Corsi e ricorsi en una mirada dialéctica

La historia nunca es lineal en su progreso, con recurrentes idas y vueltas, precisamente porque en su transcurrir las sociedades, llevan, como un estigma, la mochila de su propia decadencia.

Desde tiempos muy añejos la humanidad pudo conocer la lógica de los cambios. Mas de 500 años antes de Cristo, Heráclito de Éfeso, daba crédito a la esperanza afirmando que “la única razón constante en la vida es el cambio”, lo ejemplificaba con su clásico aforismo: “Nadie se baña dos veces en el mismo río”. Giambattista Vico, filósofo e historiador italiano del siglo XVIII, examinaba el devenir, en forma de ciclos que se repiten con avances y retrocesos. Su famoso “corsi e ricorsi”, para lo cual la historia nunca es lineal en su progreso, con recurrentes idas y vueltas, precisamente porque en su transcurrir las sociedades, llevan, como un estigma, la mochila de su propia decadencia. Sin embargo, el “ricorsi” de Vico nos transporta a un retorno superador, nunca igual a lo viejo, siempre con otras perspectivas y en otro contexto. Más adelante, tanto Hegel, como Karl Marx, desde el idealismo el primero y desde el materialismo el segundo, van a desarrollar con mayor agudeza y rigor científico este método interpretativo de la historia y de su devenir. Ambos, afirmando que en cada proceso histórico conviven, coexisten, en permanente movimiento y tensión, dialécticamente, los que empujan y los que resisten. Es la unidad de los contrarios, que, en la tensión de sus contradicciones, darán lugar a la aparición de algo nuevo, siempre apoyado en lo viejo. Es la ley del desarrollo en espiral, que nos enseñara Marx en su materialismo dialectico, la profundización de las crisis dentro de una sociedad, genera el desarrollo de su antagónico, construyendo un espacio diferente. Por cierto, este aporte metodológico para examinar la realidad resulta sumamente valioso como herramienta de análisis y comprensión de los hechos.  Sería un grosero error teñirlos de ideologismos.

Las enseñanzas de Heráclito, Vico, Hegel y Marx, entre otros filósofos de la historia, de no concebir a nuestra realidad como algo estático e inexorable, sino, por el contrario, como un proceso continuo de marchas y contramarchas, nos acerca siempre a la esperanza del cambio y nos aleja del pesimismo inmovilizador.Examinar nuestra realidad nacional, con estas herramientas metodológicas, resultan, en principio, un ejercicio apasionante. Nos permiten comprender la complejidad del fenómeno argentino. Nuestra gestación como nación, no fue la consecuencia de una sola matriz cultural. La monarquía de los Reyes Católicos y especialmente la de los Autrias o Habsburgo llevó adelante un proceso civilizatorio que por su mayor extensión temporal en América y sus características evangélicas y humanistas calaron muy hondamente en la población de las provincias argentinas. La descentralización administrativa en el ejercicio del poder, el mutuo control de las instituciones para evitar la irrupción de un poder tirano, la idea de la soberanía popular y el derecho de resistirse al opresor, predicada en la Universidad de Córdoba a través de los padres jesuitas, inspirados en el pensamiento de los neoecolásticos  Suarez, Mariana, Vitoria, la especial protección legal al aborigen contenida en toda la legislación indiana, no obstante su incumplimiento, en ocasiones, por parte de algunos funcionarios de la Corona, los Cabildos aborígenes de las Misiones, el fuerte poder autonómico que poseían instituciones colegiadas como los Cabildos, en permanente contacto con los vecinos de su jurisdicción territorial, la marcada y legalmente consagrada autonomía en el ejercicio del poder de los Virreyes, Gobernadores, Capitanes Generales, la práctica proteccionista, aunque rudimentaria, de sus relaciones económicas y comerciales fueron violentamente desplazadas por la imposición de nuevos valores y nuevas prácticas de gobierno a través de la Monarquía de los Borbones, período durante el cual se va a crear el Virreinato del Rio de la Plata, el Reglamento de Libre Comercio y el Régimen de Intendencias. Se produce en la legislación y en las prácticas de gobierno un giro copernicano. Se pasa de la descentralización y mutuo control de los poderes al régimen fuertemente centralizado de las Intendencias; de las prácticas proteccionistas y artesanales de las provincias a una vigorosa política liberal que privilegiaba acentuadamente a Buenos Aires por su condición portuaria. Con los Borbones se va afirmando la estructura económica típica de las colonias, instrumentadas y construidas desde la metrópoli. Ganado, cueros y productos agrícolas por manufacturas europeas. Lenta, pero gradualmente, se van acentuando las asimetrías entre Buenos Aires y las demás provincias. El progreso de una en desmedro de la decadencia del interior. Los valores de la civilización signada por la Cruz con tanto arraigo popular, van diluyéndose. El hecho más notorio, fue la violenta expulsión y persecución llevada a cabo por los Borbones contra los sacerdotes jesuitas. La monarquía de los Habsburgo expresaba los valores del Siglo de Oro español, extendiéndose en América y más precisamente en nuestro país durante casi dos siglos de legislación, instituciones, concepción respecto del poder y las formas de su ejercicio, y en definitiva, la gestación de una fuerte cultura enriquecida por algunas instituciones aborígenes. La monarquía Borbónica recoge la influencia de Francia y de Gran Bretaña, irrumpe en la etapa de la colonia, sobre los escombros y desintegración del Imperio español, para dar a nuestro territorio ideas y concepciones muy diferentes. Estas características tan marcadamente distintas se van a prolongar durante toda nuestra vida independiente. Su continuidad se proyecta luego en la puja entre federales y unitarios. Proteccionistas y librecambistas. Defensores de la idea nacional y defensores de la visión ecuménica, cosmopolita. Es este el paisaje ideológico que se repite a lo largo de nuestro proceso histórico. Ciclos con fuerte presencia nacional y arraigo popular imbuidos del sentimiento hispanista y humanista, celosos en la protección de su identidad y su tierra, ideas han sido silenciosamente encapsuladas en nuestra propia genética y ciclos de apertura cosmopolita, librecambista, autoritarias en el ejercicio del poder, filosóficamente admiradores de la cultura anglosajona y de la exaltación del individualismo. Son las dos culturas que conviven y han convivido en nosotros a lo largo de nuestro largo proceso histórico. Uno es mayoritario y encarna un sentimiento democrático, solidario y popular. El otro es minoritario, es elitista, autoritario, privilegia los valores de la “civilización y del progreso” por sobre lo genuinamente nacional. Es liberal y consecuentemente, librecambista. Esas dos visiones conviven dialécticamente en el suelo argentino, son partes de la misma unidad territorial. Por estas razones la realidad Argentina es compleja y nuestro proyecto de Nación aún no se ha afirmado. Pero ambos forman parte de la Argentina, son ciudadanos de un mismo territorio y deben convivir dentro de un mismo proyecto. Es este el principal desafío de nuestra clase dirigente, hoy enfrascados en penosas luchas internas, más asociadas a los egos que al estudio y desarrollo de un proyecto nacional común. En este marco de análisis, Milei y su proyecto antinacional y autoritario, siendo un drama, no es hoy, sin embargo, el principal problema. La mayor dificultad, lo encontramos dentro de la oposición, que no es capaz de elaborar un proyecto nacional de desarrollo, que integre la diversidad de las corrientes en pugna. Un proyecto nacional que parta de las cuatro verdades que nos legara el Papa Francisco para la vida y para la acción: “la realidad es superior a la idea”. Cuando se hace prevalecer la ideología por sobre los problemas comunes el fracaso siempre se impone, porque siempre será parcial. “El todo es superior a la parte, la unidad es superior al conflicto y el tiempo es siempre superior al espacio”. No existe unidad sin contemplar el todo y el todo debe reflejarse en la construcción de un proyecto de nación que nos integre al mundo a partir de nuestro propio desarrollo. Es el ejemplo de todos los países desarrollados del planeta. Si logramos que la dirigencia de la oposición se encause dentro de estas premisas dejaremos de lado la historia pendular de la Argentina y sus fracasos. Y en esa dialéctica nos transportaremos al “ricosi” de Vico, para elaborar una sociedad que apoyada en los errores del pasado construya la unidad imprescindible para afirmar y consolidar a la Nación.

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