La bella, enorme ley de Donald Trump

El Hombre Naranja tuvo un excelente fin de semana largo, festejando el 4 de julio, Día de la Independencia, como quería y soñaba. Acto popular, anuncios, pero sobre todo la satisfacción de que sus tropas en el Congreso se llevaron puesta toda oposición a su “bella, enorme ley”. Donald Trump había anunciado que la quería firmar en el Día Nacional, y se dio el gusto. Los republicanos, antaño un partido político, ahora se dedican sólo a eso, a darle los gustos.

La ley es, básicamente, un presupuesto que funciona como un árbol de Navidad que en vez de adornos tiene leyes y partidas presupuestarias colgadas. Esto es tradicional en Estados Unidos, donde a cambio de sus votos senadores y diputados colgaban autopistas, escuelas y otros caramelos para sus votantes. Pero esto es Trump 2.0, y no hay caramelos para nadie.

El monstruo les da un trillón de dólares -un millón de millones- a los militares, cifra record, y elimina a los trans de uniforme, con plazo perentorio para renunciar y desparecer. También les da más plata a la seguridad de frontera y a los Men in Black que andan secuestrando inmigrantes sin papeles por todo el país. Pero el caramelo en serio, el Gordo de Navidad, es el recorte de impuestos, el que puso Trump 1.0 y vence este año. Lo renovaron por diez años y las consecuencias serán tremendas.

Trump lo vende como una rebaja general de impuestos que beneficia a todo el mundo, pero la ley viene con tres categorías bien claras y simples: ricos, clase media y plebe. Adivinará el lector qué diferente será el impacto de la rebaja impositiva en cada estamento de la sociedad. La Universidad de Yale, de las buenas, tiene un Laboratorio del Presupuesto como parte de su carrera de Economía. El Laboratorio calculó que el quintil más pobre de Estados Unidos va a perder un 2,3 por ciento de sus ingresos reales, mientras que los más ricos van a ver un aumento de exactamente el mismo porcentaje, En plata, esto quiere decir que un pobrete va a perder unos 600 dólares por año, mientras que un clase media alta o más que gane tres millones al año, va a ganar 118.000 dólares más.

El cálculo es peor cuando se considera cómo se va a pagar el disparate, que aumentará el déficit en 300.000 millones de dólares por año, que a diez años se redondea en tres trillones. Tratando de limitar la sangría, la ley rebaja gradualmente los gastos en investigación médica, la NASA, la ciencia en general, los programas de alimentación a los carenciados, todo subsidio a la vivienda y buena parte de los contratos científicos con universidades, entre otras cosas útiles.

El siguiente paso va a ser complicar todavía más el acceso a la salud. Estados Unidos no tiene hospitales públicos gratuitos ni sindicatos con sus propias clínicas, apenas la obligación de los privados de atender emergencias. Pobre del que tenga una enfermedad que necesite algo más que un vistazo en la guardia y no tenga seguro médico privado… Como mínimo, en los próximos diez años unos catorce millones de personas se van a quedar sin la mínima red del Medicaid, mala pero capaz de salvar vidas.

Muchos republicanos peludearon de lo lindo con este paquete. Por un lado, los conservadores fiscales, especie en extinción en el mundo MAGA, que se enojaron con eso de generar todavía más déficit. Algo que hay que anotar, para entenderlos, es que Estados Unidos ya debe 37 trillones de dólares, cosa que sostiene con bonos, y se gasta un trillón enterito en intereses cada año. Sumarle más deuda a eso es realmente como para alarmarse.

Los otros que resistieron fueron los MAGA de verdad, los populistas de derecha que se encontraron votando recortes de derechos a sus votantes pobretes para darles un vuelto a los ricos. Muchos se preguntaron abiertamente cómo iban a pedirles el voto a sus circunscripciones, cómo les iban a explicar lo que habían ayudado a pasar en el Congreso. Trump se dedicó toda la semana a apretarlos, en público y en privado, hasta torcerles el brazo.

Menos a dos valientes, que votaron en contra, anunciando que no iban a buscar la reelección. Y a los demócratas, que se hicieron un picnic denunciando cómo los MAGA estaban tirando a sus votantes abajo del tren. De paso, el líder de la oposición en Diputados Hakeem Jeffries, batió el record del discurso más largo en la historia del Congreso hablando casi nueve horas contra la ley. Los demócratas están oliendo sangre electoral para el año que viene.

Trump, como hace él, alegó demencia. Dijo que su super ley es fantástica, asegura la defensa nacional y las fronteras, y que nadie debe preocuparse por el déficit porque la economía va a crecer tanto que no va a haber problema. Se notó que no mencionó al tendal de desvalidos que va a quedar.

Cosas pequeñas

Mientras tanto, pasaron otras cosas en el Gran País del Norte, como que la Corte Suprema validó eso de extraditar inmigrantes sin papeles a cualquier parte. Este jueves, tarde, los jueces dijeron que está bien mandar a un grupo a Sudán del Sur. Hay que entender que ese país está en medio de una feroz guerra civil, con hambruna, violaciones, masacres y torturas como parte del arsenal. Ahí aterrizarán latinos, africanos o haitianos capturados por la Migra, y a nadie le importa qué les pase.

Uno de los deportados, Kilmar Abrego García, tuvo que ser devuelto a casa, tan trucha fue su expulsión. Abrego estuvo en la famosa cárcel de El Salvador que el presidente Nayib Bukele le ofreció a Trump. La novedad es que Abrego ahora se presentó ante una jueza y contó cómo fue torturado en El Salvador. Parece que le negaron ir al baño hasta que se hizo encima, lo tuvieron de rodillas, a él y otros deportados, toda la noche y cuando se caían de cansados los fajaban con palos, y que no les dieron de comer ni beber por días. “Bienvenidos”, les decían cada vez que los miraban.

Y una final, menos pequeña. El gran fantasma en Estados Unidos hoy en día es que Donald Trump no acepte irse en enero de 2029. El fantasma menor es que se vaya, ya que no hay re-re-re, pero ponga un  minion que pierda y entonces diga que hubo fraude. O sea, que se declare presidente de por vida o cree un régimen a la rusa, con un presidente a dedo y él de vice pero mandando. Esto uno lo puede escuchar de norteamericanos muy cuerdos, gente que sabe de política y se siente humillada por discutir como posibles estas cosas tan tercermundistas.

Como para ir preparando el esquema, el ministerio de Justicia comenzó a armar esta semana un sistema para judicializar a las pobres autoridades de mesas electorales. Lo de pobres es porque, como el nuestro, el sistema norteamericano es casi amateur, con gente que cobra poco por mucho trabajo en las mesas electorales y una mínima burocracia permanente. También igual que en Argentina, las elecciones las convoca el gobierno nacional, pero toda la infraestructura es local, a nivel provincial y municipal.

Lo que los federales están explorando es que se pueda acusar a estos pobres funcionarios part time de no haber cuidado el sistema electoral contra los fraudes que fantasean los MAGA. Los trumpistas siguen diciendo que en 2020 le ganaron a Joe Biden, pero hubo fraude. Para sostener esta fantasía, los republicanos dicen con fervor que el sistema electoral es débil y abierto a hackers. La idea es que si el partido pierde en alguna mesa, se pueda acusar penalmente a sus autoridades de haber permitido un fraude por acción u omisión. El año que viene, en las legislativas, se verá el ensayo general.

Fantasías

La nueva paranoia, de moda en círculos de gobierno, es que Irán está conspirando para matar a Trump. Es casi una de Tarantino: la idea es que los iraníes, que no tienen redes seguras en EE.UU., están tratando de contratar sicarios de los carteles. Lo concreto es que están arrestando y vigilando a iraníes a izquierda y derecha, incluyendo a una pobre señora que se mudó a los 17 años, hace ya 47, y se dedica a ser ama de casa.

En Teherán hicieron lo mismo después de los bombarderos, pero con algo más de sustento. El nivel de inteligencia que tienen Israel y Estados Unidos en la teocracia es muy alto, lo que indica que el país es un colador. De paso, los ayatolás se cargaron a opositores conocidos o por conocer, como hacen con cualquier excusa.

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