Como los salarios argentinos fueron llevados por la política libertaria, siguiendo un camino iniciado por Mauricio Macri y continuado por Alberto Fernández, al mismísimo subsuelo, el proceso de crecimiento se trabó y retrocedió. Resultado: cae el producto bruto y empeora el nivel de vida de la sociedad, en lo inmediato y, lo que es bastante peor, como perspectiva.
Mientras las fuerzas del cielo aguardan el improbable momento shakespeariano de la arenga de la batalla de Azincourt, la mayoría de la sociedad civil argentina está tratando de no irse a pique. Paradójico: un número ligeramente superior al cincuenta por ciento de los ciudadanos de a pie no ha perdido las módicas ilusiones que la animan a seguir apoyando al gobierno. Más paradójica aún es la sofocante calma chicha de la recesión y la inflación, sin ningún destino cierto de apaciguarse. Los ciudadanos son blanco fácil de un gobierno libertario que apunta, y con ganas, debajo de la línea de flotación de la embarcación que navega hacia una topografía enculada. Menos actividad, menos inflación: ésa es la trama de la película libertaria.
Una parte importante de estas actitudes sociales aquiescentes tienen una explicación en que los que convocan a abandonarla únicamente proponen resistir. La invitación a quedarse en el lugar del que se quisieron ir torna congruente la mirada alienada hacia el pedernal. Sí el llamamiento fuera para que florezca sólido el proceso de desarrollo sería realmente preocupante que adoptaran ese temperamento. Insinuaría que el trabajo político es inútil. Pero hasta ahora el cartero no llamó ni siquiera una vez.
Tal como viene la mano, difícilmente 2024 tenga otro resultado que una marcada caída del Producto Interno Bruto (PIB) o producto bruto, a secas. Además de lamentarse por una menor cantidad de panes para una mayor cantidad de bocas (la población sigue creciendo a razón, grosso modo, de 500.000 almas nuevas por año) parece conveniente rememorar aspectos olvidados del concepto de desarrollo.
¿Motivo? Además de que desarrollo significa crecimiento del PIB, al desentrañar el alcance de su significado se perfilan aspectos claves de la articulación política de las mayorías nacionales. Esa potencialidad que a veces queda subyaciendo –pero no siempre- en los análisis relacionados, supone que tales aspectos claves, puestos a trabajar en conjunto, devienen en la condición necesaria para dejar atrás esta coyuntura con sabor a poco y nada, cuando no amargo.
Plan de evasión fallido
No todos hablan de lo mismo cuando invocan la noción de desarrollo y, en consonancia, de subdesarrollo. No sirve de mucho escabullirse de la controvertida apreciación acudiendo a indicadores de diversa laya, ora ingeniosos, ora unos plomazos inservibles, tipo los que describen la clase de industrialización o cuántas exportaciones son de origen primario y cuántas del sector manufacturero. No sirve de mucho porque los casos refractarios dejan romo el aguijón analítico.
Tampoco llevan muy lejos los reproches, en formato de trabajo académico, que apestillan a las multinacionales por ser un mal camino porque generan subdesarrollo y –a renglón seguido- advertir que las multinacionales invierten en la periferia a causa del subdesarrollo y lo perpetúan. Una de dos: o lo engendran o lo usufructúan. Hacer gala académica de semejante contradicción es una notable hazaña de la incongruencia.
La prominencia del sector terciario y el peso muerto de los resabios pre capitalistas son otros indicios que se tiran al ruedo para encontrar las dificultades a vencer del subdesarrollo para ir en pos del desarrollo. El sector terciario es tan grande en los países desarrollados como en los subdesarrollados. Por ahí, entonces, no.
Los amplios latifundios movidos a puro trabajo asalariado, es decir bien capitalistas, muy de la periferia, contrastan con los pequeños granjeros europeos, japoneses y norteamericanos, algo muy medieval, muy pre capitalista, que de corriente prenden fuego sus grandes ciudades cada vez que se acerca una reunión de comercio internacional donde se pone en tela de juicio los impresionantes subsidios que reciben.
De manera que no se puede afirmar que la agricultura –el sector que se esgrime comúnmente en la tenida capitalista-pre capitalista- sea verdaderamente más capitalista en los países desarrollados que en los otros. Luce lo contrario, a decir verdad. Hay que considerar que diferentes sectores productivos adquieren el carácter de capitalistas en función de su dependencia de un mercado capitalista dominante y no en función de sus propias condiciones laborales.
Desambiguación
La observación de las limitaciones de tales índices, alternativamente, revelan las ilusiones o insuficiencias respecto del concepto de desarrollo. El debate asordinado actual que lo tiene como protagonista menoscabado, sugiere retoñar el concepto sin el lastre de estas ambigüedades.
Ocurre que es el desarrollo económico es el que determina, en última instancia, el desarrollo social. Ahí se encuentre su prominente potencialidad política, no muy advertida por cierto, en una sociedad empobrecida como la nuestra. Se puede ensayar la explicación de la rémora en el desarrollo de tal o cual país, por caso la Argentina, por el bloqueo que produce su inserción en la economía mundial y, eventualmente, atribuir el retardo del desarrollo económico al retardo del desarrollo social. Pero el hecho de constatar el primer retardo en sus propios términos no lleva a deducir lógicamente la existencia del segundo.
¿Qué significan estos términos? Es justamente la respuesta a esta cuestión la que contiene la clave de la solución del problema de definir el desarrollo -sin ambigüedades- para que se convierta otra vez en la gran guía de la construcción del poder político de las mayorías nacionales.
Hubo una época en que estos términos eran de fácil comprensión. Cuando se hablaba de desarrollo se sabía de qué se estaba hablando. Era claro para todo el mundo que “desarrollo” no podía significar otra cosa que desarrollo de las fuerzas productivas. En esta acepción, el desarrollo y el subdesarrollo se definen de una manera relativa (cuantitativa) por comparación del potencial técnico y tecnológico que corresponde al mundo tal cual es, en el momento bajo análisis.
Fuerzas productivas
El desarrollo no es otra cosa que el desarrollo de las fuerzas productivas. Las fuerzas productivas susceptibles de ser desarrolladas son, por una parte, la fuerza de trabajo y, por la otra, los medios materiales de producción, producidos por los seres humanos. De ambas cosas se concluye que lo que se desarrolla es, por un lado, la calidad de la fuerza de trabajo, dado por el grado de calificación, y, por el otro, la calidad y cantidad de los instrumentos de producción.
Los dos ítems implican, además de la evolución del saber humano, también y sobre todo una acumulación del producto del trabajo pretérito. En otros términos, para mejorar la técnica de la producción hace falta no sólo haber alcanzado cierto nivel tecnológico sino también poder “financiar” su aplicación en el proceso productivo.
Un largo proceso de aprendizaje en el sistema educativo del trabajador corresponde a una ampliación de la etapa inactiva de su vida, en la cual consume sin producir. La producción corriente de los trabajadores activos debe dejar un excedente suficiente para subvenir los gastos de los inactivos. Por otra parte, ese excedente no es suficiente para inventar los nuevos procedimientos de fabricación, por lo que se debe contar previamente con los recursos para consagrar el tiempo de trabajo y los otros recursos necesarios para producir efectivamente los equipos y las máquinas correspondientes.
La situación descripta da pie para ver que el desarrollo económico permite a los seres humanos acrecentar la contribución de las fuerzas de la naturaleza a su esfuerzo productivo, para un medio ambiente y unos recursos naturales dados, generando una producción efectiva mayor de bienes y servicios por unidad de trabajo. Esto es el crecimiento del producto bruto.
Pero se va a dar cuando la remuneración del trabajo permita generar el excedente que financie la dinámica descripta. Como los salarios argentinos fueron llevados por la política libertaria –siguiendo un camino iniciado por Mauricio Macri y continuado por Alberto Fernández- al mismísimo subsuelo, ese proceso de crecimiento se trabó y retrocedió. Resultado: cae el producto bruto y empeora el nivel de vida de la sociedad, en lo inmediato –y lo que es bastante peor- como perspectiva.
Productividad
De lo dicho hasta aquí se puede deducir que la productividad del trabajo resulta la única magnitud pertinente del desarrollo. ¿Por qué únicamente del trabajo? Porque es el único factor limitado fisiológicamente. Lo que se afirma en Nueve Reinas puede ser pertinente para la vida. Para la economía no. Nunca faltan capitales. Lo que faltan –siempre- son proyectos rentables.
La población es una magnitud finita, que crece a una tasa constante. Circunstancialmente puede haber desempleo, pero eso no la convierte en una oferta ilimitada, como se dice en la jerga. Para un número dado de individuos los cuales tratan de asegurar su bienestar material, para un número dado de bocas para alimentar, una comunidad puede disponer de no importa qué cantidad de tierras o de equipos de producción, pero no puede tener a disposición más que una determinada cantidad de pares de brazos, por lo tanto de una cierta cantidad de fuerza de trabajo.
Cuando se le adiciona inmigración, es por eso que los países crecen y no se frenan. Ponen brazos a máquinas sin usar justamente por falta de brazos. Por ejemplo ahora Estados Unidos, que bate records de inmigrantes y de crecimiento entre los países desarrollados. En cambio, Japón muy refractario a los inmigrantes, lleva un cuarto de siglo un estancado. La xenofobia además de profundamente inhumana es irracionalmente antieconómica.
Considerando que la proporción en que está comprendida como tal la población económica activa (PEA: 15-65 años) viene dada, porque es un número fijo, la productividad del trabajo, en tanto significa la cantidad de bienes o valores de uso producidos por cada individuo de la PEA, genera directamente la medida de bienestar material y, por lo tanto, resulta un indicador inmediato del desarrollo.
En otras palabras, el nivel del PIB per capita (eso son los bienes o servicios producidos por cada individuo anualmente) indica el grado de desarrollo. Para desacreditar este indicador inmediato y práctico del grado de desarrollo, un número importante de analistas esgrime que algunos países beduinos son subdesarrollados a pesar de tener más (por el petróleo y la baja población) PIB per capita que Suiza. Si distribuyeran igualitariamente ese ingreso en esas sociedades excepcionales donde no hay que trabajar para vivir, nadie pondría en duda el envidiable grado de desarrollo alcanzado por esa población.
La cantidad de valores de usos o de bienes producidos por unidad de trabajo depende (además de las condiciones naturales que son dadas) por una parte, de toda la masa de equipos disponibles, y de la otra, de la calificación alcanzada por la fuerza de trabajo; en resumen, depende de la relación respectiva de las máquinas y los “cerebros” con la población económicamente activa.
Pero tanto la formación de cerebros como la producción de máquinas suponen contar con “financiamiento” proveniente de una acumulación anterior. En consecuencia, el desarrollo presupone la existencia de un excedente de la producción corriente sobre el consumo corriente y la utilización productiva ulterior de ese excedente.
Cuando estamos de caída, como ahora, son esos elementos los que están estropeando fuertemente la política del gobierno libertario. Y si queremos levantar y que estructuralmente no nos vuelva a suceder, entonces hay que contar con un instrumento político con un objetivo: en su programa de gobierno no debe perder de vista lo que implica para la política económica que la productividad del trabajo resulte la única magnitud pertinente del desarrollo.