Cuanto más gastan los países, más ganan

Claves de la arquitectura financiera internacional. A diferencia de los individuos, que no tienen más remedio que gastar lo que ganan, las sociedades ganan de acuerdo a lo que gastan. Tres mil trescientos millones de personas, casi la mitad de la humanidad,  viven en países que pagan más intereses de sus deudas que lo gastado en educación o sanidad.

En la arquitectura financiera internacional el río está sonando. Qué agua lleva el combo de organismos y normas que articulan los flujos de inversión, comerciales y financieros globales desde finales de la Segunda Guerra, tal lo que cobija el concepto de arquitectura financiera internacional, es coyuntural y estructuralmente de suma importancia para la Argentina.

Un par de detalles a considerar a modo de prólogo a la sonería, comenzando por las instituciones que animan la AFI, y no confundir con el vernáculo templo fisgón porque se trata de la Arquitectura Financiera Internacional. 

Para evitar que el orden mundial que surgió al finalizar la Segunda Guerra fuera malogrado por las serias perturbaciones que acarreaban al esquema político interno de los distintos países los desequilibrios de las balanzas de pagos, los –a la postre- victoriosos Estados Unidos, o mejor dicho los sectores no aislacionistas de los Estados Unidos, impulsaron la creación del FMI y el Banco Mundial (BM).

En 1947 los norteamericanos -junto a otros veintidós países- acordaron y firmaron el GATT (sigla en inglés del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio Internacional) para enmarcar el mercantilismo de nuestro tiempo. El GATT fue absorbido por la Organización Mundial del Comercio (OMC), de la que forma parte, cuando ésta comenzó a funcionar el 1 de enero de 1995. Actualmente la OMC está completamente trabada por la disputa de los norteamericanos con los chinos.

Los norteamericanos impusieron al dólar como moneda mundial, lo que volvía abstracta la pretensión de Lord John Maynard Keynes, que en su carácter de delegado inglés a la conferencia de Bretton Woods que culminó con la creación del FMI y el BM, a la que asistieron 44 países pero no la Argentina, bregaba por crear una moneda mundial, el bancor, que se emitiera sobre los fondos aportados por los países superavitarios. Así se los penaba. Y sugería Keynes que se gastara en los países deficitarios. Desde Bretton Woods es la revés: se pena a los deficitarios y se premia a los superavitarios. 

De haberse aprobado la propuesta de Keynes el mundo hubiera crecido mucho más de lo mucho que creció durante las tres décadas posteriores a la finalización de la guerra mundial, porque los países ahorradores (superávit comercial) que sacan menos de lo que ponen, hubieran tenido que financiar a los países pródigos (déficit comercial) que sacan más de los que ponen. Así el gasto mundial jamás se hubiera detenido o estancado, lo que hubiera redundado en una más alta tasa de crecimiento. 

A diferencia de los individuos, que no tienen más remedio que gastar lo que ganan, las sociedades ganan de acuerdo a lo que gastan. Más gastan, más ganan. Si hay dos cosas que no se parecen en nada -y en realidad son su reflejo contrario- son la economía nacional y la economía de un hogar. Eso que se dice que una economía nacional es como la casa de uno, en el sentido de que no se puede gastar más de lo que ingresa, es un monumental error de enfoque. La economía nacional está obligada a gastar más de lo que le ingresa. Si no lo hace, le ingresa menos porque se cae la producción y el empleo.

El dólar moneda mundial

La gran contradicción de la arquitectura financiera internacional realmente existente es que, al ser el dólar la moneda norteamericana, para determinar los parámetros de su circulación no se toma en cuenta al resto del mundo, sino únicamente lo que ocurre fronteras adentro. Es contradicción muy seria, que en estos días se ve en el aumento global de la tasa de interés. 

La Fed (el banco central norteamericano) que fija la tasa de interés de referencia tuvo en cuenta las perspectivas de las presiones inflacionarias interna. Ahora, si eso era o no conveniente para el resto del planeta, incluida la revaluación del dólar global que se mueve en simpatía con la tasa que fija la Fed, es un asunto que está completamente fuera de su radar. 

Este abusivo sicalíptico juego de si sale ceca gano yo y si sale cara perdés vos, hace que los países con gobiernos conscientes de sus responsabilidades y que tengan con qué, jueguen a la defensiva mediante la consecución permanente de superávits comerciales. El mundo gasta menos y crece menos. Así juntan reservas en dólares que más allá de cierto umbral –más bien modesto- devienen en pilas de papeles inútiles y estériles que para lo único que sirven es para juntar humedad. 

En la asamblea de primavera del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, las letanías sobre la importancia del librecambio fueron tan cínicas como siempre, pero sentidamente preocupadas porque el proteccionismo anda con el culo al aire. Las medidas proteccionistas “sólo son aconsejables” cuando generan beneficios claros (como menores emisiones de carbono) y cuando “no discriminan a las empresas extranjeras”. No es el caso de las que rigen actualmente que van en camino a empeorar aún más la situación. Donald Trump, si es reelegido prometió colocar un arancel general del 10 % sobre las importaciones y otras medidas agresivas. Biden, para no ser menos, sigue adelante con fuertes subsidios a la actividad económica y el resto del mundo se prepara para navegar en la misma dirección. Los libertarios argentinos continúan como si nada, profesando una inquebrantable fe en el librecambio. Una costosísima fantasía.

El FMI prevé que la producción mundial aumentará un debilucho 3,2 % este año, el mismo nivel que en 2023. En este escenario opaco, todos los países crecerán a excepción de dos: Sudán y la Argentina. La responsabilidad en el crecimiento deslucido para el FMI la tienen las más de 2.500 nuevas políticas industriales puestas en marcha el año pasado por los gobiernos de casi todos los países.

La periferia

Al considerar un horizonte de largo plazo las exportaciones de la periferia y sus importaciones se igualan. O sea, no hay ni superávit ni déficit con los países del centro. Esto es importante porque la única forma de pagar un endeudamiento externo es con superávit comercial: entran más dólares de los que salen. Pero por lo visto eso no pasa en el largo plazo. Y entonces, ¿qué sucede con las deudas externas, el pago de sus cuotas y las alícuotas a interés compuesto?

Obvio que la profundización del proteccionismo registrada por el FMI y el Banco Mundial –y en rigor por todos los que rayan- pone más sal a las heridas, pero el punto es que los defaults y las quitas son los destinos naturales de resolución de la deuda externa de la periferia. Si estos quebrantos son aceptados – en todo, o en parte- por las autoridades fiscales de los países emisores de deuda, entonces esas pérdidas las pagan los impuestos de esos países. Por ahí, el célebre riesgo país es un riesgo calculado, cuya cobertura está a cargo de los contribuyentes de los países desarrollados.

De todas formas, que el dólar sea la moneda mundial implica que los Estados Unidos abastecen de liquidez al mundo por medio de su déficit comercial. Entregan papeles a cambio de bienes reales. Cuando esos papeles (sin valor intrínseco) abandonan el espacio norteamericano, pierden su carácter de moneda y pasan a convertirse en activos financieros pues para moverlos hay que usar el sistema bancario (por derecha o por zurda) lo que en sí genera intereses. 

Esta trasmutación, además de situar en el centro del ring al déficit fiscal norteamericano, algo tiene que hacer el mundo con esos papeles estériles para que les generen la ilusión del algún rendimiento y eso hacen –precisamente- los bonos del Tesoro, no se va a molestar mucho porque financieramente un default le hace morder el polvo a algunos inversores (relativamente: no olvidar el eventual descuento por el quebranto en los impuestos a pagar).

Pero el problema se genera si no hay defaults y se pretende la eventual deuda externa. La paradoja es que cobrar la deuda externa de la periferia supone para los países desarrollados acreedores aceptar que se les exporte más desde esos territorios de las importaciones que logren colocar allí. De manera que cobrar significa desempleo para una buena franja de la fuerza de trabajo y depresión de la actividad económica, para que una minoría de financistas haga su negocio. Mejor entonces recomendar –sotto voce– defaultear y -acto seguido- usar el mal funcionamiento de la arquitectura financiera internacional para ver que ventaja en términos de relaciones internacionales se puede sacar del país “incumplidor serial”.

Cómo andamos por casa 

Los buitres del fondo Elliot cobraron en la Argentina por el papel de quinta columna que jugó el macrismo. Jamás hubieran cobrado de otra forma. Si hasta el gobierno norteamericano estaba contra los buitres y a favor de la postura argentina, tal su compromiso en el proceso judicial y su preocupación por  los empleos y el crecimiento  para preservar el comercio. Se vio en el episodio argentino la poca incumbencia del Financial Stability Board (FSB, Junta de Estabilidad Financiera) que viera la luz en la cumbre de líderes del G-20 en abril de 2009. Cuando se creó para superar las serias limitaciones de su antecesor, el Foro de Estabilidad Financiera (FSF), el cual había sido instituido en 1999 por el G-7, se auguraba que la coordinación que lograría entre las autoridades financieras nacionales y los organismos internacionales responsables de la estabilidad financiera, haría definitivamente llevaderos los ríspidos episodios de defaults.

Justamente para evitar ese tipo de cortedades entre instituciones nacionales y globales, inconvenientes con sectores irracionales de los países y alejar a los buitres y seguir con la ficción financiera que horade lo menos posible lo realmente importante: los flujos comerciales, desde 2015 en la legislatura de Albany (la capital del estado de Nueva York) se viene presentando proyectos de ley que den una salida ordenada a los defaults soberano que se declaran en Wall Street.

A principios de marzo el legislador demócrata Gustavo Rivera presentó el proyecto de ley 5524A, denominado “ley de estabilidad de la deuda soberana” que conjuga dos proyectos de ley que el año pasado no pasaron del trámite de comisiones que tiene como objetivo «proporcionar mecanismos efectivos para la reestructuración de la deuda soberana y subnacional» con lo que se espera realzar aún más “el papel del Estado de Nueva York como lugar principal para la emisión y comercialización de deuda soberana». Rivera es un portorriqueño muy tomado por la desagradable experiencia de la reestructuración de la deuda de su estado libre asociado con los buitres, entre los que estuvo Elliot. Es para poner atención en si Rivera está sólo o es una baraja que juega Washington. 

Entre los respaldos al proyecto de ley 5524A aparece un memorando que respaldan los dos proyectos del año pasado que combinados confluyeron en el actual, firmado por el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, el ex ministro de economía argentino Martín Guzmán, y el ex ministro de economía colombiano José Antonio Ocampo. El trío tras describir que “prácticamente en todos los países existen mecanismos para reestructurar las deudas en forma de leyes de quiebras, que ahora se consideran una parte vital de las economías de mercado”, en razón de que “no existe un mecanismo comparable para las deudas soberanas», entienden que este proyecto es muy importante porque enmienda esa insuficiencia 

El proyecto de ley pretende simplificar ese proceso, imponiendo medidas drásticas a todos los acreedores conforme a la ley de Nueva York. Una de las disposiciones clave del proyecto de ley es que crea un «supervisor independiente» designado por el gobernador de Nueva York para supervisar los procesos de reestructuración y crearía un mandato para que los acreedores del sector privado reciban recuperaciones iguales a las que el gobierno federal de Estados Unidos «habría» recuperado si fuera acreedor. En los estudios del área se estima que los acreedores privados, en promedio, recuperan aproximadamente 20 centavos por dólar más que los acreedores del sector oficial en reestructuraciones soberanas.

Algunos sectores de Wall Street dicen que este proyecto, cuya suerte –por los procesos legislativos- recién se conocerá a fin de año, lo único que hará es que se emitan bonos en Texas o Londres. Al FMI tampoco lo convence. Sus críticos aducen que el mercado avanzó bastante con la «cláusula de acción colectiva mejorada» (CAC) que desde 2014 rige en casi todos los bonos soberanos. La CAC obliga a todos los acreedores a sumarse al acuerdo alcanzado por la mayoría de sus pares. Esto hace que sea más fácil llegar a un acuerdo y también elimina el poder de quienes se resisten. Para que la cosa no vaya más que de la CAC, los críticos de este proyecto informan que después de que se introdujeron las CAC mejoradas, la duración promedio de una reestructuración de deuda soberana disminuyó de 3,5 a 1,2 años. Ponen como ejemplo que en los últimos años, los acuerdos de reestructuración para Ecuador, Argentina y Ucrania se completaron sin caer en litigios. 

El monto de los bonos afectados por la nueva legislación si se aprueba, calculan fuentes privadas, sería de 850 mil millones de dólares en deuda pendiente de los mercados emergentes. El analistas del JPMorgan –uno de los bancos más grandes e importantes del mundo, cuyo ceo Jamie Dimon en su reciente carta a los accionistas se pregunta si no habrá llegado la hora de instaurar un nuevo Bretton Woods- estiman que sólo el pago del capital de la deuda soberana en eurobonos de los mercados emergentes en 2023 insumió 43.600 millones dólares y en 2024 significara 78.400 millones de dólares. Las muy crecientes dudas sobre si pagaran arrecian. Eso incluye a la Argentina. 

Dudas que en el caso de la UNCTAD son certezas. El organismo de comercio y desarrollo de la ONU a principios de febrero pidió “reformas urgentes de la arquitectura global de la deuda para evitar una crisis generalizada de la deuda en los países en desarrollo (en tanto) unas 3.300 millones de personas -casi la mitad de la humanidad- viven actualmente en países que gastan más dinero en pagar los intereses de sus deudas que en educación o sanidad (y esto en vista de que ) la deuda soberana externa de los países en desarrollo (…) aumentó un 15,7% hasta alcanzar los 11,4 billones de dólares a finales de 2022. Los crecientes niveles de deuda se vuelven aún más complejos por la diversidad de prestamistas e instrumentos financieros (…) Igualmente alarmante es el aumento de los costes del servicio de la deuda. Los países de ingreso bajo y medio-bajo, también conocidos como mercados fronterizos, que se endeudaron cuando los tipos de interés eran bajos y existía apetito por parte de inversionistas, dedican ahora alrededor del 23% y el 13% de sus ingresos por exportaciones, respectivamente, a pagar su deuda externa (…) Para ponerlo en perspectiva, después de la Segunda Guerra Mundial, la parte de los ingresos de exportaciones destinada al servicio de la deuda de Alemania se limitó al 5% para contribuir a la recuperación de Alemania Occidental”.

«Para el mediano plazo, las obligaciones de deuda correspondientes con el FMI se proyectan en un 7 % de las exportaciones”, dice sobre nuestra perspectiva la autoridad monetaria mundial. Evidentemente la voluntad del FMI para contribuir a la recuperación argentina no es muy edificante. A todo esto, por intereses, capital y organismos internacionales, en 2024 debemos pagar un total –en cifras redondas- de 8.900 millones de dólares, en 2025 un total de 13.700 millones de dólares y en 2026 de 14.700 millones de dólares. Nada extraordinario si consideramos que el resultado comercial promedio anual entre 2003 y 2023 fue de 7.600 millones de dólares. 

Si pudimos acumular en esos 21 años 152.000 millones de dólares netos, si no fuera por el funcionamiento horrible de la arquitectura financiera internacional –y la espantosa irracionalidad de la derecha argentina- no deberíamos tener ningún problema en regularizar nuestra situación. Hace años de los años que se habla de una Nueva Arquitectura Financiera Internacional y –lamentablemente- el pescado sigue sin vender.


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