Le podría dar clases a Donald Trump

Así como un viejo idiota en verdad es un idiota viejo, un pequeño hombre en verdad es un hombre pequeño. El Presidente argentino Javier Milei ha logrado cierto estrellato en el firmamento de la ultraderecha planetaria, y en los últimos días fue premiado con la tapa del semanario británico The Economist, y la portada de la revista semanal The New Yorker, con un artículo de unas 15 páginas firmado por Jon Lee Anderson.

Con la sola excepción de groserías inapelables y un humor fúnebre que practica gran parte de los jerarcas del régimen libertario cuando se creen livianamente libertinos, a pocos días de cumplirse el primer año de Milei en el poder las ideas originales y las políticas consecuentes brillan por su ausencia. La gestión se limita a la mera repetición sin orillas de recetas neoliberales de antemano condenadas al fracaso. Puesto entre paréntesis el festival de fuegos de artificio que despliegan cotidianamente Milei y sus camaradas de mayor confianza para distraer la atención del ciudadano medio, lo cierto es que imperan los hábitos propios de la pasión conservadora y de un obcecado giro reaccionario.

Es interesante ensayar, sin embargo, una comprensión provisoria de la situación de los ciudadanos medios, de quienes en un alto porcentaje los votaron, de quienes circulan todos los días para cumplir con sus tareas (si las tienen), sufriendo la crueldad del ajuste perpetuo y comenzando a tentar sin rubores alguna manera de autocrítica. Es necesario imaginarlos asediados por epifanías que remiten a cierto pasado insepulto y con creciente vocación de regreso, como el implacable azote de los importes in crescendo de tarifas y servicios (ahora sustituidos por el eufemismo “precios regulados”) o el desfile de flamantes automóviles importados de lujo y de alta gama.

Manejado por quien a pesar de sus magníficos antecedentes macristas devino devoto del credo libertario, el Ministerio de Economía acaba de aumentar para diciembre algunos precios regulados clave, como los de las naftas y el gasoil, que por un nuevo incremento del Impuesto a los Combustibles Líquidos y otras circunstancias habrán de elevarse 3% en promedio. También los atribulados ciudadanos de a pie habrán de asimilar, entre otros aumentos, que la electricidad y el gas natural por redes sean el 2% y el 2,7% en promedio más costosos. Y estos sucesos epifánicos remiten sin solución de continuidad a tiempos de mayorías con bolsillos flacos, cuando gobernaba el macrismo por ejemplo, o durante el menemato, o cuando tuvo la manija Martínez de Hoz y a raíz de la apertura importadora también las oleadas de flamantes automóviles de lujo y de alta gama salieron a la luz, al tiempo que se deprimió la producción local, hubo un tendal de empresas autopartistas con las puertas entornadas, cuando no cerradas, y fueron arrojados a la calle grandes contingentes de trabajadores.

Ahora bien, en el curso de la batalla cultural declarada unilateralmente por una de las partes, aunque se trate de una confrontación delirante, las citas y referencias funcionan como proyectiles intelectuales, y abstenerse de ellas resulta un comportamiento perdidoso. Además, corresponde advertir que dada la situación de los ciudadanos medios apremiados por un desfile de flamantes automóviles importados (una circunstancia muy especial), es aconsejable rechazar la necedad y aceptar que son lindas máquinas sofisticadas, ejemplares mecánicos atractivos que bien podrían ubicarse en las antípodas de aquellos primeros modelos de Citröen que fueran “descubiertos” por uno de los mayores artistas plásticos de la historia, Pablo Picasso. En efecto, hay quienes dicen que Picasso, cuando los vio circulando por las calles de París, sentenció que al fin habían puesto a la fealdad sobre ruedas.

Los flamantes automóviles importados de ahora son todo lo contrario, son hasta sensuales. Por añadidura les recuerdan a los ciudadanos medios, a la masa de padecientes que en un alto porcentaje votó al gobierno que ya cumple un año, una sentencia que suele atribuirse al actor cómico Groucho Marx (el mejor de los famosos hermanos y, quizá desde la perspectiva del filósofo del régimen libertario que maneja una billetera robusta, infinitamente menos zurdo, aunque tal vez tan peligroso como el otro Marx, el socio de Engels): “Hay una vida mejor, pero es muy cara.”

Así las cosas, el sábado 7 de diciembre, un día después de que se difunda la presente edición de Y ahora qué?, se realizará desde las seis de la tarde hasta la una de la madrugada “La Noche de las Librerías”. Merced a una recorrida por varios locales de la Avenida Corrientes de la Ciudad de Buenos Aires se constató la intensidad de los preparativos, los que implicaron no sólo la renovación de vidrieras y la multiplicación de mesas de ofertas, de saldos o de usados, sino también la programación de actos culturales, presentaciones de libros, conferencias o diálogos de autores y artistas notables, todo ello en el marco de un clima general de resignación ante la perspectiva de que cayeran las ventas respecto de años anteriores.

Luego de una serie de consultas a libreros y empleados quedó claro, además, que tampoco preveían cambios en las preferencias de los compradores, las cuales continuarían apuntando en primer lugar hacia los libros de autoayuda y los publicitados recetarios para volverse rico de la noche a la mañana, un verdadero “líder” o macho alfa en la jungla del capitalismo tardío, sin abandonar el gusto por otros aportes algo más sofisticados, como es el caso de El Santo Grial de la inversión de Tony Robbins. En segundo lugar, los consultados estimaron que la demanda seguiría orientándose hacia libros con diversas temáticas religiosas severamente sesgadas, como ya se consignara en una edición previa de Y ahora qué?, obras ensayísticas sobre temas políticos de actualidad y referidos a la irrupción de la extrema derecha en varios países, y un popurrí de ficciones, estudios sobre los riesgos implícitos en las redes sociales o la necesidad de educarse para comer correctamente.

La euforia por tanta letra impresa, bien vista, es consonante con el acceso de Milei a la portada del influyente semanario británico The Economist, y a la tapa, días después y del otro lado del Atlántico, de The New Yorker, revista semanal que difundió un artículo de quince páginas con su cuidado y detallado perfil, debido al periodista Jon Lee Anderson. En The Economist a Milei lo trataron bien, pero señalando algunos claroscuros, como que la Argentina reciente es una seguidilla de reformas económicas fallidas y que no habría por qué creer a pie juntillas que gobernada por Milei conjuraría su destino, o que si bien Milei redujo el gasto público en materia de salarios, lo hizo a costa de que el peso principal del ajuste recayera en las jubilaciones y pensiones. En otro orden, The Economist destaca que Milei mantiene un alto nivel de aceptación popular pese a las medidas implementadas hasta ahora, pero afronta grandes riesgos políticos, especialmente porque la oposición tarde o temprano habrá de articularse. Y la tolerancia de quienes más padecen el ajuste a su vez, o de quienes soportan altísimos niveles de desempleo y crecientes índices de pobreza, en algún momento habrá de finalizar.

Así que no es un artículo maníacamente concesivo, aunque subraye las presuntas virtudes del ensayo libertario y no niegue varias coincidencias ideológicas de fondo. Incluso tal vez ironice la presentación del personaje, un enamorado de ser el topo que destruye al Estado desde adentro, o de ser un creyente que piensa que toda restricción a la libertad empresaria, de igual manera que la adhesión a la economía neoclásica, conduce al socialismo. Tampoco es concesivo cuando asegura que Milei dijo que Elon Musk está ansioso por seguir su ejemplo, como si presagiara el título que días después anunciaría la crónica de Jon Lee Anderson en la portada de The New Yorker: “Javier Milei hace la guerra al gobierno argentino (Javier Milei wages war on Argentina´s government)”, material periodístico desbordante de pasajes más propios de una serie de notas de color que de un reportaje político. Pero como se trata de un perfil, allí Jon Lee Anderson dio cuenta de otras cuestiones del objeto de su escritura, como cuando interrogó a Milei sobre la oscuridad del despacho presidencial en la Casa Rosada, con pesadas cortinas unidas con alfileres bloqueando las ventanas, y aquel dijo, señalando sus ojos, que era fotosensible, que por la lucha contra la inflación estaba encaneciendo, que se le afinaba la parte superior de la cabeza y debía trabajar desde el amanecer hasta bien entrada la noche.

Hay en el perfil que hizo Jon Lee Anderson varias curiosidades y extravagancias que seguramente serán todavía interesantes para el público de The New Yorker, al tiempo que para los argentinos ya son lugares comunes. Por ejemplo, hay alusiones a Conan, la mascota fallecida con la cual Milei asegura que todavía mantiene comunicación telepática, a los otros “hijos de cuatro patas”, o al cuidado de su aspecto físico. Y cuenta Jon Lee Anderson que durante la entrevista “su estilista paró la conversación para ajustarle el pelo”, y que Milei dijo, respecto de la diputada Lilia Lemoine: “Ella quiere que tenga una mezcla entre Elvis Presley y Wolverine”. O sea que en el reportaje de Jon Lee Anderson la imagen ocupa un sitio destacado, incluso desde el arranque, cuando escribe que Milei habría adoptado su pose habitual con los labios apretados (como quien insinúa un besito tierno) y los pulgares hacia arriba: “La postura me resultó molestamente familiar y luego me di cuenta de que recordaba al personaje psicótico Alex de «La naranja mecánica», de Stanley Kubrick. «¿Naranja mecánica?», pregunté. Los ojos de Milei brillaron y asintió, riéndose, y luego amablemente retomó la pose.”

Pero el material periodístico que ofrece Jon Lee Anderson excede la cuestión de las imágenes y va más allá, sin concesiones, y entre otros temas toca el referido al desequilibrio emocional del Presidente argentino, el maltrato a sus opositores, la consideración, según los economistas académicos, de que se trata de un economista mediocre, o la insensibilidad social que lo caracteriza. Cuenta Jon Lee Anderson que interrogó a Milei sobre el tema de las jubilaciones y pensiones, y que éste reaccionó desdeñosamente y culpó a los kirchneristas de la situación. Y agrega: “Milei siguió hablado acaloradamente durante cinco minutos, lanzando números. Ni una sola vez expresó simpatía por los jubilados, ni siquiera los reconoció como seres humanos.”

Sin embargo, el mundo sigue andando, y para La Noche de las Librerías también se espera que continúe la demanda de la obra de Marco Aurelio, un hombre de libros que no quiso ser emperador. Pero Marco Aurelio toda su vida fue una flagrante contradicción: el emperador Adriano lo designó sucesor cuando tenía 17 años y accedió al poder luego del interregno de Antonino, en el 161. Marco Aurelio fue uno de los principales exponentes del nuevo estoicismo, el estoicismo romano (que relevó al ateniense nacido a comienzos del siglo III a. C), o imperial. Pero hay dos cosas que llaman la atención: a pesar de la sociabilidad que predicó en las Meditaciones, durante sus veinte años como emperador estuvo en guerra con los partos y armenios (161-166), y con los marcomanos, sármatas, etcétera (169-175 y 177-180). Y cada vez que su obra fue revisitada, especialmente a partir de la Ilustración hasta la actualidad, se la valoró no tanto por su componente racional y sus consejos para vivir serenamente y enfrentar dignamente el sufrimiento desde una perspectiva agonista, sino por considerársela apropiada para príncipes. En tal carácter en los Estados Unidos, esta obra fue editada como “el libro de cabecera” del presidente Bill Clinton.

Ciertamente, lo que los lectores actuales encuentran en Marco Aurelio excede una sola línea temática porque sus escritos despliegan una multitud de mensajes: reflexiones sobre un mundo en permanente cambio, en crisis, y la necesidad consiguiente de aferrarse a valores constantes, inalterables y propios. En la obra de Marco Aurelio los lectores aprenden a sobrevivir, de alguna manera, e incluso llegan a compartir el juicio laudatorio que mereciera de John Stuart Mill, el economista que defendía con igual entusiasmo la libertad de comercio y el feminismo: “Marco Aurelio es el producto ético más perfecto del espíritu antiguo”.Con esas palabras lo calificó Stuart Mill, uno de los “herederos” de Malthus junto a David Ricardo, Javier Milei dixit,  para continuar con el aserto de que “después de John Stuart Mill aparecen dos siniestros como Rodbertus y Carlos Marx”. Una pena, porque Marx (para tranquilidad del filósofo del régimen el más zurdo que Groucho, el zurdo de veras) planteó como al pasar que si algo caracterizó a John Stuart Mill fue su vacuo sincretismo y las reiteradas tentativas de conciliar lo inconciliable. Y de ahí que las versiones actuales de la filosofía estoica, desde esa perspectiva, también resulten de un malentendido intencionado.

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