En el discurso de cierre de la última reunión de la Conferencia de Acción Política Conservadora en Buenos Aires, el Presidente Javier Milei evocó “la parashá que se llama Vayéshev”, discutiendo el comportamiento de Jacob, y arengando a los presentes a que cuidasen sus cabezas.
Buenos Aires fue la sede de la última reunión de la Conferencia de Acción Política Conservadora, el foro ultraderechista más antiguo de los Estados Unidos y con fuerte proyección internacional. Para quienes comulgan con esas ideas probadamente retardatarias y consecuentes hasta el paroxismo con intereses ad hoc, participar de sus actividades constituye la oportunidad de codearse con lo más granado de los políticos, activistas y líderes de opinión que animan la ofensiva neofascista a nivel planetario.
En su carácter de anfitrión del cónclave le tocó al Presidente Milei pronunciar el discurso de cierre, brindando una pieza desbordante no solo de juicios laudatorios de su gestión a pocos días de cumplir el primer aniversario en el Gobierno, sino también de apreciaciones merecedoras de una lectura atenta.
Esa ponencia adquirió importancia esa ponencia porque prologó el discurso que daría días después, el 10 de diciembre, en ocasión de cumplir el primer año de Gobierno, ocasión en que repetiría con mayor formalidad institucional varias de sus líneas argumentales, con énfasis en los presuntos logros alcanzados y acentuando el optimismo respecto del futuro inmediato.
Arrancó Milei en la CPAC asegurando que él y su equipo, para realizar el “mejor Gobierno de la historia”, debieron atender tres vías de acción, y luego de referirse con cierto detalle a las vías de la gestión y de la acción política, agregó: “La otra vía es la vía de la batalla cultural, esto es muy importante que lo tengamos en claro porque los socialistas, luego de caído el muro de la vergüenza, el muro del terror, el muro de la sangre, que no solo fue un fracaso en lo económico, en lo social y lo cultural, sino que además asesinó a 150 millones de seres humanos por una trasnochada de intelectuales imbéciles, arrogantes. Ya sabían que no me caían bien los zurdos, así que no se sorprendan… Sin embargo, avanzaron sobre un terreno virgen, porque básicamente hubo alguien que se le ocurrió decir que con la caída del muro era el fin de la historia. Nos retiramos del campo de batalla y ellos avanzaron sin ningún tipo de problema: se nos metieron en las universidades, se metieron en los medios de comunicación, se metieron en la cultura. Y como no tenían rival, ganaron la batalla cultural, básicamente porque nosotros no la dimos”.
O sea que en este pasaje Milei se refirió elípticamente al famoso politólogo Francis Fukuyama, quien publicara en 1992 El fin de la historia y el último hombre, libro que lo catapultó al estrellato. Como es sabido, después de la caída del Muro de Berlín y la implosión de la ex URSS, para Fukuyama cesó la historia humana motorizada por la lucha entre ideologías, dando nacimiento a un mundo donde las naciones se desempeñarían bajo el imperio de la política (el liberalismo democrático) y la economía de libre mercado. Este fenómeno fundamentaría, además, la emergencia de una suerte de pensamiento único, dado que las ideologías resultarían innecesarias y serían reemplazadas por la economía. En su momento de esplendor Fukuyama funcionó como uno de los adalides del movimiento neoconservador estadounidense, pero con el curso de los años fue modificando su percepción de los hechos, al punto de no sólo cuestionar la privatización de los servicios públicos (propiedad de los Estados nacionales), la ausencia de políticas para corregir el desequilibrio creciente entre ricos y desafortunados, o la fe desmesurada en mercados totalmente desregulados, sino también de elaborar algunas apreciaciones críticas sobre el paso por el poder de Reagan y Thatcher. Esos deslices motivaron que el Presidente Milei, además de referirse a Francis Fukuyama con tono despectivo, también consideró prudente y apropiado omitir su nombre y apellido.
Dijo después, sin solución de continuidad, que había llegado la hora de “dar la batalla cultural” y planteó que a los efectos “de esta introducción, la quiero hacer con la parashá que se llama Vayéshev, porque básicamente en el comienzo de la parashá encontramos la historia en la cual Jacob sale de la casa de su padre y viaja hacia la sierra de Jaran para encontrar luego una pareja y construir las 12 tribus del pueblo hebreo. En la mitad de su viaje nos cuenta la parashá que Jacob frena para descansar y pone piedras únicamente alrededor de su cabeza para protegerlo de las fieras salvajes del lugar”. En este punto Milei pareció dar rienda suelta a su vocación hermenéutica y prosiguió: “Entonces la pregunta es: ¿acaso no tendría que haber protegido todo su cuerpo? ¿Por qué protegió solamente su cabeza? Esto es lo que quiero que quede claro, esto es lo que tenemos que entender y esto es el rol de la batalla cultural. ¿Por qué solamente protege su cabeza y no el resto del cuerpo? Porque ustedes necesitan proteger su cabeza, necesitan proteger sus ideas, ustedes tienen que fortalecer sus ideas. Si ustedes fortalecen el cuerpo pero no fortalecen las ideas, las fieras se los van a comer igual […] Y esa es la reflexión de la parashá, que tenemos que cuidar las ideas, porque si no damos la batalla cultural no importa cuán buenos seamos gestionando, no importa cuán buenos seamos políticamente para poder llegar. Porque si la cabeza falla, si falla el espíritu, si falla lo que nos motiva y moviliza, no vamos a llegar a ningún lado […] Y eso es lo que tenemos que alimentar, tenemos que alimentar nuestra visión, porque en la medida que nosotros fortalezcamos nuestra visión eso nos va a hacer resilientes, nos va a permitir enfrentar a los zurdos y ganarle en todos los terrenos y terminar de una vez por todas con la basura del socialismo.”
