Hay otras ideas más allá de Remes y Gerchunoff. Y conviene explorarlas, porque imaginar una recuperación se torna ya no solamente ilusorio, sino ridículo. Pueden existir, sí, mejoras de corto plazo. Pero tampoco es relevante, porque a la larga el crecimiento duradero en las condiciones actuales es impracticable. Entonces se impone la necesidad de esclarecer las razones de tal imposibilidad, y proponer una salida.
Es habitual el señalamiento de que la política económica desarrollada por el gobierno de Javier Milei adolece de dos debilidades. La primera, que el esquema macroeconómico tiende endémicamente a desalentar la acumulación de reservas internacionales por parte del Banco Central. La segunda es que no se observa una manera muy clara de dejar atrás la recesión ni producir una estabilización duradera de los precios.
La “baja de la inflación” obtenida hasta el momento es un producto de este conjunto de condiciones, aunque no siempre se la exponga así. Por un lado, se conserva la tasa de devaluación mensual del dólar oficial al 2%, que previene que se produzcan impactos inflacionarios por los precios de las importaciones. Por el otro, se les pone límites y obstáculos a los incrementos salariales en las negociaciones paritarias que, efectivamente, reducen la presión alcista de los precios, pero sin favorecer la reactivación de la economía, ni a la mayor parte de la población argentina. Se podría resumir la esencia de la política económica enunciando que consiste en el sostén de un nivel determinado de pobreza, mayor al existente cuando inició, mientras sea posible.
Al presentarse las cosas en estos términos, imaginar una recuperación se torna ya no solamente ilusorio, sino ridículo. Pueden existir, sí, mejoras de corto plazo. Incluso es concebible que Milei se proponga en el camino a las elecciones de medio término favorecer el avance de los ingresos sobre los precios, permitiendo la resolución de paritarias razonables, apuntalando las jubilaciones con bonos, conservando el aquietamiento del dólar oficial y deteniendo los incrementos de tarifas.
La contingencia mencionada no garantiza que el deterioro económico se revierta en la magnitud suficiente como para producir un efecto político significativo, ni es seguro que el equipo que conforma el gobierno esté dispuesto a intentarlo a pesar de que sería ineludible si tiene alguna vocación de consolidación política. Pero tampoco es relevante, porque a la larga el crecimiento duradero en las condiciones actuales es impracticable. Entonces se impone la necesidad de esclarecer las razones de tal imposibilidad, y proponer una salida.
El crecimiento se aborta
Al haber provocado con la devaluación de diciembre una pérdida del poder adquisitivo de la población tan significativa, la economía cayó a niveles de actividad que frente a los últimos años solamente superan a los registrados durante la pandemia de 2020. Para abril de este año, tras cuatro meses de gobierno, Milei y las figuras de su gobierno insistieron con que la recuperación sería pronta y profunda. Incluso su famosa disertación en el Luna Park tuvo como tópico la teoría del crecimiento. Hoy ya no lo repiten, porque es evidente la carencia de sustento de la idea.
Esa declinación de la actividad permitió que se alcanzara un superávit comercial (mayor valor de exportaciones que de importaciones) significativo, aunque no superior al de los dos primeros años del gobierno del Frente de Todos. Y al igual que el último, que no lo pudo capitalizar en la forma de acumulación de reservas que luego sirviesen para desarmar las restricciones cambiarias y garantizar la estabilidad de la economía, el actual no mejora su posición en este sentido. Desde abril las Reservas Internacionales acumuladas por el Banco Central se mantienen en torno a los 27 mil millones de dólares, a pesar del saldo del comercio exterior notablemente favorable.
La mayor parte de éstos se componen por el swap cambiario con China, y en realidad los dólares propiamente dichos deben ubicarse entre los 5 mil y los diez mil millones. Saberlo con certeza es imposible porque no es un dato público, por la necesidad del Banco Central de mantener un grado de discreción ante posibles movimientos especulativos en contra de la moneda nacional.
Es por eso que, si se produjese una recuperación acelerada de la economía con una administración cambiaria de estas características, el gobierno podría rápidamente verse sobre-exigido en cuanto a la necesidad del uso de dólares por la mayor demanda de importaciones que impulsa la reactivación productiva, lo que finalmente conduciría a abortarla. Y en tanto acumular reservas se dificultad, el grado de recuperación equivale a un grado de pérdida de reservas: a menor crecimiento es más fácil administrarlas, y a mayor más difícil.
Dólares endógenos
Aunque la debilidad endémica en los ingresos de dólares sea señalada por la mayor parte de los economistas, igual que la falta de indicios de una modificación en la trayectoria de la economía, no existe ninguna claridad al respecto de cómo sortearla. Algunos celebran el “saneamiento” del sector público al limitar la emisión monetaria, pero observan que no cayó el riesgo país se mantiene elevado y que el FMI no parece dispuesto a financiar ningún programa mientras se mantenga el actual esquema cambiario.
Lo que no se menciona, al menos explícitamente, es la necesidad de virar hacia un esquema en el cual el arribo de dólares se vuelva endógeno y permanente. Hubiese sido posible abandonando las restricciones cambiarias entre febrero y marzo, cuando los efectos de la devaluación eran plenos y todavía era posible acumular reservas. En cambio, bajando progresivamente la tasa de interés y permitiendo que el stock de reservas se estancase, con un nivel de ingresos que de empeorar aún más le significa al gobierno un costo enorme, se obturó ese desenlace.
El campo popular debe tomar nota de la permanencia de este problema. Si en algún momento existió la ilusión de que lo impolítico de Milei implosione tempranamente, otra idea expresa la esperanza de que ejecute el “trabajo sucio” para allanarles el camino a sus sucesores. No sucedió, ni es realista esperarlo.
Por otra parte, las dificultades de corto plazo de una estabilización cambiaria, consistentes en la recesión y la contracción de los ingresos, deberían contrapesarse con incrementos en las transferencias sociales, y la preparación de un esquema gradual pero persistente para la recomposición de los salarios. Es ineludible, porque la alternativa es seguir con una configuración económica vigente desde 2019, y se requiere llamar al esfuerzo para superarla con perspectivas precisas.
Prevalencia ideológica
La falta de claridad sobre la cuestión debería preocupar a los sectores políticos que buscan proponer una alternativa en la conducción del país y albergan la convicción de que si se extiende el estado de cosas actual la sociedad argentina se encamina hacia una crisis, porque indica que las condiciones macroeconómicas que son el origen estructural de esa crisis, independientemente de cómo el gobierno de turno las administre una vez que estén dadas, pueden permanecer si se da un cambio en ese sentido. Más inmediatamente, antes de que se produzca una rotación de gobierno, no existirán presiones que impulsen una configuración diferente.
Un ejemplo ilustrativo de este tipo de conducta se vio en el origen de la crisis de 2001 y su resolución. Varios grupos del arco político peronista enfrentado con Menem y de los radicales consideraban imperativo abandonar la convertibilidad. Sin embargo, la coalición encabezada por Fernando de La Rúa se negaba tajantemente, temiendo que acarrease los costos de la reaparición de las alzas de precios.
Posteriormente, con los salarios y la actividad deteriorados, fue posible encarar un ordenamiento. Pero no se tardó mucho en comenzar a insistir con la recomposición de los primeros. Jorge Remes Lenicov rememora en su libro 115 días para desarmar la bomba que después de haber logrado la estabilización inicial en su paso por el Ministerio de Economía, se rehusó a prohijar este curso de acción (exigido por el entonces Presidente Eduardo Duhalde), y en ello se originó su renuncia.
En la segunda parte del libro critica acremente a los gobiernos kirchneristas por sus políticas tendientes a mejorar el nivel de vida de la población, que para Remes Lenicov fueron la causalidad de las distorsiones que posteriormente condujeron a un estancamiento, sin detenerse a analizar las minucias de lo sucedido en el transcurso de las administraciones de Cambiemos y el Frente de Todos, ninguna de las cuales se pareció mucho a las anteriores a pesar de que en la última formó parte el kirchnerismo. El caso es ilustrativo como un ejemplo de la dificultad de los economistas argentinos para pergeñar una salida de las crisis políticas.
Otro ejemplo de la clase de inconvenientes descripta proviene de Pablo Gercuhnoff. En una nota publicada en La Nación el 24 de agosto, encabezada por la sugestiva pregunta ¿Encarna Milei un peronismo monetarista o es otra cosa?, sostiene que Milei retoma las herramientas típicas del peronismo al introducir un sesgo proteccionista y anti-exportador, y deduce que el único atisbo de recuperación provendría de una mejora de los salarios, producto de la disminución de la inflación y el estancamiento del tipo de cambio.
Para Gerchunoff es la antesala de una crisis cambiaria, del tipo de las que suele encuadrar en una conducta histórica del pueblo argentino, con un afán de consumir más de lo que las características de la economía argentina permiten, y en esa trayectoria obturan las posibilidades de desarrollo genuinas. Parece no percatarse de que la inflación permanece baja justamente gracias a la contención de los salarios, ni de que la crisis política actual se debe en gran forma a que los gobiernos anteriores no se ocuparon de adecuar las condiciones macroeconómicas para revertir el deterioro salarial comenzado en 2018.
Para concluir, es valedero recordar que Sergio Massa, en su camino a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2023, comenzó a elaborar con su entorno ideas para un eventual plan de estabilización, que ya se vislumbraba como inevitable. Se proponía los objetivos de alcanzar el equilibrio fiscal, que el Banco Central acumule reservas internacionales y que mejore la distribución del ingreso.
La “acumulación de reservas” es un cliché mal aplicado. No se trata de juntar dólares como fin en sí mismo, si no de que el flujo de divisas sea favorable y no produzca dificultades a la expansión de la actividad, puesto que su recuperación y la de los salarios es imposible sin la estabilidad cambiaria.
Se emparenta con las críticas que se le dirigen a Milei, sobre la “falta” de dólares, y el “equilibrio fiscal” que tanto se venera es lo único alcanzado hasta la fecha. Probando ser lo que se podría haber sabido antes si se hubiese ensayado una indagación teórica: una superstición absurda, cuyo resultado tangible no fue el saneamiento de la moneda argentina, sino el empobrecimiento de jubilados, trabajadores del sector público, y la paralización de la obra pública.
A raíz de las experiencias recientes y las que datan desde comienzos de la democracia, el campo popular debería trabajar en un plan de estabilización que además del freno a las alzas de precios contemple la recomposición de los ingresos, tasas de interés que permitan incentivar la demanda de activos denominados en pesos y desconcentrar la presión financiera sobre el dólar, y un crecimiento de la actividad económica sostenido.
Su ausencia es sinónimo de un fracaso asegurado para esta y la próxima experiencia política, sin importar su proveniencia. Deberían abandonarse los prejuicios sobre el gasto público, y tomar noción de las posibilidades que ofrece, a sabiendas de que ante esta necesidad puede ser una herramienta sumamente eficaz. La prevalencia ideológica indica, por el contrario, que el presupuesto estatal y los salarios deberían permanecer “bajo control”, cuando estas prácticas derivaron en crisis sumamente graves. Por eso, es necesario trabajar en la elaboración de ideas prácticas de otra orientación mediante el análisis teórico y la recapitulación de los hechos.
EXCELENTE GUIDO!!!!