en mente, al revisar el mecanismo de la teoría cuantitativa clásica se observa como el análisis monetarista no tiene fundamentos atendibles. Esa teoría dice que: la masa de dinero (M) multiplicada por la velocidad de circulación (V) es igual a los (P) precios de la economía multiplicados por los productos de esa economía (Q). PxQ se asimila al Producto Interno Bruto (PIB). En fórmula:

M x V = P x Q

Como suponen que V y Q son a corto (y no tan corto) plazo inamovibles, la fórmula permite ver que si P aumenta (los precios es decir inflación) entonces es porque aumentó M y M aumentó –según los libertarios- para financiar el déficit fiscal: esto es que el gobierno gasta más de los que recauda por impuestos, y la diferencia la cubre con su potestad de emitir dinero. Ergo si se quiere cortar la inflación, hay que cortar la emisión lo que lleva a cortar su origen: el déficit fiscal.

El razonamiento es correcto, pero las premisas son falsas. O sea: todos los bípedos tienen plumas. Aristóteles es un bípedo. Aristóteles es una bataraza.

Al respecto tres puntos a tener en cuenta acerca de la falsedad de las premisas de este razonamiento. Para empezar la fórmula nada dice de si aumenta primero la cantidad de dinero (M) y los precios (P) le siguen para mantener la lógica de la igualdad o, si por el contrario, son los precios (P) que suben y la cantidad de dinero (M) le sigue y financia ese aumento.

Para decir que es M la que aumenta, primero hay que tener una teoría de la demanda y la oferta de dinero. Esto significa que si una cantidad cae su precio sube y viceversa. Pero eso es lógicamente imposible porque el dinero no tiene precio: 1000 pesos compran 1000 pesos; 15 pesos compran 15 pesos. El dinero tiene paridad igual a uno (1000/1000) o 15/15) pero no precio.

Hace –al menos- unos 100 años que los monetaristas están elucubrando teorías para ponerle precio al dinero, pero hasta ahora sin ningún éxito. Y no parece que lo vayan a tener alguna vez. Las vacas no vuelan. En realidad son los precios que se mueven en respuesta a los costos, y éstos por muchas circunstancias varían. Eso sí: ninguna ligada al dinero en circulación. La cantidad de dinero aumenta en respuesta a ese incremente de precios. Este proceso es exactamente inverso a lo que postulan los monetaristas, tal como está expresado en el DNU 70/2023.

En el mundo que vivimos el dinero se usa para hacer más dinero y eso asegura que su cantidad no se puede controlar. Se usan mil pesos para comprar insumos o mercaderías para vender y hacer una ganancia de digamos 100 pesos.

Cuando Milton Friedman allá por 1950 resucitó la teoría cuantitativa, lo hizo como una teoría de la demanda de dinero en lugar de una teoría del nivel de precios. Sus intenciones originalmente eran desarrollar una alternativa al argumento keynesiano de gastar más. Por pura fe, obrando sobre la base de supuestos extravagantes sobre la racionalidad de los individuos, se pasó a afirmar que la función de demanda de dinero era empíricamente estable y que estaba determinada de manera autónoma.

Así fue como los economistas monetaristas pudieron relacionar de nuevo directamente los cambios en el ingreso nominal y los precios con los cambios en la masa monetaria. Friedman estaba así explícitamente en posición de considerar su contribución como una teoría del nivel de precios agregado cuyo propósito es proporcionar un precio al dinero, como el que tienen los zapatos o las berenjenas.

Allá por los años ’70 (el mundo andaba a las trompadas con la inflación), de la mano de las extravagantes nociones de Friedman, los bancos centrales creían que podían controlar la cantidad de dinero. En rigor, eso los monetaristas les habían hecho creer. Esto se traducía en que si se quería una inflación del 3 por ciento anual bastaba con no emitir más del 3 por ciento anual, siguiendo a pie juntillas la sabiduría de la nueva tcd. Pronto comprobaron que eso no era posible, que la cantidad de dinero aumentaba a su propio ritmo. Con sorna, un banquero central resignado confesó que “no es que hemos abandonado la idea de controlar la cantidad de dinero, la verdad es que la cantidad de dinero nos abandonó”.

No hay forma lógica de ligar la cantidad de dinero de la economía con el déficit fiscal. El gobierno paga gastos que ya se hicieron con precios que fueron fijados antes de la venta, entonces ¿cómo puede ser que aumenten los precios si el dinero no estaba en los bolsillos? La magia monetarista es un arcano inescrutable.

Por último, pero no en importancia eso de que “la política monetaria actúa con un rezago que oscila entre 18 a 24 meses, aun cuando hoy se deje de emitir dinero” –ahora 26 meses- siendo que “la emisión de dinero [es] la única causa de la inflación empíricamente cierta”, es un gran verso.

Hay que convenir que Milton Friedman, era bastante más prudente que el oficialismo actual. A principios de los ’70 señalaba que “A corto plazo, que puede ser de hasta cinco o diez años, los cambios monetarios afectan principalmente a la producción. Por otra parte, a lo largo de décadas, la tasa de crecimiento monetario afecta principalmente a los precios”.

Sorprendente, aceptación de Friedman de parte de la teoría monetaria de Keynes. En una situación de desempleo –dice el credo keynesiano-, los precios no aumentarán proporcionalmente al aumento de la cantidad de dinero. El aumento resultante de la cantidad real de dinero provocará una disminución de la tasa de interés y, por tanto, un aumento del volumen de inversión y del nivel de ingreso nacional.

Volviendo a los rezagos entre cantidad de dinero y precios-que reclama el propio decreto- se ve que no funcionan. ¿Sí la base monetaria cae muy pronunciadamente y los argentinos –según perciben los libertarios- siguen sin querer el peso y los precios se siguen yendo a las nubes será por las fuerzas del cielo que nos llevan a creer únicamente en Dios impreso con tinta verde? ¿Estará en esa desorientación la razón de que el gobierno libertario continúe apostando a la improbable dolarización? A decir verdad, ante la realidad de que su propio diagnóstico empírica y teóricamente “válido” no sirve ni para espiar, otra no le queda.

Lo cierto es que la creencia de que el equilibrio de largo plazo de una economía monetaria competitiva es único y estable y que un cambio escalar en la cantidad de tenencias de dinero generará el mismo cambio escalar en todos los valores nominales permanece hoy más que nunca en el centro de un formidable debate teórico. En el mundo desarrollado solo algún que otro dinosaurio cree en la fe monetarista. El monetarismo es motivo de desprestigio intelectual. En la Argentina al contrario.

Es más, si el paradigma monetario neoclásico ha sobrevivido es más porque muchos economistas ortodoxos piensan que aporta importantes conocimientos sobre el funcionamiento de las economías capitalistas que por su solidez teórica. La cruda verdad es que la ortodoxia –contra lo que cacarean y declaman acá en la Argentina- no tienen una teoría adecuada del nivel de precios.

La editora del Financial Times, Gillian Tett, comentaba hace unas semanas que existe un agujero negro en el que se haya la teoría de la inflación de los bancos centrales, puesto que ya no se puede confiar en las viejas suposiciones sobre expectativas y objetivos, lo que afecta los conceptos acerca del origen de la inflación y como controlarla.

Observa Tett que “el economista Milton Friedman solía argumentar que ‘la inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario’, determinado por la creación de dinero por parte del banco central. Sin embargo, este enfoque monetarista es limitado, ya que la velocidad de circulación monetaria puede variar y los actores privados crean dinero”.

“Los bancos centrales ya no tienen una teoría de la inflación”, manifestó recientemente en un seminario de Harvard, Mervyn King ex mandamás del Banco de Inglaterra, para advertir que toda la estructura delas autoridades monetarias se asienta sobre cimientos cada vez más frágiles.

Tett señala que “King cree que la causalidad ahora se ha vuelto confusa, ya que los economistas parecen asumir que se logrará un objetivo simplemente con establecerlo, sin comprender el mecanismo de transmisión. ‘Esta es la teoría de la inflación del Rey Canuto’, lamenta, invocando al monarca del siglo XI que supuestamente intentó, sin éxito, controlar las olas con palabras. O, para usar otra metáfora, los banqueros centrales ahora son como chamanes que usan la intervención verbal para moldear los precios”. Se ve que está difícil deshacerse del brujo de la tribu. Por las dudas, ¡enciendan los candiles!

Caminito

Si llegados hasta aquí se tiene la sensación de que todo lo que está haciendo el gobierno para frenar la inflación no sirve para nada y le recuerda al brujo de la tribu en la epidemia que sea…y sí, este es un mundo de sensaciones en que los sueños puestos en ti resultaron una pesadilla.

El Mudo espolea la melancolía, entonando los versos de Gabino Coria Peñaloza acompasados por Juan de Dios Filiberto: “Caminito que entonces estabas / bordeado de trébol y juncos en flor, / una sombra ya pronto serás, / una sombra lo mismo que yo”,

“Porque algún día se va a abrir esta trampa mortal” se esperanza Charly y con él nosotros, aunque “hasta entonces llevarás en tu cara una sombra”. Hasta entonces, no queda otra que bancar ese defecto y desearles y desearnos todos: ¡feliz año nuevo! ¡Vamos, que por más súper ateridos que tengamos los dedos, las rutas argentinas no son rutas perdedoras, aunque se encuentre circunstancialmente sin mantenimiento!

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