Curiosa interpretación la de Milei, habida cuenta de que las Sagradas Escrituras informan: “Salió, pues, Jacob de Berseba para dirigirse a Jarán. Llegó a un lugar donde se dispuso a pasar la noche, pues el sol se ponía ya, y tomando una de las piedras que en el lugar había, la puso de cabecera y se acostó.” No es un detalle menor, porque tuvo un sueño “en el que veía una escala que, apoyándose sobre la tierra, tocaba con la cabeza en los cielos, y que por ella subían y bajaban los ángeles de Dios”. Y entonces Yavé se le reveló a Jacob para decirle que cumpliría con sus promesas y que “la tierra sobre la cual estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia”. Corresponde advertir que la lectura de Milei parece transitar otros andariveles que ni siquiera rozan tangencialmente la cuestión, porque cuando Jacob despertó de su sueño, según la Biblia, se horrorizó al comprender que estaba en la casa de Dios y en la puerta de los cielos, motivo por el cual se “levantó Jacob bien de mañana, y tomando la piedra que había tenido de cabecera, la alzó, como memoria y vertió óleo sobre ella”.
Seguidamente Milei aseguró que odiaba a la política, al Estado (que según él es una herramienta de opresión) y, satisfaciendo su temperamento mesiánico, luego de presentarse como un ejemplo a seguir para lograr el poder y llevar a cabo, como en su caso, el mejor Gobierno de la historia, descargó sobre la audiencia una suerte de decálogo pagano que le habría dado buenos resultados. Se trata de una taxonomía con diez tópicos (no podía ser de otra manera) que Milei acompañó con algunas explicaciones. 1º) Es mejor decir una verdad incómoda que una mentira confortable. 2º) Nos importa un rábano la opinión de los políticos sobre casi todos los temas. 3º) Nunca hay que negociar las ideas para rascar un voto. 4º) A diferencia de la economía, la política sí es un juego de suma cero. 5º) La única forma de combatir el mal organizado es con el bien organizado. 6º) Cuando el adversario es fuerte, la única forma de derrotarlo es con una fuerza mayor. 7º) Cuando el adversario canta retruco, nosotros cantamos vale cuatro. 8º) Dar la batalla cultural desde el poder no solo es recomendable, sino que es una obligación. 9º) La única forma de combatir al socialismo es desde la derecha. 10º) Defendemos una causa justa y noble, muchísimo más grande que cada uno de nosotros. Las personas somos meros instrumentos en esta causa y tenemos que estar dispuestos a dejar la vida por ella.
Todas estas recomendaciones del decálogo fueron matizadas con juicios rutinarios sobre “la casta”, “los políticos chupasangres”, el uso de la pandemia “para encerrarnos”, “el libre mercado que produce prosperidad para todos”, “los periodistas corruptos y ensobrados”, los partidarios del centrismo conciliador que se presentan “como el justo medio entre los extremos peligrosos, pero siempre son los primeros en apoyar el aborto, el ambientalismo radical, el feminismo radical y todas las agendas del socialismo globalista”, etcétera. Con relación al 4º punto del decálogo dijo que “lo deberían aprender los liberales de copetín, campeones del onanismo” porque la política, a diferencia de la economía, sí es un juego de suma cero, lo cual “quiere decir que los espacios de poder que no ocupamos nosotros los ocupa el adversario, es decir, los ocupa la izquierda”. Y aclaró, de modo redundante, que hablaba de poder, y que “si no lo tenemos nosotros, lo tienen los zurdos de mierda”. Respecto del 6º punto, Milei dijo que no solo es un principio de la política, sino también de la física, porque hay que ser inclementes y nunca ceder un centímetro, no se puede levantar la bandera blanca frente a la izquierda. “Intentar apaciguarla no es una opción. Tenemos que ser conscientes de que ellos no actúan desde la buena fe –agregó–, sino desde una ambición criminal por el poder. Prefieren que el país colapse antes de ver que prospere sin ellos, prefieren reinar en el infierno que servir en el cielo y si tiene que transformar el cielo en el infierno para mantenerse en el poder, lo van a hacer. Por eso no hay lugar a quienes reclaman consenso, formas y buenos modales. Las formas son medios: se las evalúa según su efectividad para alcanzar determinados fines. Y hoy someternos a la exigencia de las formas es levantar una bandera blanca frente a un enemigo inclemente. El fuego se combate con fuego y si nos acusa de violentos les recuerdo que nosotros somos la reacción a 100 años de atropello.”Finalmente el Presidente argentino aseguró, sin experimentar el más mínimo rubor, que “estas son las 10 consigas políticas que les quería dejar hoy, porque como decía Lenin, sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario”. La sentencia que Vladímir Ilích Uliánov, Lenin, incluyó en su panfleto Qué hacer (1902) no solo sonó extravagante evocada por Milei en los salones del Hotel Hilton frente a una audiencia donde abundaban referentes de la derecha internacional. También fue (y sigue siendo) raro que aparezca en las redes de la Libertad Avanza, donde figura como encabezamiento del “Decálogo de Acción Mileísta”.