El desgaste de las teorías y la fe en la causa monetaria

Desde siempre ha habido una tendencia en las ciencias sociales a formular teorías que se pretende tengan la misma vigencia que las leyes de la física o la química o similares. O sea: si se demuestra que son erróneas se destruyen y olvidan; de lo contrario, son inmutables. Sin embargo, hay una enorme diferencia entre la Ley de la Gravedad y las explicaciones que fundamentan la inflación o cualquier otro hecho económico. 

La Ley de la Gravedad surge de observar la naturaleza y es independiente de la acción humana. La economía, como la sociología o la psicología, en cambio, analizan relaciones entre individuos que tienen historia, presente y futuro; que pueden modificarse -y en efecto lo hacen- como consecuencia de cambios en el contexto, pero también -sobre todo, diría- de la experiencia acumulada por los propios actores que son analizados. 

Esto sucede todo el tiempo, en especial en los países con economía más inestable. Sin embargo, los economistas en su gran mayoría buscan seguir aplicando las mismas relaciones causa-efecto aprendidas en las aulas, forzando la realidad más que la teoría, si es que ésta no cuadra con la primera. 

Examinaré a continuación un ejemplo clave, que deja expuesta la fragilidad de las teorías sacadas de manuales centenarios. 

La inflación

La teoría básica asigna la causa de la inflación a un exceso de moneda en manos de los consumidores que presiona sobre una oferta escasa. 

Para esa causa la solución sería elemental y directa: bajar por un tiempo la cantidad de moneda y por ende el poder adquisitivo.

¿Qué pasa cuando un país tiene inflación por encima del promedio mundial por más de 70 años? Varias cosas.

No solo hay un fuerte recambio biológico de los protagonistas, sino que además muchos -antes y ahora- se preguntan si podrían ganar con la inflación. Y algunos pueden. ¿Cómo? 

Esencialmente, adelantándose en la carrera.

Si se definen aumentos paritarios: trasladar a los precios estos aumentos aún antes de que se concreten. 

Si la tensión cambiaria causada por una deuda eterna y la inercia inflacionaria anticipa posibles devaluaciones o dificultades en el acceso al dólar para importar: aumentar preventivamente los precios. 

Los ganadores de esta competencia son aquellos que llamamos formadores de precios y ocupan no sólo segmentos productivos de las cadenas de valor, sino también en la comercialización. Quienes se aferran a la teoría sostienen que no es correcto asignarles responsabilidad alguna en el proceso inflacionario a las empresas líderes, manteniendo su fe en la causa monetaria.

Es más, descalifican a quienes pensamos lo contrario, ya que según la lógica de mercado, estas empresas aprovecharían los momentos de inflación para desplazar a sus competidores más pequeños, aquellos con menor capacidad financiera para mantener una competencia por precios. Usando reiteradamente el ejemplo de Coca Cola, empresa líder por excelencia, imaginan como argumento la absurda situación de una empresa tal aumentando sus precios más que la inflación durante décadas y llevándolos a niveles siderales. 

No es lo que decimos quienes asignamos a las empresas formadoras de precios la responsabilidad de tomar beneficio de la inflación. Nunca es conveniente considerar que el interlocutor es un lelo. Lo que decimos -y creemos que la realidad confirma- es que, ante panoramas inciertos, las empresas formadoras de precios son quienes adecuan sus conductas para evitar perjuicios y, si es posible, tomar provecho relativo. 

No son la causa primera de la inflación. Seguro que son multiplicadoras del flagelo. 

¿Qué otra franja de la economía se beneficia con la inflación? Aquellos monopolios u oligopolios naturales, prestadores universales de servicios, tales como productores de combustible, distribuidores de energía y empresas de comunicación masiva. Por propia iniciativa se colocan al frente de las propagadoras de inflación y luego de décadas confirman ese lugar mediante todo tipo de vinculaciones con gobiernos de cualquier signo.

Los bancos, que en tanto tiempo arman su sistema de defensa prestando al Estado y aceitando esquemas de arbitraje entre monedas cuya paridad varía día a día. 

¿Cómo no confundir causa con efecto a medida que transcurren las décadas, ante tanta diversidad de actores que adaptan su conducta a la inflación y con una mirada de bajo vuelo, imaginan ser ganadores permanentes? ¿Cómo hacerlo, además, cuando la academia no cuenta con los instrumentos para analizar esas conductas, de manera de permitir su administración y corrección? 

La solución

Si el problema se nutre de numerosas conductas adaptativas, no es posible resolverlo con medidas monetarias, ya que todo lo que hacen es invitar a los ganadores de antes a pasar a ser ganadores presentes, mutando sus conductas. 

El camino a recorrer es político-técnico y empieza por identificar todos los sectores y subsectores que se benefician con la inflación, en paralelo con entender cabalmente cuál es la naturaleza de nuestro déficit sistemático de balanza de pagos, que provoca escasez de divisas y presiones financieras y devaluatorias, día y noche. 

Una y otra parte del diagnóstico deben hacerse públicas, difundiéndose a la escala y nivel más básico posible. El objetivo no debe ser identificar culpables, sino asignar responsabilidades en la continuidad de una enfermedad que nos expulsa del mundo en crecimiento. 

Solo a partir de esa clarificación, que quienes quieren un país más justo no pueden esperar un segundo más en concretar, se pueden armar las mesas de debate. Luego, un consenso progresivo, requisito para revertir un proceso de degradación que nos sumerge hasta el cuello en un escenario neocolonial. 

Ganar elecciones con estos fundamentos es posible y necesario. Ganarlas con marketing también se puede. Pero es transitar por la defraudación a nuestro pueblo, que ya no tolera más.

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