Ajuste sin expansión, fracaso asegurado

Al irse desnudando las carencias políticas de un gobierno que debe su designación a una reacción fuertísima del electorado contra las gestiones anteriores (aunque no sean todas iguales y merezcan analizarse en detalle) se crean las condiciones para un debate en profundidad sobre el rumbo que debiera tomar la Argentina.

Entretenidos como estamos en lo que es la permanente operación de diversión que practica el elenco a cargo del Poder Ejecutivo no aparece en primer plano el asunto central que es nada menos que el diseño e imposición  de una estructura económico social insuficiente, fragmentada y articulada a intereses ajenos al bien común del país. 

Dos aclaraciones antes de seguir, por las dudas. La primera y más importante es definir sintéticamente el bien común: es el ser y estar bien ahora y hacia adelante del conjunto de la comunidad nacional que asegure acceso a condiciones dignas en la calidad de vida, como corresponde a la conciencia civilizada contemporánea. Del conjunto quiere decir de todos los grupos y sectores sociales y debemos agregarle: en convivencia armoniosa con el ambiente que debe administrar con sabiduría. En palabras del Papa Francisco, donde nadie sobra.

La segunda se refiere a la expresión diversión, que no utilizamos como sinónimo de entretenimiento sino como maniobra de distracción, aplicada para la manipulación de las opiniones de los diversos grupos y sectores de interés y que tiene como objetivo principal fragmentar las expresiones colectivas atomizándolas según los sesgos de cada cual, evitando así coincidencias y reclamos convergentes que movilizados coordinadamente desembocarían en otra relación de fuerzas, no tan adversa como la actual para la sociedad argentina cuya propia existencia como un todo se niega desde la visión individualista dominante.

Siempre es más fácil administrar una comunidad desorganizada. Zitarrosa cantaba que un traidor puede más que mil valientes

Toda la desproporción y excesos verbales del Presidente no son sino la aplicación de una tecnología que administra y sobrecarga hasta la saturación el clima político, degradando al mismo tiempo la convivencia a niveles primitivos no exentos de contenidos violentos. 

De allí que no haya que caer en la tentación de llevar la lucha política a esos niveles rastreros, porque la construcción de una convivencia fructífera requiere tanto de acciones productivas y técnicamente eficientes como de establecer un clima de armonía y fraternidad que implique solidaridad y colaboración, es decir considerar a cada compatriota como un hermano que requiere y espera actitudes recíprocas de sus prójimos

El núcleo de la política

La doctrina del ajuste perpetuo es una visión que goza del apoyo de entidades como el FMI y otros organismos internacionales de crédito a la cabeza, que no tienen como objetivo principal el despliegue de las capacidades de los pueblos sino “ordenarlos” de acuerdo a un criterio tecnocrático y desangelado. 

En realidad esa visión constituye un núcleo muy poco sofisticado, aunque esté en general presentado con una parafernalia de indicadores y relaciones que constituyen un andamiaje tecnocrático de administración de las actividades productivas y comerciales sobre lo cual estos organismos internacionales de crédito tienen sus propias y, digámoslo, muy raras ideas. 

Eso sí, nunca se equivocan a favor nuestro y hasta se permiten creer, algunos, que en el Banco Mundial hay gente progresista mientras que en el FMI están los perros salvajes ultraliberales. 

Por favor, no tomar en serio la motosierra desreguladora, porque regulaciones siempre se requieren y deben favorecer la generación y más amplia distribución posible de la riqueza

Sobre la herencia de décadas de regulaciones estúpidas y muchas veces contradictorias entre sí y que, desde luego, son aprovechadas para crear “peajes” y canonjías, la consigna desregulatoria es en su esencia muy peligrosa porque tira al niño junto con el agua sucia por la ventana y establece condiciones de invasión de importaciones que, en sus países de origen, cuentan con fuerte apoyo estatal.

¿Escuchó usted a algunos de estos nuevos creyentes libertarios (viejos liberales autoritarios convenientemente reconvertidos aunque no tanto apenas se los analiza) criticar a Donald Trump por imponer aranceles a troche y moche? El implícito inconfeso sería que el más fuerte puede impunemente exprimir al más débil, pero desde que David volteó a Goliat de un hondazo las simpatías populares pasan por el joven rubio y cabezón que inmortalizó Buonarroti. Con la sumisión obsecuente no se consiguen votos. De allí la necesidad de una operación continua para tener embobada la clientela. 

Sin embargo, la cuestión no es tanto cuán consistente sea la presunta base teórica sobre la que se justifica esta orientación desmanteladora, sino por qué ella goza de un amplio consenso por acción u omisión. Y la respuesta, además de compleja, puede ser inquietante, puesto que el indudable hartazgo popular es bien posible que se nutra de las acendradas prácticas corruptas que dañan la relación entre los funcionarios y la ciudadanía. O sea, que incluya bastante más que el deseo de dar vuelta la página en la rotación ficta entre populistas y liberales. 

Si así fuese, en la amplia mayoría que respaldó a Milei en la segunda vuelta hay escondido un enorme potencial para indagar y dar una respuesta seria con un programa sólido y coherente de desarrollo y justicia social. Nada lo indica, pero no se puede dejar de analizar lo que ocurre, sabiendo como norma metodológica general que lo esencial es invisible a los ojos

Así pues, la simplificación que implica suponer que la baja del gasto público genera prosperidad en forma automática (tanto como si se dejara de robar durante algunos años todo se resolvería, Luis Barrionuevo dixit), caló hondo en la conciencia general y allí hay una responsabilidad en el conjunto de la dirigencia, por omisión de pedagogías necesarias. 

Esta confusión clave y de gravísimas consecuencias estaba en el corazón de la tan falsa como eficaz consigna que lanzaron las usinas monetaristas en la última dictadura: achicar el Estado es agrandar la nación. Existen continuidades evidentes, pero para verlas hay que tener los ojos abiertos y la memoria activa (Almafuerte lo dijo de otro modo: ten los ojos del juez siempre despiertos).

Este enfoque reduccionista que no sólo reporta ignorancia, aunque la difunda, apunta a sostener una gestión política que renuncia a encarar las tareas necesarias para encausar el país por la vía del desarrollo y la justicia social.

Para salir del subdesarrollo lo primero es asumir que estamos en esa condición e inmediatamente esta toma de conciencia lleva a preguntarse sobre cuáles son los requisitos para superar ese estadio donde reina la impotencia y la injusticia. 

Hay un núcleo erróneo que no es fácil de disolver, dada la madeja de experiencias, prejuicios y confusiones que nos rodean y que consiste en creer (porque se trata de fe, no de una certeza fundada en conocimiento científico) que ordenadas las variables macroeconómicas el desarrollo tiene un camino abierto

No es así en los países subdesarrollados, donde el esfuerzo para producir y obtener resultados no revierte enteramente en la ampliación de la producción de modo “natural”, por no decir espontáneo o automático

En economías sometidas al intercambio desigual y el endeudamiento sistemático sin contrapartida en la ampliación del capital instalado, es decir subdesarrolladas, se sustraen del circuito recursos indispensables para mantener una tasa de inversión bruta interna que sea suficiente y necesaria para reproducir el capital existente y ampliar su base cualitativa mediante la incorporación creciente y fluida de tecnología e innovación. Eso la pone necesariamente en una proporción que vaya del 25 al 30 por ciento del PBI. 

Los recursos extraídos del circuito virtuoso de la producción se escapan o esterilizan vía evasión y/o atesoramiento mientras, a escala nacional y mediante el endeudamiento externo sin destino productivo interno, combinado con costosas maniobras monetarias y cambiarias, llevan inexorablemente a un progresivo empobrecimiento del conjunto social que sólo se advierte cuando se mide la dotación de capital por habitante.

Por eso la estabilización de la emisión monetaria (sólo proclamada, jamás observada) y el sacrificio extraordinario que impone la búsqueda del equilibrio fiscal al precio del estancamiento tienen patas cortas y duran lo que duran, según la presión que el poder logra establecer sobre las actividades sociales de producción e intercambio de bienes y servicios y obstaculizar la fluidez de las remuneraciones hacia su nivel necesario, esto es la reproducción de la fuerza de trabajo. 

El “triunfo” sobre la inflación de este gobierno es criminal en términos de padecimientos sociales. No es ningún triunfo real sino una agresión que no garantiza ningún resurgimiento puesto que aumenta, junto con las penurias sociales, la incertidumbre y en consecuencia favorece conductas autodefensivas que agravan el cuadro.  

Las gestiones anteriores, con sus matices diferenciales, huían hacia adelante jugando con la inflación para disimular todas sus debilidades. Volver a eso sería una verdadera estupidez pues implicaría no haber aprendido nada.

Esto no está en el debate público, que se muestra tan pobre como plagado de trampas y agresiones. Y hay un sector bienpensante que destacan los excesos verbales del presidente y sus voceros como algo desagradable pero necesario para aplicar la política correcta: el ajuste impiadoso. Quienes así piensan, omiten el carácter poco ejemplar pero sobre todo desintegrador de esta política y justifican su esencia, que lleva a una concentración de recursos y ganancias en pocos sectores en desmedro del conjunto social como un todo.  

Debe quedar claro que ni el dispendio irresponsable ni el ajuste sin expansión son caminos constructivos de una Argentina digna de vivirse, que no castigue absurda e innecesariamente a su pueblo sino que, al contrario, le abra perspectivas concretas de progreso. Esto supone expandir fuertemente la economía en lugar de achicarla como propone el modelo ajustador.

La tara conceptual

Una vez más es preciso llamar la atención sobre las limitaciones teóricas del actual y pobrísimo debate público argentino. 

Estamos estancados no sólo en la economía real, congelada en una situación social inadmisible para las posibilidades que ofrece la dotación de recursos y capacidades culturales del país, sino también en los criterios con que se plantean los verdaderos desafíos. Y estamos atrapados en una lucha política cuyos términos son indeseables por donde se los mire. Incorporar a ese debate manco los temas principales es ahora una prioridad.

Esto es responsabilidad del conjunto de la dirigencia, pero en primer término de quienes están a cargo, y es inocultable aunque no sea el eje sobre el que se planteen más abiertamente los tiroteos actuales. La cruda realidad vuelve una y otra vez a imponerse al hacerse evidente la degradación de la educación, de la nutrición, o de la infraestructura social, sanitaria y habitacional y, lo que puede que sea aún peor, de los lazos solidarios sin los cuales no se construye una comunidad organizada

¿Y qué se les ocurre a los ingenieros del caos, consejeros presidenciales y expertos en manipulación de las opiniones cuando, por errores propios (no forzados dicen los periodistas deportivos) parece que el agua les llega al cuello? Pues bien, quieren salir del paso lanzando un feroz ataque a las presuntas responsabilidades sobre la inseguridad en la provincia de Buenos Aires. Unos genios malignos y en definitiva de vuelo corto, aunque cada metida de pata va sumando y avivando a más gente entre quienes los votaron.

Existe una combinación muy establecida de intereses que tratan de preservar algo de lo que tienen o sienten justificadamente amenazados todo el tiempo, lo que les impide levantar la cabeza y mirar para adelante, desde una muy realista apreciación de la gravedad del conjunto. Razón para no dejar de plantear todos los aspectos deletéreos del modelo actual. Mantenerse en la actitud defensiva lleva a la larga una derrota.

Volver al pasado es una forma de suicidio que por otra parte no garantiza nada y seguir por el camino del achique y la deuda no tiene ningún horizonte que se relacione en perspectiva con el bien común. ¿Será por eso que Milei insiste en que actúa para favorecer a “los argentinos de bien”? Ello implicaría un rasgo de sinceridad no del todo confeso en el sentido de perseguir con deliberación un rediseño de la sociedad dual existente, profundizando la desigualdad. O sea: gobernar para pocos. 

Si el modelo ajustador lograra perpetuarse en el tiempo, algo no imposible si la relación de fuerzas sigue siendo adversa a los intereses del conjunto, las secuelas en términos de pobreza estructural, salud y educación serían mucho peores que las actuales. 

La amputación conceptual a la que venimos aludiendo, referida a creer que el mero ajuste es virtuoso en sí mismo, está instalada muy fuerte en amplios segmentos sociales no precisamente poco ilustrados. Es duro de tragar, lo sabemos.

Asumámoslo, tenemos allí un gran desafío que implique una pedagogía social no menor que obliga a dejar de considerar a la política un mero juego electoral para expertos en esos manejos y supone una amplísima participación consciente de los diversos sectores con mirada integradora. La mejora de cada uno en un contexto expansivo no ocurre sin la acción y voluntad convergentes de la movilización sectorial y popular en general.

Por último, implica también enriquecer conceptualmente la propuesta de desarrollo y justicia social, con más inversión y participación de las diferentes clases y sectores cuyos legítimos intereses se articulen felizmente con los del conjunto.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *