Aristófanes y el orgullo antifascista

La multitudinaria Marcha Federal del Orgullo Antifascista y Antirracista realizada el sábado 1º de febrero para repudiar el discurso de Javier Milei en el Foro Económico Mundial de Davos se replicó en todo el país, y también en varios países de América del Sur, América Central y Europa. Como en Davos el Presidente no habló de economía sino de cultura woke y de homosexualidad, a la que vinculó con la pedofilia, es útil contrastar sus palabras con una de las tantas visiones del amor y del deseo que fundamentan la cultura occidental.

En el ensayo de autocrítica para la tercera edición de El nacimiento de la tragedia (1886), uno de sus grandes tratados sobre la cultura griega, explicita Nietzsche el punto de partida del libro: ver a la ciencia con la óptica del artista y al arte con la óptica de la vida. Esas palabras afables y desbordantes de generosidad habilitan que el campo de la filología, siempre arduo, sea transitado por quienes estén alertas al hallazgo de nuevos motivos para el goce y la creación. Y de ahí que la perspectiva artística apuntando hacia la ciencia, y la interpelación simultánea del arte desde la vida, constituyan una estrategia espiritual potente que bien puede colocarse al servicio de la política.

Habrá que insistir en la evocación de algunos legados de la cultura griega para tratar de lidiar con las palabras de Milei en Davos, más allá del esfuerzo hermenéutico de su jefe de Gabinete y su vocero cuando quisieron demostrar que no dijo lo que dijo. Y teniendo en cuenta el camino que va tomando la Argentina, donde más de la mitad de la población es decididamente pobre, la recomendación de Nietzsche se presenta salvífica. Como una forma de superar “el peligro supremo de la voluntad”, aquello que es consecuencia del acceso al “verdadero conocimiento” que señaló Sileno, el rey de los bosques. Sileno fundamentó un pesimismo espantoso -que bien podría ser apropiado ante tamaña pobreza y miseria extrema- como cuando dijo que lo mejor es no nacer, “pero una vez aparecido, volver lo más rápido posible al lugar de donde se viene, es ciertamente el segundo bien”.

Para muchos investigadores y filólogos Nietzsche elaboró intensas descripciones del mundo griego condicionadas por sus preferencias personales. Frente al sátiro Sileno, quien denotó el verdadero conocimiento -el encuentro con el absurdo de la existencia-, Nietzsche planteó que el camino superador del consiguiente “peligro supremo de la voluntad” sería el arte, pero no el arte que se agota en la reproducción mecánica de lo presuntamente natural o real, y conduce “al polo opuesto de todo idealismo, a saber, a la región de los museos de figuras de cera”. Para Nietzsche el arte salvador es un mecanismo desencadenante de una vivencia que interpela al conjunto de saberes y poderes establecidos.

Milei en Davos: Segundo round

En Davos, el presidente Milei se incluyó en una suerte de cofradía compuesta por “el maravilloso Elon Musk”, y también Giorgia Meloni, Bukele, Viktor Orbán, Benjamín Netanyahu y “hasta Donald Trump en Estados Unidos”. Gracias a ellos, lo que parecía una hegemonía absoluta a nivel global de la izquierda woke se fue resquebrajando, dijo, y seguidamente arremetió contra “la siniestra, injusta y aberrante idea de la justicia social”, el feminismo radical (“una distorsión del concepto de igualdad” ante la ley, aun en su versión más benévola), el ecologismo “y la bandera del cambio climático”.

Así que, aunque el orador venía mal, descarriló severamente cuando atacó a las instituciones “ganadas por el wokismo”, desde las cuales quieren “imponernos que las mujeres son hombres y los hombres son mujeres sólo si así se autoperciben y nada dicen de cuando un hombre se disfraza de mujer y mata a su rival en un ring de boxeo o un preso alega ser mujer y termina violando a cuanta mujer se le cruce por delante en la prisión”.

¿Era posible descarrilar con más entusiasmo? Claro que sí, como lo demostraría Milei inmediatamente después: “Sin ir más lejos, hace pocas semanas fue noticia en todo el mundo el caso de dos americanos homosexuales que, enarbolando la bandera de la diversidad sexual, fueron condenados a cien años de prisión por abusar y filmar a sus hijos adoptivos durante más de dos años. Quiero ser claro que cuando digo abusos no es un eufemismo, porque en sus versiones más extremas la ideología de género constituye lisa y llanamente abuso infantil. Son pedófilos, por lo tanto, quiero saber quién avala esos comportamientos”.

Este pasaje del discurso y algunas consideraciones adicionales en el mismo tono motivaron en Buenos Aires la inmediata reacción de la asamblea antifascista LGBTIQ+, la cual convocó para el sábado 1º de febrero a una Marcha Federal del Orgullo Antifascista y Antirracista, y logró la rápida adhesión de numerosas organizaciones sociales, sindicatos, gran parte de la dirigencia política, la CGT, las dos CTA, organismos de derechos humanos, asambleas barriales, centros de estudiantes y un larguísimo etcétera.

Como curiosidad, además, corresponde advertir que Milei en Davos mostró el juego de intereses que animaban sus palabras cuando se preguntó: “¿Y qué clase de sociedad puede resultar del wokismo? Una sociedad que reemplazó el libre intercambio de bienes y servicios por la distribución arbitraria de la riqueza a punta de pistola, reemplazó las comunidades libres por la colectivización forzada, reemplazó el caos creativo del mercado por el orden estéril y esclerótico del socialismo”. Era una provocación adicional, y como los destinatarios aceptaron tenerla en cuenta, al momento de redactar la convocatoria para la Marcha Federal del Orgullo Antifascista y Antirracista incluyeron un párrafo que también traza con claridad el carácter del enfrentamiento: “La respuesta a la violencia económica, a la persecución política y la represión sexual del gobierno de Javier Milei tiene los colores de nuestra comunidad. Juntes y en alianza a lo largo de todo el país, articulando todas nuestras diferencias. Nos necesitamos ahora. ¡Difundí, organizate, participá!”

Recordar en Davos

Hay quienes citan una y otra vez a Hegel, cuando dijo que al volver la vista al pasado “lo primero que vemos son ruinas”. A Milei le alcanza con citar a un personaje notable de más fácil comprensión, y por eso en Davos prosiguió: “Como dijo alguna vez Churchill: «Cuanto más para atrás miremos, más lejos podremos ver hacia adelante». Es decir, tenemos que encontrarnos con verdades olvidadas de nuestro pasado para desatar el nudo del presente y dar el próximo paso adelante como civilización hacia el futuro. ¿Y qué veo cuando miro para atrás? Que tenemos que abrazar, una vez más, las últimas tesis comprobadas de éxito económico y social…” O sea, la propuesta de Milei se reduce a retomar “el modelo de la libertad, volver a abrazar las ideas de la libertad, volver al liberalismo”.

Pero en ese discurso algo falló, quizá porque Milei y sus asesores no advirtieron que hablar de las diversas maneras en que se vinculan los seres humanos también es hablar de amor, y que hay algo propio del deseo: también consiste en desbordar al realismo (por más que éste denuncie a veces las limitaciones y miserias de lo establecido), y su expansión, aquello que trasciende la prueba de la realidad, diseña un escenario no siempre novedoso pero necesariamente diferente, por encima o por debajo de “lo real”.

El gran poeta Apollinaire señaló con humor que cuando el hombre quiso imitar la marcha “creó la rueda, que no se parece a una pierna”. Y por eso, en ocasión de que el tirano Pisístrato (muerto en el 527 a. de C.) decidiera estimular las celebraciones de Dionisos, un dios opuesto dialécticamente a la religión olímpica oficial, los griegos respondieron al convite para un nuevo certamen inventando un hecho teatral capaz de representar lo sublime y lo cómico. Inventaron una vivencia artística comunitaria de otro orden que no ensayaba el parecido con la vida cotidiana, sino el contagio de la creencia colectiva en otra vida tan distante de “lo real” como enraizada en la verdad.

Interludio histórico

Es evidente que Milei y sus asesores no pusieron mucho entusiasmo en la mirada retroactiva que aconsejó Churchill, quedando atrapados entre un pasado muy reciente y un futuro, en consecuencia, también sin demasiado alcance. Si ellos hubieran mirado con ganas hacia el pasado hasta tropezar, por ejemplo, con uno de los grandes monumentos de la cultura occidental, el teatro griego, quizás otro hubiera sido el discurso en Davos y otras sus derivaciones. Y un muy sintético abordaje histórico del asunto arrojaría luz sobre algunos de sus vínculos con la actualidad.

El teatro griego emergió del ditirambo, y posiblemente todas las tragedias escritas durante algunas décadas del siglo V a. de C. (más de un millar, con representaciones que en ciertos casos congregaron hasta veinte mil espectadores) apelaron al coro, la más eficaz herramienta para “idealizar” a la escena. También lo hicieron los comediantes de los períodos correspondientes a la Comedia Antigua (el primer certamen se realizó en el 486 a. de C.) y la Comedia Media, que abarcó el siglo IV hasta las primeras presentaciones de Menandro, sobre el final, cultor de la Comedia Nueva.

No se conocen obras completas de los primeros comediantes ni de los contemporáneos de Aristófanes, quien desplegó su arte entre la Comedia Antigua y la Media. En efecto, Los convidados, su primera obra –no conservada– data del año 427, y la última, Dinero, del año 388 a. de C. Además de ésta, fueron afortunadamente conservadas, entre otras, Las nubes (423), Las aves (414), Lisístrata (411) y Las ranas (405).

Aristófanes fue la única personalidad ajena al círculo de amigos de Sócrates que Platón en El banquetesentó a la mesa. Y excepto el famoso acceso de hipo que padeció poco antes de su intervención, detalle piadosamente prescindible si hubiera perturbado a cualquier otro simposiasta, tanto el autor (Platón) como el resto de los comensales lo trataron bien. Tampoco se registró animosidad entre Sócrates y Aristófanes, como si éste no hubiera escrito Las nubes, comedia en la cual aquel aparece sentado en un canasto y animando al sofista por excelencia. Pero si en El banquete Platón ya platoniza incluso a Sócrates, ¿por qué no haría lo propio con Aristófanes, a quien acusara alguna vez de instigador del juicio que acabaría con la vida de su maestro Sócrates, utilizándolo como pacífico recurso ficcional? “Realmente Platón proporcionó a toda la posteridad el prototipo de una nueva forma de arte –escribió Nietzsche–, el prototipo de la novela: de la cual se ha de decir que es la fábula esópica amplificada hasta el infinito, en la que la poesía mantiene con la filosofía dialéctica una relación jerárquica similar a la que durante muchos siglos mantuvo la misma filosofía con la teología: a saber, la de ancilla (esclava). Esa fue la nueva posición de la poesía, a la que Platón la empujó bajo la presión del demoníaco Sócrates.”

Ahora bien, ¿es ingenuo el discurso de Aristófanes en El banquete? “A mí, efectivamente –dijo–, me parece que los hombres no se dan cuenta en absoluto del poder del amor (…) Pues es, de los dioses, el más amigo de los hombres, ya que los ayuda, y es su médico en enfermedades de las que, una vez curados, provendría la mayor felicidad para el género humano”. Y agregó Aristófanes que antes había tres sexos, el masculino, el femenino, y un tercero común a ambos, encarnado en los andróginos. Los individuos –hombres, mujeres y andróginos– eran esféricos, con cuatro brazos, dos caras, una cabeza, cuatro piernas, dos sexos y cuatro orejas cada uno. Podían caminar en cualquier dirección, incluso rodando, y “eran terribles por su fuerza y su vigor y tenían gran arrogancia, hasta el punto que atentaron contra los dioses”.

Zeus entonces decidió cortarlos por la mitad, prosiguió Aristófanes, para que fueran más útiles y débiles. Pero tanto se extrañaban las partes divididas y tanto deseaban regresar a la unidad anterior que cuando se hallaban en el mundo se unían en un abrazo implacable hasta morir de hambre. Compadecido, Zeus trasladó sus órganos genitales a la parte delantera y dispuso que “a través de lo masculino en lo femenino”, si el abrazo era entre hombre y mujer, ésta engendrara internamente y se preservara la especie. También dispuso que “si se encontraba hombre con hombre, hubiera al menos plenitud del contacto, descansaran, prestaran atención a sus labores y se ocuparan de las demás cosas de la vida”.

O sea que todo avance también es retroceso y el amor, según Aristófanes, trataría de rehacer un individuo de dos mitades curando así la naturaleza humana. En su discurso, más que ciertas referencias a lo grotesco, se percibe algo maliciosamente fantasmal: el cómico habló como un trágico antiguo, no vaciló en apelar al mito, a la religión y a ciertos datos dóciles de la intuición. Todo ello incursionando en idéntico plano de “lo real”, para sugerir a los otros la imagen de un campo de fuerzas que de paso redimensionara al hombre y su lugar en el mundo. El tránsito desde lo unido hasta lo separado, desde un no-ser esférico y continente, en su ilimitación relativa, así como la transgresión de aquellos que cuando acceden al ser lo niegan y lo afirman, y la curvatura de un deseo que resulta, por estricta justicia, un impulso de retorno a la unión, “a la antigua naturaleza”, sugieren cierta afinidad espiritual con Heráclito, Anaximandro, y tantos otros sobre los cuales ya la historia daba vuelta una página. Y cierta afinidad con “el segundo bien” planteado por Sileno: el volver lo más rápido posible al lugar de donde se viene.

La presencia de Aristófanes en aquel célebre banquete planteando sin pudor en el que las almas suelen desear otras cosas, inabordables con palabras pero pasibles de adivinación y de expresión enigmática, parece crepuscular. Aseguró Aristófanes que los hombres resultantes del seccionamiento de los antiguos andróginos son afectos a las mujeres, y adúlteros. Las mujeres descendientes de andróginos fragmentados, por su parte, son adictas a los hombres y, naturalmente, también adúlteras. En cuanto a las mujeres resultantes del seccionamiento de las antiguas mujeres esféricas, ven a los hombres sin mayor interés, o son lesbianas. Los hombres descendientes de varones seccionados “aman a los hombres y disfrutan estando acostados y abrazados con los hombres, y son estos los mejores de los niños y muchachos, por ser los más viriles por naturaleza”.

Así que todos buscan el reencuentro con su otra mitad, algo evidente para Aristófanes, y absolutamente equivocado y baladí para Diotima, la sacerdotisa que había instruido a Sócrates en las cuestiones referidas al amor. En efecto, a su turno Sócrates relató una conversación con Diotima, en la cual ésta le dijo despectivamente: “Y se cuenta una historia según la cual los que van buscando la mitad de sí mismos, esos son los enamorados. Pero yo afirmo que el amor no es ni de mitad ni de todo, a no ser que de alguna manera, amigo, resulte ser bueno, ya que incluso sus propios pies y manos están dispuestos a amputarse los hombres, si les parece que esos miembros suyos son perniciosos.”

Para Diotima (y Sócrates), Eros no es un dios, sino un demon, algo intermedio entre lo mortal y lo inmortal, e intermediario entre los dioses y los hombres. El amor aparece en sus enseñanzas como el deseo de poseer el bien para siempre, y de generar y procrear en lo bello, de manera que la naturaleza mortal acceda, a través de lo creado y engendrado, a la inmortalidad. Diotima instruyó a Sócrates, y éste a sus amigos reunidos en el banquete, respecto del itinerario que deberían seguir los aspirantes a la comprensión de la belleza.

Queda claro: el pensamiento de Aristófanes es horizontal y relativamente plano, incluso populista, por decirlo así, al tiempo que Diotima es la tentación del movimiento ascensional. El joven debe inicialmente inclinarse hacia los cuerpos bellos, argumentó Diotima, enamorándose “primero de un sólo cuerpo” para engendrar en él “pensamientos bellos”. Luego debe comprender que la belleza de ese cuerpo es la misma que hay en todos los demás, para “erigirse en amante de todos los cuerpos bellos y calmar ese violento deseo de uno sólo, despreciándolo y considerándolo poca cosa”. Una vez cumplida esa etapa, llegaría el turno de las bellezas existentes en las almas, en las normas de conducta y en las leyes. Entonces se vuelve comprensible la falta de importancia de la belleza de los cuerpos. Ese sería el camino, además, para ingresar en el amor a la sabiduría, desde el cual es posible que el hombre virtuoso acceda a la contemplación de la belleza en sí. Aristófanes, al final del discurso de Sócrates, desea intervenir para refutarlo, pero lo impide la llegada de Alcibíades y su corte de juerguistas.

Los creadores

Para el discurso en Davos metieron mano dos asesores predilectos de Milei, quienes comulgan con sus ideas y tienen vocación de funcionar como cajas de resonancia. La pieza oratoria salió redondita, y no se apaga todavía el eco de sus pasajes ásperos hasta el paroxismo, ni del batifondo de la gran Marcha Federal del Orgullo Antifascista y Antirracista convocada para repudiarla. La caída de la imagen positiva del Presidente trazó una vertiginosa curva descendente, pero las reacciones en las esferas oficiales no habilitan la presunción de que hayan comprendido los hechos y las derivaciones en su verdadera magnitud.

De nuevo: en El Banquete de Platón importa la dialéctica entre dos relatos referidos al amor y al deseo, y las diferencias más notables. Diotima dice, por ejemplo, que “se cuenta una historia según la cual los que van buscando la mitad de sí mismos, esos son los enamorados”. Entonces la rechaza, niega esa mecánica amorosa (a sabiendas de que es esencial en el relato de Aristófanes) y también niega su bondad, asegurando que el amor no es ni de mitad ni de todo, a no ser que de alguna manera resulte ser bueno. La fórmula de Diotima, por su parte, consiste en una sublimación perpetua que va desde la inclinación hacia los cuerpos bellos hasta la apreciación de las bellezas existentes en las almas, en las normas de conducta y en las leyes, para concluir la peripecia ascendente en el amor a la sabiduría, desde el cual el hombre virtuoso accedería a la contemplación de la belleza en sí. El discurso platónico de Diotima comienza negando al discurso de Aristófanes, describiendo un entramado cultural en el cual éste no tendría cabida, y la llegada de Alcibíades clausura toda posibilidad de apertura y aceptación.

Para concluir, mientras el eco de lo dicho en Davos y de las críticas recibidas continúa, amerita la cita de una cita. En efecto, escribió Robert Musil en Declaración política de un joven (1913) algo verdaderamente liberador y muy apropiado para circunstancias como las que atraviesa la Argentina, inmersa en una rara “batalla cultural” y atravesando una crisis económica, política y social sin precedentes. Escribió Musil: “Recuerdo una frase de Goethe que desde hace años me conmueve particularmente: ‘Sólo se puede escribir sobre aquellas cuestiones de las que no se sabe demasiado’. La profunda felicidad e infelicidad de esa confesión no la entenderán muchos hombres. Expresa un sencillo hecho anímico: que la fantasía sólo trabaja en la penumbra”.

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