Ante el agravamiento de la crisis, el ejemplo de la Multipartidaria

En 1981, todavía en plena dictadura los partidos políticos se reunieron y elaboraron un documento, “Antes de que sea tarde”, con una propuesta concreta y un llamamiento al país. Es una experiencia válida que se articula con una comprobación: el fracaso de un gobierno, como sería ahora el de Milei, no es la causa automática del triunfo de una fuerza política.

Frente al evidente deterioro político del gobierno de Milei, explícita o implícitamente, se parte en muchos casos de un supuesto que no deja de tener cierta conexión con la realidad: el fracaso de Milei será la causa del futuro triunfo del peronismo, al igual que el acceso del líder libertario a la presidencia fue el fruto de los fallidos gobiernos de Mauricio Macri y de Alberto Fernández. 

Esa convicción, que ocupa el lugar de una anunciada fatalidad y que no va más allá de una definición genérica, abstracta, en el mejor de los casos puede servir de guía para describir una tendencia previsible. Sin embargo, de ningún modo contiene por sí misma las respuestas necesarias para definir, en el aquí y ahora, las prioridades concretas y las tareas urgentes que se deberían impulsar para la construcción de la alternativa política que necesitará el país una vez concluido el desquicio libertario.  

Es natural para quienes sostienen esa mirada fatalista, aunque ajustada en alguna medida a los hechos, que, tal vez confundiendo su deseo con la realidad, vean en cada acontecimiento que desnuda la debilidad política del Milei – ya sea como consecuencia de sus propias impericias o de las inocultables inconsistencias de su programa económico que ahora intentan ser disimuladas con la toma de nueva deuda – la prueba irrefutable de que estamos en la antesala del principio del fin del delirante y dañino sueño libertario. Pero, como ya lo demuestra la experiencia, en ese caso, podríamos estar frente a un espejismo creado por nosotros mismos.

Si bien es verdad que nadie puede predecir las causas inmediatas que provocarán el previsible colapso político del proyecto libertario y, mucho menos aún, el momento preciso en que ese posible acontecimiento sucederá, no menos cierto es que ninguna fuerza política que se proponga ofrecer una alternativa seria al país, con el fin de sacarlo de la que sea quizás la crisis más profunda de su historia reciente, puede basar sus perspectivas en lo que, por definición, es de orden azaroso y en buena medida imprevisible.  

Y a pesar de esto, una parte de la dirigencia que aspira a representar los intereses nacionales y populares, y que se define como decididamente opositora, por acción u omisión, parecería dejar librada su suerte – y con ello, la suerte del país – a la irrupción del accidente. Del desencadenante azaroso que haga el trabajo que ella misma se rehúsa a realizar, paciente y metódicamente, por sus propios medios. Es decir, con la mayor generosidad y amplitud, forjar desde ahora, sobre bases sólidas, tanto en lo político como en lo programático, la reconstrucción de una fuerza, un movimiento, que pueda impulsar un proyecto de desarrollo inclusivo para la Argentina, adaptado a las nuevas condiciones del actual escenario internacional.   

Esto, en lo que concierne a la dirigencia que sostiene una conducta opositora coherente, aunque no por ello exenta de ejercer prácticas derivadas de la matriz internista y facciosa que contribuyó a degradar la política argentina. Ni que decir de aquella dirigencia que hace de su ambigüedad y ambivalencia una supuesta virtud, ya sea amparada en el argumento de defender intereses sectoriales, provinciales o municipales. 

No hay que ser demasiado perspicaz para advertir que se trata, en ese caso, de un comportamiento presente en las conductas de buena parte de los políticos, legisladores, gobernadores, dirigentes sindicales y empresariales, que por participar del juego del “toma y daca” actúan ante el gobierno según su conveniencia, ya sea en calidad de oficialistas u opositores. Incluso lo hacen, como sucede en la mayoría de los casos, a pesar de estar íntimamente convencidos del daño que el proyecto libertario está produciéndole al país y al pueblo argentino.

Parecería inapropiada para caracterizar lo que está sucediendo hoy en la Argentina la metáfora de “cuando más oscura es la noche, más cerca está el amanecer” (recientemente citada por Cristina Kirchner), que en ciertas circunstancias puede servir para ilustrar esos momentos excepcionales en los que el agravamiento extremo de las condiciones de crisis económica, social y política, empuja con fuerza, por reacción, un cambio abrupto en la dirección de los acontecimientos, abriendo una nueva expectativa de esperanza en la sociedad. 

¿Por qué? Porque, entre otros factores, lo que se registra es una profundización de la fragmentación política que abarca al conjunto de las fuerzas. Es decir, al menos todavía, el deterioro político del gobierno, cuyas evidencias son incontrastables, no aparece capitalizado por una oposición con capacidad de recorrer el camino inverso, transformándose en un movimiento con capacidad de acumular las fuerzas hoy dispersas, aglutinándolas, unificándolas en un mismo espacio detrás de un proyecto alternativo al de las políticas libertarias.

Por definición, dado el inmenso desafío que en perspectiva existe por delante, y que consiste en sacar a la Argentina del desastre al que conduce el programa libertario en un contexto internacional que amenaza con golpear de lleno a los países periféricos, se hace más que evidente la necesidad de conformar un amplio frente político-social, integrado por todas las fuerzas dispuestas a coincidir en un programa de emergencia nacional.

Al parecer, nunca fue más cierto, como lo es ahora, aquello de que ningún partido o fracción por sí solo está en condiciones de sacar al país de la situación actual. Y si a las causas internas de la crisis, por efecto de las políticas de desmantelamiento que lleva adelante el gobierno de Milei, les sumamos los efectos previsibles producidos por la guerra comercial desatada por Donald Trump, cuya evolución se encuentra en pleno desarrollo, cabría preguntarse: ¿qué otro ingrediente hace falta para que las fuerzas de signo nacional superen las divisiones, reconstruyan los puentes de diálogo y, con la urgencia que reclaman los acontecimientos, se aboquen a construir el programa y la alternativa política necesaria que más temprano que tarde necesitará el país?

La experiencia de la Multipartidaria, formada en 1981, que cumplió un papel decisivo en el proceso de aislamiento de la dictadura y la recuperación de la democracia, es un ejemplo que bien podría considerarse. En aquel entonces, la confluencia de las principales fuerzas políticas y la formación de un nucleamiento multipartidario que actuó como una fuerza unificada, con capacidad de convocar a las fuerzas de la producción y el trabajo, había nacido, justamente, para enfrentar una situación de emergencia. La integraron el Partido Justicialista, la Unión Cívica Radical, el Partido Intransigente, el Partido Demócrata Cristiano y el Movimiento de Integración y Desarrollo y luego mantuvieron contactos con el resto de los partidos políticos y la Iglesia católica.

Sin dejar de lado las diferencias, la Multipartidaria tuvo la virtud de elaborar las bases de un programa común. Un programa de emergencia nacional, bajo la consigna Antes que sea Tarde, que abarcaba, detalladamente, todas las dimensiones de un plan de gobierno orientado a enfrentar una crisis extrema, como la que se vivía en aquel entonces en el país como producto de las políticas llevadas a cabo por la dictadura. ¿No sería el momento de inspirarnos en aquella experiencia?  

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