Ex diputado y ex senador nacional por el peronismo, el sociólogo Eric Calcagno opina que el Presidente Javier Milei es “un fenómeno facistoide de originalidad perversa”, que aplica los planes de 20 o 30 grandes empresas, “en el preámbulo de un desmembramiento territorial” del país. Graduado en Francia, autor de un libro reciente sobre la pandemia, observa que el laboratorio libertarista argentino se inserta en un mundo dominado por “el nihilismo capitalista, de los grandes empresarios exitosos del algoritmo, como los Musk, los Zuckerberg, los Bezos y los Bill Gates”.
Ex embajador argentino en la República Francesa Eric Calcagno señala que 80 años después del fin de la II Guerra Mundial, “los fascistas y nazis” no volvieron a desfilar con camisas negras o pardas, sino que reaparecieron “en nombre de la libertad”, tal como lo predijo el escritor alemán Thomas Mann. En entrevista con Y ahora qué?, dice que si el peronismo quiere volver al poder debe poner otra vez “las patas en la fuente y leer los clásicos” del movimiento.
Calcagno acaba de publicar el libro ‘Es la peste, posta’, al que se puede acceder gratis por Internet. Se trata de una investigación sobre la pandemia de Covid-19. Uno de los postulados principales de la obra es diferenciar una pandemia, que es un episodio infectológico, del concepto peste, que es un hecho de índole social.
–¿La pandemia influyó en el actual estado de conciencia de la sociedad?
–Una de las hipótesis de trabajo del libro es que la peste no es creadora. O mejor dicho, la pandemia hecha peste, las consecuencias sociales, su dimensión política y económica, no son creadoras de elementos nuevos. Pensar que uno va a volver mejor después de una pandemia es suscribir, en alguna parte, a la idea de que hay que buscar la redención. Y a través del sufrimiento. Eso es entendible en aspectos religiosos o metafísicos. Pero no tiene nada que ver con aspectos más sociológicos cómo pueden ser los efectos de cualquier pandemia sobre las sociedades.
–¿Tan fuerte puede ser el cambio, como un antes y un después?
–En realidad lo que me interesaba, que encontré en la investigación, es que la peste acelera lo que ya existe. No crea por sí un movimiento. Los bolcheviques no nacieron del cólera o de la difteria. Pero, quizás, la tuberculosis, las enfermedades ligadas a la pobreza, evidentemente, le dieron una fuerza distinta a algo que ya existía. La peste lo que hizo fue acelerar y cerrar lo que estaba. En el caso argentino fue amplificar un movimiento, como el mileísmo o como el libertarianismo.
–Entonces ¿había signos sociales que hacían presumir el rechazo a medidas sanitarias?
–Si la pandemia no tiene una respuesta inmediata, no se le puede echar la culpa a alguien. Por ejemplo: ‘Este señor me chocó porque cruzó la luz roja’. No funciona así el tema de la pandemia. Y mucho menos el de la peste. Es un momento en el cual es fácil mandar determinados mensajes. Máxime cuando estamos sobredeterminados tecnológicamente por la difusión de pantallas permanentes todo el tiempo. Mostrando en tiempo real algo que pertenece al tiempo histórico. O mostrando en tiempo real sin reflexionar acerca del tiempo histórico.
–¿La sociedad elude la necesaria reflexión?
–El miedo, el pavor provocado frente a la idea de una muerte aleatoria e inminente hace creer cualquier cosa. Como en el Medioevo, le echamos la culpa de todo a los judíos, o a los gitanos, o a los árabes o a los quien sea. Es una manera de tratar de conjurar, de asir la realidad. Los griegos pensaban que la peste venía porque alguien había cometido un crimen que había quedado impune, entre otras cosas. Es el tema fundamental de Edipo Rey. Pero sí creo que la peste devela, revela y acelera lo que ya está. No es creadora. Ni vamos a volver mejor, ni vamos a volver peores.
–Hubo filósofos como el esloveno Slavoj Zizek que hasta le vieron un efecto beneficioso para una nueva normalidad.
–Se va a acelerar nuestra mejoría si la corriente general de la opinión busca contribuir al bien común a través de la actividad política. O va a acelerar nuestra decadencia económica si la opinión general busca o acepta la maximización de ganancias de los sectores más pudientes de la sociedad. Es cierto que la performance de Argentina fue similar a la de países desarrollados. Y eso creo que habla bien de lo que queda del Estado argentino y de la sociedad civil, cuya dirigencia no quiso ver, no supo ver, no pretendió ver más allá que un evento casi estadístico. Me sorprende mucho que la anterior administración no haya hecho una argumentación política de todo lo surgido en el mejor sentido de la palabra. En trabajar para el bien común y ¡vaya si se trabajó! Pero ahí, en vez de demostrar que la salida es colectiva, se dejó crecer aquello de que la salida es individual.
–¿Se perdió la herencia de la salud como bien social que dejó el sanitarista Ramón Carrillo?
–Justamente es Carrillo el que pone el acento en que hay que hacer prevención. Si la pandemia estalló, es que llegamos tarde. De hecho, hubo una epidemia o un brote de peste bubónica en el Buenos Aires peronista de los años 1950. E inmediatamente se aislaron las tres manzanas que estaban afectadas. Fueron los médicos, se previó y ahí terminó todo. Algo que podría haber derivado, en otras épocas, o en esa época pero con otra políticas, en una catástrofe gigantesca. Pero la política de Carrillo es la de prevención. Como él decía ‘los microbios y las bacterias son pobres excusas frente a lo que es la realidad de la miseria humana’. Entonces ¿cuál es la genialidad de Carrillo? Es que ataca las causas, no las consecuencias. Cuando estás en la pandemia, todo el mundo corre atrás de ver cómo hacemos para frenar las consecuencias. Detrás de vacunas, de respiradores que se roban en aeropuertos los delegados de tal o cual gobierno. Y se pelea por esto o aquello. Está bien la prevención pero lo que pasa es que se perdió la idea de bien común, por años de neoliberalismo y de incuria de la propia dirigencia, esto es falta de interés.
–¿No fue la pandemia lo que hizo resurgir terraplanismos y negacionismos anticientíficos?
–Decís muy bien terraplanismo, porque dicen que la tierra es, efectivamente, plana y las vacunas no sirven, inyectan cosas raras. Inyectan microchips, cuando en realidad estar conectado a una pantalla es eso, que te saquen toda la información y sepan quién sos, cómo sos, etcétera. Basta ver lo que se dice de Facebook o de las nuevas redes sociales. El tema está en tratar de girar hacia otro lugar de lo que realmente está sucediendo.
–¿Una actitud antisocial en la pandemia no se parece a lo que sucedió después?
–La idea del bien común es que protegiéndome a mi, protejo a los demás y los demás me protegen a mí. Usando un barbijo o tomando las actitudes de barrera frente a la pandemia. Pero eso requiere de una actitud social. Hubo médicos aplaudidos. Pero había otros médicos que recibían mensajes en sus edificios: ‘¡Váyanse!’. Es el miedo, sin un gerenciamiento político y sanitario como el que hizo Carrillo. A lo que llegamos es a la destrucción social, a la guerra de todos contra todos: ‘Primero yo y los demás que revienten’. La transmisión de la pandemia, en general, son las personas que viajan. Las personas más pudientes. Luego no se sabe cómo funciona. Se acusa y se construye un chivo emisario que permita asir la realidad porque lo que la pandemia provoca, lo que la peste provoca, es la incapacidad de articular con lo real. Y a partir de esa capacidad de no poder articular con lo real, se traslada al campo político.
–De allí ¿no hay un sólo paso a convertir la pandemia en un gran negocio?
–Ya no estamos en la época de un Louis Pasteur o un Edward Jenner, que eran tipos que descubrían la vacuna contra la rabia o contra la viruela y que donaban las patentes. O un Alexander Fleming, con la penicilina. A esos tipos no les entraba en la cabeza que algo tan importante para prevenir muertes pudiera ser usado económicamente. Fleming se enojó mucho cuando vio que las grandes farmacéuticas modificaban un poco la molécula de la penicilina para poder facturar. Esta vez, no fue lo mismo para cada tipo de sociedad. No es lo mismo la pandemia en una isla como Cuba o en China, que en Ecuador o Perú o incluso la Argentina. Al no haber una visión de política sanitaria en conjunto, que es parte de una política económica y global, entonces: ‘Que mueran los que tienen que morirse’. Con la sífilis se pensaba que te enfermaste porque pecaste. Había una idea de victimizar a la víctima. ¡Ah, en algo andaría metido! Lo interesante es estudiar ese patrón de comportamiento mental. Esa construcción de un determinado sistema de representaciones que hace que si vos sufrís, en algún lado te lo buscaste. Si estás desocupado, es porque no te actualizaste. Tu papá no te mandó a Harvard.
–Al cabo ¿se consolidó el mundo que estamos atravesando?
–La utilización fascistoide de la peste es la que asistimos en Argentina hoy frente a cualquier tipo de fenómeno. Es echarle la culpa al otro. Pretender una individualidad perfecta. Pero cuando sí se está en riesgo, quiere un respirador y que se lo dé el Estado.
–¿El mundo está perdiendo las enseñanzas de una conflagración trágica que terminó con el triunfo de los aliados?
–Yo tenía una profesora de Historia en el secundario, durante el Proceso, que nos decía que cada vez que había habido golpe de Estado en la Argentina, era porque había un riesgo de distribución del ingreso. O una salida de la crisis que la oligarquía no pudiese manejar. Eso es particularmente claro en 1930, con la crisis de 1929. ¿Para dónde va a agarrar Hipólito Yrigoyen? Entonces, ‘tomemos el poder y diferenciemos la salida y gestión de la crisis a nuestro favor’, dice la oligarquía. Cuando uno examina los fenómenos fascistas, tanto el italiano en los años de 1920, como alemanes en 1930, surgen puntos de comparación que pueden ser útiles.
–¿Hasta qué punto es comparable aquel fenómeno con las extremas derechas de hoy?
–No son repetibles ni iguales. Ni se manifiestan de la misma forma. Pero el grueso de los fascistas italianos eran excombatientes de la Primera Guerra Mundial. Frustrados. Porque Italia había tenido una victoria mutilada como decían ellos. No habían conseguido Trieste, o tal cosa o tal otra. Volvían del frente en 1918 y veían que los obreros ganaban muy bien, porque era la industria de guerra. Estaban organizados. Había partidos y sindicatos. Esa masa de desplazados, o para tomar un término en desuso, ese lumpen proletariado, era de clase media baja. Estaba sin una efectiva representación política. Es lo que vio Mussolini.
–¿La gran burguesía no tuvo un rol clave en Italia?
–En la primera reunión del fascismo, en Milán, había 20 o 30 o 40 personas, nada más. Son los grandes propietarios, grandes latifundistas y empresarios. Las grandes fábricas, la Fiat y demás, las que financian a Mussolini. Era para sacarse a los rojos de encima. La Revolución Rusa tenía nada más que un año o dos. El peligro estaba ahí. Entonces, todas las cooperativas o las tomas de fábricas, fueron reprimidas violentamente por las camisas negras. Financiadas por ese capital. Lo que se sabe poco es que cuando el fascismo llega al Gobierno, gracias a una coalición de partidos liberales y católicos, en la Italia de la parte final del Risorgimento, los fascistas tenían 30 diputados nada más. Sin embargo, lo eligen a Mussolini primer ministro. Y el tipo lo primero que hace es armar un plan de privatizaciones.
–¿Qué empresas del Estado italiano pasan a manos privadas?
–Privatiza monopolios del Estado como el de los fósforos. Salva a una empresa privada de armamentos como Ansaldo, que estaba en dificultades. Lo que decía Mussolini es ‘nosotros en economía, somos liberales’. Y eso me parece que es algo que se ha olvidado. Después hay toda una marcha de la guerra, Mussolini cambia un poco, pero sigue la predominancia del sector del gran capital italiano. Peor aún en Alemania. Son los Thyssen, los Krupp, los Bayer, todas las grandes empresas, las que financian al partido nacionalsocialista y a Hitler. Lo hacen para que liquide lo que quedaba de la República de Weimar y establezca un régimen de disciplinamiento hacia la clase obrera. De nuevo, es la frustración del pacto de Versalles y los fascistas buscan la redención mediante una especie de liderazgo pagano.
–Antes eran los desfiles de camisas negras o pardas ¿ahora es con las redes sociales y los medios dominantes?
–En Hitler era muy claro lo que decís de la escenificación con las marchas de antorchas o los actos en Nüremberg. Grandes concentraciones que hacían acordar más a la Noche de Walpurgis, una fiesta de hogueras, que a una misa de tipo cristiana o de otra religión. Cuando uno lee el Mein Kampf, ‘Mi Lucha’, de Hitler, que hay que leerlo aunque esté muy mal escrito, queda todo muy claro: ‘La culpa de todo es de los judíos porque pervierten la raza alemana’. Y ¿cómo caen los imperios? Cuando se pervierte la raza. Entonces, los judíos ¡afuera! Y como Alemania no había llegado al expansionismo colonial de Francia o el Reino Unido, ¿cuál va a ser el territorio de colonización de los nazis? Rusia. Las estepas eslavas, el Lebensraum, el espacio vital o el patio trasero o llámese como quiera. Así que eslavos ¡afuera! Judíos y eslavos eran considerados untermensch o subpersonas.
–¿Cómo resurge ahora aquel extremismo?
–¿Cómo llega a situarse hoy? El eje de la interrogación es la idea de poner como norma en las sociedades la desigualdad. Que se establezca como norma que las personas son desiguales entre sí. Como son desiguales, como no es lo mismo un gordo que un flaco, puede haber gente con mucha plata y otra que tiene poca. Ese tipo de razonamiento nos hace acordar a los argentinos frases como ‘somos derechos y humanos’ o ‘achicar el Estado es agrandar la Nación’. Hoy los fascistas y los nazis no nos van a hacer el favor de venir con camisas negras o pardas van a venir. Vendrán como decía Thomas Mann ‘en nombre de la libertad’. Eso es lo que se da en las distopías de Orwell o de Huxley, en ‘1984’ o en ‘Un mundo feliz’. El manejo de los medios de comunicación es fundamental para la creación de un enemigo frente al cual se construye la propia identidad. El fortalecimiento de los propios hace que, con las redes sociales, se pueda manifestar muchísimo más. Gracias al algoritmo, se puede tener al segundo cuáles son las características y cuáles los mensajes que puedo mandar a tal o cual ¿Es esto fatal? No.
–¿Por qué no? ¿Qué recurso se le puede oponer a la difusión de tanta cultura extremista?
–Al poder de crear conciencias, se lo puede combatir con pensamiento crítico. Las redes también nos pueden servir a nosotros. Con los medios de comunicación, en tanto y en cuanto estén concentrados de modo monopólico, va a ser muy difícil. Lo mismo que en el tema económico. Pero siempre existe la posibilidad del pensamiento crítico y de militancia política. Y ¿por qué no? Que alguna vez la sociedad civil argentina tenga una dirigencia que esté a la altura.
–Te diplomaste en la Escuela de la Administración y en la Universidad de París. ¿Por qué hay tanta incomprensión allá de los movimientos nacionales y populares de Latinoamérica?
–Hay dos tipos de franceses. Los que entienden el mundo y los que no lo entienden. A veces, cuando usan las categorías propias para analizar la realidad francesa, las tratan de aplicar a otros países. Eso no funciona, claro. Para ellos, Perón es una figura casi ominosa cuando en realidad es una cuestión casi de historia. El componente social peronista es de los sectores obreros y medio bajos. El fascismo es de los sectores medios sobre todo. En el peronismo había una alegría de vivir. Por lo menos a mediados de los años de 1940. Alegría de progresar y de mi ‘M’hijo, el dotor’, aunque es una obra anterior. No se ven aquí las expresiones reaccionarias, sobre todo europeas, como ‘cuidémonos de los inmigrantes que vinieron a sacar nuestro trabajo, son delincuentes, son violadores’. Es una cosa absolutamente imaginaria. Pero tienden a tratar de imponer categorías. Lo decía muy bien el antropólogo Maurice Godelier: lo importante es el desvío, es decir, tratar de ver realidades distintas para considerar luego la propia realidad. Pero también lo hacen en nombre de intereses económicos o intersectoriales.
–¿No observás una contradicción en las ideas de ultraderecha de Javier Milei con las de, por ejemplo, Giorgia Meloni? En Italia es inconcebible hoy plantear la destrucción del Estado.
–En efecto, Milei es infinitamente ridículo en todas y cada una de sus expresiones. Meloni es una señora que, por lo menos, sabe algo de política. Tiene un sentido nacional, aunque no sea el que nosotros compartamos. Pero jamás haría su construcción política sobre la destrucción de Italia. Milei sí. Pero no es un loquito suelto. Si hablamos de Mussolini con Fiat y Ansaldo o Hitler con Thyssen y Krupp ¿cuáles son las de Milei? No lo voy a comparar con ellos, porque me parece un fenómeno a estudiar en su originalidad perversa. Pero sí, es un facistoide, por el momento. Es una persona que representa las 20 o 30 grandes empresas monopólicas locales o internacionales que manejan la Argentina. Desde el punto de vista agrario, de la soja, de la minería, del extractivismo y lo petrolero. Milei es la síntesis. Se demuestra que los sectores dominantes en la economía en la Argentina, están dispuestos a imponer a un presidente como Milei para mantener o aumentar de modo sideral las tasas de ganancia.
–¿Cómo entender los viajes de Milei para recibir medallas o estatuillas u otros premios de entidades a veces marginales?
–En eso, ya escapamos al análisis estricto riguroso en los términos de la ciencia política europea. Hay que transitar esta experiencia de desindustrialización y disgregación de la sociedad, quizás, como el preámbulo a un desmembramiento territorial. Por supuesto que no le interesan las Malvinas, menos aún la Patagonia. Siempre viaja al extranjero. Nunca está aquí. ¿En qué punto Milei es significado y significante? Por algo llegó ahí. Será la traición de las élites.
–¿Cómo es eso de la traición elitista?
–La rebelión de las élites, como decía el sociólogo norteamericano Christopher Lasch en la década de 1990, llegó a las dirigencias de los países latinoamericanos. En esa época es cuando se separan definitivamente de los pueblos. Se separan los dirigentes de los dirigidos. En ese espacio entra el nihilismo capitalista, de los grandes empresarios exitosos del algoritmo, como los Musk, los Zuckerberg, los Bezos, los Bill Gates. Proponen la pesadilla de un mundo feliz: ‘Pide tus empanadas por mi aplicación, y a cambio solo te pediré tu alma’. Es algo faustiano (por Fausto). Visto desde el punto de vista del comportamiento de Milei y de los sectores políticos que lo acompañan, es lastimoso. La oposición no se da cuenta, como en el final de la República de Weimar, que no está lidiando con un señor de la derecha liberal sino con una persona que quiere modificar las estructuras sociales y las mentalidades. Eso se hace con el tiempo y con sangre.
–La oposición parece verlo pero ¿sabe cómo enfrentarlo?
–Tenemos que pensar y construir nuestras propias categorías para analizar el fenómeno de la extrema derecha argentina. Desde 1930 a la fecha, trata de liquidar cualquier tipo de representación popular. Se trata, entonces, de reconstituir una representación popular para ser un país de una mediana potencia desarrollada, buenos niveles de ingresos. Argentina tiene una tradición de una estructura homogénea desde lo social. Con claros caminos para el ascenso social, la educación pública, en la cual ha brillado, o en los desarrollos tecnológicos o científicos que nos han distinguido. El asunto es ¿en qué momento se jodió la Argentina?
–¿En qué momento?
–Me parece que fue en 1976, en 1990 y con las experiencias de Mauricio Macri. El asunto es cómo no surge una alternativa política que en vez de decir ‘son crueles’ o ‘son malvados’, ofrezca un proyecto de sociedad al pueblo argentino. Ya sabemos lo que son. Ahora ¿qué somos nosotros?
–¿Los grandes grupos económicos dejaron de creer en la democracia?
–El norteamericano Christopher Lasch escribió la ‘Rebelión de las élites y la traición a la democracia’. La tesis es que esa rebelión de las masas que temía Ortega y Gasset, que tomaran el poder e hicieran todo mediocre y baladí, la ve Lasch. Las masas eran peligrosas. Pero hay un profundo desinterés de los dirigentes por los dirigidos. Es interesante juntar la reflexión de Lasch con la del francés Pierre Lascoumes que escribe su ‘Sociología de las Élites Delincuentes’. Hay una élite mundial que se siente mejor entre ricos de Nueva York, de Buenos Aires, de San Pablo, de París, de Londres, del llamado Occidente colectivo que con los trabajadores de Estados Unidos, de Brasil, de Argentina. Eso explica el surgimiento de esta Internacional Negra, un grupo global de personas de extrema derecha. No les diremos fascistas, todavía, pero se les acercan bastante en sus comportamientos y estilo de comunicación.
–Veamos qué pasa en el peronismo. ¿No advertís un retroceso en la pertenencia histórica al movimiento que tenían trabajadores y grupos sociales de bajos recursos?
–El peronismo ha sobrevivido a muchas cosas. El golpe de 1955, la Resistencia, los años de 1970, el retorno de la democracia. No hemos aprendido mucho pero el peronismo puede sobrevivirse a sí mismo. No somos invencibles. Hacemos cosas que no siempre son muy lindas. El peronismo puede ser, como decía, John William Cooke, el hecho maldito del país burgués. O puede ser el hecho burgués del país maldito. Lo demostró en los años de 1990: puede ser Eva Perón o ser López Rega. Ser Néstor Kirchner o Carlos Saúl. Hay una interrogación para hacerse desde la construcción política de la identidad. Hay una actualización pero no es lo predominante. Desde Saborido y Capusotto, hasta compañeros intelectuales, hay un terreno fértil para reincorporar a los pensadores nacionales, dentro del campo popular. Pero eso no se hace.
–¿Por qué el peronismo no encara esa construcción política?
–Porque a veces es cómoda la situación. Cuando uno ha llegado a una banca, dice ‘ya está’. Vamos a hacerle sonrisitas cómplices a Mindlin porque, total, no vamos a plantear la nacionalización de los servicios de electricidad u otros servicios públicos sin más. Como sí lo hizo Perón. Es como vivir de la herencia de un ancestro del cual se festejan las hazañas pero se cuida mucho de imitarlas. Las realidades son distintas, lo que no es permisible es que se pierda lo que decís que se ha perdido en las fábricas. La identidad peronista. Si no hay una transmisión de las ideas, vamos a hacer una variante conformista más del sistema o un poco menos inconformista. No solo hay que volver a poner las patas en la fuente y leer los clásicos. Hay que buscar caminos.
–¿Se ha hecho suficiente revisión crítica de lo dicho y hecho?
–En los años de 1960 y 1970, lo que estaba burocratizado era la dirigencia sindical. Lo que está burocratizado ahora es la dirigencia política. Por burócrata tomo la definición de Cooke: no es aquel que ocupa un lugar porque corresponde a su función sino que es aquel que acepta la agenda del enemigo. Es muchísimo peor. No se trata de disputar asuntos de gambeta corta sino de ofrecer un proyecto a la sociedad. El último plan de Perón, en 1973, se llamaba Plan Trienal para la Reconstrucción y la Liberación Nacional. ¿Quién puede hablar hoy de liberación nacional? A nadie se le ocurriría. ¡Ah, pero puedo pedir sushi! Tratemos de ver de qué lado de la pantalla nos encontramos. Hay entidades peronistas con cierta capilaridad que se nutren de la savia de lo popular, pero hay muchas que no. Esto no es una crítica a las dirigencias más elevadas del movimiento. Es una sensación a nivel de cuadros medios.
–¿Qué opinás de la interna en el kirchnerismo?
–Sinceramente, las cuestiones internas, en este momento, no es algo que me apasionen. Pero si el peronismo quiere hacer un movimiento nacional y representar a la Nación en su diversidad, debe dejar de hablar de gente y hablar de pueblo. Dejar de hablar de espacio, que está vacío, y hablar de tiempo, que está lleno. Fijar cuáles son las transformaciones indispensables que podemos llevar a cabo. Y si va a haber un gobierno peronista, pensar si vamos a respetar tratados bilaterales de inversión, la deuda tomada o la propiedad de los servicios públicos. Hay situaciones en las cuales la figura cooperativa puede ser más fuerte. Restablecer la idea de bien común. Con Cristina Kirchner se votaron 16 o 18 universidades públicas porque Perón las había abierto para todos al declarar la gratuidad. Pero después se las llevó al lado del pueblo. De ese modo se forma una nueva dirigencia. Pero si vamos a disputarle el poder a la oligarquía o al sector libertario liberal ¡vamos! No nos van a elegir porque vamos a tener mejores corbatas o hacemos discursos más lindos. O no deberían elegirnos por eso. Sería la culminación de lo que hizo la gran admirada por Milei al destruir el espíritu combativo del Partido Laborista en el Reino Unido. Peronismo sin alma no es peronismo. Hay tantos peronismos como peronistas. La organización vence al tiempo pero para eso, tiene que tener una trascendencia laica de proyecto nacional. Si no encaramos el debate, seremos una versión más del poder financiero o digital o extractivo o sojero. El pueblo argentino no se lo merece y tampoco lo merecemos los peronistas.