Del carry trade al carry on

En la información publicada se dieron a conocer métricas sobre la relación dólar-peso en las que la cotización actual del ramillete de dólares –expresiones del control de cambio vigente, manera curiosa, si las hay, del avance de la libertad- está muy rezagada con relación a la evolución del nivel general de precios argentinos. Incluso en términos históricos que comprenden el último medio siglo. Estamos atrapados otra vez en el “atraso cambiario”. A continuación, un desglose punto por punto de los mitos y la ignorancia convencional sobre el tema. Un verdadero ensayo que vale la pena tener como referencia.

El año que se fue terminó con manifestaciones de diversa laya. Algunas sugieren devaluar el peso. Para no ser menos, el año nuevo arranca con esa misma bandera izada bien arriba. 

Como en las sucesivas sagas de “Allien” el bicho feo (y muy malo) se nos pega en la cara y sonamos. Una cosa lleva a la otra, y de “Allien” nos trasladamos a “El mañana nunca muere”. El truco de siempre de vender dólares baratos y poner los pesos a interés y luego de embolsar la ganancia y el capital, recomprar más dólares con ese mayor volumen de pesos y así hasta que los números de la balanza de pagos griten “no va más”. En ese trayecto, al revisar las posturas de partidarios del gobierno y opositores acerca del carry trade aparecen ciertas limitaciones de los rumbos alternativos que se le quieren dar al país. 

Los analistas afines que quieren lo mejor para estos libertarios gorilitas, le dicen al gobierno que hay que atender con una buena devaluación del peso los síntomas incipientes de atraso cambiario. Si no, sobrevendrían infiernos ya vividos. 

Pero hay amigos y amigos. 

Están los que sospechan –y no solo en el ala paranoica del oficialismo- que la reciente reprogramación del pago de un título de inversión de un conglomerado agropecuario prominente fue una apretada en pos de la devaluación del peso. 

Es sabido que los angelitos no tienen espalda, en tanto la gran espalda financiera de estos ñatos –cuyos principales ingresos son en dólares por exportación de granos- estaría muy lejos de estas insolvencias momentáneas. 

Los partidarios del gobierno alegan que una prueba contundente de que las empresas clave de la economía argentina no enfrentan un problema de solvencia es el potencial ingreso de unas cuantas de ellas a cotizar en Wall Street. Ello ocurriría ni bien el gobierno disponga la finalización del control cambiario, popularmente conocido por el torturador mote de “cepo”.

Un medio especializado se hizo eco de las quejas de una gran empresa que puso el grito en el cielo –en ese cielo que les es tan esquivo- afirmando que por efecto del atraso cambiario en su rubro los costos laborales en Argentina resultan ahora “un 60 por ciento más caros en dólares” que en Brasil.

El silencio de los maliciosos

Antes de continuar con el albur de estos pobres empresarios, cabe una digresión relativa a las crónicas de la vida económica. Jornadas atrás la prócer de El País de Madrid, Soledad Gallego-Díaz, se despachó con una columna titulada “Nunca el periodismo ha estado más silencioso ni más inutilizado”. Si bien la descorazonadora afirmación versa sobre “las fuerzas israelíes [que] se sienten probablemente muy protegidas al no circular relatos de sus actividades”, el criterio del análisis sobre el papel de periodismo es extensible a la crónica de los hechos económicos. 

Gallego-Díaz, reflexiona: “La primera función del periodismo es dar testimonio, contar lo que ve y explicar en qué circunstancias se produce lo que ve. La mayor barbarie se da cuando nadie da testimonio de ella (…) El bloqueo informativo es la condición de las mayores atrocidades”. Los gulags, los campos de concentración, el terrorismo de Estado, los bombardeos indiscriminados testimonian ese proceso desgraciado.

¿Hay bloqueo informativo en la crónica de los hechos económicos? Sí. El punto pasa por “contar lo que ve”. En el análisis económico nadie está de acuerdo con nadie y en una reunión de diez economistas es posible que haya en juego doce hipótesis muy diferentes entre sí. 

No es que se trate de una profesión que se caracterice por congregar únicamente personas mal llevadas con inigualable vocación de contreras. 

Ocurre que no hay una teoría económica. Hay varias escuelas de pensamiento muy diferentes entre sí, que ni siquiera utilizan el mismo lenguaje, ni las mismas categorías. Predomina la neoclásica (y así nos va), pero eso no les quita ni les da merito a las otras. 

El predominio neoclásico simplemente refleja que es el que enseñan las principales universidades norteamericanas e inglesas. Entonces ¿cómo se cuenta lo que se ve? No hay más remedio que el tedioso racconto de los doce al patíbulo. 

En las sagas cinematográficas y literarias que dan cuenta de importantes y trascendentes investigaciones periodísticas, la tensión de encontrar y chequear dos fuentes que confirmen la versión primaria es una constante. La crónica de la señora legisladora que se masticó con amenazas al joven bedel de formas gentiles, a quien encima mucho que digamos el sexo femenino no lo atraía, o que el magnate después del almuerzo -por lo corriente medio mamado- no deja cola de secretaria sin frecuentar con su pesado tacto, no se da a conocer si no hay tres fuentes creíbles chequeadas que lo corroboran.

Cualquier salame que dice que mayor gasto público aumenta la circulación del dinero y esto lleva a la inflación –disparate que equivale a decir que los elefantes, sin ser Dumbos, vuelan- no merece ser chequeado. No se pone a  disposición de los lectores o el auditorio un segundo y un tercer enfoque donde eso quede completamente desmentido. 

Puede ser que resulte la consecuencia necesaria de frecuentar un ambiente donde nunca se escuchó hablar de un tal Keynes y sus partidarios y los rasgos del monetarismo se asimilen a los del agua potable: insípido, inodoro e incoloro. 

Lo curioso es que no les hace efecto el hecho de que en el mundo tal cual es, las viñas de ira son regadas con acequias por donde corren las aguas que bajan turbias. Cuando en muchos países importantes pegan con fuerza los avances de la ultraderecha, ya no recurren más a la cretinada del mantra que todo lo justificaba: es la globalización. Tal parece que las fronteras nacionales existen a despecho que se intente desprestigiar y confundir con el obtuso nativismo la postura política que se hace cargo de esa realidad.

Además hay que tener en cuenta otro tipo de factores para que los auditorios y los lectores reciban una visión equilibrada con la menor cantidad posible de sesgos. 

Chocolate

Suele suceder que haya que premiar con un chocolate una noticia. Tal el caso del muy reciente working paper editado por el NBER (National Bureau of Economic Research, el INDEC norteamericano) titulado “Escalando la torre de marfil: cómo el contexto socioeconómico influye en el mundo académico”. Resume la investigación emprendida por el sexteto académico conformado por Ran Abramitzky, de la universidad de Stanford, Lena Greska y Fabian Waldinger de la de Munich, Santiago Pérez de la de California, Joseph Price de la de Brigham Young y Carlo Schwarz de la Bocconi.

En general, el paper destaca la importancia de comprender el papel del nivel socioeconómico en la configuración de la fuerza laboral académica y la creación de nuevos conocimientos. El sexteto para explorar cómo el entorno socioeconómico moldea la academia, recopiló el conjunto de datos más voluminoso entre los existentes a la fecha sobre los antecedentes y la producción de investigación de académicos estadounidenses ocurridos en los últimos setenta años. 

Mostraron que las personas de entornos socioeconómicos más altos tienen más probabilidades de convertirse en académicos y que existe una gran heterogeneidad en la representación a nivel de universidades y disciplinas. Además, encontraron “que la ocupación del padre está sistemáticamente relacionada con la elección de la disciplina del hijo”. Una vez en el mundo académico, el nivel socioeconómico no está relacionado con el número de publicaciones, en promedio, pero –observa esta investigación- “los científicos de niveles socioeconómicos más bajos tienen más probabilidades de no publicar en absoluto, así como de tener registros de publicaciones sobresalientes, lo que los convierte en contrataciones algo más riesgosas. Los resultados sobre palabras novedosas sugieren que tienen más probabilidades de perseguir agendas de investigación fuera de los caminos trillados, lo que puede dar lugar a avances científicos, pero también a una mayor tasa de fracaso”. 

También la investigación del sexteto encontró evidencia de que “los científicos de niveles socioeconómicos más bajos reciben menos reconocimiento por parte de la comunidad científica, medido por citas y nominaciones y premios Nobel”.  En tanto “Las personas de entornos más pobres han estado gravemente sub representadas durante siete décadas, especialmente en humanidades y universidades de élite”.

Éramos tan pobres

La digresión hecha lleva a preguntarse un par de cosas sobre la afirmación de los costos laborales argentinos “un 60 por ciento más caros en dólares”, supuestamente como consecuencia del atraso cambiario. 

Ni a los editores y ni a los que lo repiten se les ocurrió chequear que eso es así. Pero si así fuera, si los costos laborales no sobrepasan el 30 por ciento, eso significaría un aumento en el costo total del 18 por ciento (0,30 x 0,60). Se supone que ese aumento del costo laboral se trasladó a los precios por lo que o bien no tiene incidencia o bien bajó en vez de subir. A noviembre de 2024 el nivel general del Índice de precios al consumidor acumulaba un alza anual en esos once meses de 112 por ciento.

Por ahí la corporación tuvo una caída en las ventas por subir los precios en medio de la malaria reinante. Si fuera así, ¿qué solución aporta bajar los salarios (expresión no diplomática por “aumento de costo salarial en dólares”)? A nivel empresa puede funcionar. A nivel macroeconómico es una aberración que al bajar la demanda efectiva prolonga y profundiza la mala hora por la que estamos atravesando. Por lo demás, sería rarísimo que un año mayormente recesivo, que arroja como balance final caída del PIB suba el costo salarial más que proporcionalmente.

Claro que están las empresas que sin ser exportadoras se quejan amargamente del aumento desproporcionado de los costos salariales en dólares de remuneraciones que pagan en pesos. No se les ocurre hacer la misma conversión de sus ganancias. Nadie pregunta al respecto, ni nadie se compadece del pobre boludómetro que lo tiene a mal traer con estas sandeces.

Tampoco nadie interroga cómo puede afectar tanto el atraso cambiario y apabullar la competitividad de la economía argentina si de acuerdo al informe sobre el “Intercambio comercial argentino” del Indec, dado a conocer la tercera semana de diciembre con “cifras estimadas de noviembre de 2024”, se informa que “La balanza comercial en noviembre (…) acumuló doce meses consecutivos con saldo positivo. En el período enero-noviembre de 2024 se registró un superávit comercial de USD 17.198 millones”. 

Hay algo mal que no anda bien con esta sanata del atraso cambiario y con eso de revestir de gran eficacia de la política libertaria el haber apaciguado el dólar. Con esa oferta excedente de dólares cualquiera se hace el guapo y parece guapo. Es verdad que la pobreza que regó la política libertaria influyó decisivamente en la caída de las importaciones, pero no cumplió ningún papel en el volumen exportado, salvo el de obligar a aumentar los precios. 

El país tropical

Ahora que los argentinos por efecto del dólar barato y los precios internos caros están marchando para vacacionar en fila india hacia el “país tropical, bendecido por Dios”, al gobierno brasileño (encabezado por Lula) se le ocurrió seguir devaluando el real. Nosotros revaluamos, ellos devalúan. Con una inflación brasileña de 3 o 5 por ciento anual y un crecimiento del PIB del 3,5 por ciento, el real se devaluó respecto del dólar en 2024 algo más del 25 por ciento. El dólar actualmente cotiza alrededor de 6 reales. 

Como era de esperar, volvieron las oscuras golondrinas que le recordaron al oficialismo libertario lo que le aconteció al riojano –gran retrasador del dólar vía la convertibilidad- con Brasil en 1999. El 3 de enero de ese año Fernando Henrique Cardoso, entonces presidente de Brasil, convalida que su ministro de Economía Pedro Malan devalúe 9 por ciento el real respecto del dólar. Una semana después la devaluación había montado al 29 por ciento. Según los preocupados por el actual atraso cambiario, aquella devaluación de 1999 marcó el comienzo del fin de la convertibilidad dada la estrecha relación comercial. El paso del tiempo la abigarró un poco más. Actualmente un tercio de las exportaciones argentinas van a Brasil y dos tercios de las mismas son manufacturas. 

Un par de días atrás un matutino porteño para hablar de estos temas le hizo una entrevista al economista brasileño Fabio Giambiagi, investigador de la fundación Getúlio Vargas. Giambiagi es un neoclásico como se debe ser un neoclásico. Para calibrar la forma neoclásica de razonar vale recabar que en el reportaje Giambiagi comenta que “antes de Bolsonaro, el Bolsa Familia representaba 200 reales, cuando, grosso modo, un dólar costaba 4 reales. Se les pagaba unos 50 dólares por mes a 13 millones de familias. Dado el grado de desigualdad de Brasil, aunque ese valor era muy pequeño, representaba un combate muy importante a la miseria extrema”. Pero Bolsonaro –explica Giambiagi- fue por más y “aumentó el número de beneficiados a 22 millones de familias. Y no solamente eso, también aumentó el monto a 600 reales por mes durante una parte de 2022 (…) Pasar de un programa para 13 millones de familias de 200 reales por mes a otro de 600 reales por mes para 22 millones de familias es un desbarajuste muy grande. Bolsa Familia, que antes representaba el 0,4 por ciento del PBI, hoy representa el 1,6 por ciento del PBI: una enormidad. Es uno de los problemas que tenemos”. 

Hay que ser un neoclásico muy neoclásico para sostener que gastar punto y medio del PIB para que los negros morfen –y no se morfen entre ellos- es un problema muy serio. Por otra parte, qué clase dirigente hija de puta que dejaba morir a 22 millones de brasileños –literalmente, el 10 por ciento de la población- por no gastar un punto y medio del PIB. Pobre Lula con las bestias que tiene que lidiar.

El neoclásico muy neoclásico de Giambiagi no se privó de alertar sobre las consecuencias en la Argentina de la devaluación del real. Al respecto dijo: “Los productos que Brasil exporta para la Argentina van a tener condiciones de competitividad, desde el punto de vista brasileño, más interesante, y obviamente son un desafío para los industriales y para los productores argentinos. La Argentina va a sufrir una invasión mayor de textiles, de alimentos producidos en Brasil el año que viene”.

Si se observa con cuidado qué fue lo que sucedió tras la devaluación del real en enero de 1999, una mezcla de asombro y perplejidad tiñe las inferencias a partir de los datos puros y duros. ¿Por qué? Porque sucedió exactamente lo contrario a lo que predijeron –los neoclásicos- que iba a suceder. Y debía ser así desde el momento en que las devaluaciones empeoran y las revaluaciones mejoran la balanza comercial, al revés de lo que siguen diciendo vulgarmente, despreciando los hechos. 

El cuadro es claro reflejo de la situación de que las exportaciones son completamente inelásticas. Una devaluación permite bajar el precio internacional pero el porcentaje que las empresas venden de más por esa baja de precios es mucho, pero mucho menos. El resultado de una devaluación para un país es que pierde en los términos del intercambio y en el resultado comercial. El cuadro permite apreciar que Brasil recuperó terreno comercial cuando la Argentina volvió a crecer y el real se volvió a retrasar. Entre enero y noviembre de 2024 la Argentina contabilizaba un déficit comercial con Brasil de 650 millones de dólares. Hasta agosto veníamos superavitarios.

Del carry trade al carry on 

¿Por qué Brasil devalúa con esos indicadores, muy envidiables desde las costas argentinas? Da para largo encontrarle la punta al ovillo. La explicación corriente es por el gasto fiscal en aumento. No se les cae de la boca a los neoclásicos defensores acérrimos de que los pudientes paguen menos impuestos. Verdad, Lula quiere que 25 millones de asalariados dejen de pagar impuestos a los ingresos. Temen que la diferencia la tengan que poner los que tienen la sartén por el mango y el mango real también. Ni mencionan los efectos multiplicadores en el crecimiento del mayor gasto público. Hacen hincapié en la deuda pública, 90 y pico por ciento en Reales. 

La tasa que paga se denomina Selic (Sistema Especial de Liquidação e de Custódia). La tasa Selic es la tasa de interés básica de la economía, que influye en otras tasas de interés del país, como las tasas de préstamos, financiamientos e inversiones financieras. La fijación de la tasa Selic es el principal instrumento de política monetaria utilizado por el Banco Central (BC) para controlar la inflación. Anda en 10,5 por ciento anual. 

Para colmo el resultado comercial acumulado hasta noviembre arroja un superávit comercial de 69.856 millones de dólares. Este superávit es un 22% más bajo que el correspondiente a igual periodo (enero a noviembre) de 2023, el segundo mejor de la serie histórica cuyo pico fue precisamente en 2023. 

¿Por qué cuernos devaluaron con estos números? Un par de razones de consideración. Un motivo seguramente es para bajar el poder de compra de los salarios. Nunca dicho, se lo encubre con análisis sobre la salud de las finanzas públicas y la confianza veleidosa de los mercados. Otra es curarse en salud de la revaluación del dólar global y de los despelotes que promete Donald Trump en materia de proteccionismo.

En Wall Street se esperanzan con que 2025 regale tan buenas noticias como en los dos años previos. El S&P 500 se disparó más de un 23% en 2024. Aproximadamente lo mismo que ganó en 2023. Se trata de los primeros años consecutivos de ganancias superiores al 20% desde 1997-1998. Los analistas no esperan un tercer año consecutivo, pero son relativamente optimistas y pronostican un aumento del 10%, en promedio, para el S&P en 2025. Algunas proyecciones –por caso la del Deutsche Bank- no bajan del 15%. Mientras eso sucedía los bonos emergentes se fueron a pique. 

Idea jurásica

Max Weber consideraba que la mentalidad del inversor, que renuncia a los placeres de hoy a cambio de algún beneficio predecible de mañana, era el ingrediente crucial del capitalismo. Los medios nunca ponen en duda semejante idea jurásica. Independiente de la subjetividad empresaria, la inversión –objetivamente- es una función creciente del consumo. Weber no tenía la menor idea acerca de lo que estaba hablando, pero su fantasma merodea por el New York Times.

El cronista de la Gran Manzana refiere respecto del S&P que el argumento alcista para los mercados es más o menos así: los consumidores seguirán gastando, pero no tanto como para volver a acelerar la inflación, y las empresas volverán a invertir con fuerza en I+D, lo que impulsará las ganancias corporativas y el crecimiento económico. A eso se suma que las empresas estadounidenses han impulsado las ganancias de productividad en los últimos años ayudadas en parte por su adopción de la computación en la nube y, más recientemente, la inteligencia artificial, para automatizar las operaciones y hacer que su personal sea más eficiente.

Lindo cuento. Incluso, parece serio. Pero no lo es. Han embromado tanto imprecando contra los subsidios y el gasto público que se han “olvidado” de señalar como factor clave de este raid alcista que Joe Biden -el POTUS que se va- fue un presidente extraordinariamente gastador. La Ley del Plan de Rescate Estadounidense aprobada en marzo de 2021 y la Ley de Inversión en Infraestructura y Empleo aprobada en noviembre siguiente aportaron en conjunto un estímulo de 2,45 billones de dólares a la economía estadounidense pos covid. El PIB norteamericano ronda los 24 billones de dólares. En el verano boreal siguiente, la Ley CHIPS y Ciencia y la Ley de Reducción de la Inflación contribuyeron aún más al despilfarro fiscal rooseveltiano. Subsidió con más del 10 por ciento del PIB total al 30-35 por ciento el PIB sectorial de la industria y la energía. ¡Uy! ¡Los subsidios a la demanda andan! 

Ante estos datos del funcionamiento de la economía global realmente existente, el discurso opositor argentino que denuncia el carry trade vive en las nubes. Lo mismo es aplicable a la deuda externa. Ningún país del centro o la  periferia puede vivir sin vigilar la cotización del dólar, es decir sin manejar el carry trade. Es una cuestión de grado. Sin superávit comercial que eventualmente abastezca de dólares la masa de dinero que crea los intereses que se pagan de la deuda pública y haga que comprar dólares sea un mal negocio, el carry trade en vez de ser una respuesta inevitable a una realidad impuesta, deviene en pura timba financiera, como con Macri. 

Como dice el sociólogo William Davies en la London Review of Books de noviembre, “sin inversión, el capitalismo deja de funcionar como capitalismo y se convierte en una extorsión legalizada y una gestión de propiedades cuasi feudal”, prácticas en las que la Argentina se ha vuelto bastante buena en los últimos años y mediante la cual los libertarios vía carry trade aspiran a llegar exitosos a las elecciones de medio término por frenar los costos –y entonces los precios- por la quietud del dólar. Deberían comerse el amague para devaluar. Con las elecciones de CABA adelantadas para julio, menos que menos. Los analistas argentinos de los mercados tienen bien ganada fama de ser “Samba de uma variable só” y como atenuara el propio Antônio Carlos Jobim: “Outras notas vão entrar, mas a base é uma só”, el dólar. Qué hinchapelotas obsesivos. Ni les calienta que la legitimidad de cualquier gobierno de ahora en más proviene de recomponer el poder de compra de los salarios. Y dale con el dólar y los malentendidos con las elasticidades y el precio de la demanda. «Una mañana me desperté y supe (que te habías ido) […] Sigue tu camino, yo voy a ir a lo mío/ Y seguir adelante”, cantan Crosby, Stills, Nash & Young en la agradable balada Carry On (Seguir adelante). No parece ser nuestro caso.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *