Un reportaje al ex presidente Alberto Fernández pone en evidencia el sentido común de abjurar de todo gasto, de todo bienestar, si de frenar la inflación se trata. Para frenar los precios los libertarios marchan contra la demanda tan lejos como sea necesario.
Hace unos días el ex Presidente Alberto Fernández (2019-2023) fue entrevistado por dos periodistas en una radio. Uno de los periodistas le comentó al ex mandatario que “En estos momentos, cuando uno ve la imagen de Milei, una de las cosas que la gente valora de él es (…) la desaceleración de la inflación”. A partir de allí le preguntó por qué no buscó desacelerar la inflación, si el primer ministro de Economía que tuvo la administración anterior, Martín Guzmán, venía insistiendo en reducir el déficit fiscal.
El periodista, tras afirmar que Guzmán fue eyectado por obra y gracia de la vicepresidente Cristina Fernández, señaló que su reemplazante Sergio Massa -que asumió el 3 de agosto de 2022 y siguió hasta el final del mandato, y durante el mientras tanto fuera candidato oficialista a la presidencia- en vez de emprender la noble tarea de desacelerar la inflación, se dedicó a cebar la bomba del gasto público, generando un déficit fiscal cuya financiación monetaria hizo subir el circulante y con eso acelerar la inflación.
Un poco más adelante en el diálogo, remató sus aseveraciones subrayando que el que fuera vice ministro de Massa -el tecnócrata Gabriel Rubinstein, afamado como el que sabía de macroeconomía del equipo del tigrense- se congratuló por las primeras medidas de Milei, lamentándose de no haber podido ir en esa misma dirección -cuando detentaba el cargo- porque se lo impidió el populismo de la política. Ese populismo también se manifesto en -por ejemplo- la eliminación del impuesto a las ganancias para las personas físicas. El otro periodista refrendaba las observaciones de su par.
Fernández, tras manifestar que no entendía bien por qué se le recordaba eso cuando el problema real que tenemos los argentinos son los propinados por el continuo de desatinos -en términos de aumento de la pobreza, caída de los ingresos, recesión- que es el gobierno de su sucesor, Javier Milei, ensayó una defensa basada en que pese a todos los problemas que enfrentó –pandemia, sequía- contuvo el gasto público. “El gasto público no es la causa exclusiva de la inflación”, sostuvo Fernández. Dijo que habían pactado con el FMI en 2023 un déficit fiscal de 1,9% del PIB y fue de 2,7%, lo que implica un desvío de 0,8%. “Menos de un punto” alardeó Fernández para demostrar su “seriedad” fiscal, subrayando -para que no queden dudas- que “en el año 2022, prácticamente, sobrecumplimos la meta con el Fondo”. Recordó que tuvo un jefe (Néstor Kirchner) que con un cuadernito controlaba que haya superávit fiscal. Coincidió con los reporteros que el déficit es nocivo. A los reporteros les argumentó que la inflación tuvo como causa –además y fundamentalmente- a los vaivenes del dólar, sacudido por la sequía de 2023.
“El nivel de recesión económica que tenemos es alucinante. No sé si alguna vez lo vivimos, con esta magnitud, con este modo”, señaló Fernández, lo que en su óptica explica la desaceleración actual de los precios. “Nosotros no tomamos deuda”, manifestó Fernández como la zorra frente a las uvas, puesto que previamente había rememorado que en al año 2020 cuando se declaró la pandemia, “no teníamos posibilidad de acceder a ningún mercado financiero. Nosotros pasamos cuatro años con financiamiento cero”. Fernández refutó que su gobierno “fue un desastre” esgrimiendo que en 2023 se creció 3,5%, (lo mismo que el FMI dice que va a caer en 2024) en tanto que “Cristina en su última gestión había crecido (en referencia al PIB) un punto y medio (…) Con todo lo que nos pasó, crecimos el doble que el último mandato de Cristina”.
El duelo de titanes
Entre el reporteado Fernández y los dos reporteros, más allá de los ángulos disímiles y los muchos matices que los diferencian, hay un terreno común. Al escombrarlo se llega a la conclusión de que el gran problema político nacional viene dado por la materialización de alternativas factibles a este abordaje reaccionario y monetarista. Si esas alternativas no hacen pata ancha, los inevitables reemplazos del mamarracho monetarista son vino nuevo en odres viejos, lo que perfila endémica a la crisis.
Los datos del cuadro desmienten la fe monetarista del reporteado Fernández y los dos reporteros. La emisión cayó y el gasto público también. Además pone en evidencia que el Sergio Massa desde que asumió el 3 de agosto de 2022, hizo procesión de fe monetarista. De estos datos se infiere que Massa resultó un monetarista convencido que creía que si bajaba el gasto público y la emisión, devaluar al 5% mensual el dólar no iba a tener consecuencias inflacionarias. Las tuvo, como reconoció el propio Fernández. ¿Massa y su equipo y Fernández -que elogió y les auguro un gran futuro a Martín Guzmán y Matías Kulfas, quienes fueran sus ministros de Economía y Producción respectivamente- habrán aprendido y olvidada, lo que debe ser aprendido y lo que debe ser olvidado? No parece.
El subempleo
Las variantes del enfoque monetarista giran en torno a cómo manejar mejor una situación de subempleo de seres humano y máquinas, a la que afaman de ser el más racional y armonioso de los mundos. Si se sale de ese pantano, -argumentan- es porque la demagogia populista “recalentó” la demanda mediante artificios arteros (como emitir a tontas y a locas). Así, si se quiere evitar esa situación malsana, es de gente “seria” renunciar a subir, y si se pecó de populista inflacionario hay que estabilizar la economía desmochando los picos. El lecho de Procusto es un agradable somier comparado al tálamo del monetarismo argentino. El reporteado Fernández y los dos reporteros pusieron ganas en tender esa cama.
Aún si se supone que los desorejados populistas aumentaron los ingresos populares bastante por encima del valor de la producción, no se entiende porque razón esa situación “malsana” se corrige bajando aún más la producción o “desacelerando” la marcha a la que se venía avanzando. Sus mentores sugieren que para reestablecer la “seriedad” es menester reemplazar un asalariado que produce por un planero que cobra y no produce. A renglón seguido, las fuerzas políticas de tinte abiertamente reaccionario monetaristas devienen en ácidas críticas de esos negros de mierda que son unos vagos que quieren vivir sin trabajar. Gente encantadora, por donde se la mire. Y lúcida sobre todo.
El conjunto inorgánico de medidas puntuales y contradictorias a que nos tienen acostumbrados los monetaristas no son paridas por el grado de alienación del sátrapa de turno, sino porque siguen creyendo que la Tierra es el centro del sistema solar. Y esta renuencia a la visión copernicana lleva –en el plano de la economía- a desalentar la demanda y como lógica consecuencia a desalentar las inversiones y encoger el empleo.
Sin embargo, los precios no bajan y el escenario es de estanflación. Es un absurdo descaminado porque no es una situación en la que la demanda al superar a la oferta a los precios de equilibrio –tal el diagnóstico monetarista-neoclásico- empuja a estos últimos hacia arriba. Ese es un escenario imposible en un nivel diferente al del pleno empleo. Sin embargo, en medio de la recesión, los precios no bajan; varían al alza a una tasa desacelerada.
La situación desafía el coraje de los monetaristas, y los actuales libertarios son muy intrépidos. Mientras la sociedad civil aguarda que se le plantee una alternativa, los muy machos monetaristas libertarios irán más a fondo en dirección recesiva, para dejar en claro que no son unos pusilánimes debiluchos. A consecuencia de estos mandobles, las ventas de liquidación que las empresas ponen en marcha, con la ilusión de no quebrar, pese a no cubrir los costos, deja a todo el mundo culo para arriba. En algún momento del porvenir, la inflación será abatida y el estropeado sentido común será recompensado, en tanto los argentinos continuarán solos y esperando.
Monetaristas versus keynesianos
El monetarismo se podría decir que en el mundo desde hace cuatro décadas es una antigualla al que se aferran unas pocas minorías académicas. Nostálgicas, además. Su vigencia rutilante en los países desarrollados no paso de cinco o seis años. Será por eso de que donde hubo fuego, cenizas quedan, estas minorías aún conservan cierta apocada influencia –aunque a tasa muy decreciente- en los círculos políticos.
Por el contrario -y durante el mismo lapso- en la Argentina el monetarismo estuvo y está en el ajo. Y sigue moviendo los hilos de la política económica del oficialismo libertario. Tal parece que entre nosotros el monetarismo es un viaje de ida. Monetarias y Keynes son -como quien dice- el agua y el aceite. Da la impresión de que el promedio de la dirigencia argentina con responsabilidades políticas, jamás escuchó hablar de un tal Keynes y sus partidarios.
Es de imaginar cuánto les habrá sorprendido que el Presidente Javier Milei insulte -con fervor y devoción- a semejante ignoto personaje las muy pocas veces que -por esas casualidades de la vida- se hace presente en alguna conversación. Y cuánta aprensión suscitará que el gobernador bonaerense Axel Kicillof –la excepción que confirma la regla- se haya doctorado en economía con una tesis sobre ciertos aspectos teóricos del desconocido Keynes (1883-1946). Por lo demás, respondía a los nombres de John Maynard, era Lord de la Corona británica, sacó al capitalismo de la crisis, discutió el orden monetario mundial de la posguerra y fue profesor y directivo de Cambridge.
Buena prueba de todo este panorama impregnado de monetarismo, lo ilustra un reciente reportaje radial hecho a un ex presidente. De esa tenida radiofónica –por lo que se dice y omite- en la generalización se pueden inferir las alternativas disponibles reales para la salida de la crisis.
De manera que cabe preguntarse: ¿hay alternativas posibles para la salida de la crisis o se trata de un simple cambio de collar para el mismo perro, se llame este Conan, Gaucho, Dylan o el tradicional Bobby? Al fin y al cabo “meter el perro” es un prejuicio discriminador hacia los gitanos, que se origina en la tradición de este pueblo de al finalizar una transacción, regalar un perro al eventual comprador.
El monetarismo y sus variantes
Para dar cuentas de estas poco agraciadas perspectivas, repasar de qué hablamos cuando hablamos de monetarismo calibra lo que se olfatea en el resumen de la entrevista al ex presidente. El monetarismo se podría definir como una doctrina económica que ve la causa de la inflación en el aumento del circulante. En la versión original tanto aumenta la circulación de dinero, tanto aumenta el nivel general de precios. En una versión más reciente, ese aumento de la cantidad de dinero circulante se debe al comportamiento demagógico que incita con ese artilugio falsario a gastar más y –entonces- el nivel de empleo de una economía sube más de lo que debería, lo que está indicado por una llamada “tasa natural de desempleo”, y se generaliza la inflación.
Digamos si el desempleo es del 4% y hay inflación, entonces la “tasa natural de desempleo” debe estar por arriba, algo así como 6%. Esa imprecisión se debe a que jamás pudieron medir la consabida “tasa natural de desempleo”. Simplemente enunciaron que debería haber una. Es más, cuando la Reserva Federal para enfrentar la crisis financiera de 2007-2008 inundó de dólares la economía norteamericana y la mundial, a los monetaristas versión nueva literalmente se les cayó el culo porque el nivel de precios lejos de reaccionar para arriba, andaba para abajo, amenazando con la siempre peligrosísima deflación durante casi una década (la inmediata anterior), durante la cual el S&P 500 no paró da batir records al alza. La Reserva Federal entre septiembre de 2008 y junio de 2009 incremento sus activos desde 890 mil millones de dólares a 2 billones 55 mil millones de dólares. En menos de un año un aumento del 130% y los precios ni mosquearon.
Como los heraldos monetaristas son de cocinar asado debajo del agua, salieron al cruce de la realidad para que no les arruine esta historia tan agradable y útil –para llevar con dudosa hidalguía lo de ser un reaccionario feroz en nombre de la ciencia- y dijeron que seguramente la tasa natural de desempleo, en cuyo redil se aquieta y no se acelera la inflación, había descendió mucho. ¿Cuánto? Ah no, no sean aguafiestas.
Son tan pícaros los anacrónicos monetaristas, que para redondear su óptica sostienen que el desempleo es voluntario. Si una persona no trabaja es porque no quiere. Prefiere estar ociosa a cobrar lo que le ofrece. Evalúa al potencial salario por debajo del costo de su ocio. Si es para tomárselo a la chacota, como humoradas de mal gusto de dos aficionados al LSD, téngase a bien en reparar que el orden establecido dio más de un premio Nobel a este tipo de enfoques. Volver respetable al encantador objetivo de cagar a los trabajadores, es un deporte que no teme al ridículo más contraproducente.
Coincidencias entre lo viejo y lo nuevo
Y así fue como el Dr Strangelove (para el que no lo conozca, consultar al Dr. Google sobre este personaje) –versión economista- enseñó a no temer y a amar al desempleo y temer y a aborrecer a la circulación monetaria. Porque si hay una ítem en el que coinciden los monetaristas de antes y de ahora, es que el remedio contra la enfermedad inflacionaria es frenar la emisión de dinero.
El problema con esa prosa es que es puro verso. El Estado no puede controlar la cantidad de dinero, porque al dinero lo crea el sector privado dado que se ve en la necesidad de poner dinero para hacer mercancías con el objetivo de hacer más dinero que el originalmente puesto. Esa diferencia obvio que se llama ganancia. Todo el proceso opera a través de los bancos que son los que crean dinero.
Un banco no espera que le depositen para ofrecer crédito. Cuando le vienen a pedir uno y se cumplen los requisitos de repago sale a buscar plata, en un sistema cuya característica esencial es ser poco líquido. Como canta León Gieco, un león bueno, cuando describe la situación de “Pensar en nada”, acertando con una pintura muy precisa del funcionamiento del capitalismo: “Mientras 10 ventillas cobran, una sola es la que paga”.
Por otra parte el facilismo y la rutina del análisis manifiesta que el déficit fiscal causa inflación porque se lo financia emitiendo. Al menos -muy al menos- hay dos preguntas que deberán responder los heraldos de esta visión de las cosas. Una, ¿cómo se enteraron el zapatero de Villa Adelina, el médico de Lobería, el hotelero de Nonogasta y el pizzero de la muy porteña calle Corrientes que aumentó la circulación por el déficit fiscal y procedieron a aumentar los precios de los respectivos bienes y servicios que producen en la misma cuantía? La otra, es ¿qué genera que el Estado tenga déficit, qué gaste más de lo que recauda?
Si la primera pregunta invita a poner las barbas en remojo y aceptar que hay algo mal que no anda nada bien con el monetarismo, la segunda alienta a los partidarios del monetarismo a sacar pecho y hacer flamear la respuesta que siempre esta guardada en la cartera de la dama o el bolsillo del caballero: la demagogia populista impulsa a que se gaste más de lo que ingresa.
Raro para una dirigencia política argentina que no se caracteriza por ser muy populistas que digamos. Más bien lo contrario. Y más raro porque nunca traen a colación el efecto Olivera-Tanzi, que se llama al proceso que cae la recaudación fiscal por efecto de la inflación alta. Los gastos corrientes del Estado suben al ritmo de la inflación. Pero como los impuestos –particularmente los directos- se pagan tiempo después, esto erosiona el poder de compra del Estado y se produce un déficit.
Esto le quita entidad al cuento del “impuesto inflacionario”. Cuando el Banco Central emite para financiar al gobierno, eso es emisión de deuda pública de bonos que Hacienda le vende al Central. De manera que en ese caso hablar de “impuesto inflacionario” equivale a contabilizar dos veces la emisión monetaria, una vez como impuesto y otra como financiamiento de un déficit. Si fuera un impuesto habría superávit y no déficit.
La inflación se produce porque aumentan los costos. Punto. La cantidad de dinero sigue a los precios y no a la inversa. Y los déficits fiscales, por lo general, se producen porque se gasta menos, no más. El crecimiento lo genera la demanda. Justamente, por hacerse los austeros, por tragarse el cuento de la “seriedad”, tienden a gastar menos y ahí surgen los déficits. Hay consideraciones sobre qué hacer respecto del sector externo, pero con las descripciones hechas alcanza para darse una idea de los sueños sin destino a los que conduce el monetarismo.