China prospera, Trump se pone monárquico

Los números de exportaciones chinas son fantásticos, pese a las sanciones. La Casa Blanca fue medio demolida para construir un salón de baile, por supuesto dorado. Y ya se está calculando el costo real de la guerra en Gaza.

La guerra comercial de Donald Trump no parece estar afectando gravemente a China. Las ideas del Presidente Naranja, por así llamarlas, veían como convenientes las barreras arancelarias para reindustrializar EEUU y también para crearles una crisis a los chinos. Lo primero está en veremos, lo segundo no está funcionando: China tuvo una balanza externa positiva en 875.000 millones de dólares en lo que va del año. Ya en 2024, las exportaciones representaban un tercio del crecimiento de la economía. Es monstruoso y parece imparable.

China tiene una recesión interna desde hace cuatro años, cuando estalló la burbuja inmobiliaria que licuó los ahorros de tantos, enfrió el mercado doméstico y dejó mal parados a unos cuantos bancos. Los precios inmobiliarios y de la tierra bajaron, y mucho, lo que redujo la base impositiva de los municipios. El consumo bajó visiblemente.

La reacción fue salir a exportar más todavía, y abrir mercados en Asia y Europa. El yuan se cayó tanto que el Banco Central tuvo que salir a sostenerlo y el fin de la especulación inmobiliaria liberó capitales para invertir. Todo esto hizo más competitiva la economía exportadora, y la industria liviana, pequeña, ya se acostumbró a vender tanto afuera como vende adentro. El resultado es un asombroso récord de ventas de 328.600 millones de dólares en septiembre, pese a que las ventas a EEUU cayeron un 27 por ciento.

El secreto es además que es fácil comprar en China: basta ir a la ciudad de Yiwu, que tiene seis enormes ciudades comerciales de varias manzanas de superficie, con torres de acero y vidrio que alojan cientos o miles de kioscos y locales de exportadores. Que te esperan listos con precios, costos de envío y descuentos por volumen en sus tablets. Esta es la cara visible de algo que nadie más tiene, un inmenso sector industrial que está avanzando a niveles de eficiencia que pinchan el lugar común de que los chinos lo único que saben hacer es imitar.

Un ejemplo es la industria atómica. Desde 2013, China construyó trece usinas nucleares y arrancó las obras de otras 33, lo que es casi exactamente el equivalente a todas las centrales nucleares en construcción en el mundo entero. EEUU se las arregló para inaugurar apenas dos, con siete años de atraso y siete mil millones de dólares por encima del presupuesto original.

Los chinos lograron calidad y diseños propios, aunque arrancaron copiando planos norteamericanos y franceses. Pero la verdadera diferencia es que te dejan las centrales en actividad en apenas seis años, la mitad de lo que tarda cualquier otro contratista, y mucho más barato que nadie.

Esto se logra unificando diseños: Pekín permite unos pocos diseños, lo que perfecciona las cadenas de proveedores especializados y la construcción misma. Y quien quiera un reactor chino puede contar con financiamiento, que en muchos casos puede bajar los costos en un treinta por ciento.

Pero Xi Jinping no habló de nada de esto con Trump, simplemente le mandó un mensaje prohibiendo la exportación de tierras raras a Estados Unidos. La Casa Blanca no tardó en reaccionar y esta semana el premier australiano Anthony Albanese firmó en la Casa Blanca un pacto para que compañías norteamericanas exploten las tierras raras en su isla. El contrato promete miles de millones de inversiones en Australia e incluye la idea de refinar el mineral en el lugar.

Ambos gobiernos se comprometieron a sostener los precios porque China los subvencionaba para que no fuera rentable iniciar otras explotaciones. Australia es un aliado político de larga data, pero con Trump nunca se sabe: le encanta maltratar a los amigos. A la vez, un tercio de las exportaciones australianas -mineral de hierro y carbón, más algo de carne y vinos- van a China, que tiene el 75 por ciento de las ferrominas en propiedad. Canberra, obviamente, trata de balancear esta dependencia.

Machirulos japoneses

Japón es oficialmente el país desarrollado más machista del mundo, con Suiza bien cerquita con esa manía de no dejar votar a las mujeres en algunos cantones. Por eso, el martes 21 de octubre fue una sorpresa la elección de una de sus muy escasas diputadas, Sanae Takaichi, como la primera mujer premier. Se ve que la crisis política japonesa está llegando al hueso…

Taikichi, de 64 años, es una figura con contradicciones. Fue baterista en varias bandas amateur de rock pesado y nunca ocultó su admiración por Deep Purple. Pero siempre se viste con trajecitos azules en homenaje a su heroína Margaret Thatcher.

Quien quiera creer que su elección es un vuelco al feminismo o al progresismo será desilusionado, porque Takaichi es abiertamente de derecha, admira a Trump y viene hace rato hablando de echar a cuanto extranjero viva en sus islas, “a la norteamericana”. Hasta hizo campaña contra el turismo, que “ensucia” el país y lo llena de gente “fea”.

Y después de años de criticar el machismo, nombró apenas tres mujeres en su gabinete.

El Rey Naranja

El sábado pasado entre cinco y siete millones de norteamericanos se manifestaron en parques y avenidas bajo el lema de “No hay rey”. Es muy posible que sea la mayor manifestación simultánea en la historia del país. Lo del rey es la manera que encontraron de resumir el autoritarismo de Trump, que se está llevando por delante leyes, costumbres e instituciones para concentrar autoridad en sus manitas regordetas. En la semana, casi todos los programas cómicos, además de reírse de Javier Milei, leyeron con sorna la declaración de Independencia, las partes en que hace la lista de los pecados del rey Jorge III. Por ejemplo, recortarles el comercio exterior u ocupar sus ciudades con militares sin permiso del Congreso.

Trump respondió con una animación en que aparecía en un avión de guerra bombardeando manifestantes con terencios. Dijo que los que protestaban eran lunáticos pagados por George Soros, y que eran pocos.

En fin…

Mientras manda memes guarangos, el presidente se ocupa de otras cosas. Acaba de exigir que su ministerio de Justicia le pague 230 millones de dólares por haberle hecho tantos juicios cuando todavía no era presidente. Esto existía en ley de antes, pero es extraordinariamente difícil que el Estado de por allá admita un error y te lo pague, como lo saben tantos encarcelados por portación de cara. Trump la tiene más fácil, porque varios de los encargados del ministerio fueron sus abogados defensores en justamente esos casos.

Mientras tanto, terminaron de demoler el Ala Este de la Casa Blanca, la menos famosa, que construyó Theodore Roosevelt en 1902 y expandió Franklin Delano Roosevelt durante la guerra para tener más oficinas. La idea es construir un salón de fiestas de nueve mil metros cuadrados, con lo que el conjunto presidencial va a quedar desbalanceado: el salón va a ser lo más grande del edificio. Y doradísimo, como vale la pena ver en los render ya publicados, al mejor estilo Mar a Lago. Para evitar protestas por el gasto en un momento en que “no hay plata”, el gobierno anunció que “empresas amigas” van a donar los 300 millones de dólares que costará el palacete. ¿Qué querrán a cambio?

No es la única iniciativa monárquica del presidente. El lector recordará que en julio Trump fue invitado al Día Nacional de Francia y se quedó encantado y envidioso por el despliegue de aviones, banderas y soldados desfilando. El 14 de julio incluye una vuelta al Arco de Triunfo y la parada por una amplia avenida embanderada. Trump hizo lo mismo enseguida, con le excusa del 250 aniversario del ejército norteamericano. Pero faltaba el arco triunfal, con lo que el presidente monárquico anunció que va a construir uno en Memorial Circle, una plazoleta redonda que hasta ahora se usa para ordenar el tránsito.

Nadie sabe exactamente qué tema tendrá el nuevo Arco, aunque seguramente sea algo glorioso como el del parisino, dedicado a los triunfos de Napoleón. Hay un problemita, sin embargo, que EEUU es todavía una república y la obra necesita permiso de Parques Nacionales, que administra la plazoleta, de varias dependencias estatales, de la Comisión Nacional de Planeamiento de la Capital y de la Comisión Nacional de Artes. Pero Trump lo quiere listo para el 4 de julio…

Como todo esto no le ocupa el día entero, por desgracia, el presidente amplió su guerra a las lanchas sospechadas de narcos al Pacífico. Esta vez le tocó a una barca colombiana, que fue volada con dos muertos, lo que lleva el total de la operación a 34. Pese a la defensa acerrada del gobierno, estos ataques son de una ilegalidad rabiosa porque son en aguas internacionales. Es por eso que los norteamericanos abren fuego y listo, porque no tienen derecho a detener un buque en altamar e inspeccionarlo.

Mientras la tregua en Medio Oriente se sostiene atada con alambres -Benjamín Netanyahu, apretado por Washington, se conforma con ataques limitados- Trump sancionó a las dos mayores petroleras rusas. Fue para mostrar su disgusto con que la guerra en Ucrania continúe y para hacer un gesto, pero es dudoso que tenga algún efecto además de un salto en el precio del crudo. Comprar petróleo ruso ya estaba sancionado, como se enteraron de mala manera en la India, y las empresas rusas hace mucho que están aisladas financieramente, blindadas. Lo que Trump no hizo al final fue venderle misiles de crucero a Volodimir Zelenski, para que el presidente ucraniano pudiera atacar blancos en profundidad en territorio ruso. Eso sí que hubiera fastidiado a Vladimir Putin.

El costo de la guerra

Ahora que no los están bombardeando constantemente, los palestinos están haciendo el balance del costo de la guerra con Israel. El costo mínimo en vidas fue de 68.229 personas, una cifra compilada por el ministerio de Salud local que, por una vez en la vida, es validada por organizaciones internacionales. Sucede que esta cuenta es notablemente rigurosa, porque cada persona en la lista tiene nombre y apellido, edad, género y número de documento. De hecho, el más probable error en ese conteo es que se queda muy corto porque sólo incluye muertos identificables

Para dar un ejemplo, expertos del instituto Royal Holloway de la Universidad de Londres hicieron un estudio con dos mil familias palestinas en Gaza preguntando a quién perdieron. El resultado indica que la cifra oficial palestina subestima en al menos un 39 por ciento el número real de muertos, que serían casi cien mil.

Esto significaría que la ofensiva israelí liquidó el 7,5 por ciento de la población total de la Franja.

Otra cosa que confirmaron los ingleses es que de ninguna manera los muertos eran únicamente combatientes de Hamas. Resulta que el 56 por ciento de los muertos fueron mujeres, chicos y viejos, lo que se sale completamente de la norma en conflictos bélicos, donde el porcentaje más alto es de hombres en edad militar.

Los cañones casi casi que callaron, pero seguirá subiendo el conteo de muertos. Israel se comprometió a dejar pasar 600 camiones de alimentos e insumos básicos por día, pero deja pasar apenas cien. Hay que imaginar el estado en que están los sobrevivientes, hambreados y enfermos.

La derecha brasileña

La interna de la derecha brasileña se puso interesante, con una perceptible grieta entre los bolsonaristas “puros” y los tradicionalistas del “Centrón”, como le dicen a la patota de conservadores más tradicionalistas. Para entender esto, hay que recordar primero que Brasil tiene un sistema político que de a ratos es presidencialista, con elecciones que se ganan por la mitad más uno de los votos, y de a ratos parlamentarista, con una colección de partidos más o menos nacionales, más o menos regionalistas, y estrictamente provinciales. Sí, es un lío, como saben todos por allá.

La expresión de esta ambigüedad en este caso es que los del Centrón quieren votar la “dosimetría”, como le pusieron por amor a los apodos a la idea de reducirle la pena a Jair Bolsonaro y sus cómplices condenados. Hay ambiente para eso, porque ninguno de los presos está en su primera juventud y los 27 años para el ex presidente equivalen a una perpetua. Pero los “puros” quieren amnistía, pese al repudio colectivo que hizo radioactivo el tema. Los del Centrón andan operando para que el Congreso finalmente debata la dosimetría, para primerear a los bolsonaristas y dejarlos en la disyuntiva de votarle en contra a la reducción de penas para su héroe.

¿Para qué hacer esto? Porque los fanáticos del golpista, que todavía tienen bastantes bancas en el Congreso, amenazan con proclamarlo candidato en 2026, aunque esté inhibido por la Justicia Electoral hasta 2030. Esto crearía un caos y, temen los derechistas, le haría las cosas más fáciles a Lula da Silva o a quien sea el candidato de consenso.

Lula bien puede ser el candidato y su imagen de gestión mejoró visiblemente por el enfrentamiento con Donald Trump y la estupidez bolsonarista de hacer marchas con banderas norteamericanas. También ayudó, y mucho, sacarle el impuesto a las ganancias al quinto que menos gana, lo que puso más reales en el bolsillo del laburante de abajo.

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