Los nuevos líderes mundiales de ultraderecha como Trump, Milei, Buquele, Orban o Netanyahu están educados en los viejos paradigmas de la educación, y -sin embargo- cOmo parte de su éxito rompieron todos los códigos y reglas comúnmente conocidos en la política. ¿Qué pasó con la educación que los parió? ¿Qué hicimos para merecer esto? ¿De qué tipo de complejidades son producto estos autócratas o tecnólogos reaccionarios? Contesta el licenciado en Educación Bernardo Blejmar.
Para Bernardo Blejmar, “lo político es consecuencia de la educación y viceversa, porque la política y la educación se entrelazan todo el tiempo”. Este “educador”, como pidió ser definido a los efectos de esta entrevista, destacó que “tenemos un gobierno que deshecha la diversidad, la complejidad, el vínculo, el diálogo y todo lo que conocemos como una cultura superadora de lo violento. La escuela, hoy, debería ser una rebeldía adaptiva y contracultural”, aseguró.
–¿Qué pasa en el mundo que, con una educación clásica, en estos últimos años surgieron líderes como Milei, Trump, Bolsonaro, Buquele, Orban o Netanyahu? Todos dirigentes que agitan la intolerancia, la violencia y el odio. Como si se hubieran corrido los márgenes. Para no pensarlo sólo en términos políticos, le pregunto qué podemos agregar desde el ámbito educativo.
–Blejmar: La primera cuestión es que esto ocurre bastante a menudo. Suponer que la educación moldea totalmente la cultura y la educación en la que vivimos es un error. Incide -en términos de las distintas modalidades de escuela, universidad, etcétera- pero no determina. Y lo más concreto de todo es que cuando hablo de la gestión educativa hay, de algún modo, tres dimensiones que definen un proyecto. Una es, precisamente, lo que podría llamarse el discurso histórico, los pensamientos hegemónicos, lo que está ocurriendo en la sociedad en todos los sentidos como, por ejemplo, en términos de la música, de los líderes políticos, de la literatura o del ambiente social. Eso también gestiona lo que pasa en la escuela porque atraviesa las paredes de esa institución e interviene, para ser claro, en los episodios en los que los chicos empiezan a gritar contra los judíos, o las situaciones de violencia en las que se interpela al docente. Todo permea socialmente y atraviesa la escuela. La segunda dimensión son las políticas públicas y la gestión de esas políticas que definen qué pasa -también- en la escuela. Por eso creo que no hay que poner a la escuela como la solución de los problemas ni cargarle todos los problemas del pleno social.
–Pero entonces sería al revés, ¿la escuela debería adaptarse a lo que pasa socialmente?
–Blejmar: Bueno, es una muy buena pregunta, porque en mi opinión la escuela debería ser una suerte de rebeldía adaptativa.
–¿Cómo es eso?
–Blejmar: Es una especie de oxímoron. Por un lado, es rebelde porque justamente apunta a una entronización de lo individual, de la cuestión mágica, de la violencia discursiva o la de una aceleración de todos los procesos. Incluso, al ponerle a la escuela la idea de que lo único que tiene que formar son recursos humanos para el trabajo, tiene que oponerse contraculturalmente. En algunos espacios propuse una pequeña campaña para poner en las puertas de todas las escuelas la frase: “aquí tenemos tiempo”, porque donde todo está acelerado y es vertiginoso, la escuela tiene que ser un espacio para pensar, reflexionar y encontrarse. Y eso es contracultural. Tan contracultural como apostar al libro o a una biblioteca más allá de las pantallas. Pero, esa escuela, al mismo tiempo, tiene que adaptarse y encontrar ese espacio donde los pibes también tengan donde jugar socialmente. Entonces, ni está aislada ni tiene que someterse a lo social. Enrique Pichón Rivière hablaba de una adaptación activa a la realidad.
–¿Qué es lo que no ocurre en los planes de estudio?
–Blejmar: Una vez le preguntaron a Chesterton cómo son los ingleses, y dijo: “no sé, no conozco a todos”. Podría decir que hay muchas experiencias en las escuelas, y que no nos va bien lo demuestra algunos resultados obtenidos. Por eso creo que el verdadero riesgo país no está solo en los parámetros económicos, el verdadero riesgo país está con lo que está ocurriendo con los resultados en nuestros colegios.
–Se han creado personajes autócratas, tecnólogos, fanáticos, reaccionarios y, en muchos casos, hasta seres odiantes. ¿De dónde salen? Porque Milei, en el caso argentino, representa, o representó, al 56 % de la población. Ha logrado tener una base de sustentación.
–Blejmar: Sin dudas. Creo que hay una situación que da origen a estos fenómenos en el mundo, pero en particular en la Argentina: y es que se trata de subir por ascensor a las ilusiones y caer a la desilusión desde la terraza. Y esto nos viene ocurriendo, prácticamente, desde el inicio de la democracia con cada una de las situaciones en las que una parte importante de la sociedad se enamoró. Creyó hasta que se cayó, volvió a creer, volvió a subir y volvió a caerse. Así ocurre desde Alfonsín, pasando por Menem, por los Kirchner, por Macri y en este tremendo drama que estamos viviendo hoy.
–¿Qué eslabón se perdió en el camino? ¿Dónde no nos dimos cuenta que estábamos construyendo esta sociedad?
–Blejmar: No sé si no nos dimos cuenta o nos estamos dando cuenta tardíamente de que esto es parte de la situación. De algún modo compramos relatos únicos y nos olvidamos de reflexionar sobre esas propuestas. Dicho de otra manera, ninguna propuesta es completa, pero la planteamos como si fuera una única verdad, y lo cierto es que todo, siempre, es mucho más complejo y más colorido que lo que un discurso plantea.
–¿Puede dar un ejemplo?
–Blejmar: En una oportunidad di una clase en una universidad del conurbano con directores de áreas de departamentos. Tuvimos una discusión enorme porque mencioné la palabra gestión que parece estar asociada -para una parte de ellos- a un tema empresarial, como si lo empresarial fuera un tabú intocable en un espacio popular o en un espacio que se supone político. Pero gestión es hacer que las cosas sucedan, es lograr que las ideas se transmuten en actos. Ellos usaban la palabra gobierno. El gobierno es necesario porque orienta, pero después tienen que llevar a cabo las cosas. En la escuela se ve, por ejemplo, temas donde la familia le plantea a la institución lo que debe hacer como si fuera una extensión de su propia familia. Existe un autoritarismo muy importante en estos temas y hay un rebasamiento, un desborde, provocado por las complejidades con las que hay que trabajar como la violencia, situaciones económicas, aprendizajes, pantallas… en fin, cantidad de situaciones que se están planteando. Tendríamos que ser un poco más compasivos con las complejidades con las que lidia la escuela y entender mejor con qué gente estamos trabajando.
–¿Cómo combatir el tema de odio y violencia que está apareciendo contra el diferente? ¿Cómo se está pensando el tema?
–Blejmar: Hay mucha gente pensando en eso y realizando experiencias. Debería ser una política pública mucho más clara, y multidimensional, y no solamente en la escuela o algunos medios de comunicación porque el nivel de violencia discursiva es tremendo. Cómo no pensar que eso cala profundo en las familias, en los pibes o en la escuela. Este ámbito puede procesarlo, trabajarlo, pero la escuela no puede sola con eso. No me cabe duda que hay cantidades de docentes, de directoras, de gente que pone cuerpo, alma y deseo en lograr un espacio diferente en esta llamada rebeldía frente a lo cultural.
–¿Pero esos esfuerzos son aislados o los percibe desde los gobiernos municipales, provinciales o nacional?
–Blejmar: A veces municipales, a veces provinciales, pero no es un tema planteado en la política pública general, desde donde resulta absolutamente necesario hacerlo. Tenemos un gobierno que deshecha la diversidad, la complejidad, el vínculo, el diálogo, todo lo que conocemos como una cultura superadora de lo violento. Nuestro cerebro aprendió, ontológicamente, que hay una forma distinta de procesar las diferencias. Pero también hay que decir que no es solo de este gobierno porque tenemos una raíz que nos acompaña con distintas intensidades, con distintas formas de negación de todo lo otro que no sea yo. Hemos diferenciado qué es una comunidad de una secta. Tenemos una gran tendencia a transformar comunidades en sectas, espacios comunes, espacios únicos. Y eso también es algo con lo que lidia la escuela. Por lo tanto, hay experiencias, a veces en políticas públicas, a veces en escuelas, muy heterogéneas como para englobar a todo bajo un solo formato, y eso significa eludir la complejidad. Tenemos que empezar a pensar una construcción distinta para abrazar la complejidad, no la banalidad, y eso requiere nuevas inteligencias y creatividad para resolver temas tremendamente complejos. No es fácil lidiar con un sistema de pantallas súper atractivas que están creadas para atraer y el someter a los pibes a una situación de adicción. Frente a una situación de vínculo humano más complejo, el proceso de aprendizaje no siempre es lo que el pibe quiere o le gusta. Y eso mismo ocurre en la política.
–Usted hizo mención a unas instituciones invisibles mencionadas por Rosanvallon.
Blejmar: Sí, este historiador, sociólogo e intelectual francés dijo que existen tres instituciones invisibles, es decir que no están escritas pero que son la base del hacer común en la escuela y en la sociedad: la confianza, la autoridad y la legitimidad. Las tres cosas son terrenos comunes para lograr que algo ocurra, y nosotros -como sociedad- tenemos que restablecer la confianza porque está absolutamente deshecha. También hay que restablecer una autoridad, que no es autoritarismo, que la gente reconoce en aquel que tiene el cargo, y la legitimidad, que va más allá de la legalidad. Estos son los temas sobre los que hay que empezar a trabajar y procesar.
–El problema es que las autoridades nacionales no toman en cuenta estos conceptos porque parte de lo que ocurre es producto de cómo ellos se manejan desde el poder, y cómo utilizan a la violencia como una forma de contactarse y comunicar.
–Blejmar: Por supuesto. A nivel de la educación, hacen falta las voces de los docentes, de los educadores, de los sindicatos y de toda la gente que pueda intervenir para definir claramente qué está ocurriendo y qué se necesita. Necesitamos darles voz para dos cosas: una es el discurso, pero también hay que pensar en cómo ese discurso se lleva a la práctica. Una de las cosas que más me preocupa no es solamente Milei y la actualidad. Supongamos que Milei es una anomalía, ojalá lo sea y en algún momento su mirada cultural, económica y política pase. El tema es qué estamos construyendo como alternativa sin volver al pasado, porque lo que veo es que toda alternativa parece mirarse en un espejo retrovisor. No tenemos todavía una construcción de qué queremos hacia adelante y cómo lograrlo con ideas superadoras.