Entre el 17 de octubre y Braden o Perón

Historiador y docente en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Juan Manuel Romero hilvana el proceso que dio origen al peronismo y explica cómo jugó entonces y después la relación con los Estados Unidos.

Autor de “1983, la primera derrota del peronismo”, Juan Manuel Romero dirige el proyecto de investigación “Liberalismo, nacionalismo y populismo en la Argentina”. El día de los 80 años del 17 de octubre de 1945 y en medio de la intervención norteamericana en la Argentina bajo Javier Milei, concedió esta entrevista.

–La cuestión de la relación con los Estados Unidos parece estar en los orígenes del peronismo. ¿De qué manera y sobre la base de qué hechos históricos?
–En efecto, el peronismo nació en un contexto internacional muy singular, en el que los Estados Unidos intervinieron agresivamente en la política nacional. El enfrentamiento entre Braden y Perón fue un episodio sobresaliente y condicionó de forma duradera tanto las relaciones bilaterales como la discusión política sobre el peronismo en la Argentina. Pero dialoga, a la vez, con una historia más larga.

–¿Anterior?
–Sí. En realidad, las relaciones entre la Argentina y su gran vecino del norte nunca habían sido sencillas. Desde finales del siglo XIX, Estados Unidos había intentado organizar un sistema continental bajo su liderazgo, a través de las ideas del panamericanismo. Ya en la década de 1880, la diplomacia argentina había presentado posiciones de gran autonomía frente a esos intentos, discutiendo y obstaculizando los planes norteamericanos en las Conferencias Panamericanas.

–Roque Sáenz Peña dijo en la primera de esas conferencias “América para Humanidad”. ¿Por qué?
–Hay que recordar que entonces la Argentina era un gran exportador y comerciaba fundamentalmente con Gran Bretaña, por lo que los planes de unión aduanera de los norteamericanos complicaban el comercio internacional de los productores agropecuarios argentinos, que eran además competidores naturales de los de Estados Unidos. Esta tensión se sostuvo en el tiempo: en la década del treinta, cuando el mundo se encaminaba a la guerra, Estados Unidos reforzó los esfuerzos por consolidar un bloque de repúblicas americanas. La Argentina era todavía una pieza faltante de ese esquema.

Los temas internacionales tenían cada vez mayor peso en las discusiones locales y las posiciones de las diferentes fuerzas y partidos sobre esos asuntos aparecían enlazadas con los debates internos. Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, eso se intensificó.

–¿Con qué resultado?
–Cuando el presidente Ramón Castillo postuló un candidato abiertamente pro aliado, el hacendado conservador Robustiano Patrón Costas, las Fuerzas Armadas se aglutinaron detrás de una posición neutralista y dieron un golpe.

–¿Y Juan Domingo Perón?
–Se convirtió muy pronto en la figura más destacada del gobierno que surgió de él. Desde el Departamento Nacional del Trabajo estrechó una relación inédita con la dirigencia obrera y le dio orientación política al gobierno. La Unión Democrática –una coalición de radicales, socialistas y demoprogresistas que venía conformándose desde comienzos de la década- denunciaba a Perón como fascista y buscaba aglutinar todos los esfuerzos opositores. Mientras tanto, Estados Unidos presionaba para que la Argentina rompiera la neutralidad y declarara la guerra al Eje, cosa que ocurrió finalmente a comienzos de 1945, cuando la suerte del conflicto estaba ya echada.

–¿Aprovechó Perón una matriz argentina probritánica y antiestadounidense?
–Con la normalización de los vínculos diplomáticos, Estados Unidos envió como embajador a Spruille Braden. No era exactamente un diplomático profesional: era un ingeniero civil, hijo de un empresario minero, vinculado al lobby de algunas importantes empresas norteamericanas con intereses en la región, como la United Fruit Company y la Standard Oil. Había tenido una polémica participación en la Guerra del Chaco y había sido embajador en Colombia y en Cuba, donde ya había desplegado su estilo agresivo y carismático. Braden llegó a Buenos Aires en mayo de 1945 y, durante cuatro intensos meses, se convirtió en la locomotora de la campaña opositora al gobierno.

–¿Qué hizo?
–Lideró reuniones con todos los referentes del amplio arco de adversarios de Perón, y hasta ofreció discursos en actos. El summum de esa actividad opositora fue el 19 de septiembre, cuando participó en la Marcha de la Constitución y la Libertad, una imponente movilización de unas 200.000 personas que, en la zona norte de la ciudad, reclamó la entrega del gobierno a la Corte Suprema de Justicia.

–Pero ya no era embajador el 24 de febrero de 1946, cuando Perón ganó las elecciones contra la Unión Democrática.
–No. Unos días más tarde de la movilización, Braden dejó la embajada para volver a Washington a la Subsecretaría de Asuntos Latinoamericanos. Pero la presión sobre el gobierno tuvo efecto y Braden pudo anotarse un triunfo cuando, el 9 de octubre, los militares obligaron a Perón a renunciar a sus cargos y lo enviaron preso a la Isla Martín García. Muy poco antes, el 2 de octubre, Perón había firmado por decreto una Ley de Asociaciones Profesionales que legalizaba finalmente a los sindicatos. Con Perón fuera del gobierno, muchas de las conquistas del movimiento obrero estaban ahora en riesgo.

–Uno podría decir que hubo una relación indirecta entre Braden y el 17 de octubre.
–Como sabemos, el 16 de octubre una asamblea de la CGT llamó al paro para el jueves 18, pero una movilización histórica se adelantó y reclamó la libertad del coronel Perón. Esa noche, el presidente Farrell debió ceder, liberarlo y llamar a elecciones.

