Comprender a Milei

El propósito de Milei consistió y consiste en convertir lo negativo en positivo, o dicho de otro modo, canalizar la reacción social que provoca el rechazo a “los políticos” a través de una corriente activa de apoyo a su persona. Y en el campo nacional es un error delegar en el curso espontáneo de los acontecimientos aquello que la dirigencia debería intentar conducir.

Comprender a Milei, y lo que Milei representa, exige diferenciar dos planos, o dicho de otro modo, dos realidades que se desarrollan en planos diferentes, con autonomías también diferentes, aunque guarden entre sí relaciones que determinan condicionamientos e influencias mutuas.

Primer plano del análisis: el programa económico y social de Milei, traducido en la batería de medidas ya implementadas, los proyectos que pretende llevar adelante con la presión sobre los gobernadores para que el Congreso apruebe su Ley Ómnibus, incluyendo el paquete fiscal, y, finalmente, la implantación del modelo económico – inspirado el liberalismo extremo- con el que busca “reconfigurar” el país. 

Sobre esta cuestión no parece que existan demasiadas dificultades para prever lo que se viene. La Argentina cuenta con suficientes experiencias que ponen claridad sobre las consecuencias de haber aplicado políticas similares: caída de la producción y de las ventas, reducción de los salarios y jubilaciones, desocupación, desindustrialización, cierre de empresas (especialmente Pymes), erosión del federalismo, más pobreza, exclusión e inseguridad. Y como si todo esto fuera poco, como ya comenzó a suceder, disminución de la recaudación fiscal por efecto del desplome de la actividad económica. 

Segundo plano del análisis: el fenómeno político de Milei y su posible deterioro o consolidación (¿transitoria?) al compás de lo que suceda con la economía y la situación social. Es aquí donde, al parecer, se presentan las mayores dificultades. Por lo pronto, hay que considerar que el propio surgimiento de Milei, nacido en apariencia casi de la nada, demostró el carácter simplista de muchos de los razonamientos que, habiéndolo subestimado, todavía hoy se repiten sin haber sido suficientemente revisados.

En ese sentido, interesa detenerse en la mirada de raíz economicista, muy presente en algunos análisis. Pronostica que el previsible agravamiento de la crisis económica y social provocará, en un tiempo que puede medirse en semanas o pocos meses, el inexorable deterioro político de Milei. De allí nace la idea, transformada casi en una táctica, que se resume en el siguiente planteo: antes de actuar “hay que esperar” que aquello suceda. Que sea la propia sociedad la que dé el paso adelante que la dirigencia nacional se rehúsa a dar en tanto el Presidente cuente con el apoyo de una parte importante de la ciudadanía. 

En esa mirada subyace, aunque no se explicite, la idea de un automatismo que a priori significa esquematizar, en una relación lineal de causa y consecuencia, comportamientos sociales y políticos que, sin embargo, no necesariamente van a suceder con la inmediatez que algunos pronostican. Si bien es verdad que existe una contradicción insalvable entre la índole del plan económico de Milei, diseñado para una parte minoritaria de los argentinos, y las aspiraciones de mejoras y de progreso de las mayorías, esto no significa, ni mucho menos, que ese antagonismo se exprese de manera abierta y definitiva en el corto o mediano plazo con la contundencia que prevén ciertos análisis.

Es verdad que Milei juega una carrera contra el tiempo, que está atrapado en una espiral regresiva que trata de eludir huyendo hacia adelante. Pero siendo esto cierto, de allí no se deriva la inexorabilidad de una crisis política más o menos inmediata que lo ponga en jaque, abierta y definitivamente, al punto de perder el sustento que se requiere para garantizar la gobernabilidad del país. Algo así puede ocurrir, pero no está escrito que necesariamente suceda.   

En esto consiste el grave error del economicismo, basado en el endiosamiento de las leyes abstractas de la economía y sus efectos “reflejos” sobre la sociedad y la política. En esencia, significa delegar en el curso espontáneo de los acontecimientos aquello que la dirigencia debería intentar conducir. 

El hecho que esa visión se exprese en boca de no pocos dirigentes que forman parte del campo nacional, no le quita en nada la limitación que intrínsecamente contiene. A su vez desnuda, como se intentaba señalar, la ausencia de la verdadera política, de la política escrita con mayúscula, que hace años fue perdiendo sustancia. Fue reemplazada en parte ya sea por el marketing transformado en un fin en sí mismo, o por una construcción sostenida en relaciones de naturaleza transaccional donde los sueños que despiertan el objetivo por construir un país mejor, integrado en toda su geografía, con desarrollo, inclusión y justicia social, parecen haber sido en buena medida abandonados.    

Bien puede suceder que el desencadenamiento de una crisis política esté a la vuelta de la esquina, porque se trata de una posibilidad latente que puede activarse, incluso, por la irrupción de hechos fortuitos que provoquen reacciones en cadena en el contexto de una situación social extremadamente grave. Pero también puede ocurrir, como viene sucediendo en muchos sectores que sufren un acelerado deterioro en sus condiciones de vida provocado por las medidas adoptadas por Milei, que la violencia y el descontento que trae aparejado ese mismo deterioro se proyecte a través de reacciones que apunten a culpabilizar a la dirigencia más estigmatizada, con la que el Presidente confronta.

Es decir, en ese juego de acciones y reacciones no son dos sino tres los factores a considerar, lo cual le otorga más complejidad al asunto. Es un error creer que la suerte de Milei se juega sólo en función de su relación lineal con la sociedad porque esa relación, a su vez, está mediada por el estado del vínculo de la propia ciudadanía con “la política”, personificada en su negatividad en aquellos dirigentes más estigmatizados, blancos del rechazo de mayoritario de la población. Un vínculo que funcionó, como se sabe, como un pre-requisito para que el líder libertario se convirtiera en Presidente.

La simplificación del economicismo se pone al desnudo en la ausencia manifiesta de un abordaje sobre la complejidad que adquirió el dispositivo comunicacional libertario en el territorio digital. Un factor que, por su eficacia, explica en buena medida por qué el descontento producido por el súbito empeoramiento de las condiciones sociales no se manifiesta aún en forma directa y definida, con la contundencia que debería, sobre la figura del Presidente. 

Como se ha señalado en diversos artículos de Y Ahora Qué, Milei nació del efecto espejo al proyectar ante la sociedad, en su propia corporeidad de carne y hueso, la imagen contraria a todo aquello que, con o sin razón, se representa como un estigma en la dirigencia política. Es decir, en tanto actor político, poniéndose en la frente la etiqueta de la anti-casta, Milei representó el personaje que a la luz de la mirada de buena parte de la sociedad reunía los atributos positivos que operaban como la antítesis de los principales rasgos negativos atribuidos a los políticos “tradicionales”.    

Para Milei cabalgar sobre la antinomia política-antipolítica, convirtiendo en positiva hacia su persona la fuerza negativa que representa aquel rechazo, es la fuente de oxígeno que lo alimenta y lo mantiene políticamente vivo. En su recorrido, mucho más aún con el agravamiento de la crisis que sus propias medidas provocan, se ve obligado en consecuencia a sostener el papel activo de la confrontación, subiendo al ring a quienes, más allá de su voluntad, resultan ser más funcionales a su estrategia.    

Sin embargo, si bien lo que salta a la vista es ese lado negativo de la cruzada que Milei, retóricamente, protagoniza contra la “casta”, no hay que perder de vista que, desde el punto de vista político, el propósito de Milei consistió y consiste en convertir lo negativo en positivo, o expresado de otra manera, canalizar la reacción social que provoca el rechazo a “los políticos” a través de una corriente activa de apoyo a su persona. El voto que lo llevó a la presidencia fue, en la etapa electoral, la forma en que se hizo real esa metamorfosis, mediante un acto que incluyó, en la mayoría de sus votantes, un sentimiento de ilusión y esperanza a favor del cambio.  

Ya en su condición de Presidente el mismo dispositivo sigue funcionando, pero ahora centrado en el eje definido por el apoyo o desaprobación a la gestión. La regla parecería ser la siguiente: en tanto se mantenga vivo el rechazo visceral a “los políticos ladrones” y a la “casta”, especialmente proyectado sobre las figuras opositoras del peronismo, de un sector del radicalismo, de la izquierda, del sindicalismo y de la dirigencia de los movimientos sociales -que el dispositivo comunicacional de Milei (redes + medios) alimenta día a día con “ejemplos” que tienen el propósito de mantener la llama encendida del odio- la negatividad provocada por el ajuste brutal que se está llevando a cabo parecería que se deriva, en proporción, más hacia los contradictores de Milei que hacia la figura del propio presidente.

Esta lógica que implica al parecer una cierta exculpación de Milei sobre lo que su propio programa de gobierno está produciendo, no significa que perdure para siempre, ni mucho menos. Dependerá de factores difíciles de prever, incluyendo el papel que pueda cumplir la dirigencia política del campo nacional, que aún no da señales de mostrar signos claros en la dirección de articular y coordinar su acción mediante una estrategia y un programa unificado para recuperar la iniciativa (incluyendo una adecuada disputa en el territorio digital) para frenar el desmantelamiento del país que el Presidente lleva adelante. En cualquier caso, parecería evidente que es el tiempo de volver a la verdadera política.

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