La marcha convocada para el martes 23 de abril por los rectores de las universidades de todo el país, el movimiento estudiantil y los sindicatos docentes es una reacción en defensa de la educación pública, contra el ajuste y el fantasma del cierre. Los universitarios vuelven al escenario político después de años de estar casi aislados. Los despertó el ruido de motosierra. El gobierno se alarmó y anunció un aumento de último momento en el presupuesto, en desesperado intento por frenar la movilización. El decano de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, Guillermo Durán, sostiene que «es el peor ataque» sufrido en 40 años de democracia. El sociólogo y educador Daniel Filmus afirma que «el modelo económico exige una minoría muy ilustrada, que vaya a la universidad privada».
No le hizo falta a Javier Milei una Noche de los Bastones Largos. No necesitó atropellar la autonomía universitaria con la guardia de infantería, repartiendo palos y gases lacrimógenos a diestra y siniestra. Eso fue en la época del dictador Juan Carlos Onganía, quien había ordenado imponer a puro garrote un orden autocrático y retrógrado, tras el golpe de Estado de 1966.
A Milei le basta con estrangular las finanzas de las universidades públicas. Dejarlas morir. Sacarles el sostén económico como si las desconectara de un respirador. Vaciar las casas de estudio con el simple recurso de bajarles la palanca de la luz, cerrarles los grifos del agua y cortarles el gas. Condenarlas a la agonía con la motosierra prendida para rebanar el presupuesto.
«Hay una decisión del gobierno de Milei de atacar los servicios del Estado, la salud, la educación, la cultura, la universidad y el sistema de ciencia y tecnología», señaló a Y Ahora Qué? el decano de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Guillermo Durán.
Durán, un licenciado en Matemáticas y doctor en Computación, dijo que la política mileísta «no sorprende y es coherente con la ideología de la Escuela Austríaca, cuyos principios no se aplicaron en ningún lugar del mundo y se vienen a experimentar en Argentina».
El sistema universitario público argentino cuenta con más de 2,5 millones de alumnos, con 300.000 docentes y no docentes, repartidos en 73 instituciones nacionales.
¿Cuán hondo caló la motosierra? La poda no tiene parangón en los últimos 30 años. «La decisión del Poder Ejecutivo de prorrogar el Presupuesto de 2023 implica una reducción del 72% en términos reales para Desarrollo de la Educación Superior», según un estudio de la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia.
La ONG calculó que la caída interanual en la ejecución presupuestaria fue del 34,4%, mayor incluso que el desplome en promedio de 30% en el gasto público nacional.
Universidades nacionales de fuerte inserción histórica y territorial como las del Comahue, Litoral o Centro de la Provincia de Buenos Aires revelan en los medios que rompen el chanchito para no caer en impagos de sueldos, limpieza, luz o gas.
«Hace 30 años que soy docente y nunca vi un recorte de esta magnitud», dijo el decano de la Facultad de Odontología de la UBA, Pablo Rodríguez.
La mayoría de los rectores, miembros del Consejo Interuniversitario Nacional (CIN), han señalado que la plata alcanzaría hasta mayo o junio, achicando erogaciones con toda la furia. Después, se cierne sobre las casas de altos estudios un agujero tan negro como el de otras tantas actividades golpeadas por la recesión.
La situación pasó de castaño oscuro y los universitarios despertaron de golpe.
Los sindicatos docentes y no docentes, las federaciones estudiantiles e incluso el moderado CIN pusieron el grito en el cielo y anunciaron una marcha multitudinaria del Congreso a la Plaza de Mayo para el martes 23. Como en los viejos tiempos. Como en las épocas en que la ebullición en las aulas era un termómetro de lo que pasaba en el país.
La Universidad salió del sonambulismo político. Descubrió, al despertar, que caminaba por una cornisa.
«La comunidad universitaria está saliendo a la calle. Se está movilizando. Ante semejante ataque, tan violento, que no se vio en 40 años de recuperación de la democracia, se genera una fuerte reacción», reflexionó Durán.
El decano e investigador científico apuntó: «Gente que habitualmente no se había movilizado, ahora se da cuenta del peligro que corren las instituciones universitarias».
A Milei se le encendió una luz roja en el tablero de comando. Tras el anuncio de marcha atrás con el alza del precio de la medicina prepaga, una herejía en su ideario, el gobierno anunció unilateralmente una mejora de 140% en el presupuesto. El CIN le respondió: «Valoramos que se reconozca parte de lo reclamado». Pero advirtió que espera «una invitación formal» al diálogo y confirmó que la marcha del 23 sigue siendo «de vital importancia».
Un solo grito
«¡Gobierno tripartito!», de profesores, graduados y estudiantes, había sido en 1918 un clamor que sacudió los claustros y al país, con ecos en casi toda Latinoamérica. Fue la hora de la Reforma Estudiantil en la Docta Córdoba. En un ambiente revolucionado, le dieron un mazazo a la universidad de corte oligárquico y clerical.
El Manifiesto Liminar de aquella gesta lanzó al vuelo este párrafo: «Acabamos de romper la ultima cadena, que en pleno siglo XX nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica».
Se creó la FUA, la Federación Universitaria Argentina. Se modificaron de raíz los planes de estudio. Las aulas ardieron en otras ciudades. Hasta hubo una Contrarreforma, porque nada es lineal, ni en política ni en la vida.
Pero el estudiantado inició un camino de protagonismo histórico. Se lanzó a las calles años después para oponerse al golpe de Estado de 1943. Hubo instigadores filonazis entre los golpistas, en medio de la II Guerra Mundial.
Se atrincheraron después los estudiantes contra los primeros gobiernos peronistas, pese a que se declaró la gratuidad con la eliminación de los aranceles por primera vez en la historia.
Los vaivenes y el sube y baja de la sociedad los encontró en primera línea de fuego contra las dictaduras. Colmaron las calles por la puja conocida como «laica o libre», a favor o en contra del subsidio a la educación privada, a finales de la década de 1950. Los aporrearon en la Noche de los Bastones. Volvieron en llamas influidos por las insurrecciones estudiantiles en Francia de 1968 y la adhesión a los movimientos de liberación en todo el orbe.
«Me gustan los estudiantes/ Porque son la levadura/ Del pan que saldrá del horno/ Con toda su sabrosura», cantaba la poetisa chilena Violeta Parra.
Se plegaron muchos y muchas en la década de 1970. Los desaparecieron, como a tantos y tantas. Retornaron eufóricos con la restauración de la democracia en 1983. Estallaron otra vez en rebeldía contra la Ley de Educación Superior de Carlos Menem que trató de reinstalar los aranceles y el ingreso con restricciones.
Tras la muerte prematura de Néstor Kirchner redescubrieron la palabra «liberación». Sorprendieron las mujeres con sus masivas marchas por la legalidad del aborto o contra la violencia machista encolumnadas en el ‘Ni Una Menos’. Así era hasta que se apagaron los fuegos. Sufrieron sucesivas decepciones. En la nueva era mundial de narcisismos neoliberales y ultraderechas, se llamaron a silencio callejero.
En las redes sociales, fueron millares los que militaron por Milei, sin ser militantes y aborrecer de las militancias. Todavía los observan, con cierta perplejidad, las generaciones veteranas que vivieron ideales revolucionarios, el hippismo. o al menos la rebeldía contra casi todo lo conservador.
¿Hay un renacimiento? Por el momento, la adhesión de la CGT a la marcha del 23 marca un resurgir de aquella consigna que hasta ahora podía parecer rancia: «Obreros y estudiantes, unidos adelante». Milei lo hizo.
¡Afuera!
La política de Milei y sus seguidores, según no pocos académicos argentinos, parece llevar en su seno el embrión de algo peor: el intento de hacer desaparecer la enseñanza pública.
«Históricamente hubo un movimiento pendular de más o menos inversión educativa. Pero en este caso, por primera vez desde la dictadura, con Milei hay un intento claro de mostrar que el Estado no tiene que invertir en la universidad ni en la educación públicas, a las que considera formas de adoctrinamiento», comentó a Y Ahora Qué? el sociólogo Daniel Filmus.
El educador y exministro de Educación y de Ciencia y Tecnología, afirmó: «Los teóricos que sigue Milei sostienen que no tiene que haber escolarización, que no debe ser obligatoria».
«El Estado no debe financiar la universidad. Le corresponde al mercado. El que no pueda acceder no podrá ser profesional. El modelo económico exige una minoría muy ilustrada, que vaya a la universidad privada, y una mayoría sin acceso a la educación», indicó el compilador del flamante libro ‘¡Afuera! El lugar de la educación y la ciencia en el anarcocapitalismo’, con trabajos de reconocidos intelectuales, entre ellos Dora Barrancos y Alberto Kornblihtt.
Por el momento, la aplanadora mileísta le pasó por arriba al presupuesto universitario. Los salarios de docentes y no docentes quedaron aplastados. Se sabe que muchos profesores y no pocos titulares de cátedra ya trabajaban con sueldos no muy decorosos. Los motiva la pasión por la enseñanza o el deseo de hacerse de una reputación. Pero quienes tienen dedicación exclusiva también precisan ir al supermercado y pagar las cuentas.
«Hubo una recomposición salarial del 30% cuando la inflación acumulada en 4 meses fue del 90%. Es una pérdida del valor real de nuestros salarios que nunca se vio en 40 años», puntualizó el decano Durán.
El matemático sostuvo que han sido tres ajustes feroces. «Al de los salarios se suma el del presupuesto, congelado al de 2023 con una inflación anual de casi 300% Contamos con solo un cuarto de los recursos. Y el ajuste al sistema de ciencia y tecnología. De un llamado para 1.300 becas doctorales del gobierno anterior, se decidió dar solamente 600, con 140 despidos en institutos del CONICET. Eran personas que laburaban 8 horas por día, y nada de ñoquis ni nombrados por preferencias políticas, pavadas que suele decir el gobierno para justificar estos absurdos».
No pareció importarle al gobierno que entre el estudiantado se hayan detectado suculentas cosechas de votos para La Libertad Avanza. Su alternativa es mudarse a una universidad privada, siempre y cuando se pertenezca a una porción cada día más minoritaria de la clase media que está esquivando la malaria. El sector pudiente aún no atrapado dentro de la licuadora de ingresos.
Lo que no va a ser tan fácil para los estudiantes que logren ‘no caer’ en la universidad pública será alcanzar aquella tradicional excelencia en la preparación de futuros profesionales.
La Universidad de Buenos Aires, por ejemplo, aparece situada en el Top 50 de un ranking mundial de 1.500 casas de altos estudios, elaborado por la consultora británica Quacquarelli Symonds. El escalafón ubicó a la UBA entre las mejores en el rubro temática general, la de Artes y Humanidades, y en otras 6 específicas. Lenguajes modernos fue la carrera argentina con mayor puntaje, en el puesto 21. Después están en fila Ingeniería del Petróleo, Antropología, Ley, Sociología y Diseño, entre los casilleros 26 al 46.
¿Cómo se elabora el ranking? Es el fruto de un análisis del prestigio ganado entre profesores y empresas empleadoras, según encuestas de percepción. También se evalúan trabajos publicados en ilustres revistas internacionales. Decenas de miles de los mejores profesionales han surgido de las aulas de las facultades públicas.
Argentina es el país de Latinoamérica con mayor cantidad de Premios Nobel: cinco. Todos ellos fueron estudiantes, profesores, e incluso autoridades de la UBA. Tres de ellos aportaron avances científicos en química o en medicina, como Bernardo Houssay, Luis Leloir y César Milstein. Los otros dos fueron Premios Nobel de la Paz: Adolfo Pérez Esquivel y Carlos Saavedra Lamas.
«La educación es muy sensible. La gente le cree a la UBA. Tiene prestigio. Es una marca creíble», dijo el decano Rodríguez.
El CIN planteó un eje de la protesta en su llamamiento: «Si la sociedad quiere resolver sus problemas estructurales, debe priorizar la educación pública que nos iguala y hace libres».
El flamante presidente del CIN, el rector de la Universidad de San Luis, Víctor Moriñigo, admitió que hay «un manto de duda y cuestionamiento sobre todo lo público, sobre lo estatal, en donde las universidades no escapamos a los cuestionamientos por parte del Gobierno».
«El objetivo del gobierno es desmantelar y llevar a la mínima expresión a la universidad pública», dijo el rector de la Universidad Nacional de Quilmes, Alfredo Alfonso. El rector reconoció: «Los y las estudiantes toman real dimensión del estado de situación».
Filmus agregó que «la universidad pública no solo es masiva, libre y abierta, sino que también hace investigación, desarrollo e innovación. No hay ninguna intención de tener soberanía sobre el conocimiento, el saber y la fabricación de productos, porque se deben comprar afuera».
La universidad estatal, bajo fuego, salió de la somnolencia.
Buena y esclarecedora nota, lo mas doloroso no es que solo piesen una Universidad para una elite, sino que esa elite piensa que su lugar de dominio puede ejercerse desde cualquier lugar, y para muestra sobra con Galperin que bajo la protección y subvención del estado Argentino, amazo su fortuna y ahora despotrica desde Uruguay porque aqui no tiene garantias.
El conocimiento en el mundo es igual a desarrallo y liberación. Por mas universidad y educación publica universal y gratiuta