–¿Cómo fue la pelea electoral?
–Se enfrentaban, por un lado, Perón —a la cabeza del Partido Laborista creado por las dirigencias sindicales, junto a un desprendimiento de la UCR y con el apoyo también de la Iglesia y del Ejército— y, por el otro, José Tamborini, un viejo dirigente radical que encabezaba la fórmula de la Unión Democrática. La consigna de su campaña era: “Por la libertad contra el nazifascismo”. Nuevamente Braden, ahora desde Washington, tuvo un enorme protagonismo al participar en la campaña con una agresiva política de desprestigio que instaló la idea de la colaboración argentina con el régimen nazi. Lo hizo a través de la publicación del Libro Azul, que reunía supuestas pruebas de la complicidad de la dirigencia argentina.

–¿Surtió algún efecto?
–Perón entendió que había allí una oportunidad y utilizó la torpe maniobra de Braden en su favor. Declaró: “Sepan quienes votan el 24 la fórmula del contubernio oligárquico-comunista, que con este acto entregan su voto al señor Braden. La disyuntiva en esta hora trascendental es ésta: ¡Braden o Perón!”. La consigna de campaña tuvo un éxito rotundo y el país apareció empapelado con el eslogan.

–¿De qué manera siguió la relación con los Estados Unidos?
–Una vez que asumió la presidencia, Perón intentó primero recomponer la relación con Estados Unidos. En rigor, ya se había contado entre los integrantes del gobierno de facto que, advirtiendo la inminencia del triunfo aliado, habían promovido el acercamiento con Washington. Pero la agresiva campaña impulsada por Braden complicó nuevamente los lazos. Al declarar la guerra al Eje, la Argentina había sido readmitida al sistema interamericano e invitada a firmar las actas de la Conferencia de Chapultepec de 1945, en la que no había participado. En un gesto de acercamiento, Perón envió esas actas al Congreso argentino y fueron aprobadas. Además, se deportaron espías nazis y el Estado expropió empresas alemanas y japonesas. En 1947, Juan Atilio Bramuglia, canciller de Perón, participó en las conferencias de Río y, con la venia del presidente norteamericano Harry Truman, se levantó el embargo de armas que pesaba sobre la Argentina. Pero, a la vez, Perón mostró autonomía al recuperar también relaciones con la Unión Soviética y proclamar su doctrina de la Tercera Posición, en un mundo que ingresaba en la era bipolar.

–¿Y en términos económicos?
–Cuando el ciclo de bonanza económica de posguerra comenzó a agotarse y, en 1949, la Argentina enfrentó una crisis, las negociaciones para que el país participara del financiamiento del Plan Marshall —con el que Estados Unidos impulsaba la reconstrucción europea— fracasaron. Igualmente, el gobierno de Perón inició en esos años un cambio de rumbo que se consolidó en su segunda presidencia y se expresó programáticamente en el Segundo Plan Quinquenal. Allí se le dio una mayor importancia a la inversión extranjera y, en sintonía, Perón realizó esfuerzos diplomáticos para un nuevo acercamiento a los Estados Unidos. En ese marco tuvo lugar, en 1953, la visita del hermano del presidente norteamericano, Milton Eisenhower, que fue recibido con honores y representó la expresión de un clima de mayor sintonía diplomática entre ambas naciones.

–¿Qué ocurrió en el plano geoestratégico?
–La política exterior peronista se resistió a firmar acuerdos militares bilaterales con Washington y se abstuvo de condenar al gobierno del guatemalteco Jacobo Árbenz, catalogado como comunista por el esquema norteamericano de la Guerra Fría.

–Publicaste un libro sobre la derrota peronista de 1983. ¿En qué avanzó la historiografía sobre el peronismo en los últimos años y qué les interesa hoy a los nuevos investigadores?
–En las últimas décadas hubo un proceso de expansión muy importante de todo el sistema de investigación universitario y de ciencia y técnica, que está hoy severamente amenazado por las políticas de Milei. Ese proceso tuvo un impacto muy grande en la historiografía, que estamos recién empezando a registrar y analizar. En lo superficial, supuso un crecimiento exponencial de la producción académica en los campos más diversos, y eso incluye la producción sobre el peronismo, que —por la propia naturaleza y complejidad del fenómeno— es además especialmente vasta y variada. De modo que estamos hoy frente a un conjunto de producciones prácticamente inabarcable: hay archivos, bibliotecas, sitios web especializados, congresos, grupos y proyectos de investigación, redes interinstitucionales y revistas dedicadas al estudio del peronismo. Creo que es un proceso muy virtuoso, que habilitó nuevas discusiones y nuevas voces sobre temas que, como sabemos, fueron también muy transitados. Eso no implica, por supuesto, que no haya todavía vacancias y vacíos en la historiografía. Además, la dispersión de investigaciones conspira en algo contra los esfuerzos de síntesis, y algunos de los clásicos siguen siendo todavía más influyentes a la hora de instalar interpretaciones y explicaciones de conjunto.

–¿Cómo influye la época?
–Los nuevos historiadores dialogan siempre con su tiempo: deliberadamente o no, vamos al pasado con las preguntas de nuestro presente, y eso permite que volvamos a la historia y podamos hacerle nuevas preguntas a los viejos temas. El libro sobre la derrota electoral del peronismo en 1983 fue parte de una iniciativa en esta clave: se buscó ofrecer libros de síntesis, dirigidos a un público lector amplio, que dialogaran con preguntas y problemas del presente